La década diferenciada de América Latina

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Los años ´80 pasaron a la historia como la “década perdida de América latina”, por la falta de crecimiento de la mayoría de los países de la región, una crisis detonada a partir de la abrupta suba de las tasas de interés de los Estados Unidos. Más acá en el tiempo, el 2011 marcó otro punto de inflexión, porque luego de tocar valores records, los precios de las commodities comenzaron a bajar, para estacionarse en un andarivel intermedio. A diferencia de lo sucedido en los ’80, esta vez hay contrastes entre los distintos países de la región, por la forma en que transitan el nuevo escenario. Focalizando en Argentina y Brasil por un lado, y Chile y Perú por el otro, se observa una bifurcación de caminos que tiene que ver tanto con el modo con el que los gobiernos se apropiaron de los beneficios del boom que llegó hasta 2011, como con el tipo de políticas económicas con las que se enfrentó la etapa posterior, de precios internacionales más moderados. Este conjunto de factores explica por qué entre 2011 y 2018, Brasil y la Argentina tuvieron crecimiento cero, mientras el PIB de Perú se expandía un 31,6 % y el de Chile lo hacía un 21,9 %.
Los años ´80 pasaron a la historia como la “década perdida de América latina”, por la falta de crecimiento de la mayoría de los países de la región, una crisis detonada a partir de la abrupta suba de las tasas de interés de los Estados Unidos. Más acá en el tiempo, el 2011 marcó otro punto de inflexión, porque luego de tocar valores records, los precios de las commodities comenzaron a bajar, para estacionarse en un andarivel intermedio. A diferencia de lo sucedido en los ’80, esta vez hay contrastes entre los distintos países de la región, por la forma en que transitan el nuevo escenario. Focalizando en Argentina y Brasil por un lado, y Chile y Perú por el otro, se observa una bifurcación de caminos que tiene que ver tanto con el modo con el que los gobiernos se apropiaron de los beneficios del boom que llegó hasta 2011, como con el tipo de políticas económicas con las que se enfrentó la etapa posterior, de precios internacionales más moderados. Este conjunto de factores explica por qué entre 2011 y 2018, Brasil y la Argentina tuvieron crecimiento cero, mientras el PIB de Perú se expandía un 31,6 % y el de Chile lo hacía un 21,9 %.

No se puede entender el ciclo de stop and go que se inicia en 2011, que origina el estancamiento de los últimos siete años, sin considerar el contexto. La historia arranca con la suba sostenida de los precios de las materias primas a partir de 2003 en adelante, hasta llegar a niveles records, que provocó un beneficio inédito en la región, pero un aprovechamiento cortoplacista en la Argentina y otros países, caso de Brasil, que terminó dañando los cimientos de estas economías, haciendo mucho más difícil la etapa posterior.

Con pocos datos se ilustra este punto: las exportaciones de la Argentina, que en 2003 capturaban 0,43 dólar de cada 100 dólares de las exportaciones mundiales, pasaron en 2011 a 0,46 dólar de cada 100, un magro incremento de 6,9%, pese al boom de la soja y demás productos. Esto compara con un aumento de 35,2 % obtenido por Brasil (de 1,05 a 1,42 dólares cada 100) en igual período, el 45,0 % de Chile (de 0,31 a 0,45) y el 100 % de Perú (de 0,13 a 0,26). La escasez de dólares genuinos en el presente de la Argentina no se explica sin repasar esta parte cercana de la historia.

Ahora bien, cuando el precio internacional de las materias primas comienza a hacer su recorrido inverso, para quedar en un nivel intermedio, Brasil y la Argentina ensayan políticas económicas que, en lugar de recortar la brecha con Chile y Perú, la profundizan.
El común denominador que se observa para Argentina y Brasil a partir de 2011, es el intento de compensar la merma del impulso externo con políticas contracíclicas, activando el gasto público y los subsidios (a las tarifas en nuestro país, a los créditos, en el vecino). Más allá del mayor gasto público, debe tenerse en cuenta la calidad del mismo. Por ejemplo, un informe publicado por el Centro de Estudios de la Educación Argentina de la Universidad Belgrano sostiene que entre los años 2003 y 2015 las escuelas públicas primarias perdieron 12% de alumnos pero los cargos docentes aumentaron 19%. En el mismo período, las escuelas privadas ganaron 27% de alumnos y subieron los docentes en un 23%.
Pero esa reacción agravó los desequilibrios fiscales sin conseguir éxito en términos de nivel de actividad (se entró en el ciclo del stop and go), al costo de daños adicionales en la competitividad y deterioro incremental del sector externo. El “cepo cambiario” fue, de todos modos, una peculiaridad de la Argentina, acentuando el sesgo antiexportador. Y, dado que el sector externo es un espejo de los desequilibrios internos, en este punto debe subrayarse otra excentricidad argentina: el gasto consolidado del sector público, que en 2003 se ubicaba en 22,7 % del PIB, ya había trepado a 34,9 % en 2011, para coronar un 41,4 % en 2015. En tanto, de 2003 a 2015 el gasto público en Chile pasó de 22,5 % a 24,9 % del PIB y en Perú de 20,0% a 22,4 %.

