Las múltiples jornadas laborales de las mujeres en pandemia

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Escribe Natalia Giménez, jefa de Gabinete del Ministerio de Trabajo de Misiones

Brechas salariales, techos de cristal, feminización de la pobreza. Más allá de las categorías conceptuales, podemos enumerar un sinfín de desigualdades cotidianas a las que las mujeres nos enfrentamos en el mundo laboral. Sin embargo, cuando la pandemia COVID-19 nos atravesó (atraviesa), vimos recrudecer las circunstancias de inequidad que históricamente viven las mujeres en la dimensión del trabajo. Si anteriormente nos encontrábamos con obstáculos en el desarrollo de nuestros oficios, profesiones, carreras y proyectos; la nueva organización social que prematuramente experimentamos en el mundo no hizo más que ampliar las brechas existentes.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) advirtió que el trabajo de las mujeres en pandemia tenía una desaceleración importante, que en datos estadísticos superó a la de nuestros pares varones. ¿Qué pasó? ¿Por qué este contexto nos afectó más fuertemente? Si todo el mundo se detuvo, con efectos en la economía global, ¿por qué las mujeres están al tope de los números más desalentadores?

Es probable que (algunas de) las respuestas podamos encontrarlas en la significancia  central que tienen los roles y los estereotipos de género en nuestra organización social como comunidad. Me refiero a las pautas de conductas, prácticas y características que la sociedad impone y espera de una persona ante situaciones, dimensiones y esferas determinadas; en relación al género con el que se identifica dicho individuo.

El trabajo doméstico, es decir las tareas de cuidado, crianza, educación, contención y limpieza que deben realizarse en los hogares; es una práctica históricamente asignada a las mujeres. De ninguna forma quiere decir que no existan varones avocados a dichas tareas, pero con avances, retrocesos y estancamientos, encargarnos de lo ligado a la casa es lo que se espera de nosotras.

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Durante el contexto de pandemia, más aún en su etapa más dura, vivimos la ausencia total de los servicios que suelen “tercerizarse” (educación de las y los niños, limpieza del hogar, lavado de prendas, preparación de comida, etc.), lo que provocó que la mayoría de esas tareas debieran ser atendidas en el seno familiar, sobre todo por las mujeres. Ello, sumado a la carga adicional que significó en muchos casos una modalidad de trabajo virtual, generaron jornadas laborales nunca antes vistas. Doble, triple, cuádruple.

Si bien estas tareas que están asignadas a las mujeres forman parte de un sistema que -como dijimos- permite tercerizarlas; en la mayoría de las ocasiones son delegadas en otras mujeres en mayor situación de precarización laboral, quienes a su vez deben delegar el propio trabajo doméstico y de cuidado a otras mujeres, y así al infinito. La pandemia “develó” de forma más explícita algo que sabíamos hace tiempo: lo central de ese trabajo doméstico, que es invisibilizado, precarizado, e incluso no reconocido y no remunerado.

En un aporte fundamental a la temática, la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género que conduce la Dra. Mercedes D’Alessandro, cuantificó en términos económicos y de mercado el valor del trabajo doméstico no remunerado. El mismo corresponde a un porcentaje del 15,9 del Producto Bruto Interno (PBI) argentino, representando alrededor de 4 billones de pesos. Se constituye así como el sector que mayor aporte hace a la Economía nacional, seguido por la Industria (13,2) y el Comercio (13,00). Con estos datos, podemos avanzar en análisis más certeros sobre las desigualdades en el trabajo vividas por las mujeres, avizorar de dónde surgen las brechas a las que nos enfrentamos, lo indispensable de las tareas por las que no somos reconocidas ni pagadas, y cómo todo influye enormemente en las trayectorias laborales.

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Asimismo, es importante destacar que, durante el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, las mujeres empresarias de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) advirtieron que alrededor del 70% de las propietarias vieron afectadas sus empresas por el esfuerzo que significaba (significa) el trabajo doméstico y las tareas de cuidado.

El futuro del trabajo de las mujeres – y el de una sociedad entera que busca proyectarse como más equitativa – plantea la necesidad de repensar y reconfigurar la distribución de las tareas domésticas y de cuidado. Es cierto que el impulso estará dado por pensar políticas públicas con perspectiva de género, pero también la “batalla” debe darse en el plano de las ideas que sostenemos como sociedad, poniendo la mirada en nuestras prácticas sociales, modificando los patrones culturales y embarcarnos -mujeres y varones- en el camino hacia la igualdad. Aunque sea una casa más equitativa a la vez.

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