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Transitan las primeras horas del domingo y el mundo se pregunta: ¿Quién gobernará al gigante sudamericano los próximos cuatro años?

Las calles brasileñas se tiñen de ilusión, miedo e incertidumbre. Tras una contienda plaga de violencia, acusaciones y polarización, 156 millones de votantes decidirán quién ocupará la silla presidencial. La lista de postulantes es larga pero el resultado estará entre los dos principales candidatos. 

Las últimas encuestas indican que Luiz Inácio da Silva lidera la intención de voto con un 49%, seguido por Jair Bolsobaro con un 35%. Lejos, pero en carrera se encuentran Ciro Gómez (Partido Laborista- izquierda) con un 8% y Simone Tebet con un 7% (MDB- centro derecha). 

Lula Da Silva es el representante del Partido Trabajador (PT), fue presidente del Brasil desde el 2003 hasta el 2011. Luego fue reemplazado por su discípula Dilma Rouseff, destituida por el Congreso en el 2016 por tener responsabilidad en el “maquillaje” de las cuentas fiscales. 

En 2017 Lula fue condenado a 9 años de prisión acusado de corrupción pasiva y liberado en el 2019. En 2021 la Corte Suprema de Justicia anuló los cargos en su contra y permitió su postulación. 

En 2018 el ultraderechista Jair Bolsonaro se convirtió en el 38° presidente de la República Federativa del Brasil. Elecciones que pasaron a la historia por: el ataque con un arma blanca a Bolsonaro, la encarcelación de Lula y la causa Lava Jato. 

El actual presidente se juega su reelección con una gestión más que cuestionada y controversial. Será difícil para muchos olvidar las decisiones que tomó Bolsonaro durante la pandemia: subestimación del CODIV, el colapso del sistema sanitario, muertes, pobreza. Tampoco será fácil olvidar sus políticas económicas y mucho menos lo sucedido en el Amazonas.  

De a poco empieza a configurarse el mundo pos pandemia. En Europa los partidos de ultraderecha ganan terreno con ideas euro escépticas y anti inmigrantes. Muestra de ello fue la elección en Italia donde se impuso Giorgia Meloni, sumándose a lo sucedido en Suecia, España, Polonia y Hungría. En el continente americano parece suceder lo contrario, los partidos de izquierda retoman el poder: desde Biden (Estados Unidos) hasta Boric (Chile), cada país con una política de izquierda distinta.

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Estamos frente a dos tendencias o fuerzas opuestas, pero en un análisis global se puede decir que responde al mismo problema: insatisfacción generalizada de los votantes a las respuestas de los partidos tradicionales. En este punto, hay que remarcar que la abstención se convirtió en la estrella de todas las elecciones. 

Volvamos a Brasil, el sexto territorio más extenso del mundo (8.5 millones de km2), el tercer país más poblado (217 millones de habitantes) y el Estado con más límites internacionales de América del Sur (limita con diez de los trece países sudamericanos). 

¿Qué estrategia electoral llevan adelante los principales partidos políticos?

Los tres pilares del PT son: alentar al sufragio, la lucha contra el hambre y el medio ambiente. Si bien Brasil muestra signos de recuperación económica, Lula manifiesta que este crecimiento no llegó a los sectores más pobres, la emergencia alimentaria alcanza a 125 millones de brasileños y la malnutrición en los niños es un problema cada vez más grande. El PT logró internacionalizar la elección a través de la causa verde. Artistas del estatus de Leonardo Di Caprio alientan al voto dado que Brasil alberga el Amazonas y otros ecosistemas importantes para la salud y el futuro del planeta. Además, Lula y la ecologista Marina Silva (quién compitió con Dilma por la presidencia) se reconciliaron para vencer a Bolsonaro por el bien del medio ambiente. 

Del otro lado, Bolsonaro utiliza el crecimiento económico del país y el descenso de la inflación. Tras dos años de pandemia Brasil bajó la inflación al 8,7% (por debajo de la zona euro y similar a la inflación de Estados Unidos). 

El actual ministro de Economía previó un crecimiento del 3% para el 2022 y anunció un aumento del 0,6% del PBI (entre junio y julio). Las exportaciones aumentaron un 1,6% convirtiendo a Brasil en el primer exportador mundial de carne y el cuarto en cereales. También bajó la tasa de desempleo, pero aumentó drásticamente el empleo informal (casi el 40% de la población activa se encuentra en esta situación). Atendiendo a los sectores más vulnerables incrementó en un 50% los subsidios del Programa Auxilio Brasil. 

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Fiel a su estilo, Bolsonaro, manifestó que su derrota sólo sería posible si hay fraude. Luego, embistió contra la prensa brasileña catalogandola de vergüenza nacional, provocando masivos ataques a los comunicadores brasileños, especialmente contra las comunicadoras mujeres. El campo de batalla predilecto son las redes sociales.

Lula confía en la polarización de la elección y cooptar los votos de Gómez, mientras argumenta que una segunda vuelta puede provocar un estallido social. Bolsonaro descansa en los números de la economía, en un alto grado de abstención (que lo favorecería) y en los fantasmas tanto del Lava Jato como del fraude electoral.

En el segundo debate presidencial fue una foto de lo ocurrido durante la campaña, marcada por agresiones y acusaciones entre los candidatos. Por esto, se espera un día agitado donde la lucha será voto a voto. El desafío para ganar en la primera vuelta es enorme, se necesita obtener el 50% de los sufragios válidos, en caso de no lograr este porcentaje la segunda vuelta está prevista para el 30 de octubre. Sin embargo, Lula y Bolsonaro esperan una definición porque la volatilidad del voto es muy alta. Además, en un mundo tan convulsionado ninguno tiene asegurado el éxito. 

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