Camilo Furlan

La paradoja de la paranoia inducida, Big Data y Manipulación

Compartí esta noticia !

¿Sabías que gran parte de las decisiones que tomas en tu día a día pueden estar condicionadas por lo que una empresa quiere que hagas? Hoy nos adentramos en como funcionan los mecanismos modernos de manipulación y propaganda, conocidos también como “microtargeting”. ¿Has oído hablar alguna vez de las “databrokers”? Si la respuesta es no, significa que hacen muy bien su trabajo…

Las databrokers son empresas que se dedican exclusivamente a comercializar —o a intercambiar por favores— datos personales de millones de usuarios. Esos datos pueden obtenerse de encuestas en línea, cookies, información que brindamos a las redes sociales, chats de aplicaciones o incluso de nuestras preferencias de consumo de contenido en redes sociales. Además, pueden acceder a tu ubicación y rutas habituales, al micrófono, a la cámara, al porcentaje de batería y a muchas otras variables, hasta reunir cientos —quizás miles— de datos sobre una sola persona.

Se ha demostrado que estos datos permiten predecir fenómenos con una precisión preocupante. El principio de funcionamiento de una I.A. puede definirse como la automatización de un cálculo matemático-estadístico para anticipar un resultado a partir de un repositorio de información organizada en una “base de datos”. Es decir, si tengo una lista de personas y accedo a saber su inclinación política, eso es un DATO. Si lo cargo en un Excel, se convierte en una base de datos.

Pero supongamos que ahora también logro acceder a los datos sobre qué auto posee cada una de esas personas; entonces tengo INFORMACIÓN.

La diferencia es clave: el dato aislado dice poco; cuando se relaciona con otros datos se transforma en información, y cuando esa información se analiza y permite comprender o anticipar algo —por ejemplo, cómo actuará alguien—, se convierte en CONOCIMIENTO.

Esta secuencia, conocida como la pirámide Dato → Información → Conocimiento, es la base sobre la que operan las inteligencias artificiales y los sistemas modernos de predicción.

Pero… ¿Y si empiezo a notar que quienes tienen un automóvil Jaguar tienden más a votar a los republicanos en EE. UU. que quienes poseen un BMW? En ese caso, ya no hablo solo de información, sino de conocimiento aplicado: sé qué personas tienen más probabilidades de votar a determinado candidato. Si mi objetivo fuera restarles votos a los demócratas, podría iniciar una campaña publicitaria que vincule, por ejemplo, los altos costos de los repuestos de un BMW con la inflación ocurrida durante el mandato de los demócratas.

Pero eso sigue siendo un dato entre muchos. En promedio, se estima que los databrokers almacenan unos 1500 datos por persona sobre miles de millones de individuos: tu color favorito, tus fobias, alergias, y así hasta 1500…

La sumatoria de los datos es la llave de la manipulación. Según el investigador Yves-Alexandre de Montjoye, en su trabajo “Unique in the Crowd: The Privacy Bounds of Human Mobility” (2013), cuatro puntos espaciotemporales son suficientes para identificar de manera única al 95 % de los individuos, y eso es relativamente fácil de obtener gracias al GPS de tu teléfono celular.

A esto se lo denomina triangular la información: sirve cuando alguien quiere obtener un dato “x” sobre una persona a partir de otros datos previos (algo similar a la regla de tres simple que aprendimos en la escuela). Ahora bien, una inteligencia artificial automatiza estas predicciones y, cuantos más datos tiene sobre alguien, más probabilidades tiene de acertar, ya sea en materia política, de consumo de productos o servicios, o incluso al inferir comportamientos o padecimientos como una depresión.
Es mucho poder… ¿Verdad?

Si hay algo que las databrokers entienden muy bien es que, a la hora de intentar —por ejemplo— sabotear el resultado de unas elecciones democráticas, en términos de eficiencia, antes que convencer a la oposición de votar al partido que te favorece, resulta más eficaz persuadirla de que no vaya a votar, saturando sus redes con mensajes que repiten que la democracia no sirve para nada, que no importa quién gobierne, que siempre será lo mismo, etc. Y, para este punto, es inevitable admitir que no estamos preparados para dimensionar la magnitud de las implicancias de este atentado contra las bases de la ética y la moral modernas, empezando por la democracia.

