
La agricultura que se viene no sólo es una agricultura sin campesinos, es transhumanista
Escribe Camilo Furlan
La agricultura que se viene, no sólo es una agricultura sin campesinos, es transhumanista. Cuando un ingeniero en informática quiere llevar una solución real al pequeño productor, está ignorando muchos factores, como si realmente el campesino necesita modernas herramientas que le ayuden a eficientisar su producción.
En la práctica, no sólo no se necesitan mejores herramientas para llevar a cabo la producción en el campo, sino que el campesino seguirá siendo inmensamente feliz sin importar esos factores.
Apuntalar la producción agroecologica en el campo, no es una tarea sencilla, pero no podemos seguir creyendo que lo que hace falta es cambiar la forma tradicional de producción de los chacreros autóctonos. La tecnología en general no tiene por qué ser una nueva forma de enfrentar el mundo y sus necesidades, tiene que estar a disposición de las necesidades vigentes al día de hoy, que no es poco.
Cuando se llega al productor de hortalizas, con un moderno sistema de producción en hidroponía, no sólo estamos forzando a reorganizar totalmente la manera en que produce, sino que le damos una solución a un problema que, en la mayoría de los casos, ni siquiera tenía.
Si bien en la chacra donde se producen alimentos, la rentabilidad se ve en disminución a tal punto de provocar un éxodo rural constante, la solución no tiene que ver con evaluar la manera más eficiente de producir. Sino en comunicar a quien ahí reside, que técnicas o tecnologías se dispone para ayudar al mismo a apuntalar su metodología, para que sea éste quien gestione las herramientas disponibles.
Lo más valioso que tiene el dueño de la tierra, es su cosmogonía ancestral, donde fueron sus padres y los padres de sus padres quienes le enseñaron a trabajar su lugar. Forzar esto es transhumanismo, el campesino que no se adapte a estas nuevas metodologías de producción, se verá forzado a abandonar su tierra. Llenando las ciudades de tristes obreros que buscan subsistir en la ciudad por ser un lugar donde el trabajo es “seguro” y se ve reflejado en resultados materiales.
Lo realmente triste e injusto, es que este inadaptado chacrero con tierra bajo las uñas es quien pone la comida en la mesa del ciudadano que cómodo lo señala de retrógrado. Es éste el único vínculo que nos queda con la tierra al día de hoy, donde la ciudad tiene hambre, y el campesino le pasa este mensaje directo a su tierra año tras año.
Suele decirse que nunca sabemos lo que tenemos, hasta que ya no está, así es con la producción de alimentos orgánicos para su consumo. Si bien la agricultura convencional puede crear una flamante lechuga incluso con mejor aspecto que la que es producida de manera orgánica, el verdadero aporte nutricional se está viendo cada vez más afectado e irá disminuyendo.
¿Sabía que por la manera en la que venimos produciendo hace décadas, para adquirir los nutrientes que tenía una manzana de los años 50, hoy necesitamos comer 25? Imagino que no, porque estos datos no suelen ser relevantes para nuestra trastornada sociedad de consumo.
Ayudar a nuestros campesinos es esencial, pero no podemos seguir creando soluciones a problemas que no existen, a menos que el objetivo sea simplemente demostrar que se les está ayudando cueste lo que cueste. Sin cultura ancestral no hay reconciliación con la Hermana Tierra y sin campesinos no habrá humanidad que perdure en el modelo actual.
Ser resilientes implica un cambio en la manera de relacionarnos con el mundo y nuestro entorno, estemos donde estemos, buscando apuntalar la salud como un pilar fundamental para la supervivencia de la especie. Esto implica, de mínima, respetar a quien produce las manzanas como le enseñaron los abuelos de sus abuelos. Porque en sus manos está el destino de nuestra frágil especie.