El valor de la Peregrinación

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la Solemnidad de Jesucristo Rey del universo [26 de noviembre de 2023]

Este fin de semana es especialmente significativo para nuestra Diócesis. En la Solemnidad de Cristo Rey, peregrinamos a nuestro Santuario Diocesano para recuperar la memoria de tantos hombres y mujeres que evangelizaron en estas tierras, como los mártires Roque González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo. Entre ellos también el Padre Antonio Ruiz de Montoya, que junto a miles de indígenas vivieron una experiencia inédita en las comunidades fundadas y que en nuestra Diócesis fueron diez. En Loreto alimentamos nuestro ánimo en la memoria, pero también los sufrimientos, los martirios y la vitalidad de estos testigos del pasado. Ellos nos fortalecen en la esperanza para sobrellevar las dificultades, persecuciones y luchas en este tiempo.

Considero que nos puede ayudar un texto del documento de Aparecida sobre la importancia de la peregrinación en nuestra América Latina como un valor importante de nuestra religiosidad y espiritualidad: «Destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres.

La decisión de partir hacia el Santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual.

Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no solo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los Santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esos lugares contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que miles podrían contar» (Documento de Aparecida 259-260).

Cada año se va configurando más profundamente el significado de nuestro Santuario. Esta tierra santa de Loreto está enmarcada por diversos lugares de religiosidad y oración. En la reflexión y discernimiento del proyecto que caminamos se asoció la Capilla de Loreto a los misterios gozosos del rosario. En el antiguo lugar del via crucis, como camino procesional, quedan los restos de la única capilla externa que existió en las reducciones, con el nombre de «Monte Calvario». Ese era el lugar en el que confluían todas las comunidades que venían a Loreto para rezar el Viernes Santo en peregrinación. A este lugar, que hemos recuperado después de varios siglos, hemos asociado los misterios dolorosos del rosario. Finalmente, el tercer lugar del Santuario, y ligado a los misterios gloriosos y luminosos del rosario es el Templo Mayor, abierto, ecológico, relacionado a nuestra selva misionera, en donde están los Santos Mártires de las Misiones. Son muchos los peregrinos que durante el año se acercan aquí desde Parroquias, escuelas o individualmente.

Este año la peregrinación tiene por lema «María se levantó y partió sin demora». Nosotros, como María también caminamos para encontrarnos con Dios y entre nosotros. Queremos una vez más unir nuestros corazones para pedir a Dios por la vida, por las familias, por la paz y por la evangelización. Para que hoy como ayer podamos anunciarlo a Jesucristo, el Señor.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Pentecostés: Iglesia y evangelización

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el Domingo de Pentecostés [28 de mayo de 2023]

En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio de San Juan (20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado, enviando a sus Apóstoles, a aquellos que fueron elegidos entre los discípulos: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» (Jn 20,21). Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión: «Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» (Jn 20,22-23). Es bueno recordar que estos hombres eran como nosotros. Ellos estaban orando junto a María, en el cenáculo, en la mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito prometido, el Espíritu Santo descendió sobre ellos (Hch 2). En esa mañana de hace casi dos mil años nació la Iglesia.

El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.

En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado, tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión comunitaria-eclesial.

Es importante subrayar que difícilmente la fe de un cristiano pueda madurar sin esta relación con la comunidad eclesial, con la formación permanente, con la necesidad de recurrir a los sacramentos, a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia. Esto nos permite iluminar los acontecimientos que vivimos y nos fortalece para realizar opciones a veces difíciles que ayuden a humanizar y evangelizar nuestra cultura.

Al respecto quiero citar un texto clave para profundizar en la necesaria eclesialidad en la espiritualidad de un cristiano, sobre todo en este tiempo caracterizado por un excesivo individualismo y subjetivismo. En Evangelii Nuntiandi el Papa San Pablo VI nos dice: «Existe, por tanto un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella ni mucho menos contra ella. En verdad, es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar bien intencionadas, pero que en realidad, están desorientadas en su espíritu, las cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo, pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: “el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí” (Lc 10,16). ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado a favor de Cristo es de San Pablo: “Amó a la Iglesia y se entregó por ella?” (Ef 5,25)» (EN 16)

Como Iglesia diocesana, en el ámbito del laicado, de la familia y de los jóvenes, encontramos espacios que nos impulsan a profundizar en la dimensión discipular y misionera. En nuestras distintas comunidades ya sean parroquiales o educativas, en los movimientos y asociaciones, estos temas nos desafían a encontrar respuestas adecuadas a las nuevas situaciones que nos plantea esta época.

En esta reflexión quiero señalar la alegría de tantas comunidades que celebran con gozo y de diversas maneras la Solemnidad de Pentecostés. El Espíritu Santo nos da el don de la comunión en la diversidad de dones y carismas, y nos impulsa en la tarea evangelizadora que es la razón de ser de la Iglesia.

En este nuevo Pentecostés quiero terminar esta reflexión con un texto del documento de Aparecida que expresa el gozo que tiene la Iglesia sobre el amor de Dios: «Anunciamos a nuestro pueblo que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras» (DA 30).

