Trump, ¿the lord of war?
Donald ha hecho del fin de los conflictos mundiales parte de su prédica predominante. Desde Ucrania hasta Medio Oriente, como los casos salientes, el mandatario estadounidense busca un mundo en donde el comercio sea fluido y las guerras bajo control del Tío Sam. Aparentemente, y refrendando lo ya logrado en su primera gestión, su violencia verborrágica no es parte de la política exterior.
Dos guerras, un objetivo
Ucrania y Medio Oriente han servido, en tan solo algunos meses, como termómetro del manejo de conflictos que tiene el gobierno de Donald Trump. De hecho, parte de su campaña electoral se centró en ponerle un punto final a la guerra en Ucrania.
En Europa del Este la cosa se le empantanó un poco. Si bien logró acercar las partes, esa posición del gran pacificador quedó meramente dilatada. Trump no pudo lograr hasta hoy, que Putin y Zelenski arrimen posiciones con el fin de terminar esta conflagración, aunque las conversaciones continúan y el teléfono está siempre disponible.
Por otro lado, el interminable conflicto en Medio Oriente. La guerra en Gaza, la crisis con los hutíes en Yemen y la más reciente (o no tanto) guerra entre Israel e Irán. Lo cierto de todo esto es que la situación en esta parte del mundo será siempre la misma, gobierne quien gobierne en Estados Unidos, entendiendo dos cuestiones: el petróleo y la causa palestina.
Ahora, más allá de todas las cuestiones o características que definen a cada conflicto, queda por preguntarse la razón por la cual Trump quiere tan insistentemente la paz. El mandatario estadounidense ve en un mundo bajo control, la posibilidad de ampliar sus ganancias.
Muchos historiadores coinciden en que la industria armamentística fue un pilar para Estados Unidos y que la guerra se transformó en un negocio, y es realmente cierto eso, sin embargo, Trump ve un mundo que ya no acepta los conflictos bélicos como antes.
El siglo XIX fue clave para la expansión y el crecimiento de Estados Unidos, con conflictos de por medio, el siglo XX fue signado por dos guerras mundiales y por la Guerra Fría, pero el siglo XXI ya vio a los primeros nativos de la globalización, es decir, a aquellos que nacieron, crecieron y viven en la era del mero dominio del capitalismo y donde, en Occidente, las guerras son cosas del pasado o reservado para algunos lugares del mundo.
Esto último es algo que puede evidenciar la total sorpresa de millennials y centennials ante las guerras previamente nombradas y sobre todo, a los niveles de incomprensión de un mundo complejo.
Dada esta situación, Donald Trump entiende que la guerra es algo que siempre existirá pero la mejor forma de asegurar su ganancia es que esté bajo control estadounidense. Si tiene la hegemonía de los conflictos, tiene la hegemonía de los mercados.
Simplemente, Trump quiere hacer dinero. Le interesa un mundo multipolar lo menos conflictivo posible para poder continuar con sus negocios y para enfocarse en su verdadero rival, el cual vamos a nombrar más adelante. Una demostración de esto es la apresurada necesidad de declarar cualquier tipo de algo al fuego entre Irán e Israel cuando el Régimen de los Ayatolas aclaró que podría cerrar el Estrecho de Ormuz. Por esa zona pasa gran parte del petróleo y el gas que abastece al mundo. El resultado está a las claras: cuando le tocaron el bolsillo, se acordó de la paz.
China, la única “guerra” para Trump
Siempre lo dejó claro. Jamás pretendió ocultarlo o matizarlo, sino que fue tajante al entender que su gran amenaza es China.
No es el Estado moderno chino al mejor estilo “1984” de George Orwell, imitando a su simbólico Gran Hermano pero con la salvedad de una híper avanzada tecnología que le permite estar en cada detalle de los ciudadanos.
Tampoco es la pretensión china de avanzar sobre Taiwán, algo que, eventualmente, va a suceder de manera bélica. Lo que le quita el sueño a Trump es la economía, y es el hecho de que China reúne las condiciones para pelear el lugar de la máxima potencia económica del mundo.
A Trump le importa la plata, y por primera vez ve en China un digno contrincante. Ese capitalismo de Estado ha llevado al gigante rojo de Asia a la cima de la proyección de poder económico global. Desde el fin de la Unión Soviética es que Estados Unidos no tenía un digno polarizador.
Lo que distingue a China y atemoriza a Trump es su poder de persuasión. En su forma de comercio exterior, China logró conseguir tratados y permisos de explotación con el fin de hacer obras o de promover el crecimiento y el desarrollo local, algo que Estados Unidos nunca lo entendió así, sino más bien con el pleno sometimiento de un Estado sobre el otro.
Con la táctica china y su proyección a una economía inteligente y mega futurista, consiguió penetrar en Europa y África con vitalidad, como zonas alejadas de su influencia, además de Latinoamérica, lo que, históricamente, Washington consideró, de manera despectiva, su “patio trasero”.
Trump además entiende que Biden perdió mucho territorio contra China en el comercio internacional, es por eso que su apuesta fuerte va por el desarrollo a gran escala de tecnología y con el fortalecimiento de la industria nacional, tomando dos conceptos: el poderío internacional de la tecnología y el fortalecimiento de la clase media de Estados Unidos.
La geopolítica es un ajedrez, en donde cada movimiento es fundamental para el resto del juego. Trump entiende que su guerra no es con misiles sino con billetes. Ve que el último bastión del sueño americano podría derrumbarse si Estados Unidos pierde la hegemonía del mercado exterior, sin embargo, no parece estar dispuesto a mejorar su “oferta” con las periferias sino debilitar a su rival para seguir con su ofrenda de intercambio desigual.
Si hay que definir a Trump, podría decirse que es un pacifista ensobrado. Busca el fin de los conflictos para tener el control de los mercados y usar el arma del billete para mantener el el tiempo su postura como el gran dueño del mundo.
