obispo Posadas

«La identidad del cristiano»

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En esta época no dudamos en afirmar que somos protagonistas de profundas transformaciones de  todo tipo. A veces nos quedamos perplejos ante el rapidísimo avance tecnológico, bio-genético,  informático… todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos fundamentales para la existencia  humana, como la ética, la economía o la misma cuestión social. Lamentablemente a veces el  pragmatismo lleva a priorizar de hecho el «hacer sin pensar». No es raro que a veces se resuelvan y  ejecuten cosas sin prever suficientemente las consecuencias. Muchas veces priorizamos en nuestras  opciones una especie de «zapping informático» y no nos planteamos el sentido de las cosas. Es cierto  que, sumergidos en la rapidez de los cambios, si vivimos solo pragmáticamente, corremos el riesgo  de deshumanizarnos y generar una crisis fomentando la degradación de la sociedad y la cultura.  

Esto nos lleva a veces a cuestionarnos cuál puede ser nuestro aporte como cristianos en esta época.  Desde ya que solo podemos servir, ahondando y formándonos en la fe en la que creemos y desde  ahí tener una real apertura y diálogo con nuestro tiempo. Quizá haya dos palabras claves que  debemos tener en cuenta que son: «identidad» y «diálogo».  

En un texto que hemos publicado los obispos argentinos hace varios años hacíamos notar la  necesidad de afirmar nuestra identidad en una época de cambios: «El comienzo del siglo encuentra  a la humanidad en un momento muy significativo. Algunas décadas atrás la Iglesia hablaba del  amanecer de una época de la historia humana caracterizada sobre todo, por profundas  transformaciones. Pero ese amanecer no ha concluido. Más aún, aquellas situaciones nuevas se han  vuelto más complejas todavía. Por eso podemos percibir qué es lo que termina, pero no descubrimos  con la misma claridad aquello que está comenzando. Frente a esta novedad se entrecruzan la  perplejidad y fascinación, la desorientación y el deseo de futuro. En este contexto se plantea, a veces  de un modo oculto y desordenado, preguntas urgentes: ¿Quién soy en realidad? ¿Cuál es nuestro  origen y cuál nuestro destino? ¿qué sentido tiene el esfuerzo y el trabajo, el dolor y el pecado, el mal  y la muerte? Tenemos necesidad de volver sobre estos interrogantes fundamentales. En una época  de profundas transformaciones, la cuestión de la identidad aparece como uno de los grandes  desafíos. Y esta problemática afecta de modo decisivo al crecimiento, a la maduración y a la felicidad  de todos. En este marco, queremos anunciar lo que creemos, porque el Evangelio es una luz para  planteos que nos inquietan» (CEA, Jesucristo, Señor de la Historia, 3).  

En el centro de nuestra identidad como cristianos, está la persona de Jesucristo, Dios hecho hombre.  Es la piedra angular de la creación y de la historia. Es una tarea de cada cristiano comprender la  centralidad de Jesucristo en su vida y asociarse libremente a él. El Evangelio de este domingo (Mc  5,21-43), nos presenta la sanación de una mujer y la resurrección de la hija de Jairo. En ambos casos  el Señor resalta la fe como clave de estos milagros que son signos del Reino. La mujer que hacía doce  años padecía hemorragias quedó curada. Lo importante del texto es aquello que dice el Señor: «Hija  tu fe te ha salvado, vete en paz y queda sanada de tu enfermedad» (Mc 5, 34).  

Si realmente como cristianos queremos ser discípulos de Jesús, trataremos de abrir nuestro corazón  a sus enseñanzas. En el poner en práctica la Palabra de Dios, en el ejercicio de la comunión eclesial,  nosotros alimentamos nuestra identidad y discipulado. Cuando entendemos que este discipulado  debemos vivirlo en el mundo, en la familia, trabajo, política, escuela… comprendemos que la  identidad cristiana realmente es un desafío necesario, para que nuestro aporte sea fecundo en medio  de situaciones nuevas y complejas. El intentar vivir con identidad y coherencia de vida nos permite  entender la exigencia del discipulado que nos pone el Señor. Solo por la fe podemos comprender  esta propuesta del Señor, exigente, difícil de entender y sobre todo de vivir, en este amanecer aún  un tanto oscuro. Pero si somos capaces de asumir esta propuesta estaremos transitando un camino  de esperanza. 

