Dimensión social del Capital

Escribe monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 19o durante el año [08 de agosto de 2021]

El Evangelio de este domingo (Jn 6, 41-51), nos sigue relatando la multiplicación de los panes. Por un lado la preocupación del Señor «por la gran multitud acudía a él» porque no tenían para comer. Pero también este relato tiene una referencia directa al tema eucarístico y es en este texto de San Juan que el Señor nos dice: « Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

La Eucaristía, el pan compartido, nos exige a los cristianos buscar caminos comprometidos con las tantas formas de pobrezas con las que convivimos en nuestro tiempo. El documento de Aparecida nos recuerda que «nuestra fe proclama que Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. […]

Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo.

Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). […] El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral». (cfr. DA 392-394)

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El 7 de agosto hemos celebrado la fiesta de San Cayetano tan querida por nuestro pueblo y que expresa la valoración que tiene nuestra gente sobre el trabajo. Porque desde un trabajo digno se puede ganar el pan de cada día y esto ayuda a tener paz en las familias y en la sociedad. Ante esto no es extraño que la doctrina social de la Iglesia acentúe y priorice el trabajo como clave de la problemática económica y como genuino generador del capital. Por eso la Iglesia manifiesta su preocupación señalando que el flagelo de la pobreza es causado en gran medida por la desocupación, o la precariedad laboral que hace que tantos tengan que vivir con changas pasajeras y sin cobertura social alguna.

El documento de Aparecida advierte también que «la actual concentración de rentas y riquezas se da principalmente por los mecanismos de sistemas financieros. La libertad concedida a las inversiones financieras favorece al capital especulativo, que no tiene incentivos para inversiones productivas de largo plazo, sino que busca el lucro inmediato en los negocios con títulos públicos, monedas y derivados.

Sin embargo, según la Doctrina Social de Iglesia, el objeto de la economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos no solo cuantitativos, sino cualitativos: todo lo cual es moralmente correcto si está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de bienes y servicios. Al contrario, la pura acumulación, aún cuando fuese en pro del bien común, no es una condición suficiente para la realización de una auténtica felicidad humana. La empresa está llamada a prestar una contribución mayor en la sociedad, asumiendo la llamada responsabilidad social- empresarial desde esa perspectiva». (DA 69)

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En este domingo en el que se hace referencia al texto bíblico de la multiplicación de los panes, podemos recordar el consejo de la encíclica Sacramentum Caritatis: «Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el Sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse pan partido para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno […] En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo». (Sacramentum Caritatis, 88)


Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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