¿La mentira es el mensaje?
Desinformación, (in)comunicación y noticias falsas en tiempo de crisis de representación
Los últimos dos años trajeron consigo algunos eventos políticos globales de gran trascendencia. La conmoción frente al rechazo de los colombianos del acuerdo de paz con las FARC, el ‘Brexit” y la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, fueron tres eventos políticos que dejaron en evidencia que la racionalidad no es la única variable que juega a la hora de tomar decisiones en política, al tiempo que mostraron el fracaso de las encuestas como herramientas de medición de la realidad y de predicción de los eventos políticos y sociales.
En ese contexto, en el último tiempo se ha puesto mediáticamente de moda el término “post-truth” o “posverdad” en español. Se trata de un neologismo que fue elegido por el Diccionario de Oxford como la palabra del año 2016 y que ha tenido importante trascendencia mediática, aunque su significado no ha mostrado hasta el momento mayor desarrollo conceptual desde lo académico y sigue sonando ambiguo. No obstante, aquí deslizamos algunas líneas de reflexión para ir pensando las nuevas formas de comunicación política.
Desinformación e (in)comunicación en tiempo de crisis de representación
Es un hecho que los ciudadanos dependemos de los medios de comunicación y cada vez más de las redes sociales para informarnos de la actualidad de los asuntos públicos y en general del mundo en el que vivimos, y es un hecho que estos funcionan como un sistema de educación informal.
Consumimos información permanentemente. Todo el tiempo devoramos datos en las pantallas: en el teléfono, en la computadora, en las tabletas, en la televisión; y sin embargo, retenemos apenas algunas imágenes, algunos mensajes, muchos de los cuales ni siquiera nos resultan útiles para tomar las decisiones cotidianas que debemos hacer todo el tiempo. A ello se le suma una crisis de representación en los ámbitos político, periodístico y cultural. Una crisis que es de larga data y que además es global.
Frente al exceso de información, estamos cada vez más desinformados sobre los temas que realmente importan. Y ante al exceso de conexión, nos encontramos cada vez menos comunicados interpersonalmente, replegados en el ámbito de lo privado y desmovilizados ante los temas que impactan directamente en nuestras vidas. Y tenemos, sin embargo, la ilusión de estar participando activamente de la vida colectiva. Nos hacemos la idea de que estamos formando parte, de que estamos opinando y participando de la democracia. Nunca antes los pares sobreinformación-desinformación y conectados-desmovilizados tuvieron tanta vigencia como hoy.
Así, la combinación entre desinformación, (in)comunicación y crisis de representación constituye el caldo de cultivo ideal para la eficacia comunicacional de la “posverdad”, entendida como un estilo de comunicación y propaganda en el que la información que devoramos continuamente es considerada a priori como relevante y verdadera, no por su adecuación con los hechos, sino en virtud de cuánto coinciden con nuestras creencias, nuestros gustos y nuestras emociones. Hoy más que nunca nos exponemos permanentemente a estímulos sin filtros de lo más irracional de los internautas. Son estímulos que, en lugar de poner en duda nuestros esquemas mentales (lo que sería muy saludable), lo que hacen es apelar a los prejuicios y estereotipos, que por lo general terminan por reforzarse. Básicamente porque buscamos informaciones que confirmen nuestras creencias y expectativas.
La vedette de la fiesta comunicacional de la “posverdad” es la comunicación política: una máquina de producir micro historias en las que la apariencia se vuelve ficción: como una obra literaria, como un cuento o una novela que, al ser texto escrito, es verdadero en sí. Fin de la historia.
¿Fin de la historia?
Una cosa es afirmar con Nietzsche que no hay hechos sino interpretaciones, y que el poder seria el poder de imponer una versión de la realidad como si fuera LA verdad de todos. Otra muy distinta es sencillamente asumir que en lugar de hechos lo que hay son invenciones deliberadas fomentadas por la propaganda sensacionalista, y que entonces, todo es susceptible de ser difundido masivamente. Aquí está precisamente el meollo del asunto. Se trata de una historia vieja sobre la que se ha debatido ampliamente. Basta con leer las producciones de Walter Lippmann (1922) cuando analizó la cuestión de la mediatización como generadora de opiniones e ideas, para señalar que el comportamiento del individuo está determinado en gran medida por lo que “cree ver”. O la reflexión del emblemático Robert Park (editada en 1955) sobre el rumor como forma de control social.
Insisto en que no es un fenómeno nuevo. Sabemos desde hace largos años con Noelle-Neumann (1977) que las opiniones están ligadas a tradiciones, valores, prejuicios o modas antes que a posturas racionales. El condimento novedoso que marca la actualidad es que cuando una información se echa a rodar en las redes, por más disparatada o imposible que suene es tomada como cierta y replicada instantáneamente millones de veces: primero por perfiles robotizados que se cuelan en las redes con información que después termina siendo compartida y viralizada por usuarios de carne y hueso. La viralización entonces explota y se vuelve incontrolable. En términos de credibilidad, está demostrado que una noticia resulta mucho más confiable cuando uno de nuestros contactos bien reputados la comparte. Porque funciona como una suerte de líder de opinión que realza el valor de la creencia frente al dato y la potencia de su masificación.
