CAPITALISMO

Milei desde Miami: “Vamos a hacer Argentina y América Great Again” con “un gran consenso capitalista”

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El presidente Javier Milei expuso hoy en el American Business Forum en Miami, donde agradeció a su “amigo” Donald Trump y aseguró: “Absolutamente que vamos a hacer Argentina y América Great Again. Y no se dejen intimidar por algunos resultados locales”.

En un discurso con fuerte tono ideológico, el mandatario convocó a formar “un gran consenso capitalista en Argentina” y una “gran coalición del crecimiento”

Milei dedicó la mayor parte de su intervención a una defensa moral del capitalismo, criticando la intervención estatal. Afirmó que el Estado se expande bajo la excusa de la “justicia social” hasta llegar al “control total”, es decir, el “comunismo”. “El capitalismo no es mal alguno, sino que es la forma que toma la verdadera justicia en este mundo”, sentenció.

Sostuvo que el sistema capitalista “no solo es más productivo, sino que es el único que está de mano de la moral y de la ética, no como el sistema asesino de ellos“.

El presidente celebró la “victoria histórica en las elecciones legislativas” , asegurando que “dos de cada tres argentinos no quieren volver al pasado, ya no quieren más socialismo del siglo XXI, ya se dieron cuenta de la mentira”.

Culpó a la oposición por los “meses muy duros” previos. Denunciando un “golpe económico que la oposición intentó llevar a cabo desde el congreso” que “ralentizó” la economía.

En esa línea, Milei destacó la reacción del mercado tras los comicios: “El mercado argentino, tuvo su mayor suba histórica en un día, su mayor suba histórica en una semana y sigue subiendo” , y el riesgo país bajó “más de 400 puntos”.

Atribuyó la volatilidad previa al “riesgo kuka, o sea el riesgo kirchnerista, o sea el riesgo del socialismo”. Y mencionó que el socialismo “en algún lugar de la costa Este ha entrado. Se disfrazan de corderos y son peor que el peor de los rapaces lobos”.

Milei afirmó que su plan de estabilización tuvo “consenso social, sí, pero sin consenso político”.

“Tenemos la vocación de alinear a todos los actores pro-capitalistas del país que representan al menos dos tercios de nuestra sociedad”, remarcó.

Anunció que a partir de diciembre tendrán “el congreso más reformista de la historia argentina”. Asegurando que ya cuentan “con el tercio necesario para sostener nuestros decretos y vetos”. Y que buscarán mayoría para una “modernización laboral” , “baja de impuestos” y reformas penales. “En Argentina, el que las hace, las paga”.

Finalmente, el presidente agradeció a la administración Trump “por haber alcanzado un acuerdo por la cuota de carne argentina, cuatro veces superior al anterior”. Y cerró su discurso con las arengas: “¡Viva la libertad carajo! ¡Make America Great Again!”.

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Obsolescencia programada ¿Cuánto te afecta?

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Hoy, en el sistema educativo de Argentina, existen escasos medios que preparen realmente a los alumnos para el futuro inminente. En un 2025 signado por la decreciente tasa de retorno energético, dónde cada vez cuesta más y más extraer los pocos recursos que quedan en el planeta, lo normal es desconocer los procesos que nos llevaron a padecer la coyuntura que esto genera.

Los factores que nos llevaron a este punto son innumerables y casi infinitamente complejos. El que hoy nos convoca es uno de los más infravalorados: La obsolescencia programada es, en esencia, una herramienta que le permite a las empresas garantizar la sostenibilidad de su negocio limitando la vida útil de sus productos. Claro que, dicha sostenibilidad es, de mínima, cuestionable, debido a que, los recursos naturales necesarios para elaborar sus productos se acaban a un ritmo que aumenta a cada segundo.

Si el dinero “lo compra todo”: la felicidad, la paz, seguridad y placer ¿Por qué cuestionar las herramientas que sostienen al capitalismo? Es decir, es fácil deducir que, si se fabrica un producto y este fuera tan bueno que nadie necesite comprarlo más de una vez, llegará el día en que el mercado se acabe, llegará el día en que nadie vuelva a comprarlo. Por lo tanto, habrás generado un gran bien a la comunidad, pero no a la economía del fabricante, por lo tanto, su emprendimiento estaría condenado antes de empezar. ¿O no?

