Campo negro, el dramático análisis del fuego que consume a Corrientes

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El Litoral. El fuego que arrasa la provincia de Corrientes ya redujo los campos usualmente verdes a enormes manchones negros de carbón y cenizas, y con ello menguó el trabajo de años en los centros de la investigación y de producción tanto forestal como de pastura, ganadera y turística, además de amplísimos sectores destinados a la preservación del ambiente. Las pérdidas, que están siendo cuantificadas en el marco de un proceso dinámico y en curso, deberán ser afrontadas por el Estado en todos sus niveles y también por las empresas y los particulares. En el medio, acusaciones de las más variadas pusieron en alerta al sistema político, que encontró un punto más de tensión a los temas controversiales de la agenda diaria.

Los datos son dramáticos. Según los registros del Inta local que se conocieron el viernes, hasta el momento los incendios afectaron 786 mil hectáreas, es decir, el 8,8 % de la superficie total de la provincia. El tamaño de las pérdidas y las formas y la celeridad de la ayuda es lo que ahora concentra la tarea de los técnicos provinciales y nacionales. 

Los sectores afectados se multiplican con los días: los hay en poblaciones urbanas, periurbanas, rurales, y en los sectores productivos y de reserva ecológica, puesto que las llamas, en complicidad con la sequía prolongada que no da tregua, también hicieron estragos en los Esteros del Iberá, ecosistema que en épocas de normalidad es dominado por el agua. El perjuicio, por tanto, se siente en la naturaleza pero también entre los vecinos de vastos poblados, entre los chacareros menores y entre los empresarios que explotan grandes extensiones de terreno con forestación o ganado, con arroz o maíz, yerbas o cítricos, y también afecta a las administraciones del Estado, sobre todo a aquellas instituciones públicas con años de trabajo científico devorado por las llamas. 

He aquí el punto central del debate que se viene. Y también la razón de la mesura con que la clase dirigente pareció reaccionar tras los primeros días de verba inflamada, escudo de la inacción, desesperación, e incluso de la incapacidad de cooperación por las miserias de la política que afloran siempre, pero sobre todo en circunstancias como estas. Todos los sectores involucrados intentan sacar partido de una situación que, en definitiva, nos costará reponer a los correntinos, y a los argentinos por extensión.

La gente que se vio abrasada por las llamas, que perdió todo su esfuerzo de años, reaccionó de inmediato reclamando alguna contención. Fueron los que gritaron desde un primer momento para que este tema fuera sopesado en su dimensión real, razón por la cual demandarán, de aquí en adelante, por la cadena de responsabilidades.

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¿Quién es responsable por esto que pasa en la provincia? ¿Qué obligaciones tiene el Gobierno y cuáles tendrán los particulares? ¿Cuáles son las prácticas culturales sobre el manejo del fuego para limpieza o rebrote que debemos observar o reeducar? ¿Qué pasa con las normas que regulan el uso de las llamas y sus penas cuando se quebrantan? ¿Qué pasará con los bomberos? ¿Alcanza con que sean abnegados voluntarios entregados a los otros, pero que arriesgan sus vidas sin capacitación específica permanente ni elementos adecuados? ¿Qué debió hacer la Provincia? ¿Qué debe hacer la Nación? En situaciones como estas, ¿es necesario llegar al límite de la ruina para activar protocolos de ayuda? ¿Nunca se podrá prevenir una catástrofe de esta naturaleza? ¿Cuántas de estas quemas son intencionales y cuantas espontáneas? ¿En qué trabajan las áreas específicas de los gobiernos? ¿Para qué los Estados crean dependencias ad hoc si al final las responsabilidades terminan cayendo sobre el conjunto, o sobre nadie, viciando el resto de los debates o incluso el resto del funcionamiento del Estado? ¿Hasta dónde llega la autonomía provincial? Esa autonomía, que suena lindo a los oídos de los autodeterminados, ¿sirve de algo sin recursos adecuados y bien distribuidos? ¿Sirve una autonomía pobre que alimenta los discursos en épocas de normalidad, pero que te deja en evidencia y te hace doblemente dependiente en épocas de necesidad? Un Estado provincial pobre subordinado siempre del Estado nacional rico, ¿es viable para proyectar un futuro de crecimiento y desarrollo?

