Dejó atrás la abogacía para mantener vivo el sueño de su padre

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Karina Fernández es gerente de Puerto Cristal. En esta nota, cuenta los secretos del éxito del tradicional restaurante de Puerto Madero, algunas anécdotas y su vínculo con los clientes. Si algún machista le gritara por la calle “andá a lavar los platos”, ella lo haría orgullosa porque mas que un negocio, ella siente que tiene dos hogares. Vida y obra de una mujer emprendedora y apasionada. 

Heredó de su padre la vocación de servicio. Karina Fernández dejó atrás las leyes para abocarse de lleno a atender con minuciosidad cada una de las vicisitudes de este emprendimiento familiar y asegura que “no se arrepiente de haber abandonado su profesión” 
“Cada vez que un cliente halaga al chef diciendo que le supo hacer justicia a la carne argentina, para mí es inexplicable”, resume, y sólo lamenta “las horas de juegos y tareas escolares que no pudo compartir con sus hijos por dedicar largas horas de sus días al restaurante, inclusive los fines de semana.
“Con el tiempo, le fui encontrando la vuelta para compatibilizar trabajo y maternidad. Yo les hago el aguante en su vida deportiva y ellos vienen todo lo que pueden al restaurante”, añade. 

Karina explica que el nombre del lugar responde precisamente a esa construcción vidriada que le asegura a los comensales la mejor vista al canal desde cualquier ubicación.

Fue inaugurado en 1995 en ese sitio cargado de nostalgia para su padre, que a mediados de la década del 50 llegó en un barco que partió de España para “hacerse la América”.

“Al comensal argentino le gusta disfrutar, le gusta probar de todo un poco”, cuenta Karina al ser consultada sobre el paladar de los porteños.  

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Y agrega: “Me enorgullece saber que mi viejo me guiña un ojo  desde el cielo cuando alguien se va satisfecho y vuelve al poco tiempo”

Cuando Puerto Madero era una serie de docks abandonados, dos visionarios se la jugaron y abrieron un restaurante que hoy es un icono del polo gastronómico mas activo del centro porteño.

Puerto Cristal fue mutando a medida que la zona evolucionaba hacia lo que es hoy. Comenzó con una propuesta muy simple y acorde con los años 90: pizza y picadas.

“El público era local al principio. Se maravillaban con la posibilidad de tomar algo al aire libre, frente al río, con poca gente alrededor”, recuerda.

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