Para cuestionar esa afirmación, debemos volver un poco en el tiempo, alrededor de un siglo.

A pesar de que este fenómeno, que vemos reflejado en casi todo objeto que poseemos hoy en día, pareciera haber existido siempre, la verdad es que tiene apenas un siglo de historia. Entre la primera y segunda guerra mundial, la industria estadounidense quedó con exceso de capacidad: Europa no podía comprar tras la crisis del ’29 y el capital fijo ya estaba montado para producir en masa. La jugada fue convertir el hogar en mercado. Con la electrificación avanzando y los motores pequeños abaratados por el fordismo, se “miniaturizaron” funciones industriales y se las vendió como modernidad, higiene y estatus: aspiradoras, licuadoras, máquinas de coser, heladeras, entre muchos otros. La publicidad y el crédito al consumo hicieron el resto: No era solo vender aparatos, era fabricar la necesidad de tenerlos y renovarlos.

Para sostener el negocio en el tiempo se consolidaron dos llaves. La obsolescencia programada: limitar la vida útil o reparabilidad (piezas selladas, repuestos caros o escasos, estándares que cambian), con casos históricos como el cártel Phoebus que acortó la vida útil de las bombillas eléctricas o focos. Y la obsolescencia percibida: generar el estatus de “viejo” en algo que aún funciona, acelerando modas, colores y diseños, lanzando “nuevos modelos” con cambios cosméticos, creando ecosistemas y accesorios incompatibles, y campañas que asocian lo último con prestigio y eficiencia. Una te rompe el aparato; la otra te rompe la paciencia. Juntas, garantizan rotación constante, aunque la necesidad real no haya cambiado.

Pero ¿Cómo era antes?

Antes de las eficientes cadenas de montaje y la romantizacion del consumo, existía lo que hoy conocemos como artesanos. El prestigio de un artesano no está necesariamente en la cantidad que pueda producir, sino en la calidad de su trabajo: Si Fulano ve que el trabajo que hizo Mengano al transformar un árbol resistente en una mesa para su familia fue bueno, entonces se lo recomendará a Sultano y Mengano tendrá cada vez más clientes en su pueblo. El día que Mengano haga una mesa para cada uno de los hipotéticos 700 habitantes de su diminuto pueblo, habrán pasado tantos años que éstas, por más resistentes que sean, se habrán desgastado y necesitarán reposición. Pero claro, esto no es aplicable a escala, ni mucho menos a los ritmos y dinámicas que supone el actual modelo de consumo. Ni hablar de si ahora Fulano y Sultano decidieran hacerle competencia al artesano mediante tutoriales de YouTube.

Más allá de la simplificada explicación, en esencia, estos mecanismos de aprovechamiento de materia prima para su posterior transformación en objetos de corta vida útil, no habla de un problema más, sino del más crudo reflejo de la inconsciente avaricia del ser humano. Siendo que aun sabiendo los grandes empresarios y magnates que sus acciones harán imposible que su descendencia goce de sus mismos privilegios, continúan la depredación desmedida de recursos y energía. Esto es simple termodinámica. Entonces, su único propósito es su propio e individual beneficio, a costa de la vida del resto de la población.

Luego, por debajo, el otro 99% de la humanidad, consumiendo una y otra vez la idea de que somos todos el 1%, que somos reyes con potestad absoluta, porque podemos comer carne, porque nos bañamos con agua caliente, porque nos vestimos de tela traída de otro continente, sin entender que esas son comodidades mínimas (de las que ni siquiera goza todo ese 99%) en comparación con el despilfarro de la elite capitalista. Mientras sigamos consumiendo esta idea, tal y como si se tratara de una suscripción a un servicio de streaming o de internet, seguiremos siendo engranajes de la máquina come mundos, cuyo timón llevan personas que viven en un termo. 

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En busca de la mano invisible

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Escribe Oren Cass / F&D FMI – El capitalismo de Adam Smith exige restricciones a los mercados, no una fe ciega en ellos.

