Cementerios de ropa: el costo de la fast fashion en América Latina
Por Aleida Rueda / SciDevNet – Varios países de América Latina importan cada año toneladas de ropa usada de Europa, Asia y Estados Unidos con el fin de darle “una segunda vida”. Sin embargo, el exceso de prendas de mala calidad, sumado a la falta de infraestructura para reciclarla, está propiciando que la ropa que entra como mercancía se convierta en residuos difíciles de eliminar.
Ese es el caso de Chile, donde gran parte de la ropa usada que entra al país no se revende y termina siendo transportada e incinerada ilegalmente en el desierto de Atacama. Y como son textiles elaborados con fibras sintéticas no biodegradables, su incineración implica daños potenciales para el ambiente y la salud.
“La ropa usada de baja calidad es abandonada y/o incinerada en sitios no autorizados, generalmente por compradores informales de este tipo de productos, quienes disponen las unidades de baja calidad en sitios clandestinos”, reconoció el Ministerio de Medio Ambiente de Chile en su Estrategia de Economía Circular del Sector Textil, publicada en agosto de este año.
El documento, cuya consulta pública terminó hace unos días (23 de octubre), tiene el objetivo de impulsar la vida útil de la ropa y prevenir la generación de residuos textiles para “proteger la salud de las personas y el medio ambiente” pues las grandes cantidades de ropa que terminan convirtiéndose en desechos, sumado al consumo desmedido, “constituyen una problemática ambiental que ha crecido considerablemente en los últimos años”.
Bastian Barria vive esa problemática. Él es cofundador de Desierto Vestido, una organización no gubernamental basada en Iquique, Chile, dedicada a la economía circular en la industria textil que ha documentado la existencia de decenas de estos vertederos en el desierto a través de su cuenta de Instagram.
“Hay microvertederos con muchos tipos de residuos, incluyendo textil. Tenemos algunos identificados, pero hoy se están expandiendo por el inmenso desierto de Atacama”, dijo a SciDev.Net.
“Cerca del 70 por ciento de la ropa contiene materia prima derivada del plástico, la cual, junto con los diversos químicos y tintes utilizados en las prendas, convierte a estos productos en residuos peligrosos cuando son incinerados”, agregó.
El problema ya está en la mira de los organismos internacionales.
En junio de este año, las Comisiones Económicas de las Naciones Unidas para Europa (CEPE) y para América Latina y el Caribe (CEPAL), publicaron un reporte que confirma cómo el exceso de importaciones de ropa usada, y elaborada con fibras sintéticas, está derivando en un problema grave de manejo de residuos textiles en Chile.
De acuerdo con el estudio, en 2022 -últimas cifras disponibles- Chile importó 124 mil toneladas de ropa de segunda mano, de las cuales alrededor de dos tercios entraron al país a través de la Zona Franca de Iquique; ahí, más de 50 empresas emplean a cientos de trabajadores, mujeres en su mayoría, para armar paquetes de ropa en función de su calidad.
De estos paquetes, 5 por ciento se reexportó a otros países, 20 por ciento se vendió en el resto del país y 75 por ciento fueron trasladados a las zonas aledañas del puerto.
“Muchas de estas prendas terminaron en vertederos en el cercano desierto de Atacama, ya que no tienen valor de mercado local o son demasiado numerosas para que los mercados locales los absorban”, dice el reporte.
Además, revela que esta sobreproducción está impulsando exportaciones con un patrón específico: las prendas fluyen de países de ingresos altos a países de ingresos bajos.
“A medida que el mundo, sobre todo el Norte Global, produce y consume moda a un ritmo implacable, un puñado de países, principalmente en el Sur Global, se han convertido en cementerios de ropa”, dice Lily Cole, activista climática y asesora de la CEPE en una carta abierta incluida en el informe.
Para Matías Roa, ambientalista e integrante de Basura Cero Chile, un conjunto de organizaciones que impulsan el manejo sustentable de los residuos sólidos y que han documentado durante los últimos tres años la crisis de residuos textiles en el país, este flujo de ropa “tiene todos los síntomas y patrones de ser una práctica colonialista de residuos”.
