TRANSHUMANISMO

Cerebros en venta: tercerización del lenguaje

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Habiendo recorrido un cuarto de este turbulento siglo XXI, la humanidad ha sufrido, a la par que, superado, cambios estructurales en la forma de relacionarnos los unos con los otros. Quizá el factor más influyente en ese aspecto es la evolución tecnológica que ha tenido la tercerización del lenguaje, en principio a través de mensajeros de a pie como los chasquis del imperio Inca (siglo XV d.c) o, más atrás en el tiempo, los kerykes de la antigua Grecia (siglo V a.c).

A la par que el tiempo transcurría, la velocidad de la comunicación primero galopó a caballo por llanuras, desiertos y montañas a cargo del sistema imperial centralizado de postas persa, para luego cruzar océanos enteros en un segundo en forma de luz, traducido al moderno “lenguaje de las máquinas”, los bits. Dejando por un momento a un lado los demás fenómenos que influyen en nuestra conducta, como la globalización de los productos y las mil y una consecuencias del capitalismo tardío, surgen las siguientes preguntas: ¿Qué podemos comprender del mutante sistema de comunicación moderno? ¿Por qué las personas son unas en el chat y otras en la vida real? ¿Está, la infantilización de la información en el infinito scroll de TikTok, asesinando nuestra capacidad de desenvolvernos en la vida?

Actualmente, encuestas a jóvenes universitarios en EE.UU, hablan de que entre un 36% y un 50% de las relaciones de pareja son “a distancia”, por lo que deben pautar fechas entre sí para verse presencialmente. En lo que el demógrafo y economista francés Alfredo Sauvy llamó “tiers monde” —tercer mundo—, es decir excolonias de Asia, África y América latina, pautar los encuentros es más caro que en países opulentos. Y, por ende, esta realidad golpea más duro al desarrollo de no menos que una tercera parte de las futuras familias del sur global.

Estos números nos hablan de que creer que, el convertir las relaciones de pareja en un mercado a través de las “apps de citas” como Tinder, Badoo e incluso “Facebook Parejas” es normal, es subestimar las consecuencias de esta transhumanización digital —convenientemente capitalizada—. La tecnología hace posibles las videollamadas, compartirnos palabras, audios, fotos y hasta “besos” con el nuevo prototipo de “MUA” de la empresa Siweifushe.

Más allá del lenguaje en sí mismo, lo humano se expresa en un espectro comunicativo mucho más amplio y visceral, donde los gestos, la postura, la mirada o el silencio dicen tanto —o más— que las palabras. El cuerpo, con sus movimientos y distancias, con sus roces y sus fugas, lleva siglos siendo vehículo de significados que escapan al control racional; un apretón de manos puede sellar una alianza con más firmeza que un contrato, un silencio incómodo puede delatar más que mil discursos, y una mirada sostenida puede edificar un puente emocional más sólido que cualquier carta. En este sentido, la palabra ordena y precisa, pero es el lenguaje no verbal el que matiza, desnuda intenciones y construye la parte invisible de los vínculos. De ahí que, cuando la tecnología reduce la interacción a texto, emojis o videollamadas, no solo traduce nuestra voz a bits: también mutila, distorsiona o sobreactúa ese caudal de señales mudas que, en carne y hueso, hacen posible la comprensión plena entre dos personas.

Asimismo, a la hora de crear un proyecto o iniciativa colaborativa entre tres o más personas, suele ser conclusión de muchas grandes ideas la necesidad de crear un grupo de WhatsApp. Un grupo de WhatsApp no solo no es igual a sostener un vínculo real con personas que comparten un propósito, sino que tergiversa los resultados de lo hablado por chat. De esta manera, por los motivos mencionados en párrafos anteriores, depositamos en la tecnología la tarea de sustituir los vínculos y pactos tácitos, implícitos con los demás. A nivel biológico, herramientas como estos grupos sustituyen la “administración” de vínculos que normalmente hace la corteza prefrontal medial en el cerebro humano (acuerdos tácitos, confianza, cohesión). Y si seguimos esa línea de pensamiento, vemos más ejemplos de externalización de procesos cerebrales que atrofian las capacidades naturales de las personas como, por ejemplo: Los chatbots como ChatGPT, DeepSeek, MetaAI, etc. Reemplazan procesos llevados a cabo en la corteza prefrontal en el cerebro donde se llevan a cabo tareas como la memoria de trabajo, planeamiento y búsqueda de información. También tenemos los videos cortos de Instagram, Facebook, YouTube Shorts y TikTok que secuestra el sistema dopaminérgico mesolímbico (núcleo accumbens, estriado ventral), que regula recompensa y adicción.

