Las mil y una noches de Erdogan: Turquía frena la expansión de la OTAN
La dinámica europea es absolutamente vertiginosa desde que explotó el conflicto armado provocado por la invasión de las tropas rusas en suelo ucraniano, y ante eso, muchos países del viejo continente comenzaron a (re)pensar sus políticas de seguridad nacional.
Finlandia y Suecia, junto a otros países nórdicos europeos, históricamente se han caracterizado por no resaltar militar ni armamentisticamente, aunque también gozan de una reserva bélica de importancia. Pero la creciente amenaza rusa llevó a estos países escandinavos a buscar el cobijo en la OTAN. Sin embargo, un actor inesperado le puso un dramatismo novelesco: Turquía.
La decisión turca
Recep Tayyip Erdogan es el presidente de Turquía desde 2014, y uno de los líderes más importantes de la geopolítica global. Un hombre de decisiones políticas recias y hasta conservadoras, pero que logró transformar a Turquía es un verdadero termómetro de la política europea.
El veto turco en la OTAN, dado desde la voz y decisión de Erdogan y su mesa chica, lejos está de ser un mero capricho. Aquí se habla de una estrategia de suma importancia que Ankara debe sobrellevar en un contexto internacional complicado. En principio, hablamos de la necesidad imperiosa de Turquía de poder promoverse, a los ojos del resto de los países, como un mediador diplomático entre Ucrania y Rusia. El hecho que Finlandia y Suecia ingresen a la OTAN, simboliza un giro de 180 grados en la política europea, dada por el impensado robustecimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Turquía dice no, porque pierde protagonismo escénico como epicentro de resolución del conflicto bélico más importante que afrontó Europa desde la descomposición de la ex Yugoslavia.
Paralelamente a esta postura de Erdogan, es de suma importancia leer el discurso o la construcción de relatos que se engendran desde Turquía como un impedimento al ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN. En este sentido, se habla pura y exclusivamente de la presencia de diásporas kurdas que han sido refugiadas en los países nórdicos. Esta es una debilidad de Erdogan, y aún potenciada por la figura del PKK. Turquía es un país intercontinental con diversas problemáticas internas.
¿Qué pasa en Turquía?
El gobierno de Erdogan se ha caracterizado por el intento de tener un orden impermeable por ningún tipo de asociación que no sea el mismísimo Estado. En este sentido, los kurdos se transformaron en el chivo expiatorio de todas las políticas represoras de choque que Ankara ha llevado como estandarte en los últimos años.
En este apartado cabe resaltar que los kurdos conforman una nación milenaria que busca la construcción de un Estado (Kurdistán) desde, por lo menos, la descomposición del Imperio Otomano luego de la Segunda Guerra Mundial. Esta nación se ubica, territorialmente, en partes de Siria, Irán, Irak y el sur de Turquía. Para este último país, la presencia kurda simboliza una piedra en el zapato.
Para la construcción de Estados fuertes, tener conflictos, pero sobre todo territoriales, con movimientos separatistas, son un escollo, y aún más para un país jactado de potencia emergente como la Turquía de Erdogan. En este punto, el problema no es meramente étnico, entendiendo que los kurdos no representan una abrumadora amenaza en cuanto a adhesión social. Sin embargo, es el partido político mayoritario el verdadero desafío de Ankara: el PKK.
El PKK es el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, fundado en 1978 y en plena Guerra Fría. Este representante de los valores históricos de los kurdos tiene unas características de origen que son de vital molestia para Turquía. El PKK se define como un partido político socialista, antiimperialista, antioccidental, feminista y ecologista. Lejos de las prácticas o discursos progresistas promovidos por las clases medias en países capitalistas de Occidente, los kurdos que forman parte del PKK, viven de acuerdo a los valores que pregonan.
