La lluvia cae de abajo hacia arriba
|
Getting your Trinity Audio player ready...
|
¿Y si te dijera que la lluvia no cae de arriba hacia abajo? Aunque suene contraria al sentido común, esta idea fue una de las intuiciones más ingeniosas de Masanobu Fukuoka, quien hace medio siglo revolucionó la agricultura convencional creando algo que, incluso hoy, sigue generando controversia.
¿Qué implica eso? Bueno, empecemos por el principio: ¿qué es la agricultura convencional? Podríamos decir que es el sistema de cultivo que, desde hace milenios, domina nuestra forma de entender el mundo. Consiste en arar la tierra para ablandarla, sembrar las semillas mediante distintas técnicas, y luego fertilizar las plantas —ya sea con abonos químicos u orgánicos— mientras se eliminan las llamadas “malas hierbas”. Todo ello, con herramientas, maquinaria o herbicidas que dependen del petróleo.
Pero esto ya lo sabemos todos. Entonces, ¿qué se le puede modificar a un sistema que lleva miles de años funcionando?
Ahí entra Fukuoka. Nacido en 1913 en la isla japonesa de Shikoku, en una familia de citricultores, estudió microbiología y trabajó como inspector fitosanitario en Yokohama. A los 25 años, tras una crisis existencial que lo dejó al borde del colapso, tuvo una revelación: la naturaleza no necesita de la intervención humana para prosperar. Renunció a su trabajo y volvió a su pueblo natal decidido a comprobarlo.
Durante años, lo tomaron por un loco. Sus primeras cosechas fracasaron y su granja se llenó de malezas, pero con el tiempo su método comenzó a funcionar. Sin arar, sin pesticidas y sin fertilizantes, su campo se transformó en un ecosistema equilibrado: arroz, cebada, árboles frutales y hortalizas creciendo juntos como en un bosque. En los 70, su libro La revolución de una brizna de paja llevó su filosofía al mundo, convirtiéndolo en referente para ecologistas, permacultores y pensadores del decrecimiento. Murió en 2008, a los 95 años, fiel a su forma de vida austera y contemplativa.
De esa experiencia nacieron sus conocidas “cinco leyes de la agricultura natural”, que no son mandamientos técnicos, sino una manera de desaprender lo aprendido: no labrar la tierra, porque el suelo se airea solo; no usar fertilizantes, porque la vida que se acumula en la superficie es suficiente; no eliminar las “malezas”, porque también cumplen una función; no usar pesticidas, porque las plagas se equilibran entre sí; y no podar, porque cada planta sabe cómo crecer. En resumen, Fukuoka proponía dejar de imponer al mundo nuestra idea de orden y empezar a observar cómo la naturaleza organiza el suyo.
Su enfoque es revolucionario porque, lejos de complicar las cosas, las simplifica. La llamada “modernización agrícola”, con sus maquinarias, insumos y patentes, se volvió dependiente del petróleo y del control. En cambio, Fukuoka demostró que imitar la naturaleza es más eficiente, más barato y más sustentable. La agroecología, la permacultura y otros movimientos posteriores no nacen como alternativas románticas, sino como única vía realista para que la humanidad pueda seguir habitando este planeta sin extinguirlo.
Y entonces, ¿por qué decía que la lluvia no cae de arriba hacia abajo? Porque entendía que el agua no proviene del cielo de manera aislada: es la tierra viva la que la llama. Un suelo cubierto de vegetación mantiene la humedad, libera vapor y genera nubes; es decir, la lluvia “sube” antes de caer. En los campos estériles y arados, en cambio, la tierra se seca y el cielo se vacía. La naturaleza responde a cómo la tratamos: la fertilidad, el agua y la vida son una sola conversación entre el suelo y el cielo.
Como escribió Fukuoka, la clave está en “imitar la naturaleza humildemente y actuar sólo cuando es estrictamente necesario, como un aprendiz que colabora con un sistema mucho más sabio que él, en lugar de intentar dominarlo”.