“El Norte Global no puede eliminar toda la ropa que produce, entonces ¿qué está haciendo? Está usando las mismas prácticas que hace con otros residuos: moverlos al hemisferio sur”, afirmó a SciDev.Net.
Úsese y tírese
Hay buenas razones para usar ropa de segunda mano. Un informe elaborado por Oxford Economics publicado hace unas semanas (9 de octubre) muestra que el sector de la ropa usada contribuye con miles de dólares al Producto Interno Bruto de los países, genera miles de empleos y reduce la huella ambiental de la producción de ropa.
“La industria de la ropa de segunda mano reduce significativamente la huella ambiental de las prendas de vestir, ya que los textiles reutilizados requieren solo el 0,01% de agua y ahorran alrededor de 3 kg de CO2 por artículo en comparación con la producción de ropa nueva”, dice el informe.
Pero este mercado en ascenso se enfrenta a una amenaza: la fast fashion, una industria de producción masiva de ropa que implica más colecciones al año, generalmente a precios bajos y elaboradas con materiales de mala calidad.
Estas nuevas prendas merman el modelo tradicional y virtuoso de la ropa de segunda mano: en vez de darle una segunda vida, como no tiene la calidad para ello, se aplica el clásico ‘úsese y tírese’.
Con ello empieza la cadena de desperdicio que terminará en los cementerios de ropa en países pobres o con nulas o pocas regulaciones para importarla, como Chile. Al ser más fácil de desechar, miles de personas tiran o donan la ropa que ya no quieren, al mismo tiempo que compran más. Es un círculo de consumo y desperdicio.
En algunos países de Europa y Estados Unidos, “hay muy buenos consumidores, entre otras cosas, de ropa, pero también están muy acostumbrados a deshacerse de ella, ya sea vendiéndola o donándola”, explicó a SciDev.Net Efrén Sandoval Hernández, antropólogo e investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), en México.
“Hay una enorme cantidad de ropa que se dona en Estados Unidos y se vende ahí, pero también a asociaciones de beneficencia que la venden a intermediarios, los cuales se encargan de exportar la ropa usada a todo el mundo”, dijo Sandoval.
Los intermediarios, que están tanto en el país exportador como en el importador, se dedican a revisar y dividir la ropa en función de su calidad, asegurando las mejores calidades para los mejores mercados.
Pero en ese flujo hay mucha ropa que se va quedando; no se revende, en parte, por ser de mala calidad, pero también por estar en malas condiciones, manchada, dañada, o rota. O también porque no es apta para el mercado latinoamericano.
“Pasa mucho que, en los lugares de muchísimo calor, llegan los grandes suéteres y abrigos, entonces nadie los compra porque no los necesita. O es ropa muy grande que a la gente de Guatemala, que es chiquita, no le queda. Todo eso termina siendo desperdicio”, contó a SciDev.Net Eduardo Iboy, diseñador industrial y coordinador de la organización Fashion Revolution Guatemala.
En 2022, el equipo de esta organización documentó la forma en la que llega la paca (el fardo de ropa usada) a Guatemala a través de un documental titulado “Se abrió paca”. Para hacerlo, recorrieron algunos mercados de ropa de segunda mano con el fin de explorar cuánta de esa ropa no era apta para el consumo.
“Queríamos saber de 100 prendas, ¿cuántas se tiraban a la basura o cuántas se tenían que quemar o regalar?”, dijo Iboy. Después de recorrer algunas pacas pequeñas, el equipo de Fashion Revolution Guatemala encontró que el 60 por ciento de la ropa es descartada, pero a diferencia de Chile, en Guatemala no se sabe con exactitud el destino final de esos residuos.
“La moda rápida ha aumentado el flujo de material en el sistema. Las marcas de moda producen casi el doble de ropa que antes del año 2000”, afirman en un estudio del 2020 un conjunto de investigadores liderados por Kirsi Niinimäki, especialista en investigación de la moda de la Universidad de Aalto, en Finlandia.
Y esto tiene consecuencias en el ambiente, no solo por los recursos naturales que se usan y los gases que se emiten para producirla sino también para eliminarla.
