Si hay ideología, no hay agroecología

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(Manifiesto campesino).

No es difícil descubrir cómo la agroecología viene siendo, cada vez para más personas, una alternativa digna de prestar interés frente a un capitalismo decrépito y en desplome estructural. 

Éste estadío monopolista del modo de producción ha corroído de manera irreversible los cimientos de cualquier contrato social habido y por haber, de manera que ya no existen espacios para ningún “american dream” dentro de la ideología del sálvese quien pueda y el Peak Oil. 

Mucho se dice en redes sobre cómo, a través de una humanidad ordenada por un paradigma como la agroecología, sería posible recuperar la cordura y la resiliencia frente a las inéditas coyunturas impuestas por el colapso generalizado de un modelo injusto que ya no da para más. 

Pero ¿es ésto acaso una apertura para el renacer de ideologías alternativas como el comunismo?

De esto nada se dice y considero fundamental sentar al menos ciertas bases que den orden y sustancia a tan complejo debate y del cual emana tanta trascendencia y significación, sobre todo en este particular presente, donde aparentemente todo es digno de llamarse comunista, mientras esté dentro de un meme con destino a un público de muy rudimentarios elementos de juicio. Al tiempo que las pseudo izquierdas oportunistas se relamen por hincar sus dientes a todo aquello que tenga, circunstancialmente, tintes de popular. 

Capitalismo y comunismo es materia de ciencia social ampliamente estudiado en innumerables textos y de los cuales sería imposible reproducir aquí siquiera una escueta síntesis, dado su complejidad que impacta en todos los órdenes de la vida y de la historia como humanidad. Desgraciadamente, en ésta suerte de “era de la desinformación masiva” hemos creído todos que basta con Google para dar sentido a nuestros postulados y creencias, mientras que las universidades, resignan de rodillas su función social ordenadora, frente a la vorágine irreflexiva, que impuso el modelo hegemónico mundial, como andamiaje para el sostén del status quo. 

Como lo que aquí se propone tiene como médula la agroecología, veremos qué es exactamente éste paradigma usando como contraste lo que las ideologías clásicas intentan hacer con él, simplificando así el presente artículo, el cual adolesce de un espacio insuficiente para un abordaje más profundo y amplio. 

En este sentido vale dar inicio desde lo más obvio. Tanto el capitalismo como el comunismo, son ideologías. Es decir un conjunto de postulados, reunidos bajo un relato de ordenamiento lógico – temporal, con arreglo a la necesidad de brindar, a quien a ello suscriba, herramientas y modelos conceptuales de interpretación de la realidad.

Una ideología es por tanto un molde, adoptado o impuesto, que estructura y condiciona nuestro pensar y sentir.

¿Puede estar la agroecología dentro de las ideologías clásicas o es acaso una nueva ideología que aflora?

La respuesta es simple, aunque no es obvia. 

La agroecología no es, ni podrá ser nunca, una ideología, sino que se trata más bien de algo a lo que podemos llamar “cosmogonía”. Se trata así, no de postulados que rigen un condicionamiento en particular, sino del espacio donde estos postulados se enraizan y florecen. 

No nos habla de pensamientos sino más bien de la inteligencia que conduce la percepción del entorno, cuando la mente analítica y condicionada cesa en su parloteo habitual, revelando así que uno no es sus pensamientos. 

Es sí, sin embargo, algo que entra en los cánones de aquello a lo que podemos denominar Paradigma, ya que éste, al ser más abarcativo, nos remite más a la idea de “posicionamiento lógico”, (aunque este no sea matemático) y no tanto a ideología.

La Agroecologia, al tener como meta la reconexión con nuestras cualidades naturales, podría ser percibido como análogo al lo que se entiende por “comunismo primitivo”, pero dado que el mismo está basado en las condiciones materiales de existencia, sus ordenamientos sociales pertinentes, y formas de conciencia características, aún no puede decirse de él más que lo que se aprecia desde el materialismo dialéctico arqueológico, desde esa óptica en especial y no mucho más. 

Es decir, lo que se ha podido inferir hasta el presente sobre nuestras comunidades humanas ancestrales, no ha podido ser más que juicios de valor que se imponen a las rudimentarias evidencias. Dicho de otra manera, meras especulaciones y creencias sobre cualidades de nuestra especie de las que ya no sabemos nada.

Los aportes de Marx y Engels, en este sentido sólo expone deducciones y sentencias posibles, a partir del particular lente con el que nos invitan a observar.

Cabe mencionar, para el lector desprevenido, que cuando hablamos de comunismo, hablamos de una ideología que nace allá para fines del siglo XIX, y que expresa una original síntesis entre los debates clásicos, para entonces referenciados con la obra de Hegel por el idealismo y Feuerbach como exponente del materialismo más ortodoxo. 

Tomando de ambos, aquellos conceptos que evaluaron acertados pero insuficientes, se forja el compilado de obras que dan sustento científico a lo que se conoce, en su manifestación política como comunismo. 

Siendo el socialismo la mera transición hacia la sociedad idílica, sin clases sociales, dirigida por una dictadura del proletariado. 