Se genera entonces en las redes un “clima de opinión” que marca tendencias globales y que se ubica rápidamente en una especie de altar de la irrefutabilidad de la que es muy difícil sacarlo. Y más cuando los medios tradicionales, en virtud de las propias condiciones de elaboración de las noticias (exigencia de primicias rápidas que impacten y que vendan, falta de tiempo para buscar datos de primera mano, falta de recursos para investigar, pereza mental), replican las historias viralizadas; la mayoría de las veces sin procesarla.
El resultado: millones de personas consumen al mismo tiempo exactamente la misma información y la adecuación del relato con la realidad directamente es evaluada como innecesaria. Dicho de otro modo: que algo aparente ser cierto es más importante que la propia verdad. Y diría más: cuanto más fantasiosa suena una historia, más se replica en las redes y más éxito tiene. Ejemplo de ello fue el supuesto respaldo del Papa Francisco a la candidatura de Donald Trump, algo que nunca sucedió. La supuesta noticia se viralizó y alcanzó un millón de interacciones en Facebook.
Si bien para la filosofía el límite entre realidad y ficción es prácticamente imposible de establecer (porque nos llevaría a la pregunta por la verdad), y aún cuando coincidimos largamente en que “un hecho es solamente un hecho en algún universo del discurso”, tal como señalara oportunamente Robert Park, la historia cambia cuando nos referimos a políticas públicas y a decisiones que impactan directamente en la vida de millones de ciudadanos. En este caso, inquietante que tengan mayor eficacia comunicacional el rumor, las noticias falsas, la propaganda y la mentira a secas.
Estamos en un momento en el que todo es susceptible de ser cuestionado y al mismo todo es susceptible de ser creíble más allá de los hechos. Habitamos una auténtica guerra de información que no es nueva pero que presenta condimentos novedosos. Uno de ellos es que en muchos casos la fuente de información es prácticamente imposible de rastrear, y por lo tanto, se vuelve muy dificultoso poder definir la responsabilidad sobre lo dicho.
A tal punto las noticias falsas cuyo origen es muy difícil de definir son tendencia en las redes, que existen portales dedicados exclusivamente a difundirlas. Y en la vereda opuesta, ya son tendencia los sitios web dedicados a desenmascararlas. Ejemplo de esto último son la web estadounidense Snopes.com, dedicada a desvelar el origen de las historias falsas. Desde Alemania el portal hoaxmap.org lucha contra la difusión de noticias falsas sobre los refugiados. En Viena, el grupo Mimikama recibe consultas sobre informaciones falsas, las investiga y las corrige. Los objetivos de estos portales, a su vez, también deberían ser puestos en cuestión por la misma lógica que venimos planteando. Y fundamentalmente porque las campañas de desinformación no tienen estéticas especiales ni barreras ideológicas: atraviesan las prácticas políticas y son de derecha, de centro y de izquierda.
No hace falta ir tan lejos para advertir el fenómeno: basta con ver los artículos que abundan en internet sobre cómo detectar noticias falsas como sistemas antiengaños. También, recientemente desde Google anunciaron que implementaron una actualización que restringe los avisos publicitarios en los sitios de noticias falsos. También la red social Facebook, una de las principales plataformas de distribución de noticias a nivel global, anunció que se asoció con Snopes, FactCheck.org, Politifact, ABC News y AP para que los ayuden a corroborar la veracidad de las historias. Es un mecanismo que se inicia con el reporte de los usuarios y que intenta controlar el desborde de informaciones falsas que tuvo su pico máximo en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de noviembre de 2016 y que continúa todos los días.
Si el anonimato es lo que manda en la generación de noticias dudosas o falsas, y si no podemos saber exactamente quién genera las informaciones, entonces ¿Todo puede decirse? ¿Debemos sencillamente aprender a convivir con la mentira como mensaje?
Parafraseando a Fiss (2010), podemos decir que la libertad de expresión puede ser absoluta hasta que deja de ofrecerles a los ciudadanos los fundamentos necesarios para construir el autogobierno. Los límites se corren todo el tiempo en un mundo cada vez más acelerado, de ciudadanos que buscan devorar información permanentemente para saciar ansiedades y sentir que forman parte de la democracia de las pantallas. Una de las preguntas que se abren es: ¿A quién beneficia que habitemos y reproduzcamos las condiciones del entorno posverdad? El futuro será de quienes logren ganar las mejores batallas de la guerra por la información, que es la guerra por imponer la verdad propia como si fuera la de todos. Hagan sus apuestas.