Desde 1978, la presencia del Partido de los Trabajadores de Kurdistán ha significado una representación radical de los kurdos en los países en donde han tenido presencia, aunque el histórico conflicto siempre se desató en el sur de Turquía. Aquí, cabe resaltar que ante el impedimento de formar parte de coaliciones políticas de representatividad en el seno de los países donde se ubicaría el territorio kurdo, han radicalizado sus acciones hasta el punto de llevar adelante una serie de atentados en formato de estrategia militar guerrillera. El Estado turco siempre los combatió y son el enemigo público número 1 de Erdogan.
Ante la militarización de las facciones de choque del PKK, las respuestas de diversos países han sido inmediatas. De hecho, prácticamente no hay países en el mundo que reconozcan la autonomía histórica de los kurdos, y, asimismo, los embanderados en defensa de los derechos humanos de los pueblos, devenidos en potencias mundiales, siempre han mirado al costado cuando de Kurdistán se habló.
Las razones de la persecución al PKK, más allá de la cuestión enquistada en la seguridad nacional, se basa también en las consecuencias del mismo. Primero, se trataría de la formación de un Estado de carácter socialista en una zona del mundo en donde ni siquiera la Unión Soviética en sus mejores años pudo penetrar con absoluta solvencia. Por otro lado, la mera formación estatal kurda en manos del PKK, significaría delegar las grandes rutas de gasoductos y oleoductos que parten desde Oriente hacia Europa, y allí, ni Irán, ni Irak, ni Siria, ni Turquía se quieren dar el lujo de perder.
Los diversos confrontamientos civiles del PKK con el Estado de Turquía, como así también su efectivo combate contra las fuerzas de ISIS, promovieron una gran diáspora de kurdos en el mundo. Han buscado no solamente asilo político, sino también un lugar estable en donde desenvolverse, y allí, el norte de Europa se ha convertido en un lugar de características idílicas. Cabe recordar que hoy, los kurdos, tienen representación en el Parlamento turco, aunque prácticamente sin peso en la balanza política que determina el corpus de leyes en Turquía.
Un largo camino al norte
Hasta el día de hoy, se habla de 3 millones de kurdos en las diásporas, muchos de ellos en calidad de refugiados. Lógicamente, las crisis humanitarias generadas por contextos desfavorables como las guerras y conflagraciones, han acelerado la decisión de los habitantes de buscar lugares de confort y bienestar social.
Los diversos gobiernos de centroizquierda que han tenido lugar en Finlandia y en Suecia, sobre todo desde la década de los 70, y más en el siglo XXI, han promovido políticas migratorias que buscan acoger a aquellos quienes han padecido en zonas de gran conflictividad. En ese sentido, Suecia y Finlandia son La Meca para los kurdos que se escapan de Siria, Irán, Irak y Turquía.
Sin embargo, en esas corrientes migratorias, se fugaron varias personas consideradas como criminales de guerra para Ankara y su necesidad de eliminación del “terrorismo”. Una de ellas es Salih Muslim, un kurdosirio que se encuentra refugiado en Suecia desde hace varios años.
Ahora bien, en el marco del “pretexto” turco, los estadounidenses y los europeos tienen una razón para el apoyo de la cuestión kurda, más allá de sus ideas radicalizadas, aunque han sido medianamente aminoradas casi relativamente con el mayor aumento de representatividad diplomática y gubernamental de los kurdos en Turquía y Siria. El YPG (Unidades de Protección Popular), en su facción miliciana y guerrillera, han sido de vital ayuda en el combate contra ISIS y Estado Islámico en la zona en cuestión. Si bien, el islam es la religión mayoritaria en la nación kurda, gran parte de ellos no comparte las ideas del islamismo político propuesto por las células previamente nombradas. En este sentido, para Estados Unidos son vitales. Sin embargo, para Erdogan no es suficiente, entendiendo que el PKK y el YPG son exactamente lo mismo, ambas agrupaciones son consideradas terroristas. Desconexión con Europa.
