
¡Francisco, repara mi Iglesia!, la revancha del Espíritu Santo
Comenzó el cónclave. La Iglesia se encamina a hallar al sucesor de Francisco. Más allá de todas las especulaciones y conjeturas, la última palabra la tendrá el discernimiento anclado en la inspiración divina. La Iglesia continuará la senda de la reparación promovida por el papa argentino?
El marcado paralelismo en las dos historias que tienen por protagonistas a dos Franciscos, están separadas por ocho siglos pero a la vez están atraídas por una cercanía que trasciende la línea del tiempo y el espacio y se enlazan en una profunda sinonimia espiritual. Francisco de Asís en realidad se llamaba Giovanni di Pietro di Bernardone; hijo de un mercader de la Umbría, ducado de Spoleto, en Italia; y Francisco, papa número 266 de la Iglesia Católica, cuyo nombre de pila lo conocemos: Jorge Mario Bergoglio, nacido en el barrio de Flores, en Buenos Aires, Argentina, hijo de un obrero ferroviario. Hay una misión, un llamado, un mandato, que probablemente marca la ruta apostólica de los dos Franciscos: la reparación de la Iglesia de Cristo.
Aquella visión sobrenatural que experimentó Francisco de Asís, en la capilla de San Damián, donde sintió escuchar una voz que le decía “Francisco, repara mi Iglesia”, nada tenía que ver con la refacción física del templo, como fue la primera interpretación del santo italiano. El mandato era mucho más profundo: levantar los cimientos de una Iglesia arrodillada ante los avatares seculares en donde el poder feudal oprimía a los pobres, y enriquecía aún más a los ricos.
La iglesia medieval estaba más preocupada por la conquista de territorios, a través del despliegue de tropas en las Cruzadas, que en la observancia concreta del Evangelio cristiano. La nobleza y el clero formaban parte de los estamentos privilegiados de la época, y el afán de lucro era la moneda corriente, al punto que la fe era un bien ofrecido como una mercancía intangible pero a la vez fuertemente codiciada en formato de indulgencias.
En rigor de verdad, las indulgencias son un instrumento utilizado en la práctica piadosa para la obtención del perdón divino o de alguna gracia especial, el asunto es que en la época de Francisco de Asís, éstas fueron utilizadas como herramienta de coacción y de poder, con dinero se compraba el Cielo. La época había absorbido por completo la misión original de la Iglesia y en esa decadencia, Francisco oyó el mandato de repararla, de ponerla de pie, de hacerla regresar a la vocación profética y salvadora encomendada por Cristo.
Transcurrieron ochos siglos, y la historia suscita un nuevo Francisco, en el que fue depositado sin dudas una vocación de reparación. Podría surgir una mirada inquisidora sobre las analogías aquí planteadas, pero las coincidencias son irrevocables: el Papa Francisco tuvo la misión de abrir las puertas de la iglesia a todos, a la manera del santo de Asís; de venerar en cada gesto y en cada palabra la devoción por cuanto fue creado como Casa Común, temática enmarcada en su carta encíclica Laudato Si; el compromiso permanente por los desposeídos de su tierra, del techo y del trabajo, muy a propósito expresado en su primer viaje fuera de Roma, en julio de 2013, a la isla italiana de Lampedusa, la puerta de entrada para miles de migrantes y refugiados que atraviesan el Mar Mediterráneo.
Bergoglio escogió el nombre de Francisco en clara alusión al legado del gran santo de Asís quien supo hacer carne la vivencia de una iglesia “humana y divina a la vez”, fuente de redención para los pecadores, puente permanente para el que sufre. En esa aparente doble realidad se plasma una experiencia unívoca según la enseñanza de aquel y de este nuestro Francisco: la Iglesia es de todos, pero en especial de los olvidados y excluidos.
El mundo observa expectante el desarrollo del Cónclave, con mucha más disposición que años anteriores a comprender qué ocurrirá allí bajo los frescos de la Capilla Sixtina, donde 138 “príncipes de la iglesia” (cardenales) elegirán a su monarca.
Esta es, probablemente, la mirada más secular sobre el trascendental acontecimiento que marcará el curso de la historia, qué perfil sostendrá el nuevo pontífice, qué impronta aportará, progresismo u ortodoxia, apertura o repliegue.
“Con llave” quedarán guardadas las alternativas de una responsabilidad que les cabe a quienes deben elegir al sucesor de Pedro, ¿habrá política?, la habrá; ¿habrá lobby?, lo habrá; pero sobre todo habrá una invocación unánime al actor principal de este peculiar proceso y a quien poco se lo destaca: el Espíritu Santo, al que invocan en oración los purpurados apenas se cierran las puertas de la Capilla Sixtina: Veni Creator Spiritus.
En 2005, el Cardenal Bergoglio fue el segundo más votado para dirigir los destinos de la Iglesia, sin embargo las votaciones dieron el nombre de Joseph Ratzinger, Papa que finalmente no concluyó su reinado, siendo el primer papa de la era contemporánea en abdicar. Era necesario reparar la Iglesia, siempre tan humana y tan divina. Así como en tiempos de Francisco de Asís, y hoy con el pontificado de Francisco, el Espíritu Santo se tomó revancha. La última palabra le pertenece.