¿Qué tienen que ver el cambio climático y la producción de alimentos?
Por Antonella Risso (*) La pandemia de Covid-19 está lejos de ser un tema del pasado. Al mismo tiempo, vivimos la crisis ambiental y también la económica. “Triple crisis del capitalismo”, la denominó en 2020 la economista italiana Mariana Mazzucato y afirmó que la salida no podía ser con las recetas usuales. “Sindemia y no pandemia”, dijo el editor de la revista The Lancet Richard Horton, porque la pandemia tiene parte de su impacto derivado de los altísimos porcentajes de la población que en muchos países padecen enfermedades crónicas no transmisibles. Entre estas enfermedades están la obesidad y la hipertensión, que junto a la crisis económica y social, aumentaron la vulnerabilidad de millones de personas ante el nuevo coronavirus.
Mientras todo esto sucedía y las brechas de desigualdad se volvieron insoportables, Argentina discutió y discute —al igual que otros países— por dónde es la salida. Profundizar el camino por el que ya venimos aplicando las recetas conocidas, o bien, como pedimos muchos y muchas, generar nuevas, intentar otros caminos en la búsqueda del progreso o el tan mencionado desarrollo. Esa salida a la pandemia se busca, sin lugar a dudas para cualquier persona que confíe en los consensos científicos, en tiempos de cambio climático.
En las últimas semanas, se publicó un nuevo informe del panel científico de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el IPCC, el cual tuvo bastante cobertura en los medios nacionales e internacionales. Más de 200 investigadores e investigadoras, de 66 países, trabajaron durante cinco años para brindarnos más y mejor información sobre las bases físicas del cambio climático, información que debería ya estar siendo incorporada a las discusiones públicas.
Ese informe nos dice que es posible que antes de 2040 la temperatura promedio sobre la tierra haya aumentado en 1,5 grados centígrados, lo que es igual a decir que la meta principal del Acuerdo de París ya no se va a cumplir. ¿Qué es el Acuerdo de París? Lo acordaron, en diciembre 2015, unos 195 países para frenar al cambio climático. La segunda meta de ese acuerdo es no sobrepasar los 2 grados promedio para fin de este siglo, algo que parece poco probable con la última información disponible.
El IPCC también nos dijo hace poco que todavía es posible evitar los peores daños del cambio climático, que afecta mucho más a las poblaciones vulnerables de todo el mundo. Entre esos peores daños están las olas de calor, sequías, inundaciones, incendios y más, de mayor intensidad a lo que están experimentando muchas comunidades y territorios. Se va a poner peor, de eso ya no hay dudas y es una pésima noticia. Al mismo tiempo, existen algunas buenas, como la cada vez mayor demanda de políticas consistentes con esta emergencia, y de dejar de financiar sin reflexión alguna a las actividades que causan el problema. Para leer más sobre el informe de cambió climático les recomiendo estos hilos súper claros de Ahora Qué?
Algunas investigaciones en América Latina están poniéndole rostro a esas personas afectadas por los impactos del cambio climático, que se pueden perder en indicadores y mapas globales. Ojo al Clima, de Costa Rica, es una de las organizaciones que publica esas investigaciones. Hace pocos días subió algunos artículos sobre el impacto que estos cambios están teniendo en la salud, embarazo y maternidad hoy, que ayudan a ver con claridad por qué el cambio climático no es un tema del norte global, ni una agenda solo de los países ricos o de un futuro lejano que no vamos a ver.
La producción de alimentos y el cambio climático
¿Qué es lo que generó que estemos en crisis climática? Algunos le llaman la gran aceleración. El modelo de desarrollo implementado en las últimas décadas trajo progreso y oportunidades para millones de personas y eso es indudable. También es indudable que ese modelo deja todavía hoy a millones afuera y provocó profundos desequilibrios en el sistema que soporta al desarrollo social y económico, la naturaleza. Sin naturaleza estable y saludable, no hay desarrollo real posible para la mayoría de los países, ni salud ni progreso para millones de personas.
Esa gran aceleración tiene entre sus protagonistas en la parte ambiental a la combustión de gas, petróleo y carbón a enormes escalas, también al sistema de producción de algunos alimentos a gran escala y a los cambios en los usos del suelo como la deforestación para ganadería o agricultura por monocultivos.
Los gases que emitimos a la atmósfera no tienen todos la misma capacidad de generar calentamiento global ni permanecen el mismo tiempo en la atmósfera. Entre los protagonistas de la próxima década, se encuentra el metano. Lo emiten las vacas, pero también el fracking. Esto no significa que otros animales no emitan este gas ni que sea el metano el único problema o lo único que emiten, pero son los vacunos los mayores contribuidores de las emisiones de la ganadería según la FAO.
El metano tiene un poder de calentamiento mucho mayor a otros gases, y también permanece por menos tiempo en la atmósfera. Es por eso que este gas y otros “de vida corta” son considerados clave para reducir los daños generados por el cambio climático en las próximas décadas y siglos. Por este y otros motivos, mirar cómo, dónde y para quiénes producimos alimentos o cutivos forma parte de las discusiones de cambio climático. También afirma la FAO que “se pueden reducir las emisiones del sector ganadero reduciendo la producción y el consumo, reduciendo la intensidad de las emisiones o mediante la combinación de las dos”.