El jaque mate de Erdogan
A simple vista, el viejo continente considera terrorista a uno (PKK) y como aliado al otro (YPG), pero para Ankara son lo mismo.
Aquí hay que hilar fino y recordar que la política internacional es mucho más complicada de lo que parece. Erdogan busca posicionar las miradas y opiniones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte por el simple hecho de que países como República Checa y Noruega, también miembros de la OTAN, han dejado de exportarle armas a Turquía para combatir al YPG.
Aquí es donde aparece la jugada maestra de Erdogan: crear una crisis interna en la OTAN. Para ello, hay que partir de la premisa que Estados Unidos es el país más poderoso de esta alianza militar, y como tal, siempre tiene la última palabra, por sobre los trazos burocráticos. Por consiguiente, casi como si fuese un “niño malcriado”, el berrinche de Erdogan es para poder establecer un trato directo con Joe Biden y que Estados Unidos pueda seguir brindándole armas para su lucha interna contra las facciones consideradas terroristas.
Por otro lado, para Biden es el momento perfecto de ser el cabecilla de la Organización del Tratado del Atlántico Norte que se agranda con dos colosos económicos como Suecia y Finlandia en sus filas.
Es decir, el impedimento turco solo ralentiza los intereses nórdicos y fastidia la necesidad de Biden de tener un ejército internacional fuerte, en un contexto bélico en Ucrania donde el ejército ruso pareciera no tener fin y el rublo se posiciona cada vez mejor. De esta forma, la presión de Erdogan es prácticamente extrema contra Washington, y ante un líder débil como lo es Biden, pareciera poder dar el brazo a torcer contra el gigante norteamericano.
Lógicamente que cabe recordar que para que Suecia y Finlandia puedan ingresar a la OTAN, necesitan de todos los votos positivos de los miembros actuales, y el de Turquía con su veto, es verdaderamente una molestia para Occidente. Erdogan combate a los terroristas como si fuera occidental, y molesta a los estadounidenses como si fuera oriental.
En consonancia hay que hablar de otra comunidad con la que Ankara coquetea hace décadas, pero no tiene el lujo de formar parte de ese selecto grupo de países: la Unión Europea. Turquía sueña desde 1990 con formar parte de la comunidad más importante de países europeos, pero se ve imposibilitado. En principio, cabe recordar que ha conseguido el estatus de candidato para ingresar a la UE en 1999. Sin embargo, siempre le cerraron las puertas, entendiendo que la ex Estambul no cumple con los requisitos básicos necesarios para formar parte de la comunidad.
Aquí hablamos de los Criterios de Copenhague, escritos en el año 1993. En ese documento se establece que un país que solicita su ingreso a la UE, debe respetar y utilizar el sistema democrático, debe proliferar el Estado de Derecho, debe formar parte de un sistema económico de libre mercado, pero el gran inconveniente de Turquía se da en los respetos por los derechos humanos y las minorías. El Estado turco no se hace cargo, hasta el día de hoy, de los actos cometidos por los Jóvenes Turcos contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923. Este es conocido como el primer genocidio de la historia.
El máximo mandatario turco actual, no solamente no lo reconoce enmarcado en el concepto de genocidio o crímenes de lesa humanidad, sino que además niega de la existencia de semejante aparato sistemático de tortura, persecución y asesinato al que se sometió al pueblo armenio durante el proceso de descomposición del Imperio Otomano. Esta es una de las razones por las cuales la Unión Europea le cierra las puertas a Turquía. El rol del gobierno turco como combatiente contra los movimientos considerados terroristas y la posición como mediador en la guerra en Ucrania son ejes fundamentales de comunicación externa, con el cual intentan decirle a la Unión Europea: “Acá estamos”.
