Los emprendedores del bosque muestran al mundo todo el potencial de la Amazonía

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Como su padre y su abuelo, el líder comunitario Roberto Brito de Mendonça, de 48 años, de la comunidad de Tumbira, fue maderero. Durante 26 años, durmió incontables noches en el bosque, muchas veces pasando hambre. Durante el día, aserraba troncos que podrían generarle un valor razonable en el mercado. Dejó la actividad en 2010, después de que el Programa Bolsa Floresta (PBF), una política pública del estado de Amazonas, trajera recursos y capacitación para que la comunidad creara negocios sostenibles de base comunitaria, como los relacionados con la cadena de valor del turismo.

Hoy, el lugar —a 64 km de Manaus— cuenta con una posada que ofrece tres comidas diarias con los ingredientes más sabrosos de la Amazonía, además de paseos y servicio de wi-fi. “Trabajar de una forma diferente fue un gran desafío para mí, pero pude ver las cosas de forma positiva. Empezamos a tener una alternativa económica”, cuenta Roberto.

El líder comunitario describe el Tumbira de esa época, con 25 familias, como “muy debilitado”, pero poco a poco todos constataron resultados inéditos: “Vimos florecer la educación dentro de la comunidad (…) El turismo generó ingresos y comodidad, además de la oportunidad de dormir en casa y comer todos los días”, cuenta.

En la comunidad también hay un taller, a orillas del Río Negro, donde Izolena Garrido crea y vende biojoyas coloridas, hechas con semillas y otras materias primas del bosque. La profesora y artesana recuerda con precisión hechos y fechas importantes para la conquista de mejores condiciones de vida en la comunidad, desde los años ochenta hasta la actualidad.

“Nosotros tuvimos un gran impulso en el área de la artesanía y la vida de las personas mejoró. Es muy agradable cuando escuchas a alguien decir que está ganando mucho más a la sombra que cortando árboles en el monte”, se enorgullece. Lo más importante ahora, en su opinión, es que las comunidades del Amazonas puedan caminar con sus propias piernas. “Es creer que ‘sí, soy capaz. Puedo, con o sin inversión, seguir siendo el emprendedor del bosque. Voy a seguir siendo esa persona que cree en sus propósitos y que puede mantener el bosque en pie'”, dice ella, con entusiasmo.

Vale la pena destacar que Tumbira forma parte de la Reserva de Desarrollo Sostenible (RDS) del Río Negro, una área protegida estatal donde las familias tienen el derecho de uso de la tierra, lo que les asegura la oportunidad de realizar actividades económicas sostenibles y buscar inversiones.

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La RDS fue creada con el apoyo del Programa de Áreas Protegidas del Amazonas (ARPA), con recursos del Fondo Ambiental Mundial (FMAM), que tiene al Banco Mundial como agencia implementadora. El programa, que acaba de cumplir 22 años, ha estado financiando la reserva y las comunidades con contribuciones anuales durante los últimos 16 años. En todo el estado de Amazonas, ARPA apoya 46 áreas protegidas, 24 estatales y 22 federales, además de apoyar acciones estructurantes de la Secretaría de Medio Ambiente del estado.

Valorización de las comunidades

Las historias de Roberto e Izolena están entre los casos de éxito del Programa Bolsa Floresta, instituido en 2007 y puesto en marcha desde 2008 por la Fundación Amazonas Sostenible (FAS), con el objetivo de recompensar a las poblaciones tradicionales que asumen el compromiso formal de deforestación cero. La iniciativa presenta cuatro componentes: ingreso, asociación, familiar y social.

El PBF Ingreso apoya a pequeñas empresas con el fin de desarrollar actividades productivas sostenibles. El componente Asociación capacita a las asociaciones de residentes para gestionar emprendimientos colectivos en el área de la bioeconomía, que incluye actividades como turismo de base comunitaria, pesca, artesanía, cultivo de cacao y castaña de Brasil y producción de aceites vegetales.

