La Fe de nuestro pueblo
Al iniciar esta reflexión dominical quisiera expresar la alegría de algunos acontecimientos que manifiestan claramente la fe de nuestro pueblo como la procesión a Fátima del fin de semana pasado, y este domingo la procesión a Santa Rita en nuestra ciudad de Posadas. También estamos preparándonos para celebrar en unos días la solemnidad del Corpus Christi. Estas expresiones de fe muestran la piedad sencilla, solidaria y festiva de nuestro pueblo. En todas estas manifestaciones hemos pedido por el derecho más básico que es el derecho a vivir que tenemos todos, especialmente el derecho a la vida de los niños por nacer. En cada celebración también rezamos por la Patria y por sus necesidades, con la certeza que podremos tener esperanza si todos comprendemos que el futuro depende no solo de los otros sino del compromiso con el bien común que cada uno debe tener.
En este domingo estamos celebrando la gran solemnidad de Pentecostés. El Evangelio (Jn 20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado enviando a sus Apóstoles: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión. «Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonan y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Es importante recordar que estos hombres eran como nosotros. Pedro cuando es elegido se reconoce como pecador, y en el contexto de la Pasión de Jesús niega tres veces a su maestro, aunque después llora arrepentido por su debilidad y miedo. Esto es fundamental que lo tengamos presente, porque si bien es cierto que solo Dios es perfecto, nosotros no podemos hacer alarde de nuestras fragilidades, más bien debemos reconocerlas y tratar de cambiar, de insertar la Pascua en nuestra vida. Quizá como el Apóstol Pedro deberemos no relativizar, sino llorar nuestros pecados con arrepentimiento. Solo desde la humildad nos hacemos amigos de
Dios.
En la mañana de Pentecostés los Apóstoles, junto a otros y a María, estaban orando en el «Cenáculo». En esa mañana de hace 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos. En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado, tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión
comunitaria, eclesial.
Aparecida hace una referencia específica a esta necesidad en el hoy de nuestra América Latina y el Caribe. El texto señala: «La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa» (DA 156).
En estos dos mil años la Iglesia evangelizó, con la alegría del Espíritu, pero no le faltaron sufrimientos y martirios. Solo basta recorrer la historia, en donde desde ya se hace presente la fragilidad humana y la debilidad, como las negaciones de Pedro o la búsqueda de los primeros lugares de los Apóstoles Juan y Santiago, cuando todavía no entendían de qué se trataba el Reino de Dios… Pero la Iglesia que ha recorrido los siglos ha contado con la garantía del Espíritu Santo, que llevó a que muchos hombres y mujeres sean «testigos de Dios». También tantos santos, mártires, hombres y mujeres que desde el silencio de la cotidianidad fueron fieles, y dieron su vida por Amor a Dios y a sus hermanos. Hoy como ayer también deberemos dar testimonio en medio de alegrías y sufrimientos.
Nosotros en este Pentecostés queremos que resuene en nuestro corazón el mandato del Señor que nos dice: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19).
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas