Trump, el conquistador
Comienza el segundo mandato del polémico republicano con una premisa en política exterior que hace mucho ruido en el mundo. El lado más anexionista de Donald Trump sale a flote, amenazando con modificar las fronteras actuales de países y romper la pasividad diplomática en la región, más allá de ciertos episodios internos.
Trump quiere imponer las reglas del juego, y junto a Putin y Xi Jinping, se apresta a delinear la nueva repartición del globo.
El nuevo Estados Unidos
Groenlandia, Canadá y Panamá, son los nuevos territorios apuntados por Trump. Todos ellos, países o cuestiones internas que despiertan el evidente interés del presidente entrante de Estados Unidos.
En el caso de Canadá, habló de la posible anexión y de la transformación en el Estado 51. Esta situación tensó las relaciones con su vecino del norte que, en gran medida, encontró rechazo a los dichos de Donald Trump. El mandatario redobló la apuesta al esbozar públicamente que los canadienses anhelan ser parte de Estados Unidos, prometiendo una baja impositiva y reducción de tasas. El libre comercio parece ser siempre la gran promesa para seducir a poblaciones en crisis.
Groenlandia, una parte del mundo bajo tutela de Dinamarca pero con gobierno propio, pasaba inadvertido en el concierto internacional hasta que Trump los puso en juego. Quiere la gran isla blanca y dijo públicamente que sus habitantes se beneficiarían mucho si Groenlandia pasa a ser parte de Estados Unidos. En Copenhague no cayó nada bien.
Apartado interesante el de Panamá. Desde hace tiempo que Trump viene pidiendo una baja impositiva para las embarcaciones estadounidenses que transiten de océano a océano en el famoso canal de dicho país.
Trump suscitó cuestiones históricas sobre la relación de ambos países y el rol preponderante de Washington en la construcción del canal de Panamá. Además, no descartó la no utilización de la fuerza bélica si los barcos de bandera estadounidenses no logran la baja impositiva que pide el republicano.
Pequeño apartado, pero no menos importante, para el pequeño cruce con México. Es que Trump reveló su intención de cambiar el nombre del Golfo de México. Algo más hilarante y poco práctico que los demás arrebatos geopolíticos, pero con la funcionalidad de poner los ojos de la prensa en lo verdaderamente importante: Trump quiere nuevas regiones para Estados Unidos.
Imperialismo estratégico
Todas las zonas a las cuales apunta Trump dan indicios de la necesidad del manejo de nuevos pasajes y sobre todo de cruces interoceánicos que sean provechosos para Estados Unidos, de manera económica, científica y militar.
En el caso de Groenlandia y Canadá es clave ver que Trump apunta al dominio del Ártico y la hegemonía de las rutas marítimas de esa zona, al menos en la parte del Atlántico y parte colindante del Pacífico.
Con Panamá pasa algo parecido. El predominio del canal artificial inaugurado en ese país en 1914 es clave para la economía y el liderazgo político en la región. Desde el vamos, el canal de Panamá es el objeto por el cual los barcos pueden atravesar el océano Pacífico al Atlántico y viceversa sin demasiados inconvenientes, pudiendo dejar de lado las rutas de borde continental como se hacía previamente y que encarecía los costos y alargaba los tiempos. Nuevamente, queda al descubierto que Trump quiere hacer de América en su totalidad, a las nuevas grandes rutas marítimas y de influencia de Estados Unidos. Comercialmente es vital por razones obvias, militarmente es clave para extender la presencia del Tío Sam ante las amenazas de Rusia y China y científicamente es clave para nuevos hallazgos o tecnologías que permitan mejorar las condiciones del ser humano es climas hostiles, como lo es Groenlandia y su frío gélido.
Este apartado lleva a pensar que pronto Trump puede pensar y mirar a Argentina y Chile. Si le interesan los pasos interoceánicos del Ártico y Centroamérica, también es lógico que vea los del sur. Allí juega un papel fundamental el estrecho de Magallanes, el canal de Beagle y el pasaje Drake. No es descabellado pensar que, bajo la misma tendencia, Trump busque hacerse de estas regiones o crear escenarios de presión para la aceptación de la presencia de su flota allí y, por qué no, posterior manejo de la zona. Esto puede llevar a un conflicto muy a futuro por los territorios de la Antártida.
Multipolaridad y división del mundo
La globalización terminó, es un hecho. Ese estadio del capitalismo arriba a su fin para dejarle paso a una fase digital en lo económico y, en lo político, a una fragmentación de varias potencias manejando diversas zonas del mundo pero con puntos de contacto que puede ser gravitante.
No es de extrañarse que Trump esté tan apurado, por dos motivos. Uno de ellos es que la política exterior de la gestión Biden fue patética, generando más problemas que soluciones para las pretensiones de Washington. Y, por otro lado, Rusia y China están un paso adelante. Ambos países han logrado establecer una suerte de alianza tácita a la hora de manejar parte del Ártico, Pacífico e Índico.
De allí radica la necesidad de Trump de apresurarse, inclusive sonando desesperado y actuando en soledad. Está claro que en el nuevo orden mundial y bajo el poderío republicano, Estados Unidos no considera como iguales a sus socios de la OTAN. Por algo, se pasa por encima a Canadá y a Dinamarca. Es interesante el caso de Groenlandia, ya que promueve la idea de que si Copenhague pierde el control de esa región, la falta de credibilidad de Europa y el escaso liderazgo quedará más expuesto que nunca, demostrando una fragilidad pocas veces vista en los últimos siglos.
Ahora bien, esto también demuestra que son 3 los líderes que marcan el pulso de una nueva era y que tiene como premisa al anexionismo y las extensiones territoriales. Putin lo hace con Ucrania, Xi Jinping con Taiwán y Trump con Canadá, Groenlandia y Panamá. Todos ellos para manejar lugares estratégicos para el comercio mundial.
Las nuevas reglas del juego están sobre la mesa y son, al menos por ahora, tres países quienes las están conociendo, con poderío militar, político y económico. Mientras tanto, Europa se hunde en una clara crisis de identidad y de falta de conducción política, Latinoamérica sigue postergada y África demuestra meros gritos de liberación del viejo colonialismo francés.
Tres líderes diferentes pero un mismo modelo, el nuevo futuro global.