Argentina 2019, la séptima recesión más profunda del mundo

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El informe de la consultora Ecolatina muestra que la recuperación es más lenta de lo esperado

Cuando comenzó el año advertimos que la recuperación no sería rápida. Si bien el motor de la recesión de 2018 fue similar al de 2016 (significativo salto cambiario), la mejora en la actividad no tendría en la apreciación cambiaria el pilar que sí encontró en 2017. Los datos del primer trimestre dan cuenta de esta relación. Durante enero y febrero la actividad mostró en términos desestacionalizados un crecimiento no despreciable, al mismo tiempo que el tipo de cambio se mantuvo cerca del piso de la zona de no intervención, pero el movimiento cambiario de marzo (11% entre puntas) aceleró la inflación, redujo el salario real e incrementó la tasa de política monetaria secando los brotes verdes del primer bimestre. Al mismo tiempo, Brasil, del cual se esperaba un crecimiento cercano al 2% en el año, mostró una leve contracción en el primer trimestre, complicando aún más la recuperación local. De esta manera, para marzo el nivel de actividad era inferior al de diciembre.

El dato de marzo (cuyo análisis se encuentra aquí) sorprendió negativamente al punto tal de obligarnos a ajustar nuestra proyección de crecimiento para el año. El ajuste de 0,3 puntos porcentuales implicó pasar de una contracción de 1,4% en el promedio del año a una de 1,7%. El dato es aún más desalentador si se calcula en términos per cápita, en este caso la caída sería de 2.7%, dejándonos prácticamente en el mismo nivel de vida que el de una década atrás.

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Parte de un grupo selecto

La contracción de 2.7% en nuestro PBI per cápita nos convierte en el séptimo país con peor performance económica en el mundo de acuerdo a las proyecciones del FMI, solo superados por Venezuela, Guinea, Irán, Nicaragua, Sudán y Turquía. La pertenencia de Argentina a este grupo no solo es solo coyuntural, sino que es parte de un comportamiento histórico.

Como argentinos estamos acostumbrados a vivir en una economía extremadamente volátil. Esa volatilidad no solo es elevada sino que ha sido también un rasgo característico de nuestra economía a lo largo de las últimas décadas. Desde 1950 el 35% de los años fueron recesivos, pero este promedio no da cuenta de casos puntuales. Un argentino de 30 años pasó 40% de su vida en recesión y uno de 20 años pasó casi la mitad de su vida en esa condición. Estos números solo pueden ser comparados con los del Congo, Iraq, Siria o Zambia, países que difícilmente pueden ser llamados economías de mercado. En este sentido, no es descabellado decir que Argentina es la economía más volátil del mundo.

¿Qué podemos esperar para los próximos años?

De cara al próximo ciclo presidencial la performance económica dependerá de la capacidad del gobierno electo de disipar las dudas respecto al repago de la deuda pública. El actual esquema de pagos con el FMI establece que Argentina debería pagar USD 52 mil millones entre 2021 y 2023 y se descuenta que el país no podrá recurrir al mercado para tomar deuda en esa magnitud. Esto implicaría la necesidad de repensar el cronograma de pagos con el organismo. En la medida que el interlocutor sea un gobierno dispuesto a hacer concesiones (cambio en el sistema previsional y en el mercado de trabajo, por ejemplo) y capaz de negociar leyes con buena parte del Congreso (se necesitan dos tercios para avanzar con cambios profundos) es de esperar que el FMI acepte un cambio en la estructura de pagos, dilatándola en el tiempo. Si esto sucede la relación con el organismo dejaría de estar amparada en el acuerdo “Stand by” para pasar a una modalidad de largo plazo conocida como “Programa de Facilidades Extendidas”. Lamentablemente, incluso si eso sucede el crecimiento de largo plazo se vería comprometido por el significativo incremento de las distintas variables nominales (precios, salarios, tipo de cambio) la cual bajaría, en el mejor de los casos, de forma gradual.

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Si bien el panorama es complejo, en la medida que se logren solucionar estos focos de conflicto Argentina se encontraría con un escenario macroeconómico mejor que el observado en la última década: equilibrio fiscal primario, precios relativos alineados y un acotado déficit externo.

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