La prosa seca del economista académico suele beneficiarse de una metáfora evocadora. Pero a todos nos iría mejor si Adam Smith se hubiera saltado la parte sobre “la mano invisible”. Quiso decir poco, o nada, con ello: usó el término sólo una vez en los dos volúmenes completos de La riqueza de las naciones, como lo había hecho una sola vez, en un contexto completamente diferente, en La teoría de los sentimientos morales.

Pero en la segunda mitad del siglo XX, los economistas construyeron toda una visión del mundo a su alrededor, engendrando la suposición infundada de que, en palabras de Pat Toomey, un ex senador estadounidense, “el capitalismo no es más que libertad económica”, que, si no se atiende, simplemente funciona. Al igual que el personaje de dibujos animados Wile E. Coyote, avanzaron con planes que carecían de cualquier medio de apoyo. Excepto que no fueron los economistas los que cayeron al fondo del barranco cuando se descubrió su locura, fue el ciudadano promedio.

La comprensión del término requiere primero visitarla en su hábitat natural: “Al preferir el apoyo de la industria nacional al de la extranjera, sólo pretende su propia seguridad”, escribió Smith, “y al dirigir esa industria de tal manera que su producto pueda ser del mayor valor, sólo pretende su propia ganancia, y está en esto, como en muchos otros casos, guiado por una mano invisible para promover un fin que no formaba parte de su intención”. La mano invisible no se refería a una fuerza mágica, sino a la preferencia por la industria doméstica y a la determinación de dirigir la industria hacia los productos del mayor valor.

Y así, durante la mayor parte de su historia, la mano invisible recibió precisamente la poca atención que merecía. Pero si se deja “guiado por una mano invisible” en Google Ngram, se traza la frecuencia con la que aparece en todos los libros en inglés desde 1800, y justo después de la Segunda Guerra Mundial la frase comienza una marcha inexorable hacia arriba. Decididos a defender el capitalismo democrático del entusiasmo por la planificación central del comunismo, economistas como Paul Samuelson y Friedrich Hayek adoptaron la metáfora de Smith y la colocaron en el centro de la lógica de su libre mercado.

Fe ciega

Jonathan Schlefer, editor durante mucho tiempo de la revista Technology Review del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ha mostrado cómo la Economía de Samuelson, publicada por primera vez en 1948 y el principal libro de texto de la disciplina durante décadas, convirtió esta modesta idea en una declaración de fe ciega y la colocó en el centro de la historia del economista.s visión del mundo. Los alumnos aprendieron que Smith había escrito: “Él sólo tiene la intención de su propia seguridad, sólo de su propio beneficio. Y en esto es guiado por una mano invisible para promover un fin que no formaba parte de su intención”. Ni siquiera una elipse.

Hayek elevó el principio a una religión, profesando la “fe” en “fuerzas espontáneas”. Se enorgullecía de “suponer que, especialmente en el campo económico, las fuerzas autorreguladoras del mercado producirán de alguna manera los ajustes necesarios a las nuevas condiciones, aunque nadie puede predecir cómo”. En la década de 1990, la historiadora económica Amity Shlaes pudo escribir en el New York Times que Adam Smith había creado la “poderosa imagen” de la “mano invisible”, la mano del libre comercio que trae orden mágico y armonía a nuestras vidas. Lo que había sido una descripción de las condiciones bajo las cuales los mercados pueden promover el bien común se convirtió en una afirmación de que, independientemente de las condiciones, milagrosa y automáticamente lo harían.

Sin embargo, si se liberan las condiciones de Smith, la lógica se desmorona inmediatamente en la teoría y, de hecho, se ha derrumbado en la práctica. Si el trabajo duro, intensivo en capital y mano de obra de la extracción de recursos naturales, la práctica de la agricultura, la construcción de infraestructuras y la fabricación de productos ofrece el mejor rendimiento del capital, los empresarios que persiguen su interés privado promoverán el bien común. Si esas actividades ofrecen consistentemente un perfil de inversión menos atractivo que tratar de construir una aplicación unicornio basada en la nube que podría escalar a millones de usuarios en un año o dos con solo unos pocos empleados, el capitalismo puede generar un facsímil de crecimiento del PIB, pero no funcionará en el sentido que Smith describió y que una nación requiere.El capitalismo puede funcionar, pero sólo con restricciones que garanticen que el patrón de comercio resultante sea realmente mutuamente beneficioso. 

