Silvia Abaca

Periodista.

De la fe al capital: el nuevo credo de Javier Milei

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El itinerario reciente de Javier Milei dice más que cualquier discurso. En menos de una semana, el presidente argentino pasó de recibir la bendición de los pastores evangélicos en la Casa Rosada a rezar en la tumba del Rebe de Lubavitch en Nueva York, y cerrar el viaje con un encuentro con empresarios del American Business Forum. Tres escenarios distintos, pero un mismo mensaje: el poder, la religión y el mercado se fusionan en un relato que busca darle sentido espiritual al ajuste económico.

La Casa Rosada convertida en templo

La secuencia comenzó en Buenos Aires, donde Milei convocó a pastores evangélicos de todo el país con motivo del “Día de las Iglesias Evangélicas”. Allí, entre oraciones, bendiciones y discursos, el presidente se mostró conmovido y agradecido, adjudicando su triunfo a la intervención divina.

El acto no fue una simple ceremonia de fe: fue un gesto político. La alianza con los sectores evangélicos —con creciente influencia en los barrios populares y en la política latinoamericana— es parte central del andamiaje ideológico del gobierno. En ellos, Milei encuentra el soporte moral para su programa de recortes: el sacrificio se presenta como virtud, la pobreza como prueba y el orden como mandato divino.

Como antes Bolsonaro en Brasil, Milei comprende que las iglesias pueden funcionar como una red social y política capaz de sostener la narrativa del “cambio” desde abajo, pero con dirección conservadora.

El salto del altar al mausoleo: la visita a la tumba del Rebe de Lubavitch

Pocos días después, el presidente viajó a Nueva York y realizó una parada simbólica en el cementerio de Queens, donde descansan los restos del rabino Menachem Mendel Schneerson, el “Rebe” de Lubavitch. Milei entró con kipá, rezó, dejó una nota y salió en silencio.

Esa imagen de sobre actuación judaica (Milei no es judío), recorrió el mundo: un presidente argentino arrodillado ante una tumba en busca de inspiración o bendición. Más allá de la dimensión espiritual, el gesto tiene un fuerte contenido político: Milei se presenta como un líder “ungido”, con misión trascendente. En su narrativa, el ajuste no es una decisión política sino una forma de redención nacional.

En tiempos de crisis, los proyectos autoritarios suelen apoyarse en el lenguaje religioso para justificar la desigualdad. La fe reemplaza a la política; el dogma sustituye al debate.

El American Business Forum: de la oración al contrato

El cierre del viaje fue en el American Business Forum, donde Milei se reunió con grandes empresarios y fondos de inversión. Allí prometió previsibilidad, libertad económica y el fin del “populismo”.

El presidente ofreció un país disponible para los negocios, mientras en Argentina se multiplican los despidos, se recortan políticas sociales y se privatizan servicios públicos.

El mensaje fue claro: la pobreza se atiende con fe; la economía, con capital extranjero. El mismo discurso que empieza en la Biblia termina en Wall Street.

Mamdani en Nueva York: la contracara del modelo

Paradójicamente, mientras Milei buscaba legitimidad entre rezos y ejecutivos, en la misma ciudad triunfaba Zohran Mamdani, joven socialista, hijo de inmigrantes, musulmán y militante por la justicia social. Su programa —transporte gratuito, control de alquileres, inversión pública— es la antítesis del credo libertario.

Mientras en Buenos Aires se celebra la austeridad como virtud moral, Nueva York elige un gobierno que vuelve a hablar de derechos colectivos.

La imagen es potente: el presidente argentino rezando ante el pasado, mientras una nueva generación política en el norte global empuja hacia el futuro.

Fe, mercado y poder: un triángulo peligroso

Milei está construyendo algo más que un gobierno: está edificando una religión política. Una doctrina donde el mercado es Dios, la pobreza es testimonio y la obediencia es virtud.

La alianza con los pastores y empresarios es funcional: unos ofrecen legitimidad moral, los otros poder económico. Pero el pueblo argentino queda en el medio, soportando un ajuste que se disfraza de destino.

El problema es que la fe puede sostener una narrativa, pero no llenar la heladera. Y el capital puede financiar un modelo, pero no construir legitimidad social.