“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” nos dice Marx, en su más genial de las Tesis sobre Feuerbach y puede decirse que ésto sí está perfectamente alineado con la agroecología ya que no se trata de misticismo y abstracción sino de una relación de aprendizaje en la práctica de interacción con los fenómenos objetivables de aquello que encierra la naturaleza, la cual ya esta en sí transformándose por motus propio. Sin embargo, el constructo teórico marxista, al inocular la dialéctica hegeliana e introducir así la noción de conflicto, se aleja de la Agroecología, debido a que la misma, no concibe en la interacción de la vida más que cooperación y equilibrio en movimiento fruto de la entropía. 

La naturaleza para la agroecología no es algo que esté “allá afuera”. Naturaleza es lo que somos, no como parte constitutiva, sino como agentes u órganos sensibles en la percepción de la totalidad. 

La ideología perversa del capitalismo, que Marx y Engels intentaron expulsar por la puerta, volvió a entrar por la ventana. Es decir, darle a la humanidad nuevamente la facultad de ser “naturalmente” egoístas y competitivos. Noción dada por también por la lógica de la escasez y la irremediable lucha aparente que esto suscita. 

De allí que su praxis derive siempre y de manera inevitable en un desarrollismo de ambición infinita, quedando así en parentesco con aquello que aspiraba a transformar, y siendo así mismo otra mera justificación para la destrucción sistemática del planeta. 

Capitalismo y comunismo se hermanan como ideología en la creencia de que el ser humano está en lucha con la naturaleza, y esto es así porque es lo que hace toda ideología, independientemente de sus aspiraciones y orígenes. La Ideología es mente cartesiana, fragmentada, confundida. 

La Agroecología no nos habla de tesis y antítesis, sino más bien de una percepción directa y práctica de la realidad como fenómeno de flujo unificado, que es imposible de percibir desde la mente fragmentaria, que analiza a partir de la infinita disección de los elementos. Agroecología es por tanto darse cuenta de “lo que es”, en ausencia de los opuestos, acompasados con una mecánica instruida por lo que el físico David Bohm llama Orden Implicado. 

Claro, merece mencionar, que para cuando el marxismo era confeccionado, nada se sabía aún de “el gato de Schrödinger”, ni de micorrizas o Teoría de Cuerdas. 

Lo que se logró por estos brillantes intelectuales alemanes hace dos siglos es una verdadera obra maestra que supo resumir coherentemente todas las implicancias socio culturales sugeridas por lo más avanzado en materia de ciencia y tecnología de la época. 

El precio que pagamos, con el sacrificio de millones de personas entregadas al anhelo de un futuro utópico, fue demasiado elevado. Ante el sacrosanto altar del devenir derramamos la sangre de generaciones enteras. 

La promesa de futuro nos alejó del “continuum” donde la vida real se manifiesta. 

Allí, donde las ideologías nunca indagaron, en “el ahora” es donde transcurre la totalidad como manifestación sensorial asequible. 

Allí es donde está la agroecología. 

El marxismo pudo intuir la disfunción pero su insuficiencia teórica está, como vimos trágicamente atrapada en las limitaciones científicas vigentes hasta ese momento. 

La dialéctica es un error que termina por invalidar la real capacidad transformadora de la especie, llevando todos sus esfuerzos en alentar cambios en un mundo que nunca fue más que el reflejo de patrones de conducta condicionados, no desde alguna superestructura jurídico e institucional, sino de lo que podría llamarse más bien como una enfermedad mental colectiva  de orígenes inscritos hace eones.

Lo que padecemos es más grave y más profundo que la desigualdad material de la existencia. Nuestra disfunción está en la estructura de la mente,  no en su contenido. 

Resolver las carencias materiales no es atacar las causas sino los síntomas. 

Hace falta por tanto una revolución holística que anida en la responsabilidad de los individuos, no de la masa.

Al decir de Krishnamurti, “hay una sola Revolución, la revolución interior”, que nos permita acceder a una libertad vívida, sin creencias ni autopercepción separatista ante la vida, que es en esencia, un fenómeno no divisible y en movimiento eterno.

Esa revolución es un Estado del Ser, no una ideología. Está en contacto con la ausencia de conflictos, no es que juzga su inexistencia. Practica la unicidad siendo la totalidad, no un fragmento de la misma. 

Una revolución ya no de las ideas, sino de la interioridad que sana, mediante reajustes “no interpretativos” que naturalmente suceden ante la ausencia del Yo.

Esto es Agroecologia. 

Y no es coquetear con Hegel, porque nada aquí está más cercano al mundo material, pero es un mundo material que está vivo, que es inteligente, que es consciente y al que pertenecemos por nuestra misma naturaleza. 

Agroecología es Paz, inteligencia y cooperación con todo, sin que sea fruto de ningún esfuerzo mental, físico ni espiritual; porque su consecución no se halla en el futuro. 

No depende de lo mucho que acumulas, interna y externamente, sino de lo mucho que te deshagas de todo ello antes de recibir la gracia del retorno a tus cualidades inherentes. 

Agroecología no es ideología y puedo seguir describiendo lo antedicho con miles de palabras más, pero todas ellas no son LO QUE ES, sino apenas letreros en un complejo y peligroso camino llamado estar vivo. 

Si bien no es una ideología,  a ciencia cierta, nadie puede decirte qué es Agroecología… eso es algo que uno solamente es capaz de darse cuenta, sin elección, en el ahora.

Agroecología es epifanía. Es estar presente, es vivir en conexión involuntaria y atemporal. 

