¿Puede ser negocio la agroecología?

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Corren tiempos difíciles en múltiples frentes de nuestras sociedades complejas contemporáneas. Me arriesgo a decir que, de todos ellos, el que hace a la escasez de alimentos a nivel mundial, constituye el más dramático y desolador de todos.

Un flagelo en curso que, a pesar de la significancia e impacto humano intrínseco, no está en agenda de prácticamente ningún medio de comunicación actualmente.

Veamos algo de contexto. El 55% de la humanidad vive hoy en las ciudades, constituyendo así lo que el reconocido geólogo español, Antonio Aretxavala, llama la “Urbanosfera”. Esta esfera de civilización, signada por la cada vez más ausente población en ámbitos de ruralidad, trajo aparejado multitud de problemas que pertenecen al campo del sentido común. Por ejemplo, el hecho fáctico de que estos 4.400.000.000 de seres necesitan, entre otras cosas, poder alimentarse.

Para mediados del siglo pasado, se propuso una idea innovadora, por parte de las grandes corporaciones en pos de paliar este escenario. Una idea signada por la implementación en los cultivos de insumos químicos y venenos, a lo que tiempo después se le suma, al paquete tecnológico, el uso de semillas modificadas genéticamente. Esta mal llamada “Revolución Verde” prosperó hasta nuestros días, dándole forma y contenido a lo que conocemos como “Agronegocio”, un formidable conglomerado de empresas que se han enriquecido descomunalmente gracias a convertir el alimento en mercancía y a los granos en commodities. 

Este sistema, que en sus orígenes se propuso erradicar el hambre del planeta, no sólo no cumplió jamás esa meta sino que trajo consigo una inédita destrucción de los suelos más fértiles del planeta, haciendo que su rentabilidad creciente se base fundamentalmente, ya no en el incremento de rindes por hectárea, sino más bien en la expansión de la frontera agrícola, arrasando con todo espacio existente de montes y selvas, transformando toda la diversidad biológica, en suelo para monocultivo con base tecnológica y maquinaria pesada. Una estructura de producción fuertemente dependiente del ya escaso petróleo, no sólo por la demanda de combustible sino por necesitar del mismo para la elaboración de sus fertilizantes de síntesis química.

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Nadie discute hoy día que la alimentación de nuestra especie nos está deteriorando, fruto de la desnutrición ocasionada por la desmineralización y envenenamiento crónico y es desde allí que comienza a tomar fuerza cada día más las ideas concernientes a la agroecología. 

La pregunta habitual y corriente, dado este particular entorno coyuntural, es: “pueden las chacras agroecologicas dar de comer a toda la humanidad?” O bien “¿puede ser negocio producir bajo esta forma y metodología?”

Vamos por parte.

En primer lugar es importante señalar que alimentarse no es ingerir sino nutrir. Sólo a modo de ejemplo basta con mencionar que los minerales que en la década del 50 nos brindaba una sola manzana, hoy día los podemos obtener al ingerir 25. Como vemos, el agronegocio no compite jamás con la calidad y su desmesurado volumen es, de mínima, un vil engaño apto para consumidores enajenados. La agroecología, al poner el acento en la regeneración de los suelos y la biodiversidad, asegura la presencia de nutrientes en todo lo que se produzca aún cuando el volumen de aquello sea inferior. No obstante, las reglas que imperen en un mundo que aspire a ser alimentado por la  agroecología debe sufrir inevitablemente una profunda revolución en su superestructura e infraestructura social, en virtud de establecer mercados de cercanía, educación e involucramiento ciudadano, desmantelamiento total del consumismo como eje civilizatorio y el decrecimiento económico en pos de dar por terminada las relaciones capitalistas de producción y relacionamiento territorial.

De esto último, se desprende e insinúa ya la respuesta a la pregunta acerca del “negocio” implícito para el productor en estos cambios radicales. Entendamos que Agroecología no es un conjunto de técnicas alternativas al agronegocio, sino una transformación hacia una cosmogonía distinta y no distópica. Una forma civilizatoria alterna en la que ideas como “negocio” sean ya irreconocibles. Se trata de un mundo que cambió y cuyos cambios signados por la crisis energética y el cambio climático nos imponen ser resilientes y reinventarnos desde nuestros mismos cimientos, en ausencia y orfandad de toda referencia conocida, dado que compilaciones teóricas como las que dieron vida al marxismo, por ejemplo, ya se encuentran desfasadas por anacrónicas e inviables al ser postulados de base filosófica conflictual y de estructura de aplicación pro desarrollista y petrodependiente.

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La chacra agroecológica no es negocio, es futuro y supervivencia de la especie, es acción de restauración ambiental, es freno al cambio climático, es realineación con la naturaleza y su inteligencia holística.

Veremos muchos de estos puntos expuestos a lo largo de distintas presentaciones semanales en esta columna, con los argumentos y propuestas pertinentes.

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