Con la alegría de celebrar la venida del Espíritu Santo sobre su Iglesia, en este Pentecostés, les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Un nuevo sueño de fraternidad

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 4° domingo de Cuaresma [19 de marzo de 2023]

El tiempo de Cuaresma nos ayuda a revisar nuestra vida y recuperar nuestra amistad con Dios, tantas veces desdibujada por nuestros pecados. A pesar de nuestras miserias, Él es fiel y está siempre dispuesto a perdonarnos. Sin embargo, el camino cuaresmal no es un camino intimista, sino que, en nuestra relación con Dios se juega también nuestra relación con los demás. Sabernos hijos del Padre Celestial, nos convierte en hermanos por la fe. Esta relación de fraternidad no siempre aparece con claridad en nuestros ambientes sociales o incluso eclesiales. El Papa Francisco en la Encíclica «Fratelli tutti» nos pide que nos planteemos un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social y esto no exclusivamente para los cristianos sino para todas las personas de buena voluntad.

El mismo Papa nos dice: «Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad.

Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante» (Cfr. Fratelli tutti, 8).

Queremos aprovechar este tiempo de la Cuaresma para revisar nuestro discipulado del amor, queremos ver cuál es nuestra situación en relación a los otros, los más pobres, vulnerables y excluidos y, obviamente, el gran Otro que es nuestro Padre Dios que nos espera como al hijo pródigo con un abrazo, un beso y una fiesta. Al revisar algunos de los flagelos que evidencian la degradación de la dignidad de la persona y el mundo que se construye en nuestro siglo XXI aparece la creciente pobreza de millones de hermanos y hermanas que padecen la peor grieta de la humanidad. En sí, es un flagelo mundial. Cada vez son más, sumando millones año a año que pasan a formar parte de la pobreza e indigencia.

Lamentablemente en nuestra Patria se vive exactamente lo que pasa en el mundo. Durante décadas la pobreza viene creciendo. Pasan diversas gestiones de gobierno y ni los políticos, ni los otros sectores del poder: empresarial, judicial, intelectual o religioso, parecen ser capaces de considerar este como el mayor problema de Estado. Están lejos de los que padecen experiencialmente en el hoy del sufrimiento, de los circuitos de desnutrición, desocupación, falta de vivienda y tierra, y todas las consecuencias que tiene esto.

Los cristianos no podemos desentendernos del flagelo de la pobreza y considerarla como el problema de otros. En Aparecida se nos señala algo para rezar y pensar en el examen de conciencia de esta cuaresma en relación a la opción preferencial por los pobres y excluidos: «Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas.

Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ilumina el misterio de Cristo. Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre». (Documento de Aparecida 393)

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Hasta los confines de la tierra

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 28° domingo durante el año [09 de octubre de 2022]

En el mes de las misiones, continuamos compartiendo la Carta del Papa Francisco para la Jornada mundial de las misiones de este año que lleva por lema «Para que sean mis testigos» (Hch 1,8). El Papa nos dice que «para la trasmisión de la fe es fundamental el testimonio de vida evangélica de los cristianos. Por otra parte, sigue siendo necesaria la tarea de anunciar su persona y su mensaje» y citando a San Pablo VI nos recuerda que «es siempre indispensable la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. […] La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios. Por esto conserva también su actualidad el axioma de san Pablo: “la fe viene de la audición” (Rm 10,17), es decir, es la Palabra oída la que invita a creer» (EN 42).

«En la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo van juntos; uno sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda comunidad para ser misionera. Este testimonio completo, coherente y gozoso de Cristo será ciertamente la fuerza de atracción para el crecimiento de la Iglesia incluso en el tercer milenio. Exhorto por tanto a todos a retomar la valentía, la franqueza, esa parresia de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con palabras y obras, en cada ámbito de la vida».

Además, el papa Francisco nos ayuda a comprender cómo este anuncio, este testimonio debe hacerse hasta los confines del mundo. Esto nos hace afirmar la actualidad perenne de una misión de evangelización universal.

«Exhortando a los discípulos a ser sus testigos, el Señor resucitado les anuncia adónde son enviados: “a Jerusalén, a toda Judea, a Samaría y hasta los confines de la tierra” (cf. Hch 1,8). Aquí surge evidente el carácter universal de la misión de los discípulos. Se pone de relieve el movimiento geográfico “centrífugo”, casi a círculos concéntricos, de Jerusalén, considerada por la tradición judía como el centro del mundo, a Judea y Samaría, y hasta “los confines de la tierra”. No son enviados a hacer proselitismo, sino a anunciar; el cristiano no hace proselitismo. Los Hechos de los Apóstoles nos narran este movimiento misionero que nos da una hermosa imagen de la Iglesia “en salida” para cumplir su vocación de testimoniar a Cristo Señor, guiada por la Providencia divina mediante las concretas circunstancias de la vida. Los primeros cristianos, en efecto, fueron perseguidos en Jerusalén y por eso se dispersaron en Judea y Samaría, y anunciaron a Cristo por todas partes (cf. Hch 8,1.4).

