La paradoja de la intolerancia

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Tenemos por tanto que reclamar, en el nombre de tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia”, escribía el filósofo austríaco Karl Popper en 1945, llegando a una aproximación de su análisis crítico acerca de las experiencias fascistas y su discurso. Más allá de que hayan pasado los años, esta premisa pareciera ser sumamente actual cuando se ve el impacto de las nuevas derechas en el mundo.

Históricamente, Estados Unidos tuvo una derecha fortificada, más liberal o más conservadora, pero siempre guardando un núcleo duro, centrado en el supremacía racial. Ese cúmulo de personas que añoran, hasta el día de hoy, los años de la esclavitud y el sometimiento del afroamericano, fueron adquiriendo nuevas características con el pasar del tiempo. A ellos se les sumaron expresiones neonazis, reivindicaciones anti – estatales, magnificación del trumpismo y varios agregados que nunca pasan de largo en este tipo de movimientos: misoginia, xenofobia, clasismo, y básicamente cualquier tipo de discriminación. Este movimiento tiene su asidero en el crecimiento público de los discursos de Trump, y más que del mismo ex presidente, de sus seguidores más radicales, como por ejemplo los Proud Boys

Este modelo de nueva derecha un poco golpista, un poco “moderna” por su uso de redes sociales pero manteniendo sus tintes vintage propio de otras décadas, se replica en otros lugares del mundo: en Brasil con Bolsonaro, en Italia con Georgia Meloni, fue en Reino Unido con Boris Johnson, y con varios exponentes en otras latitudes del mundo, que aún no arribaron al cargo más importante de la nación, tales como Javier Milei en Argentina y José Luis Félix Chilavert en Paraguay. 

Ahora bien, ¿hasta cuándo se puede tolerar esto? ¿hasta dónde se pueden hacer y decir atrocidades embanderados en la pseudo libertad de expresión? ¿hay límites ideológicos? Todos esos interrogantes tienen, desde esta opinión, una respuesta contundente: no se puede tolerar lo que no tolera. En otras palabras, dejar crecer a un grupo de personas que avala infamemente al nazismo podría hasta parecer gracioso en redes sociales para cierto grupo de lúmpenes que busca adulación digital, pero detrás de esa persona hay miles o millones que pueden ser influenciados a través de internet. ¿Y ahí qué pasa? ¿quién se hace cargo del monstruo que defiende algo que no comprende? Ese sujeto que cree que el fascismo puede ser un movimiento político viable es un potencial “debilitador social”, casi parafraseando a Los Simuladores. Este energúmeno que no comprende de historia, de sociología, de filosofía, que nunca caminó la calle y que esgrime su opinión a “diestra y siniestra” (literalmente), no es más que la cara visible de un odio social que nunca fue superado, y que hoy lleva una esvástica, pero que mañana celebra cuando un policía reprime y mata a una persona de color, extranjera o pobre, e inclusive puede pensar en cometer un crimen sin ningún tipo de escrúpulo.

Estos propaladores de la ignorancia encontraron sus mesías en líderes políticos nefastos que utilizaron a la anti – política como su plataforma electoral, aprovechando los malhumores sociales por las crisis. Sin embargo, este límite o esta intolerancia, si no se la pone el Estado, se la pone la ciudadanía. Las redes sociales se transformaron en escenarios de disputa de poder para intentar acallar los extremos y fundamentalismos. Más allá de eso, ¿el sistema puede erradicar el mal de la intolerancia social? La escuela como formadora, la familia como contención, el barrio como realidad y la calle como testigo pueden ser algunas de las respuestas, aunque si el accionar no es efectivo, lo simbólico va a seguir pesando por sobre lo material. De hecho, Alemania, Polonia y Austria tienen uno de los aparatos judiciales más robustos para luchar contra las facciones intolerantes, a tal punto de que si uno presenta un símbolo o hace algún tipo de referencia al nazismo, puede terminar pagando con cárcel efectiva. ¿Es suficiente? ¿hace falta recorrer los lugares donde funcionaron campos de exterminio y de concentración de estas fatídicas dictaduras? Argentina tuvo, inclusive, un nefasto ex presidente que, con su impronta de vende – humo, cayó en el negacionismo del alcance que tuvo la última dictadura cívico – militar en nuestro país. ¿Cómo puede ser tolerable eso en plena democracia? La desinformación es la respuesta.

Practicar la intolerancia con los intolerantes parece ser la herramienta más grande que hoy en día tiene el ser humano para evitar caer en una trampa extremista de este calibre. Lejos de la censura al que piensa distintos, la paradoja de la tolerancia es un arma para mantener el libre pensar. En términos políticos y humanos, sobre todo humanos, es imposible dar bancada a una persona o grupo que avala un exterminio sistemático de una minoría o un grupo étnico, religioso o “racial”. No hay forma de que esto sea defendible. Justamente, estas facciones crecieron y pueden decir lo que creen porque hay una historia en común donde las instituciones dan garantías para pensar distinto, pero todo tiene un límite. ¿Es posible imaginar un nuevo Hitler en pleno siglo XXI? La estupidez masificada por las redes sociales y por la opinión o sin contenido o con un brutal odio enquistado, son los caminos hacia la debacle que derive en un nuevo monstruo político que nos hará caer en la tiranía dictatorial. Ser tolerante con el otro es la piedra fundamental de la democracia, pero en pleno año 2023, si toleramos la intolerancia, estamos destinados a repetir las páginas más oscuras de la historia.

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