Decadencia nacional

Si el crecimiento y la expansión de los márgenes dependen de la inversión en una mayor productividad de los trabajadores, se producirá innovación, aumentarán los salarios y se extenderá la prosperidad. Pero si las empresas pueden aumentar más fácilmente las ventas y al mismo tiempo reducir los costos mediante la deslocalización de la producción a mano de obra extranjera o la introducción de esa mano de obra en Estados Unidos para “trabajos que los estadounidenses no harán”, el capitalismo no funcionará. Si los mejores talentos empresariales descubren que pueden ganar más dinero negociando montones de activos en círculos que haciendo inversiones productivas en la economía real, el capitalismo no funcionará. El mercado entregará las ganancias, como ha aprendido Estados Unidos, pero también la decadencia nacional.

Presione a los economistas sobre cómo pueden estar seguros de que el capitalismo traerá prosperidad bajo la globalización, y la cuenta se desvanece suavemente en el vacío. Sin duda, el capitalismo puede funcionar, pero sólo con restricciones que garanticen que el patrón de comercio resultante sea realmente mutuamente beneficioso. ¿Cómo se beneficia el trabajador de Ohio cuando un inversor local traslada capital a Shenzhen en busca de un mayor rendimiento? Hayek prometió que “algún equilibrio necesario, entre la demanda y la oferta, entre las exportaciones y las importaciones, o cosas por el estilo, se logrará sin un control deliberado”. El déficit comercial de un billón de dólares de EE.UU. difiere.

La reductio ad absurdum de la mano invisible imaginaria es la confianza proyectada desde Wall Street de que la metástasis de la financiarización de la economía debe ser buena para la nación, porque así es como la gente está eligiendo perseguir la ganancia. Por ejemplo, los profesores de la Universidad de Chicago Todd Henderson y Steven Kaplan han argumentado en el Wall Street Journal que las inversiones de capital privado generan un “enorme valor social” basándose únicamente en el hecho de que logran rendimientos brutos superiores a los promedios del mercado. Pero no hay ninguna teoría o evidencia real en economía que respalde la idea de que las estrategias que ofrecen los rendimientos más altos a los fondos de compra apalancados tengan alguna correlación con las formas de inversión que mejor, en palabras de Smith, “promueven el interés público”.

Fundamentalismo de mercado

A diferencia del fundamentalismo de mercado fomentado por un malentendido de la mano invisible, el pensamiento real de Smith proporciona una guía bastante útil para los responsables políticos contemporáneos. ¿Cómo podemos crear una preferencia por “el apoyo de la industria nacional al de la industria extranjera” y asegurar que “la dirección… la industria de tal manera que su producto sea del mayor valor” es el camino hacia la mayor ganancia? Esas condiciones, junto con la “libertad”, son los prerrequisitos para un sistema capitalista que funcione bien.

Alentadoramente, la creciente popularidad de la mano invisible en Google Ngram se detiene abruptamente en 2014-15 y luego comienza una caída igualmente pronunciada. Resulta que esos años fueron aquellos en los que David Autor y sus colegas publicaron su investigación “China Shock” y Anne Case y Angus Deaton llamaron la atención sobre el calamitoso aumento de las “muertes por desesperación”. Al año siguiente, el Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea y Estados Unidos eligió a Donald Trump como presidente. Como si se tratara de una mano invisible, nuestros sistemas políticos responden al fracaso y crean la oportunidad de enmendarse.

La economía moderna se construyó sobre las ideas explicitadas por Adam Smith en su obra del siglo XVIII La riqueza de las naciones. Pero aunque usó el término solo una vez en ese voluminoso tratado económico, Smith es más recordado por “la mano invisible”, una metáfora que, según Oren Cass, se ha asociado erróneamente con la idea de que los mercados se autocorrigen mágicamente. Cass es el fundador y economista jefe de American Compass. En este podcast, dice que la contorsión de la idea de Smith llevó a una fe ciega en los mercados, mientras que “la mano invisible” en realidad se trataba de garantizar la alineación entre el beneficio privado y el interés público.

Oren Cass

OREN CASS fundador y economista jefe de American Compass, un grupo de expertos.