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!  

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Cambio de época

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 23° domingo durante el año [04 de septiembre de 2022]

Nos quedamos perplejos en esta época frente a los cambios permanentes y profundos. La evolución tecnológica e informática genera cambios esenciales que nos desconciertan y exigen que busquemos comprenderlos y dar respuestas adecuadas. Lamentablemente en nuestra Patria hemos padecido antes y padecemos ahora, situaciones de total inestabilidad e imprevisibilidad. A la vez, pareciera que tenemos una gran incapacidad de buscar consensos en temas fundamentales superando las estrategias y las ambiciones de tener y poder.

En medio de tantas situaciones complejas, los cristianos necesitamos profundizar y formarnos en la fe que creemos. Esto nos permite madurar nuestra identidad cristiana para que, en medio de las luces y sombras de nuestro tiempo, podamos ser constructores de los valores que profesamos. Servirá para nuestra reflexión la lectura de una parte del texto «Jesucristo, Señor de la historia», documento escrito por los obispos argentinos con motivo del año jubilar. En el mismo hay una referencia explícita a la necesidad de afirmar nuestra identidad en una época de cambios: «El comienzo del siglo encuentra a la humanidad en un momento muy significativo. Algunas décadas atrás la Iglesia hablaba del amanecer de una época de la historia humana caracterizada, sobre todo, por profundas transformaciones.

Pero este amanecer no ha concluido. Más aún, aquellas situaciones nuevas se han vuelto más complejas todavía. Por eso podemos percibir qué es lo que termina, pero no descubrimos con la misma claridad aquello que está comenzando.

Frente a esta novedad se entrecruzan la perplejidad y la fascinación, la desorientación y el deseo de futuro. En este contexto se plantean, a veces de un modo oculto y desordenado, preguntas urgentes: ¿quién soy en realidad? ¿cuál es nuestro origen y cuál nuestro destino? ¿qué sentido tiene el esfuerzo y el trabajo, el dolor y el fracaso, el mal y la muerte? Tenemos necesidad de volver sobre estos interrogantes fundamentales. En una época de profundas transformaciones, la cuestión de la identidad aparece como uno de los grandes desafíos. Y esta problemática afecta de modo decisivo al crecimiento, a la maduración y a la felicidad de todos. En este marco, queremos anunciar lo que creemos, porque el Evangelio es una luz para planteos que nos inquietan» (JSH 3).

En el centro de nuestra identidad como cristianos, está la persona de Jesucristo. Dios hecho hombre. Es la piedra angular de la creación y de la historia de Salvación. Es tarea de cada cristiano comprender la centralidad de Jesucristo en su vida y asociarse libremente a Él. Desde esta reflexión podemos entender la afirmación del texto de este domingo (Lc 14, 25-33). «Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 25-26).

Si realmente como cristianos, queremos ser discípulos de Jesús, trataremos de abrir nuestro corazón a sus enseñanzas. En la Palabra de Dios, en el Magisterio y la comunión de la Iglesia, nosotros alimentamos nuestra identidad y nuestro discipulado. Cuando entendemos que este discipulado debemos vivirlo en el mundo, en la familia, trabajo, política, escuela… comprendemos que la identidad cristiana realmente es un desafío necesario, para que nuestro aporte sea fecundo en medio de tantas situaciones nuevas y complejas. El intentar vivir con identidad y coherencia de vida nos permite entender la exigencia del discipulado que nos pone el Señor. «El que no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 27).

Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Hacia una cultura del encuentro

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el quinto Domingo de Pascua [15 de mayo de 2022]

En el Evangelio de este domingo (Jn 13,31-35) el Señor nos presenta un mandamiento nuevo: «ámense los unos a los otros, así como yo los he amado, ámense también ustedes… en esto reconocerán que ustedes son mis discípulos» (Jn 13,34-35). Este pedido de Jesús sabemos que es exigente y que es un componente esencial para vivir la condición de cristianos, a tal punto que por la práctica de este mandamiento seremos reconocidos como discípulos de Jesús.

Si somos sinceros, ante este pedido tan claro que nos hace el Señor, tendríamos que avergonzarnos, porque en nuestra sociedad, comunidades y familias a veces prevalece la práctica del «ojo por ojo y diente por diente». Lo peor es que en muchos que se denominan rápidamente cristianos, ni siquiera existe este cuestionamiento. Al contrario, lo normal como tipo social es el circuito del daño, totalmente distanciado del perdón y la reconciliación. No por casualidad en diversos documentos y mensajes reiteradamente se señala la necesidad de acentuar una eclesiología y espiritualidad de comunión.

