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La destrucción o ruina de un sistema o una estructura conduce por definición a lo que se concibe como colapso.

El rápido aumento en los precios de los alimentos habla de escasez de suministros como fenómeno simultáneo en todo el mundo.

Mucho se viene alertando al respecto dado que la crisis hoy está condicionada por factores inéditos y de proyección impredecible. Cambio climático, crisis energética, concentración económica y política, guerras, pestes, etc. conforman un escenario en extremo complejo y diverso el cuál podremos observar con fidelidad si somos capaces de descender desde lo macro, para poder así apreciar una totalidad que se halla compuesta por fenómenos de menor escala.

Pablo Vernengo, director ejecutivo de Economías Regionales de CAME, en entrevista exclusiva para Economis, nos cuenta que “hay un desacople” entre la naturaleza y las instituciones de nuestra sociedad. Afirma que “las plantas no tienen conciencia de cómo funciona la macroeconomía, ellas van a seguir dando mandarina, naranja, yerba y té” pero “los 235.000 pequeños productores que hoy representan el 63% de la producción de alimentos en Argentina no pueden ver más que una caída en su rentabilidad desde el año 2011”, dado lo cuál vemos “una disminución del 25% en la cantidad de productores rurales tomando en cuenta el censo de 2002”.

Según nos dice “no hablamos aquí de dejar de comprar autos, sino de comida” y que por tanto, dado la importancia del problema, el gobierno nacional debe entender que “hace falta un dólar unificado y una apuesta a la tecnificación”. Pero, ¿será ésta la salida real, definitiva, sustentable? 

Consultamos a Luis Schwarz, oriundo de Campo Viera, quien se dedica a la producción de té, con 43 hectáreas, entre propias y arrendadas. Luis nos cuenta que es cierto que literalmente “estamos trabajando a pérdida aún con el nuevo precio de $16 el kilo. Se nos recomienda que nos ayudemos incrementando la productividad sobre la base de químicos, pero quienes pudieron llegar con esfuerzo a comprar como para 500 kg de fertilizantes por hectárea, si bien lograron aumentar el volumen, esas hojas representaron menos peso, y por tanto menos dinero, con el agravante de dejar nuestros suelos aún más lastimados”. Particular resultado de una ilusoria y fantasiosa solución que promueve la industria agro química en general. 

Por su parte, Cristian Klingbeil presidente de la Asociación de Productores Agrarios de Misiones (APAM), responde a nuestras preguntas y nos brinda mayores elementos para el análisis: “Hace dos años que no hacemos números, porque si hacemos números dejamos de trabajar”. “Los prestadores de servicio habían sacado los costos allá por agosto y estaba pisando los $19, así que hoy, a Noviembre con el precio a $16 no alcanza para nada”…”tenemos la industria tealera más tecnológica del mundo, es decir tenemos los costos más bajos del mundo para procesar el té, no hay de donde ajustar en eficiencia si la salida fuese tecnológica, así si bien nuestra ruina lleva a la concentración de la actividad, el abandono de los cultivos es aún más grande, lo que se ve es cada vez más es abandono, en todo el país vienen cayendo productores”

La situación es muy delicada en todas las producciones regionales y Misiones no es la excepción, Klingbeil sostiene que “se está parando la parte forestal, la cuestión yerbatera está viniendo complicada, la cuestión tealera difícil, con el tabaco el colono busca hacer alguna diferencia pasando al Brasil, y así esto está para prenderse fuego en cualquier momento”.

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Uno no puede evitar preguntarse, cuándo a la luz de tantas evidencias, podremos al fin enfrentar la idea de colapso?

Prácticamente todos los insumos de la agricultura son petróleo dependientes en un marco de inseguridad energética planetaria, todas las producciones de alimento como frutas, verduras, Yerba, té, etc están trabajando a pérdida a la espera de un dólar cuya estabilidad global se tambalea y cuyos regímenes atan a países como la Argentina a la división internacional del trabajo. Alimentos cada vez más y más afectados con pérdidas totales fruto del cambio climático con sequías y/o heladas inéditas. A todas luces, el paradigma de la sociedad de consumo está total y absolutamente agotado mientras acaricia los límites de recursos planetarios. Caricias que, desde el poder hegemónico mundial usa, peligrosamente, guantes de textura malthusiana.

