El que no salta, es un inglés

Escribe Lucas Doroñuk

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Malvinas, siempre Malvinas como causa geopolítica argentina. El rebenque terminó en el rostro británico con un comunicado de los 27 europeos en donde reconocen el nombre original, y no el improperio imperialista de “Falkland”.

Un documento de la Unión Europa y la CELAC terminó nombrando a Malvinas como tal, siendo un hito simbólico histórico en términos de política exterior. Sobre todo, por el rol europeo que fue inusitado, dado el contexto de apego ideológico con las huestes británicas. Rishi Sunak y compañía se vieron embravecidos. Claro está, repudiaron y rechazaron el hecho de que lleven la denominación que el pedido de soberanía argentino viene reclamando con vital efervescencia desde el fin de la guerra, pero que previamente ya era materia discusión territorial, básicamente desde 1833.

Desde las pretensiones de construcción de poder en el plano geopolítico, para Argentina esto fue un avance. En un mundo multipolar, con distintas luchas en paralelo, que un aliado tan vital como la Unión Europea haga mella en la cuestión Malvinas a favor de nuestros intereses nacionales es la piedra angular en el reclamo incansable. Por otro lado, esta situación también devela la eficiencia y necesidad de una institución como la CELAC, entendiendo la defensa como bloque regional, pensando en una construcción soberana a futuro.

El divorcio europeo

Esta decisión de la Unión Europea, más allá de toda buena intención en la comprensión de la lucha argentina por el reconocimiento de las islas arrebatadas finalmente en 1982, también guarda un contexto endógeno. La separación del Reino Unido de la UE fue congraciada en 2020, y lejos de traer sendos beneficios para Londres, solo recrudeció algunas rispideces previas, además de debilitar al continente europeo en sí. El movimiento en el tablero geopolítico, entre tantas aristas, vino imponer una cohesión no unilateral en el manejo de las cuestiones europeas, a partir de la diferencia explícita entre Downing Street y Bruselas. Entre todo ello, gran parte de la débil hegemonía europea tiene como respuesta a la fragmentación. Como dice el Martin Fierro “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera, si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”. Aquí, los ajenos, y lejos de ser Argentina y la CELAC son los estadounidenses, los rusos y los chinos, quienes mantienen reglas estrictas de la mantención del poder internacional, y claramente, los 27 no son prioridad.

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En dicha disputa, Malvinas es una daga en el corazón de los intereses británicos, razón por la cual la Unión Europea la utiliza como un arma. Asimismo, Bruselas está pasando por un momento histórico de supina debilidad, en comparación a otras épocas. Hoy, para el viejo continente es prioridad poder enlazar acuerdos y alianzas con la mayor cantidad de regiones del mundo. El cono sur de América Latina, desde la postura del Mercosur, es un nicho económico importante. Esto lo sabe Lula da Silva, quien, desde su retorno al escenario político latinoamericano, busca concretar un acuerdo que beneficie a ambas partes, sin bajarse los pantalones ante la necesidad europea. Este guiño hacia Argentina, en realidad es un cachetazo geopolítico al Reino Unido, mientras, indirectamente, le está diciendo a Sudamérica que, por primera vez en muchas décadas, podrían comenzar a ponerse de su lado, más allá de que sea en un juego de intereses.

Malvinas, siempre argentinas

El reclamo tenaz por la soberanía de las islas es una tarea de Estado. Variando ideológicamente entre gobiernos en los últimos 30 años, nuestro país tiene un condimento aún más fuerte y en este caso perenne que la simple praxis política: el pueblo. Esta enquistado en el imaginario colectivo nacional que la lucha por Malvinas es una necesidad, es bandera, es símbolo y es futuro. Desde diplomáticos e intelectuales hasta los trapos y las canciones en canchas de fútbol, la causa Malvinas goza del beneplácito popular, cuestión que no toda guerra parece tener como punto favorable. Esto significa, que más allá de las medidas políticas e inclusive de la obsecuencia de algunos sectores entreguistas, gran parte de los argentinos comprende la dimensión del sentimiento por Malvinas.

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Paralelamente a esto, el reclamo también es económico. La exploración científica está en pañales aún en esa zona y en la Antártida. Quizás, debajo de las gélidas aguas del Atlántico, se esconde algún material de vital importancia para el crecimiento y desarrollo económico. Entregar territorio, además de renunciar al sentir del ex combatiente y de sus familias, es entregar los recursos que tanto bien le pueden hacer a una nación.

Más allá de lo significativo del reconocimiento europeo a Malvinas, en términos de la soberanía nacional, esto no debe nublar la postura autónoma. Lastimosamente, la historia indica que “acarician el caballo antes de pegarle”, es decir, que el guiño europeo hay que tomarlo por donde viene: un juego de intereses del viejo continente. Dar por sentada una posición sería infantil, si uno habla de geopolítica, ya que sería reducir el ángulo de análisis. Argentina, en su afán del reconocimiento soberano, tiene una tarea de respaldo de su historia e identidad, y una persona que niega su pasado en común es claramente tildado como una ser humano sin convicciones, por ende, el trabajo debe continuar, contra viento y marea y ante todo contexto que pueda parecer tibiamente positivo. Las islas australes son celestes y blancas por designio natural, la lucha por el designio político y social siempre va a estar en manos del pueblo.

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