Línea directa con Putin
Erdogan es uno de los pocos líderes mundiales que puede tener una charla de igual a igual con Vladimir Putin. Ambos gobiernan países con similitudes, tienen facciones orientales y occidentales, ambos son países que resultaron de la descomposición de imperios en el siglo XX, son líderes fuertes, estratégicos, calculadores, conservadores y de convicciones internas y externas dignas de emperadores. Ambos combaten el “terrorismo” o aquellas amenazas para las fronteras nacionales y la cohesión social; y también, manejan un país primordial para la geopolítica y el orden mundial, histórico y actual.
De esta forma, también hay que entender que Turquía y Rusia son grandes aliados comerciales, por su cercanía geográfica y por el “temor” que se tienen ambos. Turquía, como miembro de la OTAN, es una amenaza para Rusia desde tiempos soviéticos, y Erdogan sabe bien que tan solo una señal que Vladimir Putin haga, puede desencadenar en un brutal conflicto bélico entre potencias.
Erdogan y Putin saben también que ambos son dueños y usufructuarios de los gasoductos y oleoductos que Europa necesita para sobrevivir. En ese sentido, las condiciones ideológicas quedan de lado, y se realza la necesidad de mantenerse en el tope del oro negro y el oro gaseoso.
A partir de esto, es menester aclarar que la posición de Erdogan como un mediador entre Putin y Zelenski en el contexto bélico actual responde a la necesidad de tener equilibrio en el tablero geopolítico. Turquía sabe bien que, si la balanza se inclina en demasía para la OTAN, Vladimir Putin puede responder con la fiereza de una potencia militar con herencia soviética, capacidad nuclear y con amistades poderosas, como China, Irán y Corea del Norte. El resultado puede ser devastador. Sin embargo, si se mantiene al margen esa situación de hipotética expansión de acciones bélicas por parte de Moscú, hay otra razón más palpable: los mercados.
Turquía, al igual que todos los países inmersos en la economía de acumulación de capital, no quiere perder sus negocios ni enfriar sus finanzas. Una guerra en un enclave tan importante como Ucrania, solo desemboca en una crisis que agudiza la situación económica ya existente promovida por el cimbronazo del COVID – 19. Desde esta perspectiva, Turquía busca también, con su veto, poder cuidar el mercado internacional y la capacidad de producción propia. Asimismo, cabe recordar que Turquía tiene una gran red de exportación de industria liviana con diversas zonas del mundo. Erdogan cuida a Turquía, cuida a Rusia y cuida a Europa, aunque lo padezcan los suecos, finlandeses y kurdos.
El mundo a la espera de Turquía
En sintonía con la política de promoción de la cultura turca a través de las novelas, que tan populares son en Latinoamérica, lo de Erdogan pareciera ser el capítulo esperado, en donde el protagonista principal puede cambiar la historia de la novela para siempre.
El resto del mundo se encuentra en vilo a través del posible ingreso de Suecia y Finlandia, de la reacción rusa y de las innumerables variables que puedan deslindarse a partir de ello. América Latina, en este sentido, espera en silencio. Prácticamente porque son pocos los países que no condenaron la invasión rusa y porque son varios los que velan por la expansión de la OTAN. Sin ir más lejos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte tiene una suerte de sucursal de Sudamérica: Colombia.
¿En qué afecta esto al sur de América? Básicamente hay que volver a pensar en la economía, en el gran golpe que podría significar una profundización de las acciones bélicas o, inclusive, el hecho de que Turquía se involucre aún más en este conflicto, puede llevar al fantasma de la desatención de un mercado con mucha demanda, como lo es el latinoamericano. Por otro lado, está el cambio de relaciones diplomáticas de Turquía con Sudamérica, se entiende que no es lo mismo el trato con Brasil que con Paraguay. Mercados e intereses distintos.
Por otro lado, se puede pensar rápidamente en las consecuencias en el humor social generado desde las relaciones diplomáticas con Suecia y Finlandia, las rispideces que se puedan generar y el probable cambio de 180 grados si es que ingresan a la OTAN. Latinoamérica simplemente espera.