El mundo según Donald Trump

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Comenzó su segundo mandato con mucha tela para cortar. El manejo de la Casa Blanca hoy tiene un peso significativo en el mundo, desde la política práctica, las relaciones económicas y hasta el aparato cultural. Todo ello comprometido a partir de los primeros días de gobierno del republicano, quien volvió al poder con todo su arsenal a cuestas. 

Política, siempre política 

Donald Trump, lejos de ser un “loco”, como muchas veces fue catalogado, es un verdadero animal político. Entiende el manejo del poder como pocos y está dispuesto a poner a su país ante todo. Si bien entiende que forma parte de una tríada hegemónica, junto a Putin y Xi Jinping, su mano para torcer los idearios contrarios está más vigente que nunca. 

En un puñado de horas, puso sobre la mesa la necesidad de terminar de una buena vez por todas con la guerra en Ucrania, incluyendo una cumbre o una charla con el mismísimo Putin. Paralelamente, dejando a la buena del destino a Europa. La Unión Europea es, sin lugar a dudas, la región que, porcentualmente, perdió más influencia en los últimos años y el arribo de Trump solo profundiza eso. Al presidente de Estados Unidos no le importa Europa. Ve a Macron y Scholz como meros nexos con sus intereses económicos y no mucho más. Hoy no existe un equivalente político de peso en la Unión Europea que pueda sentarse en la mesa con Trump. 

Sus pretensiones de marcarle la cancha a sus países sigue. Los coqueteos anexionistas con Canadá y el conflicto migratorio/fronterizo con México es una evidente realidad, en conjunto a una serie de elevados aranceles y un llamado a empresas multinacionales a producir en Estados Unidos. 

En pocas palabras, el mundo político según Trump es, Estados Unidos antes que todo y que todos. No es una novedad, por algo su slogan es “Make America Great Again”. En este sentido, a Trump no le sirven los conflictos internacionales que no estén bajo su control o dónde haya un beneficio directo. El caso de Ucrania es algo práctico para entender esto. Es un conflicto que no está bajo su control ni pretende tenerlo, además de que no es beneficioso en intereses, razón por la cual busca terminarlo lo antes posible. 

Trump no es ni bueno ni malo, como en la geopolítica en sí, simplemente hay intereses. Para el presidente de EEUU, Ucrania fue un gastadero de dinero enorme, donde la gestión de Trump no supo, en principio, leer los nuevos términos del reordenamiento global, y luego solo sirvió para intentar mantener la hegemonía europea. 

El nuevo orden mundial tiene a la multipolaridad como ente regente, es decir, varias potencias que manejan zonas de influencia, en una coexistencia que tiene roces cercanos en los límites que se propongan, los cuales pueden ser político, económicos, bélicos, etc. Rusia hace tiempo lo entendió, es por eso que la cercanía geográfica de la OTAN fue una amenaza tomada como razón de invasión a Ucrania, más allá del verdadero interés en el manejo geoestratégico de esa zona por parte de Rusia. Con Trump nuevamente en el juego, eso cambia drásticamente. 

Volviendo a Make America Great Again, el republicano no tiene tapujo alguno en aplicar un proteccionismo excesivo en la economía para fortalecer su industria interna, con un fin importante y es el de recuperar la hegemonía de la producción y el ensamblaje de autos a combustión, un lugar que le fue arrebatado por China, dominando un mercado enorme. A Trump le importa poco y nada que haya partes del mundo que vean truncadas sus redes comerciales internacionales de comercio, de hecho, hablando de Latinoamérica fue tajante: “ellos nos necesitan a nosotros, nosotros a ellos no”. Lo más fuerte de todo esto es que, en términos prácticos, es real. 

Los migrantes, otro tema político y emblemático de Make America Great Again. Las rispideces con México y demás países por crisis vivida actualmente es una realidad y las deportaciones responden a eso, inclusive induciendo a una culpabilidad por parte de los países que, interna e indirectamente, promovieron esta situación con políticas endebles y falta de control total. 

Para Trump, EEUU todo, el resto del mundo nada. 

Nueva era cultural

Con el retorno del republicano, el mundo asistió y seguirá asistiendo a una transformación de orden cultural que marca una nueva era. Además de lo geopolítico y el afianzamiento de los nacionalismos, el gran aparato cultural parece salir de la izquierda para pasar lentamente a la derecha. 