El Evangelio de este domingo nos señala categóricamente: «ámense los unos a los otros». Este es el fundamento de una comunión que todos debemos tener en cuenta en nuestro camino de discipulado. La realidad nos muestra que muchas veces la fe que tenemos como don, no llega a impregnar situaciones de la vida diaria donde terminan dominándonos aspectos negativos de nuestros afectos: enojos, celos, envidias, o cosas peores. Relaciones humanas que a veces tenemos con seres queridos y cercanos, laborales o de otros tipos, que vivimos sin tener en cuenta la exigencia del amor que nos propone el Evangelio. Cuando pasa esto, algunas enseñanzas cristianas quedan en el olvido, como el perdonar de corazón, retomar el diálogo, buscar amar a los enemigos, o bien, rezar por los que nos persiguen.

Dichas enseñanzas son una exigencia para que el cristiano viva su fe como discipulado. Es una exigencia «crucificante» y liberadora. Cuando somos capaces de tomar una decisión de diálogo y perdón rompemos el circuito del odio y la venganza con el arma del amor. La fe, que es un don de Dios, madura en nuestra vida cotidiana cuando en algunas situaciones vividas o decisiones que tenemos que tomar, asumimos el Evangelio del Señor.

Este llamado al diálogo y la comunión son indispensables en una época como la nuestra donde las discordias y grietas se potencian en ámbitos sociales, políticos y económicos. A esta tendencia cultural se suma una impensada guerra que mantiene en vilo a la comunidad internacional y que ha causado y sigue causando terribles sufrimientos al pueblo ucraniano.

Debemos seguir rezando por esta situación y redoblar esfuerzos en los diversos ámbitos para construir la paz. El diálogo y la comunión, si logran impregnarse en nuestro modo de vida, irán fomentando la tan necesaria cultura del encuentro.

«La palabra “cultura” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus convicciones más entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una “cultura” en el pueblo, eso es más que una idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y finalmente una forma de vivir que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces, hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida.

El sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos». (Papa Francisco, Fratelli tutti 216)

El testimonio de comunión y diálogo de los cristianos también es un servicio a nuestra sociedad y cultura. en donde sobreabundan las ambiciones provocadas por la fama, el poder, el dinero y la superficialidad… Esto lleva a la mezquindad, a buscar objetivos sin medir el daño que se puede provocar para lograrlos. En este domingo estamos llamados por el Evangelio que leemos al diálogo y a la cultura del encuentro. Sabemos que cuando empezamos a asumir compromisos en el camino del amor a Dios y a los hermanos, generamos un horizonte de esperanza.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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La alegría de Evangelizar

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 2° domingo de Cuaresma [13 de marzo de 2022]

El tiempo de Cuaresma que hemos comenzado es propicio para realizar un buen examen de conciencia y revisar nuestra vocación bautismal desde el compromiso que tenemos todos los cristianos de sabernos responsables de la acción evangelizadora y misionera de la Iglesia.

Para realizarlo, es necesario integrar la dimensión social de la fe y la responsabilidad evangelizadora de todo bautizado. Para esto tomaremos algunos textos de la exhortación apostólica «Evangelii gaudium» del Papa Francisco: «El bien siempre tiende a comunicarse.

Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás.

Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Co 5,14); “¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!” (1 Co 9,16).

La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros.

Eso es en definitiva la misión. Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo». (EG 9-10)

En esta carta cuaresmal que nos invita a la conversión pascual y a revisar cómo vivimos nuestra fe, debemos señalar que, si bien la experiencia del don del amor de Dios y su misericordia son claves para iniciar un buen examen de conciencia, también tendremos que recordar que no podremos evangelizar sino revisamos nuestras relaciones con los otros, con nuestros hermanos y hermanas, tanto en lo familiar como en los diversos ámbitos en los que estamos. El Señor pide que seamos uno para que el mundo crea: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste». (Jn 17,21)

En Evangelii gaudium el Papa Francisco nos da algunos elementos para que podamos evaluarnos tanto en lo personal como en ámbitos sociales y eclesiales, que podemos considerar esenciales en nuestro compromiso cristiano y evangelizador. El Papa Francisco nos dice: «Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales. Al mismo tiempo, quiero llamar la atención sobre algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales». (cfr. EG 77)