De acuerdo con Niinimäki, “la corta vida útil de las prendas de vestir, junto con el aumento del consumo, ha llevado a un aumento del 40 por ciento en los residuos textiles de vertederos en los Estados Unidos entre 1999 y 2009 y, a nivel mundial, los textiles representan hasta el 22 por ciento de los residuos mixtos en todo el mundo”.
A nivel individual, es bastante. No se tienen datos para América Latina, pero tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, una persona desecha en promedio 30 kilos de textiles al año, de las cuales sólo el 15 por ciento se recicla.
Un problema global, que afecta a América Latina
Según la base de datos estadísticos de las Naciones Unidas sobre el comercio de mercancías (UN Comtrade), en las últimas tres décadas el mercado global de ropa de segunda mano creció siete veces. Pakistán, Malasia, Kenia e India son los países en desarrollo que están importando cada vez más volúmenes de textiles usados de bajo valor desde Europa y Estados Unidos.
En América Latina, Chile y Guatemala son los dos mayores importadores debido a que son prácticamente los únicos en la región que no cobran aranceles ni tienen restricciones de cantidad para la entrada de ropa.
Esto ha traído como consecuencia que se vuelvan los “paraísos” para la ropa usada de mala calidad porque la reciben, pero no tienen forma (adecuada) de deshacerse de ella.
Para Roa, la situación es absurda: “Estamos saturando nuestros vertederos con residuos que ni siquiera generamos nosotros, o sea, ya tenemos una crisis de gestión de residuos y encima estamos poniendo residuos de otros lugares”.
Aunque Chile es el país que tiene el problema de residuos textiles más visible, otros países de Centroamérica han empezado a ver un crecimiento sustancial del mercado de ropa de segunda mano y, en consecuencia, un aumento en la cantidad de ropa de bajo valor de la que deben deshacerse.
Un informe elaborado por la empresa Garson & Shaw, un proveedor global de ropa usada al mayoreo, reportó que en los últimos diez años, hasta 2021, “el valor de las importaciones de ropa de segunda mano a los cuatro países [Nicaragua, Guatemala, Honduras y El Salvador] creció en US$ 274 millones, con Nicaragua experimentando un crecimiento de casi el 280 por ciento durante el periodo”.
La empresa estima -y celebra- que para 2040, el sector de la ropa usada sostendrá más de 3 millones de empleos en estos cuatro países.
Eduardo Iboy es testigo de que la ropa de segunda mano ha hecho crecer el mercado laboral y económico en la última década en Guatemala, pero esto, dice, ha sido a costa de la llegada excesiva de ropa que termina siendo basura.
“Tenemos datos aproximados: en la ciudad de Guatemala hay 100 pacas, y cada una importa alrededor de seis contenedores a la semana, eso sin contar todos los 300 municipios alrededor del país que importan pacas cada mes. Es exagerada la cantidad de ropa que llega al país; de hecho, no llega, regresa, porque la mayoría se hace aquí, pero se exporta y la utilizan en otro lado”, dijo a SciDev.Net.
Iboy identifica que la gente consume cada vez más ropa de segunda mano. “Las personas en Guatemala están tomando las pacas como si fuera fast fashion. Todos los fines de semana están yendo a comprar ropa que al final de cuentas utilizan una o dos veces, y de ahí, a la basura. Es el mismo modelo que las fast fashion, solo que ahora es más económico para el bolsillo de los guatemaltecos”, comentó.
La quema como vía para eliminar ropa
En Chile está prohibido desechar textiles o ropa de segunda mano en el ambiente, de ahí que la solución más fácil para eliminarlos sea dejarlos en los lugares más alejados de las ciudades, como el desierto, y después quemarlos.
No hay datos sobre los efectos ambientales o a la salud que este problema genera; no hay especialistas tomando muestras ni reportando cómo estos incendios están dañando el suelo o el aire, pero todos quienes han estado ahí saben que la quema de textiles no es inocua.
“No sólo es la contaminación por dejar la ropa ahí, esta ropa llega con aditivos para el control de plagas que se mezclan con el aire y la neblina que es usual ahí [en Atacama]. Estas sustancias se percolan y empiezan a drenar hacia el suelo”, señala el ingeniero Franklin Zepeda, hoy fundador de una empresa de reciclaje textil.