Los enormes deseos del capitalismo para que su aguijón pervertido llamado New Age sea la desviación suficiente, no darán jamás resultados, porque mientras exista humanidad, habrá quien despierte. Mientras haya un despertar, habrá Agroecología.

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Los NPK: el colapso de la agricultura ya está aquí

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La agricultura convencional tiene en su haber la hazaña de haber convertido al campo en una mega factoría de commodities bajo regímenes hiper eficientes y sumamente rentables.

Cuando hoy hablamos de “el campo” debemos comprender que se trata de capitales extranjeros de origen múltiple, con una acentuada concentración en bloques de tipo financiero y especulativo. Nada queda ya de nuestros clásicos campesinos gauchescos que supieron habitar con sus numerosas familias nuestros extensos territorios de cultivo.

Hoy todo es mecanizado con una minúscula participación de personas en los procesos productivos de siembra, cuidados y cosecha. Pero esa mecanización se compone a su vez de insumos de abastecimiento tales como los fertilizantes de síntesis química.

Según un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario, publicado en 2021, “En Argentina se consumen 5,3 millones de toneladas de fertilizantes (Año 2020). El 54% son nitrogenados (urea, nitrato de amonio calcáreo) y el 36% son fosforados (fosfato monoamónico y el fosfato diamónico, más conocidos como MAP y DAP). Los tres nutrientes principales a nivel mundial son nitrógeno, fósforo y potasio”. 

Profertil, Bunge y Mosaic son las fábricas que en nuestro país producen estos valiosos insumos y suman juntas 2.550.000 toneladas anuales, que en función de la enorme demanda no terminan por alcanzar para nada. Así nos vemos en la obligación de importar desde países como Estados Unidos, Marruecos, Egipto, China, Rusia y Argelia, volúmenes que ya para el 2020 superaban las 3 millones de toneladas con erogaciones que para entonces ya superaban los mil cien millones de dólares. 

Como detallamos anteriormente la mayor porción del mercado de estos fertilizantes corresponde a los del tipo nitrogenados, y si tenemos como referencia, por ejemplo, a la UREA podemos ver que la situación a nivel planetario con relación a éste insumo es de mínima delicada. Producir urea requiere de materias primas literalmente gratuitas ya que usa el nitrógeno y el carbono del aire para formar sus cristales, sin embargo, romper las moléculas para luego sintetizarlas es lo que la hace difícil de producir. Para ello se requiere de enormes cantidades de energía y en el mundo no hay tal disponibilidad más que la que ofrece el gas natural, y éste está en su pico de producción hace ya unos años y bajo una enorme demanda que lo vuelve escaso y por tanto muy caro. De allí que tanto para la urea como también para el fósforo y el potasio el panorama en términos de abastecimiento se vea muy complicado. 

No es casual que la FAO venga advirtiendo hace bastante sobre la seria amenaza de crisis humanitaria por hambruna y que todos los senderos transiten hacia un conflictivo escenario social en los años por venir.

Marcelo Beltrán –agrónomo del Instituto de Suelos del INTA Castelar– se refirió a esta advertencia de la FAO y confirmó que, “en la Argentina sólo un 30 % de los nutrientes que se extraen de los suelos cultivados se reponen mediante el uso de fertilizantes”. Es decir, que aún cuando existan las condiciones que permitan una abundante y económica disponibilidad de energía capaz de hacer posible un exponencial aumento en la producción de fertilizantes, todo ello no haría más que acelerar y profundizar el basto deterioro que ya sufren nuestros suelos, los cuales superan para este año un 80% en plena erosión. 

De hecho se sabe que si uno tomase muestras de los suelos en la pampa húmeda veríamos que en los mismos hay ya una enorme cantidad de NPK, dado que de nada sirve un fertilizante químico u orgánico si ese suelo no está poblado por microorganismos, tales como las bacterias nitrificadoras, capaces de desnaturalizar y transportar esos nutrientes por intercambio iónico. 

El uso de maquinaria agrícola pesada, de potentes herbicidas, venenos y fungicidas han exterminado la vida del suelo, sin la cual las plantas no crecen, ya que la salud y vitalidad de las mismas es directamente proporcional a la salud y vitalidad de ese suelo. 

Aun así, la solución para el agronegocio sigue siendo la de paliar estos déficit mediante la incorporación de más fertilizantes químicos con lo que no sólo se muere el suelo sino que cada vez más cantidad de estos insumos terminan por contaminar, junto a los herbicidas y venenos, las napas y cursos de agua.

Vemos así que lo que la agricultura padece no es una crisis, sino más bien un colapso.

No es posible seguir produciendo de esta manera y mucho menos si le añadimos a la ecuación el cambio climático y la escasez de gasoil. 

Poco se habla de que fruto de la inédita sequía que atraviesa hoy la zona núcleo, el nitrógeno incorporado a las siembras realizadas terminó por volatilizarse casi en su totalidad desprendiendo a la atmósfera cantidades incalculables de gases tóxicos como el amoniaco. 

Más se acentúan los eventos climáticos extremos, más dificultades manifiesta el agro para defender su trabajo sobre métodos no sustentables y de impacto ambiental hiper negativo. 

A la humanidad le está saliendo muy caro alimentarse y eso se debe a la lógica y metodología con la que enfrentamos el reto de obtener de la tierra nuestro sustento. 

