¿Femicidios o genocidio de género?

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Por Jorge Víctor Ríos – En Argentina ya hubo 45 femicidios en lo que va del año, según la ONG Mumala (la organización de mujeres que hace más de quince años lucha por sus derechos). A días del 8M, la jornada de paro y movilización internacional de mujeres, todo parece indicar que Fiorella Itatí Aghem, la joven de San Vicente, pasará a ser parte de ese fatídico conteo.
La joven fue asesinada. Este lunes apareció su cuerpo con signos de violencia. Su familia relacionó su desaparición –el jueves- con problemas que tuvo con un exnovio que por ahora está detenido y sobre el cual pesaba una orden de restricción.
Fiorella fue asesinada. Está muerta. Frente al hecho, nuevo y recurrente, interpelo: ¿Qué estamos haciendo al respecto como sociedad? ¿Qué está haciendo la clase dirigente? ¿Qué hacemos, de verdad, desde el lugar que ocupamos?
Primero, para encarar el problema, hay que entender incluso aquello que parece básico: el concepto de femicidio es relativamente nuevo y por lo tanto, parte de la sociedad y la dirigencia política no lo entienden. El término se incorporó al Código Penal de Argentina en 2012, aunque no como figura penal autónoma sino como agravante del homicidio (artículo 80, inciso 11). Un femicidio es, entonces, la privación de la vida de una mujer por cuestiones de género.
El término género, a su vez, también suele ser malinterpretado; lo confunden, sobre todo, con el concepto de sexo. El género es lo socialmente construido. El sexo es lo biológicamente dado. “Una mujer no nace, se hace” decía Simone de Beauvoir, escritora, profesora y filósofa francesa del Siglo XX. Y por supuesto, lo mismo ocurre con el varón, y con todas las otras posibles identidades de género que no se ajustan a este binarismo varón-mujer.
El femicidio –se entiende- es la forma más extrema de violencia machista. Y acá también hay que precisar: el machismo es aquel rasgo cultural que valora a los varones por sobre las mujeres, y que ubica a los primeros en una posición de privilegio y a las últimas en una posición de subordinación. Por ello, por ejemplo, el voto femenino cumplirá apenas 68 años en Argentina; por ello, por ejemplo, las mujeres ganan hoy menos que los varones. Por ello, por ejemplo, los varones ocupan la mayoría de los espacios de participación política. A todo esto se hace referencia cuando piden –nos piden- a los varones que cuestionemos nuestros privilegios.
El machismo también enseña a los varones, de manera más o menos explícita, que las mujeres son -y que deben ser-, sus subordinadas y por lo tanto, de su pertenencia. Está legitimado que cuando un varón elije a una mujer, esta le pertenece (aquí es donde el machismo se encuentra con el amor romántico monogámico, que pregona la posesión del varón sobre su pareja, un ingrediente que suele ser determinante en los femicidios).
El machismo en todas sus formas
Las críticas a las prácticas micromachistas como los piropos o los concursos de belleza buscan combatir al machismo desde todos los lugares donde se presenta. Esas manifestaciones de machismo actualizan y refuerzan el concepto. Por eso, la lucha se refuerza también desde lo simbólico: lo combaten cuando abogan por el lenguaje inclusivo o cuestionan los estereotipos de género.
Y cuando hablan de “muerte al macho” refieren a la muerte metafórica, la de combatir el machismo en la sociedad. Pero cuando se habla de femicidios no hay matáforas, sino muertes de mujeres de carne y hueso: nuestras hijas, madres, hermanas, amigas, compañeras, vecinas. El femicidio habla de muertes, sin metáforas, como la muerte de Fiorella.
¿Y el Estado qué?
Y cuando el Estado pretenda combatir la violencia de género, los dirigentes -al menos- deberían prestar atención a la agenda y las consignas que propone el movimiento de mujeres, para comenzar con una interpretación adecuada. Ello implica esfuerzo y voluntad por entender conceptos, postulados y hasta consignas desde una perspectiva de género.
No es, tampoco, que el Estado no haya hecho nada sino que tomaron algunas medidas y decisiones: convenciones, pactos, leyes. La Paridad de género para cargos electivos es un ejemplo de una medida necesaria, pero no suficiente.
Los tiempos actuales demandan esfuerzos más intensos porque se trata de una cuestión urgente, a la vez profunda y compleja, que requiere de respuestas inmediata y efectiva a las potenciales víctimas. Pero también requiere un cambio cultural profundo.
Además de multiplicar los esfuerzo para garantizar la protección de las víctimas de violencia de género (potenciales víctimas de femicidios), Argentina necesita la promoción de una perspectiva de igualdad (y diversidad) de género en las escuelas; en los órganos del Estado, en los barrios y en los medios de comunicación, impulsadas nada más, y nada menos, que desde las Legislaturas y las políticas de Gobierno.
En Misiones, por ejemplo, una buena acción sería el tratamiento y la sanción al proyecto que busca declarar la Emergencia Pública en Materia Social por Violencia de Género en la provincia, una iniciativa del Bloque Parlamentario del Partido Agrario y Social, de 2016. Y con ello, imaginar el efectivo cumplimiento de la Ley Nacional 26.485 -de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales-, a la que Misiones adhirió.
Esta norma propone optimizar los recursos provinciales necesarios para la puesta en funcionamiento de un Programa Provincial de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia, como también la creación de la Mesa Institucional por la Emergencia Social en Violencia de Género, conformada por un representante del Poder Ejecutivo Provincial, uno del Poder Judicial, una del Consejo Provincial de la Mujer y representantes de las organizaciones sociales y barriales comprometidas con la temática, con la misión de estudiar y proponer políticas tendientes a cubrir las necesidades de gestión de las soluciones.
Estableció también la creación de un Observatorio de Género -con el objeto de abordar de manera integral las problemáticas de género-, y la creación de refugios o albergues temporales a los fines de contener a la población víctima de violencia de género, además del cupo especial de viviendas dentro del Instituto Provincial de Desarrollo Habitacional (Iprodha) para mujeres víctimas de violencia de género y madres solteras.
La norma prevé también el subsidio especial y temporal destinado a sostener a la familia y a la mujer víctima de violencia durante su inclusión dentro del mercado laboral.
Los femicidios siguen. Ante esa escalada de femicidios frente a la sociedad misionera como testigo, surge el interrogante: ¿De hecho están aumentando o apenas comenzamos a tomar conciencia del alarmante número de muertes que provoca el machismo, este nefasto rasgo de nuestra cultura?
Lo que queda claro es que el Estado no está haciendo lo suficiente para parar lo que se va convirtiendo en un genocidio de género.

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