Reapareció Cavallo: “Es un error que Macri quiera ser su propio ministro de Economía”

Compartí esta noticia !

El grabador está apagado. Pide un favor. “Quiero dejar en claro que el Gobierno tiene un capital humano muy valioso. Con alto grado técnico y, además, moral, de integridad. Pero muy inexperto, con poca experiencia”, advierte. “Lo único que quiero hacer con mis opiniones es colaborar. Por eso, les pido que miren un poco más la Historia y traten de aprender, rápido, a gobernar. Será un año clave para que terminen de conformar un equipo que se afiance en 2018 y logre resultados concretos en 2019”, aconseja.

Domingo Cavallo no es ingenuo. Sabe que sus palabras serán aceptadas en silencio o –al menos, públicamente– rechazadas. Pero nunca, ignoradas. Como Ministro de Economía, conoció cielo e infierno. Su ostracismo cumplió ya 15 años. A sus 70, ya sin vocación de retorno a la vida pública, mira las cosas desde otro lugar. Este mes, la editorial británica Routledge –especializada en textos académicos– habrá publicado “Las reformas económicas de la Argentina de los ’90, en una perspectiva contemporánea e histórica”, que escribió con su hija, Sonia Cavallo-Runde. Porque El Mingo, siempre, tiene algo para decir. Quien quiera oír, que oiga.

¿Cómo hizo para abordar hechos en los que usted fue protagonista?

Cuando decidí escribir el libro, revisé uno que había leído: la historia de la Segunda Guerra, narrada por (Winston) Churchill. Vi que él usó la primera persona toda vez que se refería a sí mismo. Decidí imitarlo. Examinando las evidencias que surgen de la información, de los datos. Pero incorporando las vivencias que sólo yo puedo tener porque estuve ahí.

¿No corrió el riesgo de que se convirtiera en un libro de memorias?

No, no es un libro de memorias. Es uno de historia económica. Que, de 1989 en adelante, se mezcla con testimonios. Pero no es una autobiografía. No me refiero a mi vida. Por supuesto, introduzco mucho análisis político, sociológico, ideológico, para explicar por qué se tomaron determinadas decisiones. Y quiénes estaban a favor y en contra, o qué intereses hubo que vencer. 

¿La investigación le permitió abordar algunos hechos desde otra perspectiva?

Me resultó muy interesante trazar paralelismos y diferencias con otros episodios. Hay muchas cosas de la historia argentina que ayudan a entender mejor lo que pasó en los últimos 25 años. Por ejemplo, la tendencia de muchos actores de la sociedad a sacarse de encima los problemas recurriendo al golpe inflacionario. Es algo reiterado desde mediados de los ’40. No antes. Porque, hasta entonces, el país había puesto mucho énfasis en aplicar políticas que significaran moneda sana. Cuidar la estabilidad monetaria, además de los precios. Pero, ya en la época de las guerras civiles, desde 1810 a 1852, hubo golpes inflacionarios como forma de resolver problemas de endeudamiento y de financiamiento.

¿Y pudo encontrar un punto de vista nuevo para situaciones que protagonizó?

Lo que me permitió fue entender mejor algunas cosas que, en el momento, no entendía bien. O no sabía bien por qué habían ocurrido. Por ejemplo, en 2001, la estrategia que decidí fue salir del tipo de cambio fijo, recién, una vez que hubiéramos terminado de reestructurar pasivos. Pero decidí hacerlo sin controles de cambio, ni restricción alguna al movimiento de capitales. Mirando referencias históricas, la Primera Guerra y la Gran Depresión de los ’30, los gobiernos de Victorino de la Plaza y el de (José Félix) Uriburu, con (Raúl) Prebisch de Secretario de Hacienda, impusieron controles de cambio cuando suspendieron sus regímenes de convertibilidad, que habían entrado en crisis por esos shocks externos. Eso demuestra que es muy difícil llevar adelante una reestructuración de pasivos y resolver una crisis financiera con completa libertad para el movimiento de capitales.