Nada tiene que ver aquí los supuestos y engañosos argumentos acerca de estar padeciendo exceso de población. Eso es una total mentira que intenta asegurar la intangibilidad de poderosos intereses económicos en juego. Intereses a los que poco importa la salud del planeta y para quienes toda inversión no pretende más que lo que toda inversión capitalista pretende, es decir el pronto recuperó y la máxima rentabilidad. 

Lo antedicho explica sobremanera el porqué de esconder, ningunear y difamar la agroecología, dado que aún ellos no han sabido cómo hacer de ello un método que, en términos de rentabilidad, se equipare a los resultados obtenidos con su destructiva revolución verde. 

La agroecología pone el acento en las antítesis del agronegocio. 

Se ocupa de hacer suelo, no plantas, se ocupa de que haya campesinos, no máquinas super tecnológicas, se ocupa de hacer alimentos, no mercancía, se ocupa de propiciar cambios en los excitados hábitos de consumo en la sociedad, de un acercamiento a la naturaleza, de un recupero de nuestras cualidades, capacidades y facultades eminentemente humanas. 

Solo por hablar de fertilizantes, la agroecología ofrece alternativas muy por encima de los parámetros de la industria química. Si tomamos como ejemplo al lombricompuesto veremos que en él se observan al microscopio más de 2 billones de microorganismos por gramos seco junto a todos los nutrientes esenciales en disponibilidad. Nada compite con eso en el mercado claramente y lo mismo puede decirse de materiales como el bocashi, el compost, los biopreparados de fermentación, etc.

Sucede que todos ellos son de producción artesanal, casera, hechos por manos humanas y por la más humana de las manos, las campesinas. 

El colapso de la agricultura convencional es ya una realidad. Los NPK no fueron, ni son ni serán la respuesta. El suelo no es una fábrica de comida. Es un organismo vivo del cual formamos parte. 

Aun con todo el desarrollo científico contemporáneo, no hemos sido capaces de identificar más del 1% de la población biológica del suelo y toda la parafernalia de paquetes tecnológicos vigentes no han hecho más que hacer desaparecer de manera alarmante toda esa diversidad.

Si su alimento fue alimentado con químicos, usted estará ingiriendo esos químicos. Si su alimento fue alimentado con biodiversidad, usted estará volviendo a conectar con la vida que lo rodea y puebla.

La agroecología no es una opción, es el único camino para la supervivencia de la especie, le pese a quien le pese.

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Sin agroecología ya no habrá ni pan

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No son muchos los argumentos que aún les quedan a las multinacionales del agro para defender su posición dominante en materia de producción de alimentos. Sostienen, entre sus banderas más preciadas, que solo es a través de sus nocivas prácticas que puede lograrse garantías de abastecimiento para la seguridad alimentaria de la humanidad.

Las experiencias, que a lo largo y ancho del planeta se vienen haciendo con metodologías alternativas, no tienen aún la capacidad de constituir la unidad ideológica capaz de hacerle frente a los poderosos intereses económicos en juego, y la propaganda en sus múltiples expresiones, no permite tampoco se infiltren en los productores más que aquello que hace a la defensa de sus intereses corporativos y monopólicos.

Hablamos de empresas con dimensiones difíciles de imaginar. Archer Daniel Midland (ADM), BUNGE, CARGILL y Louis Dreyfus son las mayores multinacionales para la producción, procesamiento y manufactura del mundo. Gigantes que controlan el 80 por ciento del volumen comercial mundial de alimentos, y de los cuales los primeros tres son de Estados Unidos y la última de Francia. Las cuatro firmas mostraron en 2021 ingresos de casi 330 mil millones de dólares en total solo para ese año.

Pequeños, medianos y grandes productores agrícolas dependen directa o indirectamente de estas empresas multinacionales para el crédito, las semillas, la maquinaria, los fertilizantes, los pesticidas y la comercialización. Lo controlan todo y de esta manera se aseguran que, a pesar de que han destruido ya casi el 90 por ciento de los mejores suelos del mundo, que han sido responsables significativamente de la destrucción del clima, que tienen en sus espaldas la demanda de millones de personas hoy con serias afecciones de salud fruto de consumir sus mercancías; a pesar de todo esto y muchas otras atrocidades contra la humanidad que aún se investigan, siguen ostentando su cómodo privilegio de ser en quienes depositamos la confianza de garantizar el sustento de nuestras familias. 

Garantías ya inexistentes en absoluto, no solo por el cambio climático, sino fundamentalmente a partir de las recientes coyunturas geopolíticas globales, de crisis energética y guerra, que dejan incapaz al mercado de abastecer con los insumos básicos para el campo, en especial lo concerniente a los fertilizantes de síntesis química.

Los precios de la urea por ejemplo, se han triplicado así, en los últimos 12 meses haciendo que las cotizaciones nominales de los precios en el Mar Negro, pasaran de 245 USD por tonelada en noviembre de 2020 a 901 en noviembre de 2021. 

Hoy se vive un serio riesgo de hambruna planetaria y la agroecología cobra así una relevancia inédita para cualquiera, ya que independientemente del lobby feroz existente los números ya no cierran para nadie.

¿No hay realmente más opciones en materia de producción de alimentos?

