¿Hacia dónde va la agroecología?
Creo que es de suma importancia hoy, más que nunca, ser capaces de ir haciendo el esfuerzo en pos de darle mínimo ordenamiento a la inédita multitud de pseudo debates vigentes hoy día acerca de la Agroecología, ante todo para no terminar por profundizar esta suerte de “teorema del caruncho”, en el que dado que no parece haber más remedio que el de persistir en los senderos por detrás de los acontecimientos, vamos a reducir en agroecología a todo intento por hacer de los desperdicios de la sociedad de consumo un algo útil o comestible, tal y como sucede con, por ejemplo, el arroz, que al ser víctima del almacenamiento especulativo, se llena de carunchos, los cuales a veces decimos “son al final proteína”, mientras países como Estados Unidos destinan un trillón de dólares anuales al gasto militar, y transitamos a toda marcha rumbo al iceberg motorizados por la recesión-estanflación, la compulsiva quita de liquidez, la desglobalización, el Peak Oil etc.
Tamaña contradicción e irracional desigualdad con destino a “no tendrás nada y serás feliz”, merece abrir un paréntesis y meditar, aunque más no sea un poco, el hacia dónde se dirige todo este andamiaje de combustibles entrópicos, al que sin mayores dificultades podemos catalogar como locura. Siempre desde un palco signado por la observación y el darse cuenta de la misma naturaleza de los fenómenos en pugna.
En primer lugar considero oportuno subrayar que el sistema alimentario mundial se ha vuelto un monstruo infernal deshumanizado y deshumanizante, no sólo por las cada vez mayores injerencias de tecnologías de automatización en sus múltiples etapas y procesos, no solo tampoco por la tragedia de hacernos perder por envenenamiento la funcionalidad de nuestro segundo cerebro alojado en los intestinos, como tampoco solo por ser responsable mayoritario del cambio climático, sino que debemos intentar ver que, en su conjunto constituye una criatura inteligente y por tanto, con vida y discernimiento propio. Una entidad que se erige con imposición autoritaria bajo la órbita de aquello que es ya independiente de nuestra voluntad.
En este sentido, como todo ser viviente, posee necesidades objetivables, es decir, come – defeca – respira – crece, etc.
Me recuerda a las fábulas de dragones, seres que sin sentido alguno azotan las comunidades humanas destruyendolo todo sin más ambición que el de su irracional apetito destructivo.
Merece de valentía el permanecer observando a la bestia. Pero si somos capaces de hacerlo, y de incluso procurar adentrarnos en sus sombrías madrigueras, tal vez seamos capaces de conocer un poco más, fundamentalmente al percatarnos que es, en últimas, una servil mascota del mismísimo capitalismo.
Un monstruo que come hidrocarburos y defeca residuos cancerígenos, que inhala biodiversidad y exhala gases de efecto invernadero junto a otras nocivas partículas en deriva, ese es el sistema agroalimentario mundial. Una entidad paranormal que crece deforestando, un huésped anti vida, como el mismo cáncer, que no dejará de expandirse hasta lograr matar a su portador, en este caso, el mismo planeta tierra.
Entendiendo así, mediante esta cruda descripción, vemos que el objeto y propósito de la Agroecología no podría jamás ser algo realmente distinto del funcional agronegocio si sus aspiraciones no van más allá de los meros remiendos de baches que promueve el esquizofrénico modelo vigente.
Tenemos la responsabilidad de hacer que no sea así. Que no terminen siendo vestidos de seda para la mona.
El desliz está en los detalles. Allí es por donde se filtran las desviaciones. En el uso del mismo lenguaje ya que es de lo que estamos socialmente hechos, de palabras, o de historias, al decir de Galeano. Palabras que no sólo hacen a lo constituido, sino que nos mueve hacia lo constituyente y cuando hablamos de Agroecología, lo hacemos justamente usando palabras. La dificultad en este sentido anida en que el siglo XXI NO está destinado a perpetrar las mismas persecuciones de su predecesor. Vivimos hoy las profecías de Francis Fukuyama, quien allá por 1992, auguraba el fin de las luchas por ideologías, y así hoy padecemos lo que Fidel Castro advertía: “…cuando surgieron los medios masivos, se apoderaron de las mentes, y gobernaron no sólo a base de mentiras sino de reflejos condicionados… La mentira afecta el conocimiento, el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar, y no es lo mismo estar desinformado qué haber perdido la capacidad de pensar”. Padecemos hoy de una hiperexcitación psicópata fruto de múltiples y simultáneos estímulos que nos coloca en la cúspide del marketing, y dado que si “muestra torpeza o falta de entendimiento para comprender las cosas”, según la RAE, nos hace ser estúpidos, terminamos por volvernos discapacitados en el discernimiento propio y por tanto, predecibles, manejables, esclavos.
