Inteligencia vs astucia ¿Qué nos hace humanos?

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Alan Mathison Turing fue un matemático y lógico contemporáneo a la segunda guerra mundial, su participación en los trabajos de decodificación de mensajes encriptados por el Tercer Reich fue fundamental para ganar la guerra por parte de los aliados, aunque esto no lo sabríamos si no 50 años más tarde. Por otra parte, Turing es considerado como uno de los padres de la computación y la inteligencia artificial, ya que sus máquinas “no sólo resolvían ecuaciones” matemáticas, más bien razonaban por sí mismas para determinar cual era más eficiente de resolver el problema. Esto lo convierte en el pionero más importante de lo que hoy conocemos como razonamiento artificial o machine learning. 

El principio usado por Turing para el desarrollo de sus máquinas autómatas se basaba en la siguiente afirmación: “El razonamiento matemático puede considerarse esquemáticamente como el ejercicio de combinación de dos factores, que podríamos llamar intuición e ingenio”. Estos factores son los pilares de lo que hoy llamamos Inteligencia Artificial, porque usa conceptos (no lineales) para resolver los problemas, es decir, aprende del problema a resolver y se centra estrictamente en hallar la manera más eficiente de rodear el asunto de forma “astuta”, evadiendo obstáculos y sorprendiéndonos por su parecido al aprendizaje humano.

Turing, a lo largo de toda su carrera, hizo un particular énfasis en la capacidad humana de poder diferenciar a otro humano de una máquina. Es por ello que creo lo que hoy conocemos como “El test de Turing”, en el que un humano intercambia mensajes con un individuo detrás de una pared hipotética, posteriormente teniendo que adivinar si está hablando con un humano o con una máquina. Este énfasis se debía a la postura meramente “materialista” de la inteligencia por parte de Alan, es decir, a la interpretación de la inteligencia humana como la suma de complejas ecuaciones matemáticas (en algún punto replicables). Descartando cualquier postura que considere a la conciencia como un factor metafísico, mágico o bien más allá de los límites alcanzables por la ciencia. Por eso se consideraba ateo y desarrolló el siguiente concepto: “La ciencia es una ecuación diferencial, la religión es una condición de frontera”. De esta manera, Turing jamás descarta la existencia de lo “sobrenatural”, si no que creía que primero deberíamos de comprender hasta la mayor profundidad el razonamiento meramente lógico, para posteriormente (o no) embarcarnos en esa dirección. 

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Esto nos lleva a la interpretación quizás más importante de la inteligencia por parte del matemático. En un punto determinado de la historia, la humanidad no será capaz de discernir la diferencia entre un humano y una máquina, lo que nos dejará entre la espada y la pared con respecto a la pregunta ¿Qué nos hace humanos? ¿Acaso no somos más que un montón de sintaxis y sumatorias que desencadenan respuestas frecuentemente predecibles? O, en aquel punto ¿En que podríamos sostenernos para afirmar que las máquinas carecen de conciencia?

Otra línea de pensamiento nos lleva a plantear que el momento “x” en el que no seamos capaces de diferenciar un chatbot de una persona será inalcanzable, ya que los procesadores no tienen la capacidad de computar tantos datos como si la tiene un humano. Nuestra capacidad de abstracción (Imaginación) es equivalente a la memoria RAM de las computadoras, un cerebro promedio tiene no menos de 2,5 Petabytes de “RAM”, (2,5 millones de Gigabytes). Mientras que una computadora promedio tiene entre 4 y 8 Gigabytes solamente. Además, un algoritmo de computadora jamás será capaz de vivir el cotidiano humano promedio, bañado de conversaciones, chistes sarcásticos, traumas, “emociones” (Sintaxis matemática cerebral alterada por la segregación de químicos en el organismo). 

Entonces ¿Qué es la inteligencia artificial?

Como bien lo planteaba Turing, una computadora jamás será capaz de emular un cerebro humano en toda su complejidad y magnificencia, lo que sí puede hacer es volverse extremadamente eficiente en convencernos de que si puede. Esta es la matriz del desarrollo actual de la mal llamada I.A, es decir, no somos capaces de generar el nivel de conciencia que podemos llegar a alcanzar los humanos, pero la capacidad de resolver problemas por parte de una I.A es una manera elegante de ocultar algo más simple, la astucia. 

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Llevándonos de esta manera a construir el postulado de inteligencia sustentado sobre la base de la mera capacidad de persuasión y no de razonamiento. Mediante esto podríamos decir que más allá del trasfondo científico que subyace la verdadera razón del intelecto o la conciencia humana, el concepto más eficaz para describir que es la inteligencia refiere a la capacidad del comunicador de convencer al comunicado sobre su nivel de inteligencia. Es decir, somos tan inteligentes como seamos capaces de demostrar.

Las implicancias de esa afirmación hacen peligrar la estructura misma del mundo moderno, sustentado por medios de comunicación masivos e instantáneos. En el que convencer a la mayor cantidad de personas de ser capaz de revertir el cambio climático o eliminar el hambre del mundo, se vuelve tan fácil como publicar un meme de vez en cuando. En la era de la inteligencia artificial, la computación cuántica y la fibra óptica, nos enorgullecemos de poder engañar con mayor eficiencia que antes. Quizás no merezcamos desenmarañar el misterio detrás de la conciencia humana, siendo que teniendo la posibilidad de hacerlo justo frente a nuestras narices, decidimos usar la I.A para hacer tiktoks virales y engañar al profesor de literatura más fácilmente.

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