¿Somos los gobiernos que tenemos?

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El Covid-19 hizo honor a su nomenclatura científica de virus arrasador, y no dejó ámbito, región o territorio donde no se hubiera colado sin permiso. Los Gobiernos del mundo se pararon frente al fenómeno de manera distinta, y sus decisiones condujeron a sus gobernados a puertos disímiles: esperanza o muerte. Pero, ¿hasta dónde esas decisiones fueron más o menos soberanas, o tiránicas? 

“El repollo es una planta comestible de la familia de las “brasicáceas”, y una herbácea bienal, cultivada como anual, cuyas hojas lisas forman un característico cogollo compacto”, dice la definición que encontré en un conocido motor de búsqueda. Lo traigo a cuento porque a menudo me pregunté el origen de esa frase popular que dice “los políticos no salen de un repollo”. El autor de la frase debería saber quizá que en verdad esta planta tiene una “duración indefinida si no se corta ni extrae de su tallo, puede durar años y seguir creciendo”, según sigue diciendo el buscador al cual todos acudimos para desentrañar “definiciones legítimas”. O sea, parece adecuadamente aplicado a la política y sus vaivenes. Pero eso es otro tema. 

Aquí el dato alegórico sirve para decir que como ciudadanos ponemos al frente de decisiones soberanas a quienes son nada más y nada menos que el resultado de la sociedad en la que vivimos. Repito, ni más ni menos. Es cierto, no salen de un repollo. ¿O sí? 

El caso Dondald Trump en los Estados Unidos y el de su par Jair Bolsonaro, en Brasil, ponen al desnudo una dialéctica efervescente surgida sin más por los efectos de la pandemia global: ¿deciden o no desde el poder que sus votantes le confirieron?. O mejor dicho, ¿sus decisiones representan a la comunidad que los puso en el poder? O se escindieron? 

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Trump llega a la presidencia del país más poderoso del mundo con el 51,2% de los votos electorales, contra el 34,2% de su contrincante, Hillary Clinton (recordemos que los votos nominales habían favorecido a la demócrata); Bolsonaro por su parte logra en segunda vuelta la primera magistratura del “gigante” de América Latina con el 55,13% de los votos. Sin dudas, no salieron de un repollo. La llegada de ambos al poder es el resultado de democracias fuertes, con mayor razón en el país del Norte, que consolidó a través de la historia un verdadero modelo representativo. 

Las democracias hablaron, de esto no quedan dudas. Pero… ¿y el rumbo? ¿Es el que las mayorías que dieron el voto defienden? ¿Se equivoca el gobernante, que se escinde de la voluntad soberana que lo ungió o es el soberano que “eligió mal”? (como habitualmente escuchamos en las charlas de entre casa o de café). Este razonamiento puede parecer inocente y cándido, pero no pocas veces el devenir de los acontecimientos fueron poniendo al descubierto maniobras que los especialistas definirían de absoluta proyección psicológica: “yo o el caos”, yo la suma del poder que decide el camino correcto, los que acompañan se suben al triunfo, los que no, al fracaso 

y la derrota. Así, las más tiránicas decisiones suelen venir disfrazadas de beneficio popular. Las violentas protestas registradas casi al unísono en Brasil y Estados Unidos ponen a las claras esa dolorosa fractura entre los gobernantes y los gobernados. 

Aquí en la Argentina no faltaron las opiniones sobre si está bien o mal la extensión de la ya retrógrada cuarentena. Los setenta días de “parate” afilaron las esgrimas: desde la economía, “hay que abrir”. Desde lo sanitario, “hay que cuidar lo conseguido hasta acá”; como si fueran escenarios estancos. Otra vez, la alegoría del repollo: si se está de acuerdo, adhesión; si no, “estos de dónde salieron”. 

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Los coletazos de una pandemia imborrable para los archivos de todas las memorias humanas y artificiales, no hizo más que resquebrajar todo lo seguro que teníamos. “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”, dijo Mario Benedetti. Nada es seguro, ni siquiera dejar de abrazar y lavarse las manos. De ahí, en escala ascendente: las decisiones de los Gobiernos también se ponen en duda, y es natural ante lo desconocido. Nada es seguro. Es oscilante. Pero a niveles de responsabilidad de Gobierno, las oscilaciones tienen el imperativo de ser mínimas. No hay chance para los devaneos. La hora exige posturas soberanas, concluyentes, abarcadoras. Magnánimas (del latín: magnus animus: alma grande). 

La dirigencia no sale de un repollo, aunque este sea un vegetal que según indican sus características “sobrevive al paso del tiempo y se robustece cada dos años”. Más allá de los calendarios que la política traza aquí y en cualquier parte del mundo, la sociedad espera decisiones que miren el conjunto sin más horizonte que el bien común, sin banderas ni religiones, territorios o repollos. El virus del 2.020 no los tiene.

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