Y… ¿Cuál es la salida ante una ofensiva tan bien diseñada contra nuestra razón y nuestro pensamiento crítico? ¿Es la solución cerrar la computadora, tapar la cámara con cinta, eliminar las redes sociales y cubrirnos con papel de aluminio?

En primer lugar, hay que saber que la paranoia del aislamiento inconsciente también es un resultado previsto —y buscado— por los algoritmos de manipulación de masas: “Si se aísla, no molesta”. Y, como pocas personas acceden a esta información, sería trágico que la mayoría cayera en la paradoja de la paranoia inducida.

No todo está perdido. Al contrario: hay más esperanza de la que creés. En última instancia, creer que no hay alternativa a este sistema de manipulación masiva es el efecto de una influenciación rentable, inducida por empresas a través de la tecnología moderna.

Hoy tenemos acceso a I.A. que reconoce imágenes y puede decir qué hay en ellas —como Google Lens—, y también hay I.A. de voz a texto que, si les hablás, transcriben lo que decís. Ahora bien, dado que nuestra privacidad está erosionada y las databrokers se amparan en baches legales para explotar los datos de usuario, sabemos que nuestros teléfonos ven y escuchan, interpretando lo que ven y oyen mediante inteligencia artificial.

¿Pero acaso creen que entienden todo lo que decimos? ¿Acaso la comunicación humana puede reducirse a texto e imagen? No, señores: hay cosas que no se pueden predecir, y es extremadamente rentable que no lo sepas.

En términos de termodinámica y de las mecánicas físicas que sustentan la arquitectura eléctrica de la inteligencia artificial, no es posible emular un cerebro humano. Jamás un robot —y mucho menos un chatbot— será capaz de experimentar lo que atraviesa una vida humana, con sus traumas y aprendizajes colectivos.

El test de Turing no es más que una herramienta de marketing excelente para vendernos la idea de que la I.A. es revolucionaria.

Revolucionario sería que cientos de miles de personas se empoderan sobre la noción de que tienen libre albedrío y fueran concientes de que pueden usarlo para defender sus derechos humanos fundamentales y los de los demás.

Revolucionario sería que aprendamos, no a aislarnos de la tecnología y la comunicación, sino a mantenernos despiertos para usarlas como instrumentos que comuniquen humanidad, promuevan fenómenos orgánicos del pensamiento crítico y ayuden a que más personas accedan a este conocimiento.

Solo recordá lo siguiente:

La solución nunca fue, no es y nunca será aislarnos.

Eso es lo que se busca inducir en nosotros por distintos medios, atacando de forma directa nuestra capacidad de empatía y nuestra sociabilidad orgánica humana.

La tecnología no es el enemigo; lo son los de siempre: las élites poderosas que perpetúan su dominio sobre el rebaño. Dominio que ejecutan a través de ideologías individualizantes y antinaturales. ¿Que harás? ¿Fingir demencia y seguir eligiendo creer que esto no nos afecta? ¿Tirar tu teléfono al suelo y pisotearlo? ¿O acaso tomarás la peligrosa decisión de pensar y actuar en consecuencia, trascendiendo lo que se espera de tí?


Compartí esta noticia !

La lluvia cae de abajo hacia arriba

Compartí esta noticia !

¿Y si te dijera que la lluvia no cae de arriba hacia abajo? Aunque suene contraria al sentido común, esta idea fue una de las intuiciones más ingeniosas de Masanobu Fukuoka, quien hace medio siglo revolucionó la agricultura convencional creando algo que, incluso hoy, sigue generando controversia.

¿Qué implica eso? Bueno, empecemos por el principio: ¿qué es la agricultura convencional? Podríamos decir que es el sistema de cultivo que, desde hace milenios, domina nuestra forma de entender el mundo. Consiste en arar la tierra para ablandarla, sembrar las semillas mediante distintas técnicas, y luego fertilizar las plantas —ya sea con abonos químicos u orgánicos— mientras se eliminan las llamadas “malas hierbas”. Todo ello, con herramientas, maquinaria o herbicidas que dependen del petróleo.

Pero esto ya lo sabemos todos. Entonces, ¿qué se le puede modificar a un sistema que lleva miles de años funcionando?

Ahí entra Fukuoka. Nacido en 1913 en la isla japonesa de Shikoku, en una familia de citricultores, estudió microbiología y trabajó como inspector fitosanitario en Yokohama. A los 25 años, tras una crisis existencial que lo dejó al borde del colapso, tuvo una revelación: la naturaleza no necesita de la intervención humana para prosperar. Renunció a su trabajo y volvió a su pueblo natal decidido a comprobarlo.

