
Argentina, ¿potencia militar?
Para el gobierno de Javier Milei, el rearme y el reposicionamiento del Ejército argentino pareciera ser una premisa de primer orden. Desde la inversión hasta la exposición pública demuestran el rol activo actual y la consideración del jefe de Estado, sin embargo, ¿nuestro ejército tiene desafíos geopolíticos?
Ejército versión 2.5
Una noticia dividió las aguas en Argentina durante los últimos días. El Gobierno nacional decidió adquirir material bélico de primer orden. El arribo de 207 blindados Stryker de Estados Unidos se suma a los cazabombarderos F-16 comprados a Dinamarca y los aviones P-3 Orión de Noruega. Contempla el gobierno de Milei la adquisición de submarinos franceses y alemanes, todo esto junto a la posibilidad de incorporar helicópteros, vehículos blindados y la necesaria modernización de las instalaciones militares de nuestro país.
A esta situación se le puede agregar un cambio importante en el financiamiento de Defensa. Para el presupuesto de 2025, esta área se llevó 6.200 millones de dólares, un valor que duplica a lo expuesto en el presupuesto de 2024, que redondeaba los 3 mil millones de dólares. Cabe destacar que el aumento en el presupuesto a defensa significa el 0,31% del PBI.
Si bien la cifra parece baja, la realidad es que para un país con un Ejército desvencijado como el argentino, es un cambio realmente significativo.
Otra de las cuestiones que han gozado de un giro importante en la era Milei es el de aumentos salariales del 5% en 2024 y ajustes retroactivos en 2025.
Además, el Servicio Militar Voluntario se amplió para jóvenes de 18 a 28 años, trayendo a debate a nivel público la presencia del Servicio Militar Obligatorio en Argentina, algo que no funciona más desde 1994 con el polémico caso del soldado Carrasco.
Todo este ensamble y generación de una estructura más fortificada del ejército parece ser propia de un país que se prepara para una guerra. Sin embargo, no siempre una guerra debe ser el propósito de un ejército, sino el cuidado de las fronteras, y allí es donde el ejército tiene mucho trabajo. A esto se le agregan dos tendencias, una interna y otra externa.
El gobierno de Milei goza de un amplio apoyo de las fuerzas por la figura de la vicepresidente Victoria Villarruel, por cuestiones familiares y también por dichos, algunos polémicos con tildes negacionistas relacionado a la última Dictadura Cívico Militar.
Asimismo, el gobierno de Milei ha traído a debate la cifra de los desaparecidos y la construcción de la “historia completa”, aduciendo una falta de “objetividad” en el relato y análisis de los hechos de lo ocurrido entre 1976 y 1983.
Pese a que la construcción del conocimiento histórico es algo sujeto a análisis y es totalmente dinámico, estas tesis pregonadas desde comunicadores pro Milei y desde el propio seno del gobierno, han caído bien en parte de la “familia” militar, sobre todo luego de una era de total revisionismo bajo el kirchnerismo.
La otra situación es parte de una decisión en el marco de la política exterior argentina. Milei se alió por completo con Estados Unidos y la OTAN. Esta toma de posición tiene un relieve particular en cuanto a la adquisición del armamento occidental y una especie de guiño o tributo hacia las potencias a las cuales piensa el gobierno nacional que debe asemejarse, lejos de la discusión de que si algún día podría sentarse en la mesa y debatir mano a mano con Estados Unidos, pero es parte de la construcción del relato.
Geopolítica nacional
Más allá de cuestiones de debate ideológico, hay una realidad inescrutable, y es que Argentina tiene un amplio territorio que debe ser protegido de cualquier tipo de amenaza.
Los desafíos geopolíticos de Argentina son variopintos, pero los más importante uno podría resumirlos en la plataforma antártica y marítima, los conflictos transfronterizos y el narcotráfico.
La situación de la protección de nuestro territorio marítimo y de la Antártida no se remite solamente a la cuestión Malvinas, la cual es bandera y estirpe de la geopolítica nacional, sino también al cuidado de la depredación de la fauna marina en territorio argentino y de la protección de las bases en la Antártida. La zona del sur austral es fundamental para nuestro país, porque nos da la perspectiva de ser un país intercontinental, además de tener la capacidad de explotar los recursos naturales de la manera más efectiva para los intereses nacionales. Con el avance imperante de la tecnología, tal vez pueda haber lugar para nuevos descubrimientos de recursos en zonas marítimas de Argentina. Todo esto en paralelo a la loable defensa legítima de las Malvinas Argentinas.
El otro desafío son los conflictos transfronterizos. Aquí hay vital atención con la frontera con Chile. Puntos calientes en la Patagonia donde hasta el día de hoy existe cierta rispidez, sin olvidarse jamás del conflicto por el Canal de Beagle en donde casi estalla una guerra entre Argentina y Chile entre 1971 y 1984.
Además de la frontera sureña, el norte tiene un punto de contacto fuerte. Entre Jujuy y Salta, la frontera con Bolivia corresponde a 742 km con una sangría en cuanto al contrabando y la ocupación territorial indebida. El gobierno actual puso un límite importante en cuanto a la extensión de un alambrado militarizado, al mejor estilo Trump con México. La dinámica económica de frontera conlleva muchas veces a casos de contrabando que pueden ser severamente castigados, además de la situación migratoria que es una preocupación para la gestión Milei, con un debate grande acerca de la atención sanitaria gratuita y pública de extranjeros en Argentina, cómo así también la educación de mismo carácter.
El mayor flagelo de un conflicto geopolítico en Argentina y que es un desafío para el ejército es el narcotráfico. Esta actividad ilícita es un crimen transfronterizo, en donde ninguna de las fronteras argentinas se encuentra exenta de ser vulnerada por estados mecanismos que tanto daño traen a las sociedades. Hay que entender que el narcotráfico maneja zonas de influencia a nivel internacional, generando un poder paralelo a los Estados, y que si no se controla con la efectividad necesaria, puede derivar en un problema de legitimidad total. Solo basta ver a Colombia y a Ecuador.
Como un bis se podría agregar la amenaza terrorista. Quizás en un contexto de tensiones fuertes en Medio Oriente y con el posicionamiento total de Argentina a favor de Israel, el ejército debe prestar total atención a cualquier tipo de actitud que pueda derivar en algún atentado, entendiendo los antecedentes de la embajada de Israel y de la AMIA en la década de 1990.
Sea como sea, es indudable que el ejército argentino está pasando por un refresh, y que es algo que, si uno planifica a largo plazo en ser una potencia, no se puede negar. No hay proyección de poder económico y político sin el militar, sino hay que ver ejemplos en el mundo, sin ir a Estados Unidos o Rusia, sino simplemente a Brasil. Para ser potencia hay que tener un robustecido sistema de defensa, lo que no signifique que la misma sea para vulnerar al pueblo al que deben cuidar. Un ejército sanmartiniano en pos del ciudadano argentino sería el marco ideal, en una reestructuración a largo plazo que no comprenda los ciclos presidenciales sino como una política de Estado duradera.