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La máscara del capitalismo

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El sistema socioeconómico del capitalismo imperante en nuestros días tuvo un comienzo, un objetivo y por supuesto, un aparato ideológico que legitimó y legitima sus prácticas para que todos naturalicemos vivir bajo sus reglas en un espacio de “oportunidades laborales y crecimiento económico”. Pero ¿Cómo surgió el capitalismo? ¿Cuál es la mercancía que se posiciona como el capital reinante? ¿Cómo funciona el enmascaramiento de sus debilidades para erigirse como el modelo imperante en Occidente? Vayamos desde el principio.

El sistema capitalista surge en los últimos siglos de la Edad Media como consecuencia de las prácticas comerciales de una nueva clase social que se fortalece ante la caída de un feudalismo que se resquebrajaba. En la periferia de esos feudos  donde el siervo era explotado por el señor feudal, un nuevo movimiento de libre comercio comenzaba. Esas pequeñas organizaciones sociales recibían el nombre de burgos y de aquí el nombre de su nueva élite: la burguesía.

Mercaderes y artesanos ya no estaban sujetos a la presión tributaria feudal y pronto comenzaron (con ayuda del mercantilismo y la expansión europea a “nuevas tierras”) a concentrar dinero y por lo tanto, poder. Esta es justamente la mercancía reinante en este sistema: el dinero. A través de él se establece una red de relaciones donde la clase dominante se adjudica los medios de producción, el libre comercio y la posibilidad de oprimir a una clase desprovista de este poder que solo puede ofrecer su fuerza de trabajo para compensar la negociación.

Quizás haya sido el filósofo, periodista y economista alemán Karl Marx (1818 – 1883) quien más haya dirigido su mirada crítica a este sistema e, independientemente a comulgar con todas o algunas de sus ideas, no se puede negar que nos ha legado algunas líneas interesantes a través de su análisis. 

La  sociedad capitalista se divide en tres estructuras: una infraestructura en donde la clase dueña de los medios de producción sofoca a una que solo puede brindar su fuerza de trabajo; una estructura donde todos consumimos y somos compradores de las mismas mercancías que muchas veces nosotros producimos con nuestro trabajo, pero a valor de mercado; y una súper estructura compuesta por todo un aparato ideológico que va a sostener con argumentos y líneas de acción intencionadas la legitimidad del modelo. Esa es la máscara más elaborada de un sistema que va a posicionar al trabajo como posibilidad de un hombre que se hace “digno” con él, porque necesita que el trabajador encuentre un sustento virtuoso en la acción que realiza para poder ocultar la desigualdad entre los que producen y sobreviven y los que venden y engordan.

Marx escribe en su capítulo 24 de “El Capital” de 1867, que la fuente  económica originaria del capitalismo europeo ha sido el saqueo. Dice Marx: “En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más(…).Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza, los segundos acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja. De este pecado original arranca la pobreza de la gran masa que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí misma y la riqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, el esclavizamiento, el robo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce Economía política ha reinado siempre el idilio

Las únicas fuentes de riqueza han sido desde el primer momento el derecho y el «trabajo», exceptuando siempre, naturalmente, «el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulación originaria fueron cualquier cosa menos idílicos.

Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como tampoco lo son los medios de producción ni los artículos de consumo. Hay que convertirlos en capital.

¿Cómo se sostiene esta conversión? A través de un sistema o aparato ideológico que conforma la súper estructura. La educación, la filosofía, la religión, etc; son solo los hilos de la máscara que sostiene un sueño de posibilidades en un suelo donde solo ha existido lodo y sangre, expropiación y opresión. No hay nada más peligroso para un esclavo que convertir en virtud el agradar al amo, porque eso arrastra como consecuencia la anulación de una mirada crítica ante el yugo al que está  sometido.Recuerdo a una alumna de un profesorado decirme alguna vez: “Profe, el capitalismo tiene defectos pero no hay nada fuera de él”. Misión cumplida, el sistema sonríe tras la máscara.