Durante años, lo tomaron por un loco. Sus primeras cosechas fracasaron y su granja se llenó de malezas, pero con el tiempo su método comenzó a funcionar. Sin arar, sin pesticidas y sin fertilizantes, su campo se transformó en un ecosistema equilibrado: arroz, cebada, árboles frutales y hortalizas creciendo juntos como en un bosque. En los 70, su libro La revolución de una brizna de paja llevó su filosofía al mundo, convirtiéndolo en referente para ecologistas, permacultores y pensadores del decrecimiento. Murió en 2008, a los 95 años, fiel a su forma de vida austera y contemplativa.

De esa experiencia nacieron sus conocidas “cinco leyes de la agricultura natural”, que no son mandamientos técnicos, sino una manera de desaprender lo aprendido: no labrar la tierra, porque el suelo se airea solo; no usar fertilizantes, porque la vida que se acumula en la superficie es suficiente; no eliminar las “malezas”, porque también cumplen una función; no usar pesticidas, porque las plagas se equilibran entre sí; y no podar, porque cada planta sabe cómo crecer. En resumen, Fukuoka proponía dejar de imponer al mundo nuestra idea de orden y empezar a observar cómo la naturaleza organiza el suyo.

Su enfoque es revolucionario porque, lejos de complicar las cosas, las simplifica. La llamada “modernización agrícola”, con sus maquinarias, insumos y patentes, se volvió dependiente del petróleo y del control. En cambio, Fukuoka demostró que imitar la naturaleza es más eficiente, más barato y más sustentable. La agroecología, la permacultura y otros movimientos posteriores no nacen como alternativas románticas, sino como única vía realista para que la humanidad pueda seguir habitando este planeta sin extinguirlo.

Y entonces, ¿por qué decía que la lluvia no cae de arriba hacia abajo? Porque entendía que el agua no proviene del cielo de manera aislada: es la tierra viva la que la llama. Un suelo cubierto de vegetación mantiene la humedad, libera vapor y genera nubes; es decir, la lluvia “sube” antes de caer. En los campos estériles y arados, en cambio, la tierra se seca y el cielo se vacía. La naturaleza responde a cómo la tratamos: la fertilidad, el agua y la vida son una sola conversación entre el suelo y el cielo.

Como escribió Fukuoka, la clave está en “imitar la naturaleza humildemente y actuar sólo cuando es estrictamente necesario, como un aprendiz que colabora con un sistema mucho más sabio que él, en lugar de intentar dominarlo”.

Compartí esta noticia !

Régimen de impulso integral de las chacras multiproductivas

Compartí esta noticia !

Ya sea que vivas en la chacra, que tengas un familiar cercano que viva allí o que al menos alguna vez en la vida hayas visitado una chacra en la provincia de Misiones, te habrás dado cuenta de que no es la estereotípica “granja” de las películas hollywoodenses. Tampoco existen las infinitas extensiones de monocultivo, con sus definidas filas rectilíneas que delatan la súper mecanización de la siembra.
Entonces… ¿Cómo es una chacra? o bien, ¿qué es una chacra?

Podríamos empezar a buscar la respuesta por el origen de la palabra. En contraste, por ejemplo, con “campo”: mientras “chacra” viene del quechua chakra, y se refiere normalmente a pequeñas granjas ubicadas en terrenos agrícolas comunes en distintas partes de Iberoamérica, “campo” deriva del latín campus, que significa llanura o campo de batalla. Este contraste etimológico se traduce también en la realidad productiva. Una pequeña familia campesina no es compatible con la producción de un solo tipo de hortaliza, fruta o producto, ni tampoco con la idea de explotar la tierra sin devolverle nada.

La primera razón que naturalmente propicia la multiproductividad en las chacras es el aislamiento respecto de las calles citadinas, con sus vidrieras y su casi absoluta disponibilidad de bienes y servicios —obviamente pagos—. Cuando una familia campesina vive lejos del pueblo, contar con la verdulería de la esquina, la góndola con diez marcas de harina o la estación de servicio a un kilómetro no es una opción. Por lo tanto, cuando el chacarero se da cuenta de que el mayor de sus tesoros es el suelo que pisa, aprovecharlo para suplir de distintas maneras las necesidades humanas se vuelve lógico. Así, criar gallinas para tener huevos y carne, sembrar distintas hortalizas para el autoconsumo, reciclar materiales, abonar la tierra, rotar cultivos y aprender diferentes oficios no es “una opción”, sino el único “paquete tecnológico” compatible con la chacra y con la vida.

