Fruits and Vegetables at City Market in Riga

Si no hay en góndola ¿podremos producir nuestros propios alimentos?

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Se desconoce normalmente, por parte del ciudadano promedio, cómo es que llegan los alimentos a las góndolas y mucho más se ignora todo aquello que hace a la producción en sí de esos alimentos. 

Este no saber no es estricta desidia, sino que constituye en realidad una de las patas fundacionales del modo de producción vigente. La enajenación es parte indisoluble de nuestra arquitectura cognitiva contemporánea. 

Se trata de la incapacidad de tomar contacto y control sobre el mundo que nos rodea, de percibir el ambiente circundante cual si se tratase de elementos fragmentarios que, por inconexos, dejan al individuo oprimido frente a circunstancias de las cuales depende para su sustento, y sobre las cuales no tiene capacidad de interacción. Así, lo que refiere por ejemplo a nuestros alimentos, se halla cubierto por un manto de aparente misterio en cuanto a su origen, dejando una percepción fetichista, condicionada e inconsciente. 

Nuestras sociedades complejas actuales, han venido a profundizar este fenómeno, de la mano de la especialización del conocimiento, entre otros factores, haciendo así que el saber esté circunscrito a quienes se dedican a las tareas específicas en cuestión e incluso éstos mismos, aún siendo parte de las labores productivas, tampoco quedan inmunes a la discapacidad ya que su alienación los priva de librarse de la enajenación colectiva. 

Los conceptos que exponemos aquí son los que, desde las ciencias sociales, se vienen estudiando hace décadas y que conforman lo que conocemos como “sociedades de consumo”. Complejos andamiajes de producción y reproducción de patrones de conducta que se transmiten de generación en generación, cultura mediante la que organizamos nuestros vínculos con otros seres humanos y con la naturaleza en general. 

Esta forma de organización que no es el patrimonio de la herencia biológica trae aparejada una multitud de contradicciones y conflictos para la humanidad y dentro de todos ellos, el que nos interesa aquí es lo que hace a nuestros alimentos. 

Seguro que en innumerables oportunidades usted habrá escuchado ideas tales como “los alimentos tienen venenos”, “lo que comemos tiene trazos de químicos cancerígenos”, “los transgénicos están en todo lo que comemos”, etc. Vemos la gravedad de tal situación y existen campañas que se ocupan de hacerle llegar a usted estas denuncias. Sin embargo, no consiguen activar nuestras alarmas y todo pasa a formar parte de otro elemento más que nos angustia, dado lo cual, para sobrellevar la existencia frente a cosas sobre las cuales, aparentemente, no podemos hacer nada simplemente elegimos insensibilizarnos y seguir con nuestras vidas, aun cuando paradójicamente, la misma se halle bajo amenaza.

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Lo central, como vemos, es este supuesto “no poder hacer nada”, que delata justamente la enajenación antes descrita y que consciente o inconscientemente delegamos a quien corresponda con criterio a la autoridad o responsabilidad pertinente. 

Una cruel “rueda de hamster” que gira al ritmo de nuestros insaciables deseos y aspiraciones individuales, todas ellas ligadas a la lógica no explícita de que cantidad de consumo es igual a calidad de vida. 

“Los alimentos no son saludables, y qué? ¿Qué podría hacer yo al respecto?” “La culpa es del gobierno corrupto que no controla!”, “Para eso yo trabajo y pago mis impuestos, no puedo estar en todo” son los comentarios más habituales al respecto. Pero nunca parece ser posible ir un poco más allá y detenernos, aunque más no sea un instante a reflexionar lo que nos pasa como individuos y como sociedad. 

La sociedad de consumo, y el capitalismo en general está en plena decadencia. La crisis energética y el cambio climático imponen, en este particular siglo XXI, nuevas condiciones para la permanencia como especie en el planeta y la enajenación ya no es sólo un constructo de esclavitud mental, sino que se trata de una traba objetiva para la simple disponibilidad del sustento.

En quienes esperamos nos resuelva y garantice los alimentos en las góndolas ya no podemos confiar. La escasez de gasoil y la sequía récord puso el reloj en cuenta regresiva al desabastecimiento total. Todos las variables implicadas señalan un rumbo inevitable hacia la hambruna planetaria. 

Aquí, el “no poder hacer nada” que nos condiciona a la impotencia estará en tensión como nunca antes se tengan registros. Cuando las tripas truenen en las más amplias mayorías, la salida difícilmente resulte ser constructiva y no violenta.

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Existe, sí un fenómeno muy poco estudiado al día de hoy, al que podemos definir como “éxodo urbano”. Personas que intuyen el devenir o que simplemente ya no soportan la insalubre vida urbana y se lanzan a una nueva vida en el campo. Muchos de ellos fracasan, pero otros consiguen prosperar siendo resilientes y modificando no solo los particulares hábitos consumistas, sino también haciendo nuevos senderos de aprendizaje hacia lo colectivo, lo democrático, lo solidario, lo cooperativo.

Nuevas formas no capitalistas de interacción que forman parte también de la aventura de producir sus propios alimentos. 

Así, estas prácticas contra hegemónicas se vienen materializando poco a poco y son verdaderas innovaciones en la lucha por una vida digna de ser vivida, más allá del consumismo y la superficialidad.

Al tomar contacto con la tierra y al permitir vivir la vida acompasados con los ritmos de la naturaleza, la enajenación termina, creando experiencias de configuraciones revolucionarias de sociedad. 

La Agricultura convencional ya está agotada y sólo puede garantizar inflación y góndolas más y más vacías. Una nueva humanidad, con el suficiente desapego a la decadencia que hoy colapsa, será quién guíe los derroteros de nuestra especie con voluntad de supervivencia y del buen vivir.

La normalidad viene siendo la escasez pero no para todos. Los hay quienes al confiar en la naturaleza, están experimentando la abundancia. Una de tipo diferente, más ligada a la plenitud, la paz, la alimentación saludable y la familia unida. Humanos en la vanguardia de un proceso de adaptación por el que indefectiblemente deberemos atravesar todos si lo que deseamos es una transición pacífica y no distópica frente al complejo y dramático devenir.

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