Trump, el “mártir” americano 

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Estados Unidos no para, literalmente. El intento de asesinato del ex presidente republicano sembró emociones econtradas en un país que dejó el norte de costado hace rato. Entre ese hecho más que lamentable, Estados Unidos encara elecciones claves en este 2024.

La figura de Trump no para de crecer en las encuestas y éste casi magnicidio lo volvió a elevar en los sondeos. Parece ser que el crecimiento de Donald no necesita de un hecho tan fuerte, sino que él mismo ha sido el responsable de ser quien es, en cuanto a popularidad. 

Las elecciones serán el 5 de noviembre, y con un Biden cada vez más perdido, acarreando una posible interna dentro del Partido Demócrata, allana el camino para que Trump pueda volver a pisar la Casa Blanca.

El showman yankee

Si es por poner palabras exógenas a la política, queda justo decir que Trump ha convertido su carrera política en un show. No sería la primera vez en la historia, varios líderes a lo largo y ancho del mundo ya lo hicieron. Desde suntuosos faraones en el Antiguo Egipto hasta los populismos del siglo XX, se encargaron de hacer de la política un spot publicitario y de su imagen la de una estrella absoluta, con las acepciones válidas según la época histórica que están atravesando.

El caso de Trump es icónico por eso, él no necesitó de la política para transformarse en un mediático de primera, sino que, por lo contrario, fue mediático antes de ser presidente. Trump es uno de los empresarios más importantes de Estados Unidos, amasando una riqueza sumamente importante y siendo toda una celebridad en las calles de Nueva York previo a su cambio político. De hecho, él mismo participó en películas y series y estuvo envuelto en escándalos mediáticos donde siempre aparecía en algún magazine luciendo su típico cabello rubio y su polémico bronceado de color naranja. Esto le valió para construir una imagen excéntrica donde causaba emociones, positivas o negativas, pero las causaba. Y si hay algo cierto, es que en la política de la inmediatez actual no importa que es lo que se causa, sino causar para estar dentro del eje. De pronto, el bagaje de situaciones machistas en donde estaba envuelto Donald Trump fueron suficientes para generar opiniones y, también, trampolín para que su figura siga creciendo. 

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Este panorama se vio aún mejor con el arribo imperioso de las redes sociales. El hecho de que las opiniones de los NN ahora tengan identidad en el ciberespacio, inclusive apoyadas por el anonimato, empujaron a que su identidad vaya tomando forma y pasará de ser un simple millonario excéntrico y mediático, a la voz autorizada del Partido Republicano con temas tan sensibles como su ferviente oposición a la migración.

Trump, el reflejo de su pueblo 

Su persona, más allá de lo mediático y si yendo a lo político es un fiel resultado de la población estadounidense. Trump no es un loco ni por asomo, es un hombre que creció bajo los privilegios del dinero y de un país que lo dejó crecer en los medios. Encarna a la perfección parte del sentir estadounidense y no me refiero a hacer plata y vivir de escándalo en escándalo. Trump le volvió a poner palabra a esa parte tan oculta (o ya no) de un Estados Unidos racista y xenofóbico. Fue y es la cara visible del sur profundo que creció bajo la herencia y al amparo histórico del destino manifiesto y aborreciendo las nuevas proclamas millenials y centennials, tales como el aborto, políticas de género y la pluralidad de naciones dentro de Estados Unidos. 

Ahora bien, más allá de lo que piense realmente cada vez que esté solo en su habitación, lo cual tal vez sea cierto o no, su práctica política no fue tan extremista como lo pregona al día de hoy. Su política exterior fue casi prolífica en término de mantener la paz armada. Rusia no se atrevió a pasar a mayores, de hecho, el conflicto con Ucrania le estalla a Biden. Su relación con Medio Oriente, si bien siempre fue cercana a Israel, tuvo vaivenes con los países árabes que se pelean por la hegemonía de la zona, de hecho, la guerra en Gaza también le revienta a Biden. Asimismo, quitó una gran cantidad de tropas de bases militares de otras partes del mundo, incluyendo Afganistán, manteniendo cierto orden allí. Inclusive, el retorno Talibán se da luego de la salida de Trump del poder.

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En términos migratorios, no construyó el famoso muro con México. Si bien mantuvo una prédica combativa con su frontera, no logró el famoso cometido por el cual era tratado de racistas y xenofóbico. 

Esto no lo logró porque Trump es “bueno”, sino porque aunque no parezca, si cumplió con su premisa principal. El dijo y sigue diciendo “Make America great again”. Y eso le da sustento a sus acciones, hacer a Estados Unidos grande nuevamente es, en pocas palabras, pregonar un proteccionismo claro. La economía estadounidense estuvo evidentemente direccionada hacia los intereses internos, manteniendo una puja directa con China en la famosa guerra comercial, con el afán de mantener la competitividad de su industria en comparación con la de los productos ingresados desde Asia. 

Ese proteccionismo le llevó a centrar sus ojos en su país y no en el resto del mundo, por eso es que su política exterior no fue tan agresiva como lo planteaba en un principio. Allí radicó su secreto, que no es tan secreto, básicamente le dio un discurso a sus votantes y sus acciones fueron por un carril que no respondía a ese nivel de imposición.

Tal vez, Trump y su gente comprendieron que al estadounidense le interesa que le endulcen el oído con banalidades de grandeza y, mientras le mantengas la cerveza, la hamburguesa y el combustible barato, no habrá diferencia que valga. Al fin y al cabo, los yankees no son tan distintos a otras partes del mundo en cuanto a lo que quieren y a lo que no. La gran estrategia de Trump fue ganarse a la clase media como un mediático y cuando fue político les dijo lo que querían escuchar. Hoy, más que nunca, el republicano aplicó y sigue aplicando la táctica de las falsas elecciones de Estados Unidos con alienígenas implicados de un capítulo de Los Simpson: aborto para unos, banderitas para otros. 

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