En este contexto se aprueba una ley que da un marco jurídico y respaldo estatal a las más de 27.000 explotaciones agrícolas familiares existentes en Misiones. Se trata, primeramente, de un reconocimiento gubernamental a la realidad productiva local y a su potencial como motor de la economía provincial, a través de los mercados de cercanía y el fortalecimiento de un desarrollo económico sustentable. La variedad de productos elaborados en una misma chacra habla de un manejo funcional e integrado de los ámbitos que conforman dicha multiproductividad.

En el artículo 3 se declara de interés estratégico para el desarrollo provincial la implementación de las chacras multiproductivas, por su contribución a la expansión de la matriz productiva, la generación de empleo rural y el fortalecimiento del valor agregado en origen.

En otras palabras, el hecho de que una sola familia lleve al mercado una gran variedad de productos significa que esas pocas personas, normalmente de bajos recursos económicos, encontraron una manera de sostener más de una producción. Y la forma más sensata de lograrlo es interconectando los distintos actores que constituyen la funcional multiproductividad.

Un ejemplo claro es el uso de cama de cerdos: consiste en colocar viruta de madera —residuo de aserraderos o del trabajo artesanal del productor— en el suelo del chiquero. Cuando el cerdo habita ese espacio y hace sus necesidades, el material resultante adquiere proporciones idóneas de carbono, nitrógeno y humedad para crear compost, un fertilizante natural. Ese compost se aplica luego en los cultivos, y tras la cosecha, las frutas y verduras “picadas” o fuera de los estándares del mercado se destinan como alimento para los cerdos. Así, dentro de la chacra, cada fuente de producción facilita las tareas de las demás: los residuos de una se convierten en materia prima de otra. De esta forma, el constante ciclo de intercambio dentro de la chacra puede entenderse como un solo organismo casi absolutamente autorregulado.

Las chacras multiproductivas no son algo nuevo. Sin embargo, éstas son y serán siempre las únicas explotaciones agrícolas dotadas del carácter de resiliencia y sustentabilidad necesarias para perpetuarse en el mismo espacio por generaciones. El cambio climático, la erosión del suelo y la contaminación hacen, por obvias razones insostenible al modelo hoy sostenido como estándar. Misiones se mantiene a la vanguardia.

Compartí esta noticia !

Cerebros en venta: tercerización del lenguaje

Compartí esta noticia !

Habiendo recorrido un cuarto de este turbulento siglo XXI, la humanidad ha sufrido, a la par que, superado, cambios estructurales en la forma de relacionarnos los unos con los otros. Quizá el factor más influyente en ese aspecto es la evolución tecnológica que ha tenido la tercerización del lenguaje, en principio a través de mensajeros de a pie como los chasquis del imperio Inca (siglo XV d.c) o, más atrás en el tiempo, los kerykes de la antigua Grecia (siglo V a.c).

A la par que el tiempo transcurría, la velocidad de la comunicación primero galopó a caballo por llanuras, desiertos y montañas a cargo del sistema imperial centralizado de postas persa, para luego cruzar océanos enteros en un segundo en forma de luz, traducido al moderno “lenguaje de las máquinas”, los bits. Dejando por un momento a un lado los demás fenómenos que influyen en nuestra conducta, como la globalización de los productos y las mil y una consecuencias del capitalismo tardío, surgen las siguientes preguntas: ¿Qué podemos comprender del mutante sistema de comunicación moderno? ¿Por qué las personas son unas en el chat y otras en la vida real? ¿Está, la infantilización de la información en el infinito scroll de TikTok, asesinando nuestra capacidad de desenvolvernos en la vida?

Actualmente, encuestas a jóvenes universitarios en EE.UU, hablan de que entre un 36% y un 50% de las relaciones de pareja son “a distancia”, por lo que deben pautar fechas entre sí para verse presencialmente. En lo que el demógrafo y economista francés Alfredo Sauvy llamó “tiers monde” —tercer mundo—, es decir excolonias de Asia, África y América latina, pautar los encuentros es más caro que en países opulentos. Y, por ende, esta realidad golpea más duro al desarrollo de no menos que una tercera parte de las futuras familias del sur global.