¿Y usted no hizo eso con el corralito?

Fue un sistema de control de cambios. Pero lo pusimos a destiempo. Y obligados por las circunstancias. Quizás, tendríamos que haber adoptado una medida de esa naturaleza más tempranamente. Antes de que se hubieran ido muchos capitales de la Argentina… Pero son reflexiones que uno puede hacer mirando episodios críticos con una perspectiva histórica. Es muy difícil advertirlo en ese momento. Además, poner controles de cambios es algo que todo ministro de Economía, siempre, trata de evitar.

Y, al final, usted tampoco pudo evitarlo.

Es que el golpe final a la convertibilidad lo dio Anne Krueger, en la última semana de noviembre de 2001. Declaró que lo primero que debía hacer un país que tenía que reestructurar su deuda era poner controles de cambio. Fue muy inoportuna: acentuó la corrida contra el sistema bancario. Mirando la experiencia argentina de 1914 y 1931, en esos momentos, no se produjo una fuerte devaluación ni se introdujo la inflación, como, lamentablemente, ocurrió en 2002. Porque, en esas otras salidas, se pusieron controles de cambio y se manejaron como un mecanismo transitorio.

¿Fue la única autocrítica que encontró?

Autocrítica… Esa palabra no me gusta porque uno hace lo mejor que cree que puede hacer en la circunstancia en la que le toca actuar. ¿Se podría haber hecho algo diferente? Sí. Por supuesto, siempre es fácil advertirlo con el diario del lunes. Pero sí: quizás, una suspensión de la convertibilidad y un control de cambios puesto más tempranamente, en mayo o junio, habría permitido llevar adelante la reestructuración y salir de la crisis financiera más fácilmente. Y, sobre todo, se habría evitado un descalabro como el que significó la pesificación compulsiva que adoptó Duhalde en enero de 2002. Que fue el verdadero desastre de la economía argentina.

¿Así define a los años posteriores a su salida del Ministerio de Economía?

Los 15 años siguientes, desde Duhalde hasta el final de Cristina Kirchner, fueron un ejemplo de lo que no debe hacerse en economía. Casi todas las decisiones que tomaron fueron a contramano de lo que habría sido razonable. Tuvieron la gran suerte de recibir términos de intercambio sumamente favorables, que nunca antes se habían dado en la historia argentina. Hasta 2013 tuvieron un viento de cola impresionante. Eso les permitió perpetuar políticas pésimas, que desalentaron la inversión. Introdujeron distorsiones que serían muy costosas en la economía. Llegaron a un gasto público imposible de sostener. Y, a su vez, con presión tributaria altísima e impuestos muy distorsivos. Con toda esa recaudación elevadísima, así y todo, tuvieron un déficit fiscal enorme.

¿Qué constantes identificó en la historia económica argentina?

La principal fue haber utilizado los golpes inflacionarios como forma de sacarse de arriba las deudas, tanto los gobiernos como las grandes corporaciones del sector privado. La persistencia de la inflación en la Argentina tiene que ver con esta idea de que los problemas de endeudamiento (público y privado) se resuelven con golpes inflacionarios.

¿Qué factores estructurales tiene la economía argentina para que ese problema sea recurrente?

Dos características predominaron durante muchas décadas en sus reglas de juego: el aislamiento internacional y su organización corporativa. Es decir, grupos organizados para modificar las reglas en su beneficio, en lugar de pensar en el bienestar general. Esto es típico de las economías en las que se combina el encerramiento con mucho intervencionismo del Estado. El intervencionismo no beneficia a los pobres. Es al revés: los que más poder tienen para influir en las intervenciones que hace el Estado son los más poderosos. El problema de la Argentina es de organización económica. Las más de las veces, las reglas de juego han sido malas. No permitieron conciliar el interés individual con el general. Y los políticos se transformaron en instrumentos de los poderes corporativos. Entonces, no nos transformamos en una democracia liberal, sino en un sistema corporativo, desde el punto de vista político. Y mucho más corporativo, desde un análisis económico.