Zepeda es uno de los primeros visitantes que vio las montañas de ropa descartada que cubrían parte del desierto de Atacama en 2012.
“Iba en mi motocicleta, en una zona conocida como El Paso de la Mula. Ahí me encontré con un nuevo planeta: el planeta de la ropa. Se estima que había 200 mil toneladas de ropa en ese momento”, dice Zepeda a SciDev.Net.
En junio de 2022, después de que la noticia del inmenso vertedero llegara a los medios internacionales, hubo un incendio que dejó sepultados bajo tierra miles de trozos de tela chamuscados y una nube de humo tóxico que estuvo en el aire durante una semana.
Pero el desierto nunca dejó de ser un basurero, solo se transformó en decenas de vertederos ilegales en nuevas zonas del desierto chileno cercanas a la comunidad de Alto Hospicio, una comuna de la provincia de Iquique, caracterizada por la pobreza, la falta de servicios y la marginación.
“Hemos observado que llegan camiones con ropa todos los días a distintas partes de Alto Hospicio. Es bastante complicado hacer el seguimiento y determinar cuántas prendas y de qué tipo llegan, porque son toneladas de textiles”, dice Barria.
La ropa usada se amontona incluso en las calles. Foto: cortesía de Franklin Zepeda para SciDev.Net
Lo que sí se sabe es que los incendios de ropa suceden todo el tiempo, especialmente durante la tarde-noche. “Las incineraciones y el humo se pueden ver desde la comuna de Alto Hospicio, y algunas veces desde la ciudad de Iquique”, continúa.
Barria dice que hay personas en situación de calle que viven cerca de los vertederos y son quienes rescatan algunas prendas y luego le prenden fuego a lo que no les sirve, pero también lo hacen quienes llevan la ropa en camiones desde el puerto de Iquique.
“La ropa se está incinerando en el desierto de la manera más rústica, que es a cielo abierto. Las montañas de ropa ahora son esporádicas porque técnicamente se forman, pero se incineran de manera inmediata”, afirma Roa.
Lo que más dificulta la eliminación de la ropa, especialmente la que se produce en el modelo fast fashion, tiene que ver con los materiales con las que están elaboradas: fibras sintéticas como poliéster, nylon, acrílico y elastano que son elaboradas a partir de combustibles fósiles y tardan décadas en degradarse.
El inexplorado daño ambiental
El informe de la CEPE y CEPAL de este año apunta a que, al incinerarlas, estas fibras pueden emitir gases nocivos. “Las emisiones de la incineración de textiles incluyen metales pesados, gases ácidos, partículas y dioxinas, que son perjudiciales para la salud humana y contribuyen a diversos tipos de cáncer, defectos congénitos, enfermedades pulmonares y respiratorias, accidentes cerebrovasculares y enfermedades cardiovasculares, entre otras”.
“También dañan el medio ambiente al liberar microfibras (microplásticos), lixiviar productos químicos tóxicos en el suelo y las aguas subterráneas, además de liberar metano a la atmósfera”, continúa.
Así lo ha visto Bastian Barria. “El viento y la erosión desgastan estos residuos, se liberan micropartículas de plástico que se dispersan en el aire y el desierto, afectando incluso a la fauna nativa”, afirma.
“En Alto Hospicio, por ejemplo, se han observado especies de búhos habitando en microbasurales textiles, lo que evidencia el grave impacto de esta contaminación en los ecosistemas locales”.
Parte del problema es que buena parte de las prendas que se fabrican actualmente están hechas casi totalmente de plástico. El más común es el poliéster, un polímero de politereftalato de etileno, conocido regularmente como PET.
De acuerdo con un estudio de investigadores australianos, en su forma más simple este PET “es grueso, rígido y de tono ligeramente transparente”, así que para volverlo flexible, suave, y ligero para que sirva para hacer ropa, “se agregan otros aditivos plásticos o monómeros en varias etapas del proceso de producción”, lo que lo vuelve aún más difícil de eliminar.