Estos números nos hablan de que creer que, el convertir las relaciones de pareja en un mercado a través de las “apps de citas” como Tinder, Badoo e incluso “Facebook Parejas” es normal, es subestimar las consecuencias de esta transhumanización digital —convenientemente capitalizada—. La tecnología hace posibles las videollamadas, compartirnos palabras, audios, fotos y hasta “besos” con el nuevo prototipo de “MUA” de la empresa Siweifushe.

Más allá del lenguaje en sí mismo, lo humano se expresa en un espectro comunicativo mucho más amplio y visceral, donde los gestos, la postura, la mirada o el silencio dicen tanto —o más— que las palabras. El cuerpo, con sus movimientos y distancias, con sus roces y sus fugas, lleva siglos siendo vehículo de significados que escapan al control racional; un apretón de manos puede sellar una alianza con más firmeza que un contrato, un silencio incómodo puede delatar más que mil discursos, y una mirada sostenida puede edificar un puente emocional más sólido que cualquier carta. En este sentido, la palabra ordena y precisa, pero es el lenguaje no verbal el que matiza, desnuda intenciones y construye la parte invisible de los vínculos. De ahí que, cuando la tecnología reduce la interacción a texto, emojis o videollamadas, no solo traduce nuestra voz a bits: también mutila, distorsiona o sobreactúa ese caudal de señales mudas que, en carne y hueso, hacen posible la comprensión plena entre dos personas.

Asimismo, a la hora de crear un proyecto o iniciativa colaborativa entre tres o más personas, suele ser conclusión de muchas grandes ideas la necesidad de crear un grupo de WhatsApp. Un grupo de WhatsApp no solo no es igual a sostener un vínculo real con personas que comparten un propósito, sino que tergiversa los resultados de lo hablado por chat. De esta manera, por los motivos mencionados en párrafos anteriores, depositamos en la tecnología la tarea de sustituir los vínculos y pactos tácitos, implícitos con los demás. A nivel biológico, herramientas como estos grupos sustituyen la “administración” de vínculos que normalmente hace la corteza prefrontal medial en el cerebro humano (acuerdos tácitos, confianza, cohesión). Y si seguimos esa línea de pensamiento, vemos más ejemplos de externalización de procesos cerebrales que atrofian las capacidades naturales de las personas como, por ejemplo: Los chatbots como ChatGPT, DeepSeek, MetaAI, etc. Reemplazan procesos llevados a cabo en la corteza prefrontal en el cerebro donde se llevan a cabo tareas como la memoria de trabajo, planeamiento y búsqueda de información. También tenemos los videos cortos de Instagram, Facebook, YouTube Shorts y TikTok que secuestra el sistema dopaminérgico mesolímbico (núcleo accumbens, estriado ventral), que regula recompensa y adicción.

En síntesis, al no poner esta discusión en el orden de importancia que requiere, todos estamos subestimando el impacto de la capitalización de nuestros cerebros a cuestas de nuestra funcionalidad como seres humanos íntegros y efectivos. La comunicación, las relaciones amorosas, los vínculos sociales y las herramientas de aprendizaje que hoy están siendo sustituidas por cómputos externos automáticos, fueron durante millones de años las herramientas que garantizaron la supervivencia de nuestra especie. Hoy, lo que nos salvó de la extinción por eones, está en jaque. ¿Qué harás al respecto?

Compartí esta noticia !

Obsolescencia programada ¿Cuánto te afecta?

Compartí esta noticia !

Hoy, en el sistema educativo de Argentina, existen escasos medios que preparen realmente a los alumnos para el futuro inminente. En un 2025 signado por la decreciente tasa de retorno energético, dónde cada vez cuesta más y más extraer los pocos recursos que quedan en el planeta, lo normal es desconocer los procesos que nos llevaron a padecer la coyuntura que esto genera.

Los factores que nos llevaron a este punto son innumerables y casi infinitamente complejos. El que hoy nos convoca es uno de los más infravalorados: La obsolescencia programada es, en esencia, una herramienta que le permite a las empresas garantizar la sostenibilidad de su negocio limitando la vida útil de sus productos. Claro que, dicha sostenibilidad es, de mínima, cuestionable, debido a que, los recursos naturales necesarios para elaborar sus productos se acaban a un ritmo que aumenta a cada segundo.