La investigación calculó que los sistemas alimentarios emitieron, en 2015, el 34% de las emisiones que causan el cambio climático. Emisiones que debemos reducir de manera urgente (próximos 10 años) si queremos evitar el colapso o desestabilización de algunos de los sistemas que soportan a la existencia de nuestras sociedades y a otras especies.
Va quedando cada vez más claro que no se resuelve el cambio climático únicamente con autos eléctricos, bicicletas y paneles solares. Los necesitamos junto a muchas otras cosas como a políticas energéticas que prioricen la eficiencia, pero también es necesario revisar a los sistemas alimentarios si vamos a resolver la crisis climática.
Según una investigación publicada en la revista Nature y que la FAO difundió, “el metano (CH4) representa alrededor del 35 % de las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de los sistemas alimentarios, en general tanto en los países desarrollados como en desarrollo, de las cuales la mayoría proviene de la cría de ganado y el cultivo de arroz”. Y esto es solo el metano, que como ya dijimos, no es el único gas ni el único problema del sistema actual de producción de alimentos.
El rol de la Argentina, las viejas recetas y las nuevas
Argentina representa el 0,7-0,8% de las emisiones globales y se comprometió internacionalmente a no superar el 0,9% global para 2030. ¿Somos irrelevantes? Más o menos, porque los últimos datos disponibles indican que estamos en el puesto 21 a nivel global y somos parte del G20, grupo que tiene más presión que muchas otras naciones para llegar a 2050 con emisiones cero netas, algo que no se logra solo con cambios cosméticos y tecnológicos.
El presidente Alberto Fernández se comprometió verbalmente a que Argentina logre en 2050 emisiones cero netas, pero esto aún no es ley ni está plasmado en compromisos oficiales. El país de hecho está, al igual que muchas otros, elaborando en este momento su estrategia de largo plazo a 2050, de la cual conoceremos sus principales lineamientos a finales de este año.
Si miramos el último inventario de emisiones de gases de efecto invernadero disponible para la Argentina, vemos que el 37% de las emisiones provienen de la agricultura, ganadería, silvicultura y otros usos de la tierra, el 53% de la energía, el 6% de los procesos industriales y un 4% del manejo de residuos. En 2016, dice el propio inventario, que se deforestaron 156.000 hectáreas, con la relativa buena noticia de que son mucho menores a las de años anteriores. GRAIN explica sin ambigüedades en este video la relación entre carne industrial, agricultura de monocultivos, deforestación y cambio climático.
Al mismo tiempo, cada vez con mayor frecuencia algunos funcionarios mencionan un objetivo de que el país acceda a un canje de deuda por acción climática. Cuando dan algún detalle de esta idea, al momento hablan de la transición energética, que es el 53% de nuestras emisiones, pero no se hace ninguna mención sobre el 37% que generan la deforestación y los actuales modos y escala de producción en ganadería y agricultura.
Buscando información del Ministerio de Agricultura relativa a cambio climático, no se encontraron los planes que tiene esta cartera para reducir su parte en el total de lo que emite la Argentina, ni declaraciones de un proceso en marcha. En el sitio del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca no hay información sobre planes en cambio climático, ni para su mitigación ni para la adaptación de la producción a sus ya irreversibles impactos. Debería haber un plan sectorial actualizado, deberíamos conocer en qué etapa de implementación está y también, qué se está pensando hacer de cara al 2030 y el 2050.
Como es tanto lo que hay que transformar, no es viable dejarlo para mucho más adelante si vamos a cumplir con los compromisos asumidos, ni debería elaborarse sin participación pública y amplia. El Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible posee una plataforma para el monitoreo de la implementación de las medidas de mitigación del cambio climático algo desactualizada, y no es posible ver allí qué está sucediendo con el Plan de Acción Nacional de Agro, el cual figura en gris o sin datos. Este plan de acción sectorial fue publicado en 2019 en una versión preliminar. Preocupante.
Por último, si miramos los compromisos oficiales de la Argentina en cambio climático a 2030 que fueron presentados a finales de 2020, los cuales se resumen en un documento conocido como la NDC —por la sigla para Compromisos Determinados a nivel Nacional en inglés—, se puede observar que el país se ha comprometido a priorizar la implementación de una serie de medidas para la mitigación del cambio climático bajo el título de Agro y Bosques.
Se enumeran medidas de aumento de la superficie forestada que no indican si son de monocultivos forestales o reforestaciones para regenerar bosque nativo, de cultivo de trigo y maíz (con disminución de soja y girasol), de manejo sostenible de bosques, algunas medidas para evitar la propagación de incendios forestales y pocas más. Al momento, no hay más información ni planes oficiales disponibles que estos para el sector en cuanto a reducción de emisiones, y no se observa la implementación de un proceso participativo que promueva la innovación y la generación de nuevas recetas para la producción de alimentos en la Argentina.
Inés Camilloni es una de las científicas argentinas que participó en la elaboración del informe del IPCC que se publicó este mes. En una entrevista en el programa Permitido Pisar el Pasto de la radio Futurock, al consultarla sobre si es optimista o pesimista, dijo que “tenemos que pararnos desde una obligación”. Obligación de generar el conocimiento, comunicarlo y colaborar a torcer este camino y realidad. Estamos invitados.
(*) Licenciada en Gestión Ambiental y maestranda en Derecho, Economía y Cambio Climático.