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La situación es desesperante y los recursos no están o son insuficientes o están mal administrados, pese a que la ayuda empezó a llegar desde todos los cuadrantes. Ayuda económica, de logística y brigadistas enviados por la Nación y por distintas provincias para combatir el desastre. Incluso desde Brasil empezó a ingresar material y gente. ¿Sirve? Sí. ¿Recién ahora? Podemos discutirlo. ¿Debió venir antes? Sin dudas.  

Desde este punto de vista surge la segunda clave para afrontar el problema. ¿Cómo iniciar la reconstrucción, cuándo, bajo qué esquema de prioridades? 

El gobernador Gustavo Valdés habló entre el viernes y ayer de pérdidas que están en el orden de los 25 mil millones de pesos. Hay quienes como el exministro Jorge Vara —ahora muy presente en los medios—, que calculan el estrago, al día de hoy, en 55 mil millones de pesos por lo menos.

El trabajo consiste entonces en determinar la asistencia inmediata para los que perdieron todo. En cómo cubrir las pérdidas ocasionadas a mediano plazo y en cómo reconstruir y proyectar el futuro, que son cosas bien distintas, sin contar con la urgencia de recuperar los años de investigación, trabajo e infraestructura acumulada de las que hoy no quedan más que rastros calcinados.   

Valdés pidió el viernes por la unidad. “Tenemos que juntarnos. No hay lugar para las grietas y las chicanas políticas. Ni para los trolls, ni para las injurias personales que estamos recibiendo. Hoy nos tenemos que juntar para poder salir adelante”, dijo, aludiendo de ese modo a los ataques —sobre todo virtuales— que recibió en los últimos días. 

La situación lo puso en el centro de la escena a recibir todos los golpes de una situación que todavía está en proceso y que, como él mismo dijo, no permite vislumbrar una salida inmediata sin ayuda de la naturaleza: sin las lluvias que se niegan y que ponen a Corrientes en situación de jaque agobiante.

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Según dijo ayer, recién el viernes por la noche habló con el presidente Alberto Fernández. ¿Qué fue lo que postergó por tanto tiempo una comunicación entre ambos hombres que hasta no hace mucho no escatimaban en la dispensa de halagos? No se sabe. Ojalá esa charla prospere y fructifique.

Un día antes, en contacto con este diario, Valdés se quejó de la falta de coordinación en relación a la ayuda, lo que produjo fugas en los recursos existentes. También dijo que los millones que dice Nación que había enviado aún estaban en camino, salvo el efectivo que acordó con Wado de Pedro: 200 millones de pesos. 

Casa Rosada informó por su parte, a través de sus voceros, que ya envió 1.000 millones, amén de brigadistas, aviones, autobombas, maquinarias e insumos. Incluso una fuente de acceso al despacho presidencial le dijo a El Litoral, ayer, que el Ministerio del Interior prepara otro desembolso, mientras el ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Julián Domínguez, planea otro aterrizaje para hoy en la provincia.

Mientras todo esto ocurre, el clima no da respiro. Las lluvias anunciadas para hoy, ahora se corrieron para mañana. La superficie quemada al 16 de febrero era de 785.238 hectáreas, según detalles presentados por el grupo de Recursos Naturales de la Estación Experimental Agropecuaria Corrientes del Inta. Pero hay otro dato inquietante. El ritmo de progresión del fuego entre el 7 y el 16 de febrero (los últimos 9 días) fue de casi 30 mil hectáreas diarias. En un informe anterior, esa tendencia era de 20 mil hectáreas diarias. 

Estos parámetros justifican la decisión que tomó el viernes Valdés de declarar zona de catástrofe ecológica y ambiental a la provincia. Al anunciar la medida, dijo que el cambio climático está golpeando fuerte. Los efectos de esa frase están a la vista; dejaron de ser teóricos hace tiempo, pero ahora se muestran de manera más que descarnada. Hay allí, entonces, una tercera clave. Empezar a trabajar y a educar pensando en el ambiente como algo más que un entorno escenográfico mejor o peor dotado según el código postal de cada uno.

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