La política fiscal desaprensiva provocó un efecto negativo de “segunda ronda” sobre el sector externo, potenciando el primer impacto de los menores precios internacionales, ya que alimentó la “inflación en dólares” al interior de las economías, más intensa todavía en el caso de la Argentina. Así, entre Noviembre 2010 y Noviembre 2015, el peso argentino se apreció en términos reales un 41,8% contra el peso chileno, quitando competitividad cuando más se la necesitaba.

Hubo, además, un impacto de “tercera ronda”, ya que la inversión privada fue desplazada por la pública, mucho más cara y menos productiva, como muestran el “Lava Jato” y los “Cuadernos” en Brasil y la Argentina.
Está claro que, a partir de 2011, había que adaptarse al escenario internacional dando prioridad a las políticas del lado de la oferta, con desregulación, recorte de impuestos distorsivos, menos burocracia, precios relativos locales alineados con los internacionales, mejor logística e infraestructura. Sin embargo, aun cuando los gobiernos de la Argentina y de Brasil hubieran tenido el diagnóstico correcto (que no lo tuvieron) había una pesada inercia que complicaba ese giro, por la falta de acuerdos comerciales con el resto del mundo, con impuestos (incluido el inflacionario) cubriendo un gasto público fuera de escala, con un sector productivo debilitado por la falta de estímulos y la pérdida de transparencia de esos años, como lo ilustra el recorrido de YPF en el período.
Hay una conclusión, y es que se necesita avanzar hacia un modelo de crecimiento apoyado en exportaciones e inversión, agotada la vía del gasto público y los subsidios.
Brasil y la Argentina enfrentan el mismo tipo de problemas, pero Brasil sufrió una brutal recesión entre 2015 y 2016, fenómeno que fue determinante para ordenar su agenda, a 180° de lo que había sido la política económica del gobierno de Dilma.
En cambio, la nitidez de esa agenda es menor en la Argentina. Si bien nuestro país comparte con Brasil el estigma del crecimiento cero entre 2011 y 2018, las causas del estancamiento enfrentan mayor controversia de este lado de la frontera. Sin embargo, si la dirigencia política reparara en los factores que explican la diferencia entre nuestro país y la performance de Chile y Perú en los últimos años, la discusión podría focalizarse en los hechos relevantes.

Obsérvese que, de acuerdo a las notas de competitividad del World Economic Forum, la puntuación de Argentina (4,0) es la menor de los cuatro países bajo análisis. Para Brasil esa puntuación es de 4,10, para Perú de 4,20 y para Chile de 4,70.
El ranking de las diferencias entre la puntuación de Chile y Argentina es encabezado por el ítem “estabilidad macroeconómica”, en el que nuestro país debería pasar de 3,40 a 5,40 para igualar la medición correspondiente al país trasandino.
Pero para lograr crecimiento sostenido, ese salto en la nota de estabilidad macroeconómica es sólo una condición necesaria, no suficiente. Obsérvese que los ítems vinculados a la forma en que se asignan los recursos en cada país también muestran una brecha considerable. Las notas de Chile en la eficiencia con la que funcionan el mercado de bienes y de trabajo, las asignadas a infraestructura e instituciones, son referencias claras respecto de las reformas que aún necesita encarar la Argentina en función de la recuperación de la capacidad de crecer, única forma en que los ratios vinculados a la sustentabilidad de la deuda pública puedan converger a niveles manejables.

De este modo, lo ocurrido entre 2016 y principios de 2019 puede verse como una transición, costosa pero transición al fin, en la construcción de los cimientos para encarar los desafíos señalados. Por caso, la tarea de estabilizar la economía necesitaba previamente alinear el set de precios relativos del mercado local con los internacionales, un requisito que estará cerca de ser cumplido hacia fin de 2019. Esta forma de reorganizar la economía es la única consistente con el florecimiento de incentivos para la inversión y el empleo productivo. En cambio, la estabilidad basada en la represión de precios claves, tipo de cambio, tarifas y demás, es la receta indicada para prolongar el escenario de estancamiento.
 

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