¿Hay algún país que esté acaso intentando hacer las cosas de otra manera?

En abril del año pasado, se publicó en la Revista Cuba Debate, un artículo muy completo acerca de la situación de ese país en relación a los avances logrados en materia de agroecología. Lamentablemente pasó desapercibido para muchos, en especial para aquellos empeñados en negar el potencial que tienen las metodologías orientadas a sustituir los dañinos insumos y prácticas culturales del agronegocio.

Allí se detalla que “…ante la contundente carencia de recursos de importación como los fertilizantes químicos que no llegan, quienes soportan la tremenda responsabilidad de sacarle mayor provecho a la tierra para producir alimentos han de buscar alternativas, con la mirada puesta en los saberes ancestrales y la ciencia del momento”. 

Los problemas de abastecimiento de insumos en un país que padece el bloqueo económico más largo de la historia hacen de Cuba el ejemplo perfecto para mostrar cómo, fruto de la carestía y a pesar de ella, es posible propiciar formas sustentables de producción. “El año anterior -continúa el citado artículo- fue muy crítico: se recibió apenas un 10% del volumen de fertilizantes (químicos) previsto. Y en 2022 no hemos recibido un solo gramo para las más de 1.780 hectáreas que sembramos de diferentes cultivos… Se trazó una estrategia para proteger la mayor cantidad de tierra con sustancias orgánicas, a partir de prácticas que nunca debieron descuidarse”.

El precio que este país debió pagar por adherir hace décadas al Agronegocio no difiere en nada al que se suscitó también en toda la región. “Erosión, cambio de carbono orgánico, salinización y sodificación, desequilibrio de nutrientes, pérdida de biodiversidad del suelo, compactación, anegamientos, acidificación y contaminación son algunas de las amenazas en Latinoamérica y la región caribeña. Ante esa realidad insistimos en la agroecología, como alternativa centrada en el ser humano y no en el capital”. Para los ingenieros cubanos se trata de sensatez, “la agroecología no puede ser nuestro plan B frente a una contingencia, sino convertirse en el plan A, para desarrollarnos y ser cada vez más soberanos económicamente. Si un producto orgánico me garantiza un rendimiento igual al del químico, el sentido común indica que debería preferirlo”. Perfecta síntesis de la odisea que se vive hoy en la mayor de las Antillas.

La pregunta inmediata que a todos nos surge tiene que ver con que, más allá de las buenas intenciones, ¿es realmente posible en términos de rendimiento productivo apelar a la agroecología?

Veamos los números que se muestran como evidencia: “…Uno de los agricultores implicados en esta iniciativa, en 2022 obtendrá unas 20 ton de papa por ha, luego de aplicar materia orgánica, caldo sulfocálcico, microorganismos eficientes y biochar (carbón vegetal impregnado de microorganismos), una práctica ancestral que tiene su origen en la Amazonía”.

“Hemos estudiado los niveles de sustitución del producto orgánico sobre el químico, en condiciones de riego y de secano. En nuestro país, obtener 20 ton de yuca (mandioca) por ha hoy se considera una buena producción. Con químicos se pueden cosechar 25, si se atiende bien, y con el fertilizante orgánico logramos 35.

“…en los bancos de semilla de caña, estamos empleando el lixiviado de lombriz con asperjadoras, y ha dado una respuesta positiva: el año pasado le echamos a un campo; lo estimamos a 300 toneladas, y el real fueron 1800. Si pudiéramos aplicar este producto a toda la caña, sería magnífico; el problema es cómo extender la producción del lixiviado, para darle al menos dos pases al cultivo.”

Puede que para usted los números precedentes no tengan mayor relevancia, pero créame que se tratan de datos muy significativos, ya que se trata de una verdadera política de Estado con verdadera aspiración de soberanía. 

Aquí, al sur del continente, en estas tierras con amplias extensiones de cultivos commodities nos quieren hacer creer que el campo, es incapaz de adoptar la Agroecología dado ante todo su inmensidad de extensión, y claro está que, al haberse convertido las prácticas sustentables en fenómenos insignificantes de muy pequeña escala, estos no pueden competir como oferta real de alimentos más que en un reducido segmento del mercado.

Pero, ¿hasta cuándo se supone que podremos seguir así?

Hoy en Argentina, la cosecha de maíz ya se considera totalmente perdida, tal y como sucedió con la campaña de trigo precedente. Se espera que al menos algunas precipitaciones den aliento para la siembra de soja pero dado la falta de fertilizantes químicos nadie puede asegurar que los rindes dejen algo más que solo perdidas. 

Más allá de la experiencia cubana, podemos ver que las experiencias en materia de agroecología en nuestro país son aún dispersas y carentes de difusión. Los Estados provinciales, que a excepción de Misiones, se negaron durante décadas a prever este conflictivo escenario, no atinan más que a permanecer expectantes y temerosos de un muy posible estallido social fruto del hambre. 

Nuestro país no es capaz de garantizar de ninguna manera hoy ni siquiera el pan en la mesa de los argentinos y esto se debe sencillamente a que no se han propiciado experiencias de cultivo a escala de trigo con prácticas e insumos agroecológicos, aun cuando estas experiencias ya existan como emprendimientos aislados y pequeños de aventureros amigos del ambiente y de la tierra, experiencias sin acompañamiento oficial de casi nadie y obviamente sin capital más que el escaso propio. 