Da la sensación de que es, también, lo que la gente prefiere votar.

La experiencia de los ’90, justamente, demuestra que eso no es así. En los ’90, todo el mundo amaba la estabilidad. Perdían elecciones quienes creaban dudas sobre la convertibilidad. Nadie pedía encerramiento de la economía. Las voces de los ultraproteccionistas fueron neutralizadas por el entendimiento de que convenía que hubiera más libertad de comercio. Porque, así, la gente tenía acceso a bienes de más calidad, a menor precio. Tuvimos la mala suerte de sufrir una crisis financiera.

Camino a la estabilidad 
La voz aguda, inconfundible. Sus ojos celestes siguen emanando ardor. Aunque de intensidad menguada por los años. Está sentado en su escritorio, en el primer piso de su bunker de calle Tagle. A su espalda, la ventana de vidrio opacado deja ver el temporal que, en un ensañado y violento azote de poco menos de una hora, dejó una postal de anegaciones, hojas y ramas caídas en Palermo.

Es lunes. Uno de los tres días que estará en Buenos Aires. Esa mañana, visitó la sede de un importante banco extranjero, donde dio una charla para los ejecutivos que vuelan más alto en la cúpula de su filial. Viene de Córdoba. Irá a los Estados Unidos, donde viven sus hijos –Alberto, Eduardo y Sonia; los tres, economistas– y él pasa varias semanas al año, dando clases en Harvard y Yale. Intenta cuidar sus declaraciones. Aunque, cada tanto, dice, lo sacan de contexto. Como cuando, en diciembre, afirmó en una entrevista radial que radicales y frepasistas “deberían haberle hecho un monumento” (sic), en vez de echarle la culpa por el derrumbe de su gobierno. Por eso, su canal más activo de comunicación con el mundo exterior son los posts que publica en su blog.

Sabe que su vida pública ya pasó el ocaso. Intentó volver en 2013, como candidato a diputado por Córdoba, su provincia. Sacó poco más del 1 por ciento en las PASO, insuficiente para acceder a las elecciones generales. “Me fue muy mal. Ahí, me equivoqué. No me di cuenta de que ya nadie estaba interesado en que yo volviera a la política”.

¿Qué lo impulsa a seguir opinando?

Cuando me preguntan, trato de contestar para que no quede, en la Historia, una versión falsa de la realidad. A veces, cometo algunos errores. Por ejemplo, utilizar expresiones que pueden ser fácilmente sacadas de contexto. En eso, no aprendí (se ríe). Cometí muchas veces esos errores. Pero, si para no repetirlos, dejara de escribir, de hablar… Lo que pasa es que hay mucha gente que, directamente, por prejuicio, no presta atención a lo que digo. Bueno, mala suerte. Pero no por eso me voy a inhibir de seguir dando mi opinión.

Pero, ¿por qué? Hay gente que no tuvo el mismo nivel de responsabilidad que usted y, sin embargo, se guarda mucho más. No se expone tanto.

Si uno tiene cola de paja, es muy timorato o la quiere pasar bien, independientemente de lo que pueda ser su contribución a resolver los problemas del país, lo entiendo. Pero no es mi caso. Nadie menciona que yo desmonté a una mafia. Una mafia que, de haber seguido desarrollándose, podría habernos llevado a una situación mucho peor a la que hoy tenemos en materia de seguridad. Obviamente, eso me significó un costo personal muy grande. Pero no me inhibió de hacer lo que creía. A los políticos timoratos, nadie los insultará. Pero tampoco transforman la realidad.

En la anterior entrevista que le hizo APERTURA, en 2013, dijo que quien asumiera en 2015 debería hacer lo mismo que el gobierno de Menem en 1991. ¿El de Macri lo está haciendo?