El Bolsa Floresta Familiar comenzó con el pago mensual directo de R$ 50 (USD 10) a las madres de las familias ribereñas residentes en las unidades de conservación del bosque. La familia asume compromisos de no abrir nuevas áreas de cultivo en bosques primarios; mantener a los hijos en la escuela; participar en las asociaciones y en talleres de capacitación sobre cambio climático y servicios ambientales. Por último, el Bolsa Floresta Social abarca inversiones en educación, salud, comunicación y transporte, a partir de las demandas de la población local.

El Banco Mundial comenzó a apoyar el Bolsa Floresta —ahora llamado Guardianes del Bosque— en diciembre de 2020, como parte del Primer Financiamiento de Políticas de Desarrollo Programático para la Sostenibilidad Fiscal y Ambiental del Estado de Amazonas (Amazonas DPF), que concluyó dos años después. Con el préstamo de 200 millones de dólares, Amazonas tomó medidas para reorganizar las finanzas públicas (como la reforma de la previsión estatal), aumentar la transparencia en la administración (como la creación del portal e-Obras), reforzar la preservación del medio ambiente y avanzar en la conformación de un sistema REDD+ para  la gestión de concesiones forestales.

Los recursos también se utilizaron para llevar los beneficios de los Guardianes del Bosque a 14.500 familias, frente a las 9.602 del inicio del Amazonas DPF, lo que permitió la implementación de infraestructura comunitaria —como la construcción de pequeños puertos fluviales— en el interior del estado.

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El gerente del proyecto en el Banco Mundial, Werner Kornexl, afirma que el apoyo a los pagos por servicios ambientales —realizado por el componente familiar de los Guardianes del Bosque— es una de las varias acciones que valoran el trabajo de las comunidades que viven de la bioeconomía. “Sentir que el Estado y otras instituciones están llegando es un reconocimiento muy importante”, destaca.

Próximos pasos

A los 17 años, Ana Lice Chagas contribuye a construir un futuro inclusivo y sostenible para la economía de la Amazonía. A punto de terminar la secundaria en Tumbira, en una escuela beneficiada por el Bolsa Floresta, sueña con seguir estudiando, pero no en una universidad. “Prefiero aprender inglés y otros idiomas para recibir mejor a las personas que vienen a visitarnos”, cuenta ella, que ayuda a presentar a turistas brasileños y extranjeros la producción tradicional de harina de mandioca.

Además del turismo, Ana participa en la cadena productiva del cupuaçu, una fruta amazónica que se puede degustar al natural, en jugos o helados, pero no solo eso. En la pequeña propiedad donde vive la joven, se produce la materia prima para el cupuaçu cristalizado y el cupulate. Este último se hace con los granos secos, tostados y pelados, que adquieren un sabor a chocolate, con notas de café y nueces. Son productos hechos a pequeña escala, pero que se suman a tantos otros capaces de mostrar el potencial biológico y creativo de la Amazonía.

Para seguir impulsando a los emprendedores del bosque, un nuevo proyecto está en preparación por el Banco Mundial con Amazonas. El trabajo debe incluir, entre otras actividades, una revisión de la legislación estatal sobre bioeconomía, la reforma del Impuesto sobre la Circulación de Mercancías y Servicios para recompensar los esfuerzos de los municipios en la conservación del medio ambiente y la estructuración del REDD+, un mecanismo para remunerar a las comunidades que mantengan sus bosques en pie, sin desforestar.

El proyecto también prevé el fortalecimiento institucional de órganos ambientales estatales, teniendo en cuenta las políticas públicas necesarias para la adaptación al cambio climático. Son todas mejoras bienvenidas no solo por las comunidades cercanas a Manaus —como las de Roberto, Izolena y Ana Lice—, sino también para aquellos que están más alejados del poder público.

Fuente Banco Mundial

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