Algo parecido sucede también en nuestro tiempo. A causa de las persecuciones religiosas y situaciones de guerra y violencia, muchos cristianos se han visto obligados a huir de su tierra hacia otros países. Estamos agradecidos con estos hermanos y hermanas que no se cierran en el sufrimiento, sino que dan testimonio de Cristo y del amor de Dios en los países que los acogen. A esto los exhortaba san Pablo VI considerando la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los países que los reciben.

Experimentamos, en efecto, cada vez más, cómo la presencia de fieles de diversas nacionalidades enriquece el rostro de las parroquias y las hace más universales, más católicas. En consecuencia, la atención pastoral de los migrantes es una actividad misionera que no hay que descuidar, que también podrá ayudar a los fieles locales a redescubrir la alegría de la fe cristiana que han recibido.

La indicación “hasta los confines de la tierra” deberá interrogar a los discípulos de Jesús de todo tiempo y los debe impulsar a ir siempre más allá de los lugares habituales para dar testimonio de Él.

A pesar de todas las facilidades que el progreso de la modernidad ha hecho posible, existen todavía hoy zonas geográficas donde los misioneros, testigos de Cristo, no han llegado con la Buena Noticia de su amor. Por otra parte, ninguna realidad humana es extraña a la atención de los discípulos de Cristo en su misión. La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y situaciones humanas “límites”, para dar testimonio de Cristo y de su amor a todos los hombres y las mujeres de cada pueblo, cultura y condición social.

En este sentido, la misión también será siempre missio ad gentes, como nos ha enseñado el Concilio Vaticano II, porque la Iglesia siempre debe ir más lejos, más allá de sus propios confines, para anunciar el amor de Cristo a todos. A este respecto, quisiera recordar y agradecer a tantos misioneros que han gastado su vida para ir “más allá”, encarnando la caridad de Cristo hacia los numerosos hermanos y hermanas que han encontrado».

Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Una espiritualidad misionera

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 22° domingo durante el año [28 de agosto de 2022]

La Palabra de Dios de este domingo retoma el tema del banquete del Reino (cf Lc 14, 1. 7-14). Ya el domingo pasado el Evangelio nos decía: «Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos» (Lc 13,29-30).

No se trata solo de una mirada al Reino escatológico que vendrá al final de los tiempos, sino de mirar con apertura de corazón nuestra vida y nuestras relaciones. En este domingo leemos: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!» (Lc 14, 12-14).

Nuestra vida cristiana no puede acomodarse a un estilo individualista y mercantilista que muchas veces se nos propone, donde lo que importa es solo el propio bienestar, aunque sea a costa de los demás. Por el contrario, un discípulo y misionero de Jesucristo debe estar abierto a los demás, especialmente a los más pobres, a los que sufren, a los que están alejados. Nuestro estilo de vida, lejos de una vivencia intimista de la fe, tendría que ser una invitación permanente hacia los demás para que se sumen al gran banquete del Reino. Este es el camino que queremos ir asumiendo en nuestra Diócesis y que venimos recorriendo orientados por nuestro Sínodo Diocesano, y el propósito renovado en nuestra última Asamblea de junio, donde buscamos implementar la temática sobre la juventud.

La Iglesia desde sus inicios realizó una apertura misionera a todos los pueblos y el mismo Apóstol San Pablo se llamaba a sí mismo «Apóstol de los paganos» (cfr. Rom. 11,13). Creo conveniente señalar que la Palabra de Dios y la tradición de la Iglesia, nos permiten profundizar en este rasgo esencial para nuestra época, la de ser una Iglesia que teniendo clara su identidad, sea abierta, y a nosotros como cristianos, que integremos este rasgo tanto en la espiritualidad, como en nuestro estilo evangelizador.

Cuando hablamos de una Iglesia abierta que quiere comunicar los tesoros de la revelación, no debemos confundirnos con algunos males de la época, que creen que ser abiertos es ser relativistas. Ser abiertos es amar, dialogar, escuchar, cambiar, aportar, aprender y recuperar, sin perder la propia identidad. Ser abiertos no es mezclar todo, como una especie de sincretismo o de mezcla del bien y del mal, de valores y antivalores. ¿Cuáles son los tesoros de la Iglesia? Los tesoros son los que la Iglesia debe cuidar a través de la historia, lo revelado por el Señor, lo que Él nos comunicó y las enseñanzas de la Iglesia, que van acompañando con el Espíritu Santo la historia, para que ésta sea nuestra historia de Salvación. Los tesoros de la Iglesia son los pobres y excluidos que en nuestras opciones son la garantía que estamos en la búsqueda de practicar el Evangelio.

Alimentados en el banquete eucarístico, como nos señala el Evangelio de este domingo, debemos salir al encuentro de todos, como discípulos y misioneros, invitando especialmente «a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos…».

En el texto de conclusión de Aparecida nos señala: «No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de sentido, de verdad y de amor, de alegría y de esperanza!

No podemos quedarnos tranquilos en la espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte» (DA 548).

Que la Palabra de este domingo, y cada Misa en donde Cristo se dona por amor, nos permitan tener una espiritualidad misionera.

Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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