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Se viene un nuevo Brasil, representado por un nuevo capítulo en la vida política de Lula da Silva. Tras un ajustado triunfo en las urnas frente a Jair Bolsonaro y la máxima expresión derechista de América Latina, el Partido de los Trabajadores vuelve al poder, generando expectativas e incertidumbre. Con Lula a la cabeza, se viene un gran giro en la política regional. 

Brasil puso guiño y dobló a la izquierda 

Tan solo dos millones de votos aproximadamente terminaron por volcar la balanza política en las urnas brasileñas para consagrar a Lula da Silva como el nuevo presidente de su país, con el fin de cumplir su tercer mandato al mando del coloso sudamericano. Sin embargo, esa pequeña diferencia también denota otro agregado para intentar comenzar a comprender la futura gestión del PT en Brasil. Es justo decir que la mínima ventaja refleja una polarización ideológica absolutamente abrumadora en Brasil. También es correcto hablar de ideología y no solamente de política o economía, sino de formas de ver el mundo totalmente antagónicas. Allí está Brasil, en ese punto crítico, entre mitines de militantes bolsonaristas que piden la intervención militar y desacreditan la democracia, y la centroizquierda que asume el poder con sed de revanchismo político, luego de la operación del lawfare y la causa del Lava Jato. La diferencia es clara, y haciendo equilibrio en esa balanza deberá gobernar Lula da Silva. 

Esto deja a las claras que, al no tener una mayoría notoria dentro de los estamentos del Estado nacional, como así también en los Estados regionales y con calles verdaderamente convulsionadas, el mandatario entrante deberá generar alianzas para garantizar su gobernabilidad. 

Estos pactos tácitos del PT se explicitan a nivel interno y externo, desde lo partidario. De hecho, el vicepresidente de Lula, Geraldo Alckmin, podría ubicarse tranquilamente en la centroderecha. Sin embargo, el gran salto deberá darlo Lula para generar lazos diplomáticos con la oposición, con el fin de que se aprueben sus leyes y pueda consolidar un mito de gobierno, de lo contrario, será muy difícil sostener un país tan grande como Brasil, con semejante polarización ideológica en marcha. La muñeca política de Lula da Silva y su posición como un estratega de la vieja guardia, deberán ser la carta más importante en lo inmediato. 

Por otro lado, el mundo cambió drásticamente desde que Lula fue obligado a dejar la vida política, y el contexto internacional no es ni meramente parecido a lo que afrontó en sus dos mandatos anteriores. 

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Una guerra en Europa sacude a los mercados de todo el mundo todos los días, a tal punto que el mismo viejo continente está pasando por un proceso de empobrecimiento que no se había visto desde años de la reconstrucción post Segunda Guerra Mundial. En ese aspecto, Lula tiene un escenario que, dependiendo de su agenda pueda favorecer a Brasil, entendiendo el mercado abierto y emergente para la energía que necesita Europa. 

Paralelamente, otro aspecto globalista que cambió de manera rotunda es el posicionamiento de la hegemonía internacional de los países. Está a la vista que Estados Unidos no es la única nación dominante en el mundo, y que grandes países como Rusia, China e India, disputan la fragmentación del poder. 

De hecho, el caso de Brasil es interesante, ya que forma parte del BRICS, en donde comparte este bloque justamente con Moscú, Pekín y Nueva Delhi. La multipolaridad está a la orden del día, y es evidente que se puede hablar de un “cielo de tres”. 

En términos generales, una tarea ardua que enfrentará Lula da Silva es la reconstrucción de lazos estratégicos de política exterior que Bolsonaro se encargó de poner en tensión. No es casualidad que desde la Unión Europea siguieran muy de cerca estas elecciones, y es claro que ven a Brasil bajo el mando de Lula da Silva como un aliado importante. 

Más allá de la cuestión económica que pesa y es inmediata, la política ambiental también es un foco de interés desde los 27 miembros con Brasilia. De hecho, Emmanuel Macron, presidente de Francia, tuvo fuertes encontronazos con el bolsonarismo por el destrato del Amazonas, la tala y la quema indiscriminada y la falta de acción del Estado ante hechos verdaderamente fatídicos a nivel ambiental en el pulmón verde del mundo. 

A pesar de la presencia de Brasil en el BRICS y de la cercanía con las potencias orientales, Estados Unidos también ve con buenos ojos el futuro de Brasil con Lula. Esta es una cuestión estratégica: Washington entiende que el vecino país es un escenario de disputa de poder con China, Rusia e India. Toda Sudamérica forma parte de este ajedrez geopolítico, pero Brasil, por su poderío económico es el punto que mayor interés genera a las potencias. Por otra parte, Estados Unidos se encuentra a la vuelta de la esquina de una nueva elección legislativa, en donde el bipartidismo vuelve a decir presente. Ante esto, los demócratas llevaron adelante un intento de generación de alianzas débiles, laxas y hasta simbólicas en diversas zonas del mundo, como por ejemplo Taiwán. 

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Aquí, la ecuación es simple: si Trump apoya a Bolsonaro, Biden apoya a Lula. Fue el máximo mandatario estadounidense, una de los primeros líderes en saludar y felicitar a da Silva por su triunfo en las urnas. 

Volviendo a Sudamérica, el mapa geopolítico y de alianzas estratégicas cambió 180 grados. Hoy en día, la región tiene una presencia de la centroizquierda y el progresismo que es dominante,  y solo Ecuador, Uruguay y Paraguay mantienen gobiernos derechistas, con distintos matices, pero que pueden ser ubicados en esa zona de la brújula política. Entendiendo el dinamismo del bloque regional sudamericano con esta nueva postura en Brasil, es posible afirmar que la derrota de Bolsonaro, fue la derrota de la derecha en toda América Latina y su paulatino retiro de la escena política. 

No significa que la derecha no vuelva, pero si denota un hartazgo en las formas de gobernar, un entramado discursivo que es agresivo y autoritario, pareciera estar afuera de los intereses latinoamericanos, por el momento. Asimismo, quien gobierne a Brasil, tiene la botonera política de América Latina, por lo que significa este país de manera integral, por ende, la derrota de Bolsonaro fue la derrota de la derecha latinoamericana.  

Argentina, por su parte, espera la reconstrucción diplomática que el bolsonarismo se encargó de distanciar con el peronismo. Hoy los colores ideológicos son símiles, de alguna manera. Ante esto, es imprescindible contar con un aliado comercial como Brasil. Y aquí, también ingresan las visiones de la provincia de Misiones. Prácticamente, la mitad de la frontera de la tierra colorada es con Brasil, y allí, la realidad económica del vecino país, afecta la relación del misionero de frontera. Lo que suceda con el real es fundamental para el turismo en suelo provincial, pero también para el comercio pequeño, para el vecino fronterizo que cruza hacia Brasil para comprar algún bien y viceversa. Esta situación es clave para comprender el devenir de la mitad de Misiones, prácticamente. 

Ganó Lula, perdió Bolsonaro y el mundo espera por el futuro del gigante sudamericano.

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