La reciente incorporación de un ex Ceo de Syngenta como asesor presidencial no hace más que poner en evidencia la absoluta complicidad del Estado Nacional con la mafia agro industrial genocida, que a su vez ve con expectativa e interés las inminentes góndolas vacías, en pos de sacarle provecho como oportunidad para el impulso de sus nuevos paquetes tecnológicos hiper contaminantes y venenosos como lo son el glufosinato de amonio y los transgénicos del tipo HB4.

Uno puede tener los juicios que crea conveniente para con la historia de un pueblo como el de Cuba, pero aún así no debemos olvidar que para los expertos internacionales, este país es hace mucho un verdadero faro para el movimiento agroecológico y su experiencia como pueblo nos muestra con claridad senderos firmes en un camino difícil pero inevitable. 

Podemos enfrentar y salir victoriosos de la miseria a la que nos somete el capital monopólico, en tanto y en cuanto seamos capaces de reconocer al fin que este modelo que hoy colapsa nos obliga a todos a madurar como sociedad. El paternal contrato social que hemos firmado con quienes han convertido a la alimentación en un negocio debe ser rápidamente sustituido por una humanidad verdaderamente soberana, es decir involucrada y empoderada de por lo menos, su propia alimentación.  

La absoluta entrega de nuestra soberanía alimentaria a empresas multinacionales del agronegocio es una realidad muy triste que debemos aceptar. No valen aquí las declaraciones de interés ni las maquinaciones político partidarias. Deben los Estados tomar posición y acción práctica inmediata en pos de erradicar de una vez y para siempre toda conciliación con intereses en hacer del sufrimiento y la escasez la nueva normalidad.  La agroecología no es una opción en Argentina para que las clases medias puedan darse el lujo de comprar un tomate sin veneno, en este particular siglo naciente, de lo que hablamos es de que sin la agroecología como paradigma dominante, la inanición y sus secuelas sanitarias vendrán a constituirse como la nueva realidad a la que deberás acostumbrarte. 

Si un país en extrema pobreza como Cuba pudo hacer los avances que hizo, cuánto más podría esperarse de un país como Argentina? Por su historia, tradición, infraestructura, capital humano y tecnología, ¿a qué temer?

Hay un solo impedimento hoy para emprender un verdadero camino de soberanía y es el de reconocer como enemigo público al agronegocio criminal. Hagamos que la tierra vuelva a ser de quien la respeta y ama de verdad. Hagamos que la Agroecología crezca en todo el país.

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La Niña está embarazada de transhumanismo

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El cambio  climático  se impone como un fenómeno multidimensional y complejo a un ritmo de transformaciones climáticas severas cuya velocidad no tiene precedentes.

Independientemente de los enormes avances existentes en materia de ciencia y tecnología, la ciencia en sí, como conjunto de modelos y procedimientos de observación que requieren compilación de datos, contrastación, hipótesis, ensayos, etc., no ha experimentado mayores cambios de los existentes hace un siglo. Instrumentales de precisión, imágenes satelitales, sofisticados sensores y complejos software han ayudado y mucho a la hora de reunir evidencias en pos de acreditar alguna hipótesis, sin embargo esto es apenas una fracción del método científico, ya que los datos en sí no prueban nada, si no están conforme a una hipótesis que avale alguna teoría de investigación que, luego deberá ser consensuada por la comunidad científica. Consenso que desgraciadamente está articulado, administrado y financiado por poderosos intereses económicos que han convertido a la ciencia en un mero engranaje de su compleja mercadotecnia. La ciencia necesita muchos años para probar una teoría y la vertiginosidad de los cambios en materia de meteorología han venido a dejar en este incierto siglo XXI una suerte de vacío teórico en el que se conjugan diferentes elementos. El “fenómeno de el niño y la niña” aparece por primera vez a los ojos de los científicos a finales del año 1989, y desde entonces se pudo saber que se trataba de un fenómeno aparentemente natural, en el que, fruto de las variaciones en la temperatura en la superficie del agua del Pacifico Ecuatorial se manifestaron excesos o escasez de lluvias en un proceso cíclico e intercalado en períodos estimados entre 5 a 7 años. Este fenómeno “natural” aún estaba bajo investigación cuando, décadas atrás, el cambio climático irrumpe en el escenario, de manera que a falta de una nomenclatura  mejor, a los excesos de lluvia se siguió llamando “el niño” y a las sequías “la niña”, aun cuando las nuevas características de los fenómenos no terminaban de corresponderse con los estudios originales. 

Podemos decir que lo único que queda de la teoría original es que aún parecen responder los fenómenos actuales a las variaciones de temperatura ocasionadas por los vientos Alisios en el Océano Pacifico. Sin embargo, las ciencias meteorológicas clásicas aún se aferran casi con exclusividad a los datos provenientes de los gradientes de temperatura, siendo que existen innumerables estudios que apuntan a la necesidad de tomar en cuenta una multitud de otros fenómenos simultáneos en el afán de llegar a comprender lo que sucede.

Gabrielle Lipton, investigador del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), advierte que “Para entender el ciclo del agua, se pueden pensar en varios niveles. Están los diagramas colgados en las escuelas primarias que muestran cómo el agua del océano se evapora formando nubes y luego vuelve a caer a la tierra. Un nivel más arriba, está la comprensión general que toma en cuenta la evaporación de los árboles, los patrones de viento y otros fenómenos similares.

