Una noche con el gualambao en su máxima expresión

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El joven Ivan Elizaincin presentó su Obra Sinfónica Misionera en el Teatro Lírico acompañado de la Orquesta del Parque del Conocimiento y el maestro Ramón Ayala como invitado especial. Una velada donde la principal homenajeada fue la música y el sentir de la Tierra Colorada.

Ante un Teatro Lírico entusiasta, Iván Elizaincin presentó en sociedad su Tesis de Grado para la Licenciatura en Artes Musicales. “Obra Sinfónica Misionera” es una obra dividida en tres piezas que inicia con “Saltos del Moconá”, que en ritmo de galopa de carácter ágil, abrupto, salvaje y misterioso, captura el espíritu de la selva y los saltos que surcan nuestra tierra. “Madre Ara”, la segunda, ahora en ritmo de gualambao, crea un ámbito onírico y de libertad evocando la madre tierra y su permanencia en el tiempo, mientras que “Arrebol del Yaboty”, la tercera y final, en formato de galopa urbana fusiona la expresión del monte con la vida urbana de carácter caótico. Todo esto acompañado de la Orquesta Sinfónica del Parque del Conocimiento con Matías Almirón como Director Invitado.

Festín de cuerdas y palabras

Previamente, Ivan hizo de entrevistador a un Ramón pletórico de poesía y que, tal como lo sabemos todos, pinta le geografía y el modo de ser misionero con palabras. Así, la charla agradable y matizada con toques de humor y con la sabiduría del Arandú mayor siempre presente, fue surcando cuestiones muy íntimas del ser misionero. Qué es ser misionero para un ciudadano del mundo, los ritmos de nuestra tierra y una andanada de consejos fueron parte de esa jugosa y enriquecedora charla. Elizaincin le hizo esas preguntas que uno quisiera hacer a Ramón en una ronda de mates, o comiendo un asado, pero la solemnidad del Teatro Lírico no le quitó frescura a la situación. Claro, el “entrevistado” era Ramón Ayala, y cuando él está frente a un auditorio, la solemnidad deja su lugar a la profundidad de las palabras sabiamente calculadas pero sin ningún rasgo de acartonamiento.

A nadie sorprende la lucidez de El Mensú, que a los 90 años hila su discurso poético y sabio con una oralidad digna de elogio, y todos hubiéramos querido que la charla se prolongase un poco más allá. Pero el kapanga del tiempo a veces es el que manda, y de las sabias palabras saltamos a un festín de cuerdas servido por un cuarteto de la casa, que llevó al gualambao a una dimensión sideral.

 

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