En síntesis, al no poner esta discusión en el orden de importancia que requiere, todos estamos subestimando el impacto de la capitalización de nuestros cerebros a cuestas de nuestra funcionalidad como seres humanos íntegros y efectivos. La comunicación, las relaciones amorosas, los vínculos sociales y las herramientas de aprendizaje que hoy están siendo sustituidas por cómputos externos automáticos, fueron durante millones de años las herramientas que garantizaron la supervivencia de nuestra especie. Hoy, lo que nos salvó de la extinción por eones, está en jaque. ¿Qué harás al respecto?

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La agricultura que se viene no sólo es una agricultura sin campesinos, es transhumanista

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La agricultura que se viene, no sólo es una agricultura sin campesinos, es transhumanista. Cuando un ingeniero en informática quiere llevar una solución real al pequeño productor, está ignorando muchos factores, como si realmente el campesino necesita modernas herramientas que le ayuden a eficientisar su producción.

En la práctica, no sólo no se necesitan mejores herramientas para llevar a cabo la producción en el campo, sino que el campesino seguirá siendo inmensamente feliz sin importar esos factores.

Apuntalar la producción agroecologica en el campo, no es una tarea sencilla, pero no podemos seguir creyendo que lo que hace falta es cambiar la forma tradicional de producción de los chacreros autóctonos. La tecnología en general no tiene por qué ser una nueva forma de enfrentar el mundo y sus necesidades, tiene que estar a disposición de las necesidades vigentes al día de hoy, que no es poco.

Cuando se llega al productor de hortalizas, con un moderno sistema de producción en hidroponía, no sólo estamos forzando a reorganizar totalmente la manera en que produce, sino que le damos una solución a un problema que, en la mayoría de los casos, ni siquiera tenía.

Si bien en la chacra donde se producen alimentos, la rentabilidad se ve en disminución a tal punto de provocar un éxodo rural constante, la solución no tiene que ver con evaluar la manera más eficiente de producir. Sino en comunicar a quien ahí reside, que técnicas o tecnologías se dispone para ayudar al mismo a apuntalar su metodología, para que sea éste quien gestione las herramientas disponibles.

Lo más valioso que tiene el dueño de la tierra, es su cosmogonía ancestral, donde fueron sus padres y los padres de sus padres quienes le enseñaron a trabajar su lugar. Forzar esto es transhumanismo, el campesino que no se adapte a estas nuevas metodologías de producción, se verá forzado a abandonar su tierra. Llenando las ciudades de tristes obreros que buscan subsistir en la ciudad por ser un lugar donde el trabajo es “seguro” y se ve reflejado en resultados materiales.

Lo realmente triste e injusto, es que este inadaptado chacrero con tierra bajo las uñas es quien pone la comida en la mesa del ciudadano que cómodo lo señala de retrógrado. Es éste el único vínculo que nos queda con la tierra al día de hoy, donde la ciudad tiene hambre, y el campesino le pasa este mensaje directo a su tierra año tras año.

Suele decirse que nunca sabemos lo que tenemos, hasta que ya no está, así es con la producción de alimentos orgánicos para su consumo. Si bien la agricultura convencional puede crear una flamante lechuga incluso con mejor aspecto que la que es producida de manera orgánica, el verdadero aporte nutricional se está viendo cada vez más afectado e irá disminuyendo.

¿Sabía que por la manera en la que venimos produciendo hace décadas, para adquirir los nutrientes que tenía una manzana de los años 50, hoy necesitamos comer 25? Imagino que no, porque estos datos no suelen ser relevantes para nuestra trastornada sociedad de consumo.

Ayudar a nuestros campesinos es esencial, pero no podemos seguir creando soluciones a problemas que no existen, a menos que el objetivo sea simplemente demostrar que se les está ayudando cueste lo que cueste. Sin cultura ancestral no hay reconciliación con la Hermana Tierra y sin campesinos no habrá humanidad que perdure en el modelo actual.

Ser resilientes implica un cambio en la manera de relacionarnos con el mundo y nuestro entorno, estemos donde estemos, buscando apuntalar la salud como un pilar fundamental para la supervivencia de la especie. Esto implica, de mínima, respetar a quien produce las manzanas como le enseñaron los abuelos de sus abuelos. Porque en sus manos está el destino de nuestra frágil especie.

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