Es simple, Trump vino a cimentar el fin del progresismo a nivel mundial, o de eso que denominan como “cultura woke”. El diccionario Oxford define esta palabra como “estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. Sin embargo, añade que muchas veces se usa de forma despectiva, para describir a quienes parecen “molestarse con demasiada facilidad” o “exagerar sobre estos temas sin generar cambios reales”.

Entendiendo esto, el gobierno de Trump es la punta de lanza para cambiar las concepciones que hacen al progresismo a nivel mundial. Tópicos como el género, el racismo, la xenofobia o el ambientalismo son foco de críticas constantes por parte de Trump. El desmantelamiento de los organismos e instituciones que trabajan en estas áreas es una realidad como así también el hecho de abrazar las ideas conservadoras, en base a una supuesta libertad, casi como un significante vacío. 

Es un cambio de era porque no solo no está solo, sino que es el gran exponente de esto. Tiene sus alfiles en el resto del mundo. Líderes como Milei, Bukele, Meloni, Orbán, el partido AfD en Alemania y Vox en España son algunos de los simples ejemplos. En connivencia con poblaciones numerosas que se cansaron de la inacción de facciones progresistas pero que, en la época de la híper comunicación, pasaron al extremo del descreimiento absoluto. ¿Cuál es el fin de esto? Captar por completo a una clase media tradicional, lejos de las urbes metropolitanas y de las vanguardias ideológicas, las cuales pueden simbolizar, por un lado, una fuerza de trabajo importante, y por otro lado, una militancia indirecta que sirve electoral y simbólicamente. 

En el mundo bipolar, la puja ideológica, filosófica y cultural era el capitalismo contra el comunismo. En el mundo multipolar, esta disputa es entre el conservadurismo y el globalismo. Cabe destacar que líderes como Putin y Xi Jinping, si bien son contrincantes de EEUU en la repartición del mundo multipolar, también pregonan ese conservadurismo. A tal punto de que esto puede decantar en gentilezas o gestos entre las potencias, que puedan ser beneficiosas para los poderosos en el concierto internacional. 

¿Nazismo en el siglo XXI?

Otra tremenda polémica que tiene lugar en este contexto es el recrudecimiento de un concepto tan sensible como ser o no ser nazi. Dos temas han disparado este tópico. Por un lado, el gesto de Elon Musk. Un tema que causó un revuelo total, en donde varias voces políticas salieron a dar su opinión. El CEO de X y funcionario de Trump hizo una seña que fue interpretada como el famoso saludo romano usado por Hitler y sus huestes. Musk y parte de sus seguidores cuestionaron esto dando a entender que hay un aprovechamiento del progresismo para desacreditarlo. Nuevamente, la batalla cultural en pugna. 

El otro tema es el de varios seguidores libertarios que se subieron a la polémica de Alice Weidel, la referente de AfD, un partido ultraderechista alemán, la cual afirmó que Hitler era comunista. Además de entender que no hay error histórico más grande que esto, por el simple hecho de que Hitler persiguió comunistas y nunca abolió la propiedad privada, algo muy propio de los regímenes colectivistas de izquierda, tiene un trasfondo mucho más grande. 

Parece ser que el mundo está girando hacia una permisión sin precedente en lo cercano, en donde busca cambiarse el curso de la historia ya ocurrida. Darle otro significado histórico al nazismo puede traer consecuencias gravísimas en la actualidad. La incomprensión de este término, puede decantar en la romantización y la falta de herramientas para detectar peligros relacionados a esta ideología. No sería ni la primera ni la última vez que el uso político de la historia tome sentido, solo que acá no se habla de una apropiación de un hecho o de un prócer, sino de la flexibilización del fascismo alemán, una de las ideologías más oscuras de la historia. 

El mundo está cambiando abruptamente y es imposible separar lo político de lo cultural. Hoy más que nunca, el cambio está girando hacia las élites nacionalistas, conservadoras y tradicionales, con un Trump intentando inyectar validez social a la clase media pero con ecos mundiales que, en lo geopolítico trae a la multipolaridad, y en términos culturales, al fin del progresismo y con una llamada hacia la izquierda internacional: o abandonan las minuciosidades del progresismo o parecen contra el actual orden entrante. 

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