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Consumismo: Una nueva escala de valores

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El liberalismo ha implantado en la sociedad mundial la política del consumismo que le reporta grandes dividendos en una dimensión no imaginada por sus promotores con tal efecto, que hoy, no es concebible una sociedad donde, desde las paupérrimos habitantes de la sábana Africana a los opulentos de EE.UU. y Europa que no estén atentos al lanzamiento de nuevos productos que imaginan que les reportará un mayor confort.
En ese sentido, se ha implantado una cultura que valoriza lo que podríamos denominar “chiches tecnológicos”:Televisores cada vez de mayor dimensión de pantalla y nitidez de imagen; heladeras con temperaturas reguladas para cada tipo de alimentos y donde no hace falta abrir la puerta para servirse de un vaso de agua helada que es suministrada por una canilla lateral; lavarropas programables
donde dejar la ropa e irse al trabajo o de compras para volver horas después y encontrar toda la tarea realizada; computadoras, que además de su función normal, se puede ver la película que uno desea o escuchar la música de su preferencia; fabulosos teléfonos digitales que realizan las funciones propias de establecer una comunicación, más el agregado de TV, GPS, cámara fotográfica, radio, reproductor de MP3, linterna, etc., y así, a cada “chiche” que no ha impuesto el consumismo, las modificaciones que le imprimen a los mismos, hace que lo que hemos adquirido se vuelvan anticuados en los próximos seis meses, incitando nuestra egolatría a adquirir lo nuevo de este mercado.
Esta cultura del consumismo que aspira a que accedamos a una vida más confortable, ¿en qué consiste?. Muchas de ellas en evitarnos las tareas físicas que conllevan lavar platos, enjuagar ropas, no visitar personalmente y chatear o hablar por celular con la persona del piso de abajo y en fin, cualquier tarea que nos signifique esfuerzo, lo que tiene como consecuencia el desarrollo de un cuerpo que va perdiendo tonicidad y energía con tendencia a engordar y un apego al sedentarismo. Para contrarrestar estos efectos perniciosos, nos imponen una dieta rigurosa supervisada por un nutricionista y concurrir a un gimnasio o hacer largas caminatas según la recomendación de un médico, contingencias que hubiéramos evitado realizando aquellas tareas menos “confortables”.
Esta extendida cultura de valorizar los “chiches tecnológicos” y que hacen más “confortable” nuestra vida, nos plantea un interrogante existencial que nos induce a preguntarnos ¿qué calidad de valor tiene el “confort”?. Aquí se nos abre un abanico de posibilidades en la que podemos destacar que el “confort” tiene un valor económico, pues tras él, se moviliza una serie de  industrias, en general dirigidas por multinacionales que por medio de un márketing bien planificado nos inducen a la adquisición, apenas aparece un nuevo “chiche”. Que sucede, ¿hay un trastocamiento de la escala de valores tradicional en beneficio del “confort”?.
La justicia, el bien, la religiosidad, la belleza, la ética, etc., ¿ han sido relegadas en la jerarquía de los valores por el entronizado de estos nuevos valores fundados en lo placentero y confortable ?. Dentro de este esquema, en pautas promovidas por el consumismo, nos inducen a creer que es más plebeya una familia que tiene un TV de 21” que una que tiene TV plasma de 32”, introduciéndonos en una vorágine competidora por comprar lo más nuevo que ofrece el mercado.
Pero el consumismo abarca otras áreas de la esfera del ser humano en la que podemos destacar el de la alimentación donde aparecen otros “chiches” que promovidos por un consumismo inducido, hacen que nuestras preferencias alimentarias se deriven a la adquisición de alimentos “saludables” en forma de galletitas o snaks con fibras, proteínas, todas las gamas de vitaminas y minerales, con agregados probióticos y otros enseres que, en atractivos envases, le dan una cualidad de nutrición científica a lo que consumíamos tradicionalmente con el nombre de leche, pan integral y miel, pero con precios que centuplican el valor de la materia prima que lo componen.
Se hace evidente, por los resultados, que estamos perdiendo la batalla que prioriza los resultados por la obtención de valores materiales por sobre la sensatez, el equilibrio, lo equitativo, y otros valores de carácter espiritual que han tenido primacía en los momentos más gloriosos de la historia de la humanidad. Si cambiamos la orientación de nuestros recursos a la adquisición o mejoramiento de nuestra vivienda, invertimos en una educación de calidad para nuestros hijos, ahorramos para cimentar un futuro sin sobresaltos, habremos infligido una derrota al consumismo, una modalidad degradante de la personalidad humana.-
 

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