África rebelde

Escribe Lucas Doroñuk

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Es difícil pensar que un golpe de Estado y una junta militar pueda traer paz social en los tiempos actuales, pero parece ser este el caso de un continente que comenzó a levantarse ante aquellos quienes, históricamente, los pisotearon.

Durante los últimos 3 años, África asistió a 7 golpes de Estado, a los que se le suma el último ocurrido esta semana en Gabón. En una mirada más amplia, solo el de Myanmar fue el que excedió al continente africano en los últimos tiempos. Esto sin tener en cuenta las “dictablandas” o golpes institucionales que, si tuvieron lugar, por ejemplo, en Perú.

Muchas incógnitas, ya que todos saben que África es “pobre” pero, realmente, nadie sabe nada de esa parte del mundo. Lo más fácil es decir o creer que tienen crisis económicas, lo cual no es mentira. El espiral de decadencia en este sentido es algo presente, casi como si fuese moneda corriente. A esto se le suman las crisis sanitarias con brutales epidemias como el ébola que sacuden a una serie de países, y cada tanto ocupan espacio en alguna agencia internacional. Otros dirán que el terrorismo también se encuentra allí, y en parte es cierto. Las guerras civiles, las guerrillas y movimientos religiosos fundamentalistas operas en un lugar del mundo absolutamente complejo, donde se entremezcla el panafricanismo, el panarabismo y el panislamismo. Todo esto da como resulta una frase que les encanta decir a los condescendientes de Naciones Unidas: crisis humanitaria.

Hasta ahí hay un diagnóstico, muy acotado, pero que da algunos lineamientos sobre la problemática. El tema ahora es dar respuesta. ¿Por qué África tiene tantos golpes de Estado y tantas crisis múltiples? El politiquero de turno diría que es por la corrupción, como si fuese un concepto único o abstracto. Es cierto, sus políticos dejan mucho que desear. Desde el comienzo del proceso de descolonización, luego de la Segunda Guerra Mundial, muchos líderes africanos acataron la liberación política, casi como orden social. Sin embargo, el colonialismo económico siguió vigente, enriqueciéndose con un discurso distinto a lo que expresa la cantidad de “ceros” en sus cuentas bancarias en el extranjero. Inclusive, tranzando con empresas extranjeras para garantizar la explotación de los recursos naturales en manos de los europeos, con el trasfondo de generar una vida de riquezas para los europeos durante la segunda mitad del siglo XX. Es fácil tener el aire acondicionado prendido todo el día, a cuestas de la semi esclavitud en las minas o la hambruna extrema en África.

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Todo esto de la corrupción nos lleva al meollo de la cuestión. El colonialismo es el principal hito que marca el empobrecimiento rotundo del continente africano. Una zona del mundo sumamente rica en recursos naturales, con sendos biomas diversos y minerales ricos que, en el marco industrial, generarían ganancias suficientes como para poder abastecer a todo el país. ¿Por qué no sucede? Porque Europa no lo deja.

El colonialismo actual es, dicho en criollo, darle rienda suelta en lo político mientras no modifique lo económico ni los intereses internacionales. Pero esto parece estar cambiando en el último tiempo. Distintos levantamientos armados comenzaron a tener un tinte nacionalista que apunta directamente a las potencias europeas como los causantes de semejante pobreza estructural en África. Sin irnos muy lejos, lo que tienen en común los golpes de Estado en Níger y Gabón es que están cansados de que sus recursos sirvan para enfriar la cerveza de un pequeño burgués progresista parisino. En el caso del último país, cuenta con una reserva de oro, petróleo y manganeso sumamente importante. Si esto no es explotado por sus propias manos, el dinero huye hacia Europa.

Estos levantamientos son anti coloniales por definición, casi como si se tratase de una primavera de rebeliones ante el eje central del viejo continente. El Sahel está en llamas, y ya no es el culpable la religión o la corrupción, sino que la situación es insostenible.

Además, África comprende que este es el momento de rebelarse. Europa no tiene un rumbo fijo, simplemente vagabundea en debates meramente progresistas, sin atender las problemáticas reales de la clase media y trabajadora europea, quien, por la guerra en Ucrania, es rehén de una crisis económica e inflacionaria galopante. Asimismo, hoy en día, Europa no tiene un líder político férreo. No en sí Europa como continente, sino la Unión Europea o el brazo occidental del viejo continente. Desde la salida de Ángela Merkel de Alemania y el retiro de Gran Bretaña con el Brexit, el viejo continente está a la deriva, con líderes débiles en un contexto cambiante a nivel global.

Hoy en día, Putin es la cara visible de los intereses africanos. De hecho, se vieron banderas rusas ondear en distintos golpes de Estado, pidiendo inclusive, la intervención del Kremlin. La presencia de la Compañía Wagner también es primordial para entender esta situación. China también es bien visto, aunque en menor medida. En cambio, en esta primavera africana, los europeos y los estadounidenses ocupan el lugar de los vencedores malévolos que será vencidos.

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Es difícil prever sobre como podría terminar esto, o cual sería el escenario futuro. Lo que sí se puede decir, es que hay un proceso de descomposición geopolítica en marcha y que tiene a África como partícipe. Hace algunas semanas, Putin se había dado cita con un número considerable de líderes africanos para poder delinear estrategias conjuntas, incluso buscando aliados a nivel internacional. El mandatario ruso fue severamente criticado, casi como menospreciando el poder de África. Sin embargo, el mandamás del Kremlin dio a entender algo interesante, y es que en el continente africano está el futuro.

Esa frase desairó a varios y le valió una serie de carcajadas en Occidente. Pero parece que los últimos años le estuvieron dando la razón, y el presente también lo respalda.

Es momento de que Europa deje pisarle la cabeza a África. Lo primero que podría pasar es que ante una reorganización internacional que priorice el crecimiento en bloque, la malaria económica podría amainar. La respuesta rápida, casi como efecto dominó, es que, si la economía anda bien, la gente no va a querer irse a Europa. Por ende, no van a arriesgar sus vidas y podrían robustecer la mano de obra en África. Además, sería un buen aliciente para poder controlar la crisis migratoria en Europa. Parece que todos
salen ganando, pero el saldo de esto es el empobrecimiento del europeo promedio. El viejo continente tendrá que entender que Estados Unidos le soltó la mano, en parte, y que el mundo es multipolar. Todos deben comerciar con todos. Es el ocaso de la globalización de la cual muchos se enamoraron en la década de los 90’s.

Este es el momento del sur global. De Sudamérica, de Asia y de África. Este último parece ser el león dormido que al despertarse se va a devorar a su domador circense que, en este caso, es Europa.

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