11.636 menos

Escribe Alejandro Pegoraro

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El dato estadístico que es, quizás, el más doloroso de analizar, es de pobreza. No solo es emocionalmente más difícil, sino también lo es desde una perspectiva puramente analítica: las causas son diversas para cada jurisdicción y a veces parecen ser demasiado heterogéneas.

Lo cierto es que, en la Argentina, a finales del 2020 había poco más de 12 millones de pobres que viven los aglomerados urbanos. Extrapolando el dato al total del territorio nacional, estamos hablando de 19 millones de personas. Comparando con los datos del segundo semestre 2019, hay poco más de 2 millones de “nuevos pobres” en el país; y en los últimos cuatro años, son ya 3,7 millones de nuevos pobres.

La trayectoria de la pobreza de los últimos cuatro años ha sigo volátil. La administración Macri inició una nueva serie de medición, que se inició con datos del 2º semestre 2016 con un 30,3% de pobreza en el país. En 2017 las tasas mostraron bajas, tocando un piso de 25,7% al segundo semestre, siendo ese el menor valor de toda la serie.

Pero ahí se terminó la primavera. La crisis de la macro en 2018 empezó a levantar los niveles de pobreza, llegando al 27,3% al primer semestre, y saltó al 32% al segundo semestre. El 2019 llegó con una consolidación de la crisis, que empezó en la macro (corrida cambiaria) y llegó rápidamente a la micro, y la pobreza trepó al 35,4% al primer semestre de ese año. Una serie de medidas de urgencia y cierta relajación de la macro por cambio de gobierno hizo que al final del año el crecimiento sea leve, y el 2019 terminó en 35,5%: casi diez millones de pobres. Un escándalo.

El 2020 trajo la pandemia. Nadie podía pensar que bajo ese contexto la pobreza podía reducirse. A lo sumo, con medidas como IFE, ATP y otras, se pretendía sostenerla en los niveles previos, siendo muy optimista. Pero ni siquiera eso. La fuerza de las medidas de la cuarentena en términos generales y las consecuencias propias de la pandemia elevó la pobreza al 40,9%, récord en toda la serie iniciada en 2016, con algo más de 11,5 millones de pobres.

Cuando hablamos de “consecuencias propias de la pandemia” no hablamos solo de la gente que perdió el empleo por causas de las restricciones, sino también de los hogares que se quedaron sin ingresos (o menores a los que ya tenía) producto del fallecimiento de uno de sus integrantes.

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Finalmente, llegamos al segundo semestre del 2020 con el 42% de pobreza que afecta a los 12 millones que detallamos antes, siempre para el caso de los aglomerados urbanos.

Como se puede observar a partir del detalle dado, la trayectoria de la pobreza fue ascendente desde el 2018, a partir de un combo de factores que incluye crisis macroeconómica, caída del empleo, alta inflación que licua ingresos de los hogares, y pandemia.

Pero como también dijimos previamente, no fue homogénea la situación en todos lados. De hecho, Posadas marca un camino distinto. En el 2020, año donde el país registró más de dos millones de nuevos pobres, en Posadas se vio un camino inverso: unas 11.636 salieron de la pobreza, con una trayectoria descendente durante todo el año.

Vamos desde el principio: al segundo semestre del 2016 la pobreza alcanzó al 28% de las personas del aglomerado misionero, pero creció al 29,7% al primer semestre 2017.

En línea con lo sucedido a nivel nacional, marcó una baja al segundo semestre de ese año, llegando al 28,6% y volvió a bajar (levemente) al 28,5% al primer semestre 2018.

Las consecuencias de la crisis iniciada ese año generó que en los últimos seis meses de ese año la pobreza se dispare al 35,7% de las personas en Posadas, y durante todo el 2019 creció: 39,8% al primer semestre y 41,3% al segundo. Este ultimo dato marca al pico al que llegó Posadas en la serie analizada, pero a partir de allí inició el descenso.

Aún con todos los problemas ocasionados por la pandemia, la pobreza a junio de 2020 bajó tres puntos porcentuales para ubicarse en 38,1%, y en los últimos seis meses de ese año cayó nuevamente, en menor ritmo (0,4 p.p) para ubicarse en 37,7%. De este modo, con pandemia incluida, en el 2020 unas 11.636 personas salieron de la pobreza en el aglomerado misionero, con mayor impacto en el primer semestre, cuando fueron 10.892 personas las que dejaron de ser pobres.

Dentro del NEA, solo Formosa y Posadas lograron disminuir sus niveles de pobreza en 2020, pero los factores son muy distintos. En el caso misionero, se da a partir de un crecimiento en los niveles de actividad económica que repercutió en el empleo y en los ingresos, aunque estos últimos sigue todavía caminando por un tramo más lento, aunque sostenido.

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En el caso de Formosa, el factor más preponderante (dicho por el propio gobierno formoseño) fue los aumentos salariales al sector público (más bonificaciones de fin de año) que dispararon los niveles de ingresos en el tramo final del 2020.

Por ende, la baja de la pobreza en Formosa es más endeble que en Posada, porque está sujeto al sector público y no necesariamente a la actividad consolidada.

El retroceso de la pobreza en Posadas es digno de destacar, pero todavía está lejos de volver a tocar su piso (28% de 2016). Por supuesto, y parafraseando al ex presidente, en el medio “pasaron cosas”, y es prácticamente imposible pensar hoy en volver, en el corto plazo, a esos niveles, pero la trayectoria del 2020 hace pensar en escenarios optimistas de cara al futuro.

Que en Posadas haya hoy 140 mil personas que viven en situación de pobreza es doloroso. Igual de doloroso pensar en las 163 mil en Corrientes, las 222 mil de Resistencia y las 92 mil de Formosa, y los 12 millones a nivel nacional. Sin embargo, es optimista pensar que en Posadas hay 11 mil menos.

La pobreza, en un país tan volátil como la Argentina, tiene que dejar de ser un eje discursivo para transformarse en acciones concretas. Pero cuando reclamamos por esas acciones, no tienen que ser solo reales y directas, sino también eficientes.

Diferentes gobiernos se jactaron de haber aumentado el gasto social a niveles históricos como forma de combatir de la pobreza, pero los resultados están en la mesa. No es solo una cuestión presupuestaria, sino también de creatividad y de conocimiento pleno de como atacar un flagelo que afecta a millones de personas.

Más plata no es sinónimo de efectividad en la implementación de la medida. Se necesita plata, por supuesto, pero también profesionalismo y autoridad intelectual. En ese sentido, la Mesa contra el Hambre parece haber sido una movida de marketing que no brindó soluciones algunas, pero todavía, entiendo en mi humilde opinión, estamos a tiempo de corregir el rumbo.

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