Luego, están los enfoques sumamente técnicos que observan una gran variedad de minucias y contingencias: los flujos de savia nocturna, las emisiones de isopreno, las partículas de nucleación de hielo liberadas por las hojas en descomposición, e incluso las fases de la luna”.

Claramente, hablar de una  segunda y hasta tercera niña no tiene ningún sustento en el plano teórico, y mucho menos de consenso en la comunidad científica, en tanto y en cuanto todos los análisis se restringen a las variaciones de temperatura. La dolorosa verdad es que como humanidad no estamos entendiendo qué es esto a lo que hemos dado en llamar cambio climático, a qué responde, y cómo nos afecta.

Dado esta suerte de vacío teórico por falta de consenso, lo que domina en materia de pronósticos del tiempo está hoy día bajo la órbita de organismos supranacionales tales como “Climate Prediction Center”, o la “National Oceanic and Atmospheric Administration” (NOAA), ambas, agencias del gobierno de los Estados Unidos. 

Prácticamente todos los países del mundo adecuan y circunscriben sus predicciones sobre los informes que dichas agencias emiten. Tal es, por ende, el caso de nuestro Servicio Meteorológico Nacional.

Todo análisis y proyección de dicho organismo, dista mucho de ser soberano, fruto de que, como vimos, no sólo estamos bajo total dependencia de agencias de gobiernos extranjeros con enormes intereses económicos en nuestra región, sino que las mismas 

 se rigen, a su vez, sobre modelos de análisis no consensuados por la comunidad científica internacional, dado entre otras cosas a que no toman en consideración más que los muy cuestionables gradientes de temperatura en el océano, frente a los cuales no queda más que la mera expectación impotente.

La Teoría de la Bomba

Biótica de Humedad Atmosférica (BPT por sus siglas del inglés: Biotic Pump Theory), es una hipótesis que Anastassia Makarieva y Víctor Gorshkov, del Instituto de Física Nuclear de San Petersburgo, propusieron en 2006 y argumenta que el mayor impulsor de los vientos es la capacidad de los bosques para condensar la humedad, en lugar de la temperatura. Se plantea como la consecuencia de una interacción particular de cuatro conocidas leyes físicas:

la ley de Clausius-Clapeyron,

la ley de los gases ideales,

la ley de la gravitación

la ley de conservación de la energía.

A través de la transpiración, las plantas sueltan vapor de agua en la atmósfera. A medida que el vapor se eleva, se encuentra con capas de aire frío y se condensa en gotas formando nubes. En el paso de gas a líquido, disminuye el volumen de agua dejando un vacío en el aire, con lo cual reduce su presión. Esto provoca que el aire por debajo en donde la presión es relativamente alta, sea aspirado, arrastrando con ella el aire más húmedo del océano o de la superficie forestal. Una bomba que produce vapor, modificando la presión atmosférica y que al final, genera la lluvia. 

La BPT, contradice los parámetros que imponen las agencias de los Estados Unidos y está dentro de las teorías con mayor consenso a nivel científico mundial dado que todos los datos compilados hasta el presente lo avalan.

Esto tiene una significación enorme, ya que al poner el eje en la deforestación para explicar nuestro presente, en vez de los gradientes de temperatura en el océano, queda a la vista la importancia de darle prestigio y preponderancia a los servicios meteorológicos nacionales a nivel continental y hacer de ellos verdaderos abanderados de planes y estrategias para mitigar y hasta revertir el cambio climático. Son las agencias de cada Estado las responsables de apuntalar, sobre la base de investigación en territorio, respuestas útiles, realizables y certeras, al tiempo que dicha encomienda soberana ya no podría estar sobre la aceptación genuflexa de modelos impuestos por intereses foráneos.

No es un mero debate teórico lo que aquí se expone, sino que se trata, como vemos, de un elemento central en el plano de la geopolítica de dominación planetaria. 

Hablar de segunda y tercera Niña hoy es anti científico, anacrónico y apátrida. En otras palabras, no hay posibilidad de hacer absolutamente nada frente al cambio climático sin soberanía meteorológica.

Si nos detenemos a ver qué pronósticos ofrecen las agencias de los Estados Unidos respecto a La Niña, podemos apreciar que se habla de que ésta llegaría a su fin recién para otoño de 2023 y hasta entonces no habría nada que hacer más que ser testigo del derrumbe económico y productivo del país con las pérdidas que ya hoy carecen de precedentes. 

Pero, realmente no podemos hacer nada?

Las lluvias escasean sólo por la dirección de los vientos Alisios del Pacifico Ecuatorial según NOAA, pero  por qué la humedad del Océano entra o deja de entrar al continente no está explicado en los modelos convencionales. Si la teoría de las Agencias de Estados Unidos es correcta, entonces sólo debería llover, y de manera descomunal, en las costas de Colombia, Ecuador y Perú. Estas agencias descuidan intencionalmente los Ríos Voladores que hoy se hallan quietos al interrumpirse la succión de la Bomba Biótica, y que por ende coloca a Sudamérica en franco proceso de desertificación. 