En los próximos domingos tomaremos algunos de estos aspectos tratando de rezarlos y aplicarlos a nosotros mismos para que, reconociendo nuestras luces y sombras, podamos vivir mejor nuestra Pascua.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Construir sobre la Verdad

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 3° domingo de Adviento [12 de diciembre de 2021]

Los textos bíblicos de este tercer domingo de adviento (Lc 3, 2b-3.10-18) nos llaman a animarnos y a no perder la esperanza. La figura de San Juan Bautista, desde su austeridad profética, nos exhorta a convertirnos. El que es el profeta de la verdad, no dudó en denunciar a Herodes y en dar la vida por lo que creía. Solo podemos volver a Dios, cuando nos disponemos a construir «sobre roca» y no «sobre arena», es decir, desde las mentiras. Cuando con humildad somos capaces de revisarnos y evaluar cómo estamos construyendo, nos encaminamos a realizar un examen de conciencia y nos introducimos en el camino de reconciliación que nos permite volver a Dios.

El adviento, ubicado en el fin del año, es un tiempo apropiado para realizar un examen de conciencia. Si bien tiene una dimensión personal, el mismo no puede ser un acto individualista. Necesariamente tenemos que revisar cómo vivimos nuestros compromisos comunitarios y, si el llamado a la santidad, lo asumimos desde nuestra responsabilidad ciudadana construyendo una sociedad mejor.

En el documento «Navega mar adentro» de la Conferencia Episcopal Argentina, se subraya que: «El primer servicio de la Iglesia a los hombres es anunciar la verdad sobre Jesucristo… (La nueva evangelización), nos exige responder con todos los esfuerzos que sean necesarios para lograr la inculturación del Evangelio, que propone una verdad sobre el hombre, la cual implica un estilo de vida ciudadano comprometido en la construcción del bien común» (95).

En el número siguiente se señalan algunos aspectos que son indispensables para todo examen de conciencia y confesión bien hechos: «Una conversión es incompleta si falta la conciencia de las exigencias de la vida cotidiana y no se pone el esfuerzo de llevarlas a cabo. Esto implica una formación permanente de los cristianos, en virtud de su propia vocación, para que puedan adherir a este estilo de vida y emprender intensamente sus compromisos en el mundo, desarrollando las actitudes propias de ciudadanos responsables» (96).

Sabemos que nuestro tiempo padece una profunda crisis de valores, que en gran parte se da por no construir sobre la verdad, como denuncia este domingo San Juan Bautista. Convivimos con un fuerte relativismo cultural, donde el bien y el mal tienen igual valoración. Algunos sectores del poder pretenden imponer un llamado «cambio cultural» construido sobre este relativismo, donde algunos valores como la vida, la familia, la justicia y la pureza son ridiculizados. Las faltas de magnanimidad y de bien común en el horizonte de muchos de nuestros dirigentes sociales nos fueron sumergiendo en una sociedad pobre, humana y socialmente.

Aunque no hemos revertido este contexto difícil, podemos decir que en este tiempo de adviento seguimos, y con más entusiasmo, manteniendo la esperanza. Percibimos que, en nuestra sociedad, nuestro pueblo sencillo no ha perdido la sensatez o el sentido común, y mantiene un deseo profundo, de construir una sociedad que tenga presente algunos valores fundamentales. Creemos y tenemos esperanza, que el futuro no está solo en manos de unos pocos, sino que dependerá de nuestro compromiso ciudadano y nuestra participación responsable.

En este tiempo de adviento queremos volver a Dios. San Juan Bautista señala con humildad que él no era el Mesías que tenía que venir: «Viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias». En esta Navidad esperamos a Jesús, quien es el Señor de la Historia por su nacimiento. «Siendo la plenitud de la vida ha sido enviado a poner “su carpa” en medio de nuestras vidas pequeñas para hacerlas grandes y luminosas… El tiempo humano del nacimiento, del crecimiento, del trabajo humilde, de la vida familiar, ha sido visitado por la eternidad» (J.S.H. 9).

Nuestra esperanza alimentada en esta Navidad por el nacimiento de Jesús nos compromete a realizar un buen examen de conciencia y a trabajar activamente en ser constructores de una sociedad mejor.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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