Se está moviendo en la misma dirección: hacia una economía de mercado, con menor intervencionismo, mayores grados de competencia, más estable… Lo único que, a mi gusto, se mueven muy lentamente. No demuestran una gran convicción, como la que yo tenía como Ministro de Economía. Tampoco demuestran haberse preparado lo suficiente como para saber, exactamente, qué hacer en cada una de las áreas de gobierno. Y el liderazgo político de Macri es distinto al que proveía Menem. Hay una diferencia fundamental. Menem sabía cómo manejarse con los sindicatos, con los dirigentes políticos, con los gobernadores. En materia de gestión, no se metía. Confiaba. Dejó que el equipo que yo lideraba organizara la parte económica. Él daba respaldo sin pretender ser quien decidiera todos los detalles.

Y Macri, en eso, es diferente.

Aparentemente, él quiere ser su propio ministro de Economía. Quien decida no sólo la gran política, sino, también, la gestión en temas muy concretos y complejos, que son los económicos. Para mí, es un error. No lo digo con ánimo de criticarlo. Pero creo que podría tener una gestión más eficaz si confiara en sus ministros. Que les diera poder. Pero cada uno tiene su estilo. Yo apuesto a que, a Macri, le vaya bien. Pero entiendo, también, que las circunstancias políticas son bastante diferentes.

¿Por qué?

La híper y la recesión de 1989 y 1990 les abrieron los ojos a los argentinos. Tenía que haber resultados concretos y rápidos. Y, una vez que los vio, la gente brindó mucho apoyo. Tuvimos mucho respaldo popular entre 1991 y 1994 para hacer las reformas. Macri, en cambio, se enfrenta con una población que fue engañada durante 14 años. Pero que no terminó de desengañarse.

Es que no hubo crisis…

Hay una crisis latente. Lo que no hubo fue explosión inflacionaria o hiperrecesión. Entonces, le resulta más difícil. Y, además, Macri tiene consejeros políticos que lo asesoraron bien para llegar a ser presidente pero, en materia de gestión, siguen pensando en la próxima campaña electoral. Y deberían estar mirando hacia 2019, a cómo llegarán la economía y la percepción que la gente tenga, de ella y de la gestión.

¿Es un gobierno con ideas económicas pero no con un plan o programa?

Bueno, cuando digo que no estaban lo suficientemente preparados, me refiero a eso. En general, no tienen un plan. Ahora, por las declaraciones que hizo (Nicolás) Dujovne, me parece que se insinúa que tendrán una visión más integral y con mucho énfasis en la parte fiscal. Pero, aunque tengan las ideas, cada vez, más claras, les va a resultar difícil presentarlas, explicarlas y tomar decisiones complejas, dado que estamos, de nuevo, en un clima electoral.

¿Qué pueden hacer, entonces?

Lo interesante sería que aprovechen este año, en el que no van a poder tomar decisiones muy trascendentes, para tener preparado ese plan que falta. Y lanzarlo, inmediatamente, después de las elecciones, cualquiera sea el resultado. Deben animarse a adoptar medidas difíciles pero pensando que, a dos años, la gente ya vea que hay una transformación muy positiva de la realidad.

¿Se puede hacer política económica en la Argentina sin un ministro de Economía?

Si el Presidente, el Jefe de Gabinete y sus ayudantes aciertan en proveer una buena coordinación, a lo mejor, sí. Yo creo que es un poco más difícil que si tuvieran un ministro de Economía con convicciones, en el cual el Presidente confíe. Y que tenga, además, gran capacidad de comunicación. A lo mejor, con una actitud un poco más humilde y menos confrontativa, Dujovne logra convencer a Macri, a Marcos Peña, a Quintana y a Lopetegui –incluso, a los otros miembros del equipo económico– de que sus ideas son las adecuadas. Probablemente, el problema de Prat-Gay era que él no tiene la paciencia de persuadir respecto a sus ideas. Tenía que explicárselas a Quintana, a Lopetegui, a Peña y, recién entonces, a Macri. Eso lo hacía sentir incómodo. Me parece que, por personalidad, Dujvone hace una mejor contribución al funcionamiento de este equipo que quiere Macri. Ojalá sea así.