La Mata Atlántica es quien garantiza las lluvias hasta Tierra del Fuego (hoy bajo asedio de incendios incontrolables) y se estima que, si pudiésemos frenar hoy la expansión de la frontera agrícola, la selva y la consecuente Bomba Biótica, tardaría no menos de 500 años en reponerse.

No obstante, esto sería así, sin que hagamos nada. Con los estudios pertinentes y la planificación consecuente, realizada por equipos conformados por investigadores meteorológicos nacionales sería posible saber con precisión, dónde, cómo y cuándo reforestar, tal y como ya se está haciendo, por ejemplo, en África para frenar la expansión del Sahara, o en China para frenar las tormentas de arena que azotan Pekín. 

El cambio climático se puede frenar y hasta revertir pero con soberanía verdadera y, en este milenio, sin autonomía de investigación meteorológica no habrá lugar para planificar nada más que la distribución de ansiolíticos a granel.

El fenómeno de La Niña es un invento norteamericano para montarse en un futuro de tierra arrasada sobre el cual asegurarse la venta de paquetes tecnológicos  transgénicos y carne impresa en sus laboratorios.

La Niña está embarazada de transhumanismo colonial posmoderno y se espera de Latinoamérica un neo fascismo ecologista en el que tendremos la culpa de todo, porque no separamos la basura en casa.

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Valor agregado, desafío para productos originarios como la yerba

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“Sorprende y alienta la cantidad de nuevos productos con yerba mate que buscan abrirse paso en el mercado global”, sostuvo Denis Bochert, director por Cooperativas en el INYM, tras participar, junto a Gerardo López y Fernando Haddad, representantes de la Industria y de la Producción en la institución, en el evento Marketing + Industria 4.0 Sumar Valor para Competir, organizado por el Ministerio de Industria de Misiones. 

Luego de ponderar la jornada orientada a incentivar la innovación para expandirse en el mercado, Bochert recalcó que la mayor parte de los paneles en el evento fueron sobre nuevos productos con yerba mate. “Se presentaron al menos tres desarrollos innovadores con la yerba mate: la bebida energizante Wild Iguar, que se comercializa en Estados Unidos; blends de Susurro Nativo, que ahora también van a incursionar en Uruguay, y yerba mate saborizada y compuesta de CBSé. También, quemadores de biomasa para el secado”, detalló.  

El evento se realizó el miércoles pasado en la Ex Estación de Trenes en la Costanera de Posadas, con la asistencia de empresarios e integrantes de la Federación Argentina de la Industria Maderera y Afine,  la Asociación Misionera de Marketing, la Cámara de Mujeres Empresarias, y  la Cámara de Comercio e Industria de Posadas, entre otros.  

“Si bien tenemos un negocio gigantesco y cómodo, en el sentido que seguimos haciendo el producto con palo, y son millones y millones de kilos que se venden, la yerba mate hoy está expuesta a la competencia de un montón de sustitutos. Entonces, es tiempo de anticiparse a posibles cambios”, dijo por su parte Silvio Leguía, presidente de la Asociación Misionera de Marketing, quien expuso el tema  “Benchmarking entre industrias: qué puede aprender la yerba de la experiencia del vino y el té sobre agregado de valor“. 

En ese sentido, Leguía opinó que “todavía hay cierto camino por recorrer” para que la yerba mate se diferencie. Observó que es preciso  comunicar y educar al consumidor para que conozca más y pueda diferenciar los distintos tipos de yerba mate: “Tenemos que empezar nosotros como consumidores a esforzarnos por conocer la denominación de origen de una yerba de campo de una de monte, o de un tipo de secado; tener esa gimnasia, ese ejercicio, nos va a dar la habilidad sensorial para después exigir un determinado producto y buscar la marca que me ofrezca este tipo de producto”. 

Leguía explicó que alcanzar el posicionamiento del producto por la diferenciación “es un proceso y requiere de un círculo que se tiene que retroalimentar entre la industria y el mercado; o sea la industria tiene que informar más al consumidor y el consumidor exigirle más a la industria”. Subrayó que “no hace falta ir a cuestiones complicadas, sofisticadas. Pregunto simplemente: ¿hoy el consumidor sabe diferenciar una yerba de Apóstoles de una de Andresito?, o ¿sabe el consumidor de las propiedades benéficas que tiene para la salud? Tomamos mate por tradición, que está muy bien, pero además podemos tomar mate porque nos hace bien o porque identificamos y elegimos entre una yerba de campo o de monte, o de secado tradicional o barbacuá, o por la historia que hay detrás”. 

“Hoy sobran ejemplos de cómo crece el consumo consciente”, manifestó el experto, reforzando sus conceptos. “La gente necesita conocer el producto y que las marcas se comprometan en algo, que haya una causa atrás, una causa ambiental o social. Dentro de eso hay un montón de categorías del producto, donde hay un movimiento hacia lo orgánico, hacia lo natural, a preguntarse sobre cómo se cultiva, cómo se cosecha… Hay países más evolucionados en esto que la Argentina, como Alemania, más exigentes,  y eso se lleva a nivel producto, la gente quiere saber qué es esto que estoy tomando”.  

Finalmente, expresó que “cuando tomamos mate, lo que hacemos es vivir una experiencia; es decir, es todo el ritual y todo lo que sucede alrededor de esa mateada… transmitir eso al resto del mundo es un gran desafío”. 

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