Hace unos días tuve el privilegio casual de entrevistar al célebre Jairo Restrepo, en la ciudad de Posadas. En aquella oportunidad, cuando le pregunté sobre ésta particular crisis que vivimos, señalaba que “los campesinos nunca han estado en crisis, los han llevado a una crisis,  que es diferente, los han engañado. Y este paquete desarrollista que está en crisis es un modelo totalmente impositivo que pretende un orden económico en el que se logre acabar con el campesinado”, Jairo nos convocó allí a varias reflexiones tales como “el grande no está en el poder, el grande es el poder” y allí uno encuentra maneras de comprender de forma más acabada el contexto. El colapso es también institucional y esto es fácilmente apreciable en nuestro país. El gobierno nacional no es incompetente, o como sugiere por momentos Vernengo: “incomprensiblemente burocrático”, se trata más bien de estructuras institucionales vacías de forma y contenido con intencionalidad precisa de administración de intereses extranjeros y garantes de expoliación y subdesarrollo.

No existe esta suerte de “dólar entropía”. Lo que sí hay son políticas precisas de élites que, conscientes del colapso del sistema global, actúan en el afán de no perder su condición de minoría privilegiada.

El grande no está en el poder, tal y como señala Jairo, en clara alusión al poder político de las naciones en un contexto de capitalismo monopólico, por ende aspirar a que la solución de la crisis de producción de alimentos se aparezca con medidas como la de un dólar unificado, es de mínima utopía disuelta en maremotos distópicos globales.

Estaremos siendo incapaces de descolonizar la imaginación?. 

Según el Ecólogo e Ingeniero, David Holmgren, “la permacultura es una respuesta creativa de diseño a un mundo donde la disponibilidad de energía y recursos disminuye”. Es decir, los seres humanos somos muy capaces de encontrar salidas que contemplen un nuevo ordenamiento sustentable y más democrático una vez que aceptemos la verdad acerca de nuestros límites en un planeta con recursos finitos. Pero cuándo vamos a reconocer lo que está pasando? ¿Cuándo dejaremos de negar lo innegable? Cuándo vamos a reconocer que el sistema colapsó? Durante los primeros meses de 2022, según Naciones Unidas, el número de personas hambrientas en el mundo creció de 282 millones a 345 millones. 

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El Director Ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA) David Beasley, afirmó recientemente que: “Nos enfrentamos a una crisis alimentaria mundial sin precedentes y todo indica que aún no hemos visto lo peor. En los últimos tres años las cifras del hambre han alcanzado repetidamente nuevos picos. Déjenme ser claro: las cosas pueden empeorar, y lo harán, a menos que haya un esfuerzo coordinado a gran escala para abordar las causas profundas de esta crisis. No podemos permitirnos otro año con cifras récord de hambre”.

En un contexto así, ¿vamos a seguir intentando sostener que nuestra yerba mate sea una excentricidad de las clases medias en Siria o Líbano, con un dólar unificado, mientras el porcentaje de hogares por debajo de la línea de la pobreza alcanzó el 27.7 % en Argentina? Evitar que nuestros pequeños productores sigan en la desgracia de trabajar a pérdida es fundamental,  pero si esto no va de la mano con una verdadera re- alineación de sistemas, que conduzca a la soberanía alimentaria, entonces solo serán nuevas soluciones que mueren antes de nacer ya que la vertiginosidad de los cambios monetarios y la inestabilidad social termina siempre por llevarse puesto los esfuerzos una y otra vez. 

Lo que falta es estrategia de autonomía y protección ciudadana urgente.

¿Podemos aún creer que se sostiene más esto? ¿Y hasta cuándo?

Citando nuevamente a Jairo, “a río revuelto, ganancias de industria química”. En su inmensa sabiduría el maestro sostiene que debemos depositar nuestra confianza en el campesino y su conocimiento ancestral, nos dice que: “en América Latina el Estado es un Estado mediocre que cumple un papel de obediencia que se basa en infundir miedo, y el miedo abunda donde no hay conocimiento y donde no hay conocimiento hay ausencia de saber, y ausencia de saber es ausencia de campesinos. Campesinos es resistencia y es biopoder en manos del pueblo y de la democracia”

Los suelos están agotados, el clima ya no es confiable, los insumos de la agricultura convencional se agotan y no dan más resultados que el incremento de la erosión y la pérdida de fertilidad, la nula rentabilidad en la producción y los sistemáticos abandonos de cultivos en un mundo hambriento, no son el colapso? Porque de reconocer el derrumbe de la civilización depende la oportunidad de redirigir los recursos y esfuerzos en pos de asegurar que al menos, en una trabajosa transición, exista un plato de comida digna en la mesa de cada ser humano, con economías abocadas a satisfacer en bioregiones, las demandas reales de su eco población. 

Si en este tránsito a la sexta extinción masiva, no somos capaces siquiera de reconocer la necesidad de corregir el rumbo, entonces  sí, en verdad estamos en problemas muy serios y las generaciones venideras serán quienes nos interroguen al respecto con toda legitimidad, ya que somos la última generación capaz de hacer algo al respecto.

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