Conclusión: el credo del ajuste

En el mapa global, el contraste es evidente. Mientras Milei busca redención en los templos y confianza en los mercados, Mamdani demuestra que otra política es posible: una política del cuidado, la justicia y la igualdad.

Argentina, en cambio, parece haber ingresado en una nueva etapa del neoliberalismo: una que ya no necesita solo de tecnócratas, sino de predicadores.

De la fe al capital, el camino del presidente es coherente con su dogma: un país en venta, pero bendecido.

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No cumplir las leyes ratificadas por el Congreso es ajuste y es autoritarismo

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Emergencia en discapacidad, financiamiento universitario y emergencia pediátrica: cuando el ajuste se impone sobre los derechos.

Mientras miles de familias, estudiantes y trabajadores esperan respuestas, el gobierno nacional se niega a poner en marcha las leyes de emergencia que el Congreso aprobó por amplia mayoría: la Ley de Emergencia en Discapacidad, la Ley de Financiamiento Universitario y la Ley de Emergencia en Pediatría.

No se trata de un olvido administrativo. Es una decisión política: desfinanciar la salud y la educación, como paso previo a su privatización.

Las tres leyes nacieron de la lucha colectiva —de organizaciones de personas con discapacidad, de docentes y estudiantes, de médicos, enfermeras y familias— que exigieron al Estado estar presente donde más se lo necesita.

Pero el gobierno elige el camino del ajuste y la insensibilidad, mientras los prestadores de discapacidad acumulan meses sin cobrar, los hospitales pediátricos denuncian la falta de insumos y profesionales, y las universidades públicas pelean por seguir abiertas.

Dicen que no hay plata, pero sí la hay para pagar deuda externa y subsidiar a los grandes grupos económicos. Lo que no hay es voluntad de defender a los argentinos y argentinas que más lo necesitan.

Las leyes están, fueron votadas en ambas cámaras del Congreso y después del veto presidencial, se insistió en su aplicación, lo que falta es un gobierno que crea en el Estado como herramienta de justicia social.

Porque la verdadera emergencia es moral y política: la de un gobierno que abandona al pueblo, traiciona su mandato y tiene a la represión como única respuesta.

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La culpa es de ella que usaba la pollera corta

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Patricia Bullrich culpó al feminismo por los femicidios. Su discurso repite el viejo argumento machista que culpa a las mujeres por la violencia que padecen. De nuevo quieren hacernos creer que la violencia es culpa nuestra, pero no son las feministas las que matan: son los varones violentos y un Estado que mira para otro lado.

Nada más, ni nada menos que la  ministra de Seguridad (que se supone debe velar por nosotras y nosotros), afirmó que los femicidios y la violencia machista son consecuencia del “feminismo extremo”, de mujeres que “pisotean al hombre” y “generan reacciones”. El mismo discurso de siempre, pero con poder estatal.

Decir que los femicidios son culpa del feminismo es como decir que una mujer fue violada porque usaba una pollera corta. Es repetir el mandato patriarcal que responsabiliza a las víctimas y absuelve a los agresores. Es negar que el problema es la desigualdad estructural, el machismo y la impunidad.

Los datos son claros: en la Argentina, cada 30 horas una mujer es asesinada por un varón, casi siempre conocido, pareja o expareja. No por ser “feminista”, sino por ser mujer. Y es el movimiento feminista el que puso estas cifras sobre la mesa, el que logró leyes, refugios, acompañamiento, educación sexual y políticas de prevención.

Sin el feminismo seguiríamos contando muertas en silencio.

Bullrich no habla desde la ignorancia, sino desde una decisión política: desacreditar la organización de las mujeres y diversidades, criminalizar la rebeldía y distraer de las verdaderas causas de la violencia. Porque un Estado que no protege, que ajusta y que recorta programas, necesita culpar a alguien más.

Como dijo Dora Barrancos en una nota reciente: “…nada es más patético que el patriarcado cuando toma forma de cuerpo femenino, porque ostenta el perfil de la servidumbre voluntaria.”

Por eso, frente a los discursos de odio reafirmamos lo que gritamos en cada plaza:

La culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía.

¡Ni una menos. Vivas, libres y con derechos nos queremos!

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