Pensemos si deberíamos construir tecnología parecida a Dios

Escribe Camilo Furlan

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Las tecnologías basadas en inteligencia artificial son ya un hecho. Han planteado ya toda una revolución en múltiples aspectos de la cotidianeidad y la ciencia, por ejemplo, gracias a ellas se desarrollan fármacos “a la carta” y personalizados; se han creado máquinas autónomas capaces de realizar tareas mejor que los humanos; apoyan los diagnósticos médicos con una precisión nunca antes vista; nos permiten conocer que hay detrás de algunos comportamientos animales y favorecer su conservación y cría; o aprenden estadística, cooperación, negociación o gestión de empresas gracias a simples juegos de mesa tradicionales en los que ya son mejores que nosotros, sus creadores.

Si bien los innumerables beneficios de esta tecnología son visibles en nuestro día a día, los riesgos que presentan son impredeciblemente relativos, tornando así imposible un análisis completo al respecto. Según Seth Lazar, filósofo australiano y quien dirige el Laboratorio de Inteligencia de Máquinas y Teoría Normativa de la Universidad Nacional de Australia; y Alondra Nelson; presidenta del Consejo de Investigación de Ciencias Sociales de la Universidad de Columbia. “La adopción rápida y generalizada de los últimos modelos de lenguaje ha despertado entusiasmo y preocupación por la inteligencia artificial avanzada”, argumentando además que los países ya están tomando cartas en el asunto.

Sin embargo, señalan que las medidas a tomarse por parte de los gobiernos debiesen apuntar a considerar un englobe más bien social que técnico. Si bien ya gran parte de la población ha considerado la posibilidad de que una inteligencia artificial “aniquile” a la humanidad, pocos han evaluado la verdadera factibilidad para con la que este asunto pueda llevarse a cabo, desarrollando posibles soluciones a la problemática y diagnosticando la situación real que alcanza este sistema computacional. Gran parte de estas medidas se extienden desde la supresión absoluta de toda investigación en el rubro, hasta simplemente oprimir el botón de “apagar para siempre”.

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“Un sistema de inteligencia artificial capaz de aniquilar la humanidad, incluso si lográramos evitar que lo haga, seguiría estando entre las tecnologías más poderosas jamás creadas y tendría que cumplir con un conjunto mucho más rico de valores e intenciones”, señalan los científicos. Es decir, que para llegar al extremo de que un arma tan potente nos destruya, primero deberemos de crearla. Y, una vez creada, se sumará a las tecnologías que pueden determinar el devenir de toda la humanidad, como la mismísima bomba atómica.

Lazar se aventura aún más allá y señala que mucho antes de llegar a construir un equipo que nos destruya, antes habrá otros sin esa capacidad, pero que puedan ser usados por las personas para su propio interés. “Años de investigación sociotécnica muestran que las tecnologías digitales avanzadas, si no se controlan, se utilizan para obtener poder y ganancias a expensas de los derechos humanos, la justicia social y la democracia. Hacer que la Inteligencia Artificial avanzada sea segura significa comprender y mitigar los riesgos para esos valores también”.

Por estas razones, afirman que ningún grupo de expertos (mucho menos uno formado por tecnólogos) debe de tomar decisiones unilaterales sobre “que riesgos cuentan, que daños importan y con que valores debe tener una inteligencia artificial segura”. Y para que sea segura, debe haber “un debate público urgente sobre todas estas incógnitas y sobre si deberíamos intentar construir Inteligencia Artificial parecidos a Dios”

De esta manera, ponemos sobre la mesa un nuevo y amplio debate, que abarca todos los aspectos de la sociedad en lugar de meras estadísticas de cómputo. Donde no podemos seguir poniendo nuestro futuro y el de las siguientes generaciones en manos de técnicos especializados, llevándonos a rever la importancia de poner el sentido común por encima de nuestra fascinación incondicional por la tecnología y la innovación.

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