Uno de los problemas adicionales del poliéster en la ropa es que ni los consumidores ni las autoridades aduaneras lo ven como plástico, por lo tanto, la ropa elaborada con este material que se desecha escapa de las normas que regulan el movimiento transfronterizo de desechos, como la Convención de Basilea.
“Estamos pagando cantidades ridículas de dinero por comprar una prenda que es básicamente poliéster, es plástico”, dice Matías Roa. “Si hiciéramos una lectura estricta de lo que dice la Convención de Basilea, el poliéster no debería ser comercializado porque el poliéster es plástico y el plástico es un residuo”.
De hecho, en 2019, los 170 países que forman parte del Convenio de Basilea aceptaron por consenso llamarle Desechos Plásticos a una nueva lista de residuos (conocida como Y48), muchos de ellos plásticos mezclados con otros materiales que son difíciles de reciclar, con el objetivo de impedir que se vertieran total o parcialmente en los países como resultado de movimientos transfronterizos.
“La mayoría de los residuos textiles mixtos que contienen textiles sintéticos deben considerarse como Y48” y “el no hacerlo sería ir en contra de las razones científicas y técnicas (…) sobre otros plásticos”, escribió Jim Puckett, director ejecutivo de Basel Action Network (BAN), una organización enfocada en la justicia ambiental, en una recomendación al gobierno chileno que publicó en junio de este año.
La regla está clara, el desafío está en que los países la cumplan. Por eso, escribió Puckett, “Chile debería exigir como mínimo que todas las importaciones de desechos textiles que contengan textiles plásticos estén sujetas al procedimiento PIC para las importaciones”. Esto significa que la ropa sea considerada como sustancia química peligrosa y que sólo pueda ser exportada con el consentimiento expreso del país receptor.
Toda solución pasa por el consumo
A pesar de que la vida de la fast fashion no parece agotarse, los efectos que los desperdicios textiles están produciendo en algunos países son señales de que debe haber un límite. Algunos creen que debe ser un límite a las importaciones, otros, a la producción.
Pero todos coinciden en que, mientras no haya una disminución en el consumo de la fast fashion, los flujos de ropa de segunda mano seguirán aumentando, con consecuencias dañinas para el ambiente y la salud de quienes viven en los países en desarrollo que lo permiten.
“La solución no es prohibir el ingreso de esta ropa, porque hay una derrama económica y hay muchas familias que viven de vender ropa usada, pero sí regularla, que no ingrese tanta basura”, dice Franklin Zepeda.
Sandoval, desde su formación de antropólogo, coincide en que la ropa de segunda mano no es el problema. Este sector “es muy importante en términos sociales y económicos, especialmente para la economía informal de los países (…) El problema es la fast fashion y la lógica de consumo y desperdicio, gente que dice: si compro ropa por barata, pero la uso una vez y la desecho, no pasa nada porque me costó muy barata”.
Para Roa, “el gran paso es regular el tema del plástico, y las fibras para evitar que tengamos tanta ropa de poliéster; necesitamos que se haga ropa de algodón, de cáñamo, de fibras que se puedan reciclar y que no dañen el ambiente”.
“La solución pasa por aprender a comprar y cuidar la ropa que tenemos”, dice Iboy. Pero también por políticas de Estado que permitan “tener la infraestructura para el correcto tratamiento y eliminación de residuos textiles en nuestros países”.
“Un aspecto clave que no podemos ignorar es la reparación hacia las comunidades afectadas durante décadas por los impactos socioambientales derivados de la quema de textiles en Alto Hospicio”, advierte Barria.
“Hay que mitigar los daños acumulados y mejorar la calidad de vida de quienes han sufrido las consecuencias de estas prácticas contaminantes. La educación ambiental, con un enfoque en la justicia ambiental, es clave para avanzar hacia una sociedad más sostenible y equitativa”, concluye.
Todos coinciden en que no hay solución si no se empieza por lo obvio: hay que dejar de comprar ropa (nueva o usada) que no necesitamos.
Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe de SciDev.Net
Aleida Rueda periodista mexicana, colaboradora independiente de SciDev.Net