Si el dinero “lo compra todo”: la felicidad, la paz, seguridad y placer ¿Por qué cuestionar las herramientas que sostienen al capitalismo? Es decir, es fácil deducir que, si se fabrica un producto y este fuera tan bueno que nadie necesite comprarlo más de una vez, llegará el día en que el mercado se acabe, llegará el día en que nadie vuelva a comprarlo. Por lo tanto, habrás generado un gran bien a la comunidad, pero no a la economía del fabricante, por lo tanto, su emprendimiento estaría condenado antes de empezar. ¿O no?

Para cuestionar esa afirmación, debemos volver un poco en el tiempo, alrededor de un siglo.

A pesar de que este fenómeno, que vemos reflejado en casi todo objeto que poseemos hoy en día, pareciera haber existido siempre, la verdad es que tiene apenas un siglo de historia. Entre la primera y segunda guerra mundial, la industria estadounidense quedó con exceso de capacidad: Europa no podía comprar tras la crisis del ’29 y el capital fijo ya estaba montado para producir en masa. La jugada fue convertir el hogar en mercado. Con la electrificación avanzando y los motores pequeños abaratados por el fordismo, se “miniaturizaron” funciones industriales y se las vendió como modernidad, higiene y estatus: aspiradoras, licuadoras, máquinas de coser, heladeras, entre muchos otros. La publicidad y el crédito al consumo hicieron el resto: No era solo vender aparatos, era fabricar la necesidad de tenerlos y renovarlos.

Para sostener el negocio en el tiempo se consolidaron dos llaves. La obsolescencia programada: limitar la vida útil o reparabilidad (piezas selladas, repuestos caros o escasos, estándares que cambian), con casos históricos como el cártel Phoebus que acortó la vida útil de las bombillas eléctricas o focos. Y la obsolescencia percibida: generar el estatus de “viejo” en algo que aún funciona, acelerando modas, colores y diseños, lanzando “nuevos modelos” con cambios cosméticos, creando ecosistemas y accesorios incompatibles, y campañas que asocian lo último con prestigio y eficiencia. Una te rompe el aparato; la otra te rompe la paciencia. Juntas, garantizan rotación constante, aunque la necesidad real no haya cambiado.

Pero ¿Cómo era antes?

Antes de las eficientes cadenas de montaje y la romantizacion del consumo, existía lo que hoy conocemos como artesanos. El prestigio de un artesano no está necesariamente en la cantidad que pueda producir, sino en la calidad de su trabajo: Si Fulano ve que el trabajo que hizo Mengano al transformar un árbol resistente en una mesa para su familia fue bueno, entonces se lo recomendará a Sultano y Mengano tendrá cada vez más clientes en su pueblo. El día que Mengano haga una mesa para cada uno de los hipotéticos 700 habitantes de su diminuto pueblo, habrán pasado tantos años que éstas, por más resistentes que sean, se habrán desgastado y necesitarán reposición. Pero claro, esto no es aplicable a escala, ni mucho menos a los ritmos y dinámicas que supone el actual modelo de consumo. Ni hablar de si ahora Fulano y Sultano decidieran hacerle competencia al artesano mediante tutoriales de YouTube.

Más allá de la simplificada explicación, en esencia, estos mecanismos de aprovechamiento de materia prima para su posterior transformación en objetos de corta vida útil, no habla de un problema más, sino del más crudo reflejo de la inconsciente avaricia del ser humano. Siendo que aun sabiendo los grandes empresarios y magnates que sus acciones harán imposible que su descendencia goce de sus mismos privilegios, continúan la depredación desmedida de recursos y energía. Esto es simple termodinámica. Entonces, su único propósito es su propio e individual beneficio, a costa de la vida del resto de la población.

Luego, por debajo, el otro 99% de la humanidad, consumiendo una y otra vez la idea de que somos todos el 1%, que somos reyes con potestad absoluta, porque podemos comer carne, porque nos bañamos con agua caliente, porque nos vestimos de tela traída de otro continente, sin entender que esas son comodidades mínimas (de las que ni siquiera goza todo ese 99%) en comparación con el despilfarro de la elite capitalista. Mientras sigamos consumiendo esta idea, tal y como si se tratara de una suscripción a un servicio de streaming o de internet, seguiremos siendo engranajes de la máquina come mundos, cuyo timón llevan personas que viven en un termo. 

Compartí esta noticia !

Categorías

Solverwp- WordPress Theme and Plugin