¿Usted fue “superministro” por el contexto o porque es lo que, realmente, se necesita para ejercer el cargo?

El gobierno de Menem necesitaba a una persona que jugara ese rol. En su primer año y medio, había nombrado a muchos funcionarios que no conformaban un equipo. Y ninguno le explicaba, con una visión integral y coherente, cómo salir de la crisis. Como canciller, cada vez que me preguntaba sobre economía, le explicaba qué pasaba, lo que yo creía que ocurriría y por qué. Eso lo convenció de que yo tenía el diagnóstico correcto y el plan que se necesitaba. Entonces, me adquirió mucha confianza y me dio mucho poder. Prácticamente, me dejó que yo nombrara a todos los funcionarios que, hoy, son los siete u ocho ministros del área económica, que en aquel momento eran secretarías.

Macri no siente esa necesidad.

Ojalá tenga razón. Y pueda, con la Jefatura de Gabinete, proveer esa coordinación, esa coherencia y esa capacidad de comunicación que debe tener quien quiere transformar la realidad. Pero, si porque las encuestas dicen que la gente no quiere que haya privatizaciones, se inhibe de solucionar algo que se resuelve con una buena privatización, se pone una restricción importante.

Hace poco, usted declaró que Jaime Durán Barba está conduciendo a Macri por el mismo camino que a Jamil Mahuad, derrocado presidente ecuatoriano cuyo gabinete coordinaba Durán Barba.

Tengo miedo de que su influencia sobre Macri sea como la que tuvo sobre Mahuad en su etapa de gestión. Si Jamil Mahuad tuviera que volver a gobernar Ecuador, estoy seguro de que no seguiría los consejos de Durán Barba, que estaba muy pendiente de las encuestas. Y, cuando uno se enfrenta al riesgo de una crisis grande –en el caso de Ecuador, era tremenda–, postergar decisiones, pretender medidas en dosis pequeñas, termina empujando a un callejón sin salida. Eso le hizo perder el gobierno a Mahuad. Espero que no sea el caso de Macri. Aparentemente, le presta mucha atención a Durán Barba en términos de estrategia electoral. Espero que no en materia de gestión.

Peña es un discípulo de Durán Barba.

Marcos Peña es un muchacho joven. Y los jóvenes pueden aprender mucho y rápidamente de la propia experiencia. Por supuesto, sería bueno que aprendan, también, de la de los demás.

Por un lado, dice que Durán Barba lleva a Macri por el mismo camino que a Mahuad. Por otro, que la Argentina resuelve sus problemas financieros con shocks inflacionarios. No es un muy alentador.

Durán Barba le contó a Macri la historia de Mahuad de una manera muy diferente a cómo yo la interpreto. Le dijo que perdió el gobierno por hacerme caso a mí. Totalmente falso. El único momento en que tomó alguna decisión como la que yo le recomendaba fue cuando ya no tenía poder: la dolarización. Que no benefició a su gobierno, sino a los que lo sucedieron. Es cierto que Durán Barba ayudó mucho a Mahuad a ganar la elección. Como lo hizo con Macri. Ahora, mi interpretación es que sus consejos no lo ayudaron a tener éxito en el gobierno. La suya, en cambio, es que Mahuad perdió el gobierno porque hablaba por teléfono conmigo. A lo mejor, está convencido de lo que dice. Vaya a saber.

 

El artículo original fue publicado en la revista Apertura, en su número 278.

About The Author

Compartí esta noticia !

Categorías

Solverwp- WordPress Theme and Plugin