La ausencia de ideologías hizo que ya no haya más lugares a salvo en nuestra interioridad que nos den un sentido de existencia y seguridad, aunque ésta no haya sido más que ilusoria. La norma es esta suerte de quiebre colectivo de conciencia desde el cual, en la ingravidez del subconsciente, un mínimo impulso basta para que esa energía nos conduzca en la dirección deseada, sin que podamos remediar el paseo con el esfuerzo de nuestras cualidades naturales. Somos cual astronautas a la deriva y así, en la soledad del espacio de nuestro universo interior, toda voluntad es menos que vana.
El regreso al planeta tierra, a la materialidad de la existencia, no es por los senderos New Age de meditación astral y el chakra raíz. Es más bien con el recupero de nuestras capacidades innatas de percepción y sensibilidad hacia los elementos, un regreso al cuerpo, a su información, a su inteligencia. Un cuerpo que es también vehículo apto para este transitar por el existir. Así, hay conciencia que habita el cuerpo, un cuerpo que toma contacto con la naturaleza y la naturaleza que abraza al hijo pródigo con la abundancia, eso señores, eso es Agroecología, un regreso a la información viva y fluyente del “orden implicado”, lo que mal llamamos conocimiento ancestral.
Es por tanto bandera de los desposeídos, es instrumento de liberación de la especie, es un retorno a la naturaleza para volver a ser humanos, es revolución.
Quienes, deliberadamente o no, propician que se reduzca a un mero conjunto de técnicas para hacer comida, están matando la oportunidad de revertir el rumbo hacia la sexta extinción masiva al que nos empujan con el transhumanismo. Agroecología no es un paradigma. Ahí anida el meollo de la cuestión. Esa es precisamente la piedra que mella el filo.
La historia de la ciencia, y de la humanidad en general, fue siempre la historia de las transiciones de paradigmas, mediante los cuales forzamos siempre a la naturaleza para que encaje en los mismos. Según Kuhn,
“cuando un estudiante está aprendiendo, lo que está aprendiendo es cómo incorporarse al paradigma”, de modo que nunca los seres humanos hemos podido trascender más allá del condicionamiento impuesto por nuestros patrones de conducta aprendido, y mucho menos hoy, cuando el derrumbe civilizatorio impulsa a las redes sociales por los senderos fragmentarios que decretan los algoritmos y nos brinda sesgos cognitivos frágiles basados en un etérico sentido de pertenencia. Agroecologia es en todo sentido lo opuesto a la esclavitud mental y espiritual y es también el “destino manifiesto” del campesino como clase social dirigente, al ser aún portador de las llaves hacia la terrenalidad.
Agroecología no es una teoría tampoco. La palabra teoría viene del griego “theoria”, que tiene la misma raíz que el teatro. Vivimos atravesados por la mente analítica que fragmenta la percepción y nos hace ver como separados del mundo que nos rodea. Al decir del prestigioso científico David Bohm “la fragmentación produce la costumbre casi universal de pensar que el contenido de nuestro pensamiento es una descripción del mundo tal y como es, con la realidad objetiva”. Y esto es la perpetua discusión con ES.
Sin embargo, el hombre ha buscado siempre la totalidad física, mental y espiritual. La palabra “health” (salud) procede de la palabra anglosajona “hale” que significa “whole”, en inglés “todo”, es decir, estar saludable es estar completos y esa capacidad de percibir la totalidad. Ese “darse cuenta” de lo que uno percibe, sin el juicio de un pensamiento programado y condicionante, es Agroecologia.
Así vemos también que tampoco es una ciencia sino que se trata más bien de una concepción epistemológica global que no atenta contra paradigmas preexistentes sino que más bien hace a una cosmogonía distinta que apuntala y exige un modo de vivir.
La cosmogonía está más allá de los paradigmas. Hace más bien al espacio donde los paradigmas existen. No es el contenido del recipiente, sino el recipiente mismo. Algo que la humanidad aún no se pudo cuestionar.
El colapso capitalista seguirá intentando cooptar y hacer suyo todo intento por formular un sistema de vida distinto y es inteligible que así sea. Nos corresponde trabajar con todas las fuerzas para que esta oportunidad de transformación profunda en nuestra maltrecha humanidad no se desperdicie.
Hoy “un fantasma recorre el mundo, el fantasma de la Agroecología”. Campesinos del mundo uníos. Para que logremos instaurar la cordura, ya no será la conciencia lo que determine nuestras vidas, como tampoco lo hará el ser social, será la inteligencia que habita en todas las cosas, será la naturaleza que al fin logre conducir nuestros designios. No por casualidad una neurona vista al microscopio es idéntica, con el mismo instrumento a una muestra de micorrizas.