Contemplativos en la acción

Escribe monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 17° domingo durante el año [24 de julio de 2022]

En este domingo el Evangelio de San Lucas (11, 1-13), sigue proponiéndonos el tema de la oración. Uno de los discípulos le pide a Jesús, su Maestro: «Señor enséñanos a orar». En realidad, ellos querían aprender aquello que hacía su Maestro: «Un día Jesús estaba orando en cierto lugar».

Muchos textos bíblicos nos hablan de la oración de Jesús. El Señor subía a la montaña para orar (Mt 14,23), incluso cuando todo el mundo lo buscaba (Mc 1,37). En general, su oración estaba ligada a su misión. San Lucas nos presenta a Jesús en oración antes de cada acontecimiento importante, como en este domingo que Jesús estaba en oración, antes de enseñar a rezar el «Padre Nuestro» a sus discípulos.

Todos los bautizados estamos llamados a ser hombres y mujeres de oración. Pero cada uno tiene que ligar la espiritualidad, devoción y oración a la vocación y misión que tiene. En nuestra Diócesis, en Santa Ana, está iniciando la experiencia de una comunidad contemplativa de mujeres: la asociación «Contemplativas de la Santísima Trinidad». Ellas tienen una vocación y misión ligadas íntimamente a la oración personal y litúrgico-comunitaria. Los consagrados y sacerdotes tenemos que vivir la comunión con Dios, para ser instrumentos de la comunión con los hermanos. Y para esto es necesario orar como Jesús, el buen Pastor. Pero en esta reflexión quiero referirme especialmente a la oración de los laicos, que son la mayoría del Pueblo de Dios. Su oración no puede ser igual a la de los monjes o a la de los sacerdotes. Quiero que reflexionemos sobre un texto de San Francisco de Sales en su gran libro «Introducción a la vida devota» que, aunque fue escrito a principios del siglo XVII, tiene mucha actualidad: «La devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno.

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Dime, si sería lógico que los obispos quisiéramos vivir entregados a la soledad, al modo de los monjes; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la Iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿no sería algo ridículo, desordenado e inadmisible? Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente… La devoción –la oración- mientras sea auténtica nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa». La verdadera oración no complica, sino que nos permite hacer bien las ocupaciones propias de nuestra vocación y misión.

Esto puede ayudarnos a reflexionar sobre la necesidad de oración que tienen los laicos que por su propia vocación están ligados a tantas situaciones que muchas veces parecen contraponerse a las cosas de Dios. Es erróneo pensar que la espiritualidad y la oración están ligadas solamente a los momentos en que estamos en el templo. Si creemos esto, corremos el riesgo de estar generando una ruptura entre la fe y la vida cotidiana.

Quizás tengamos que aprender a orar las situaciones -como lo hace tanta gente con sencillez y espontaneidad- con una jaculatoria, o bien tocando una imagen, invocando a nuestro Padre Dios, como en el «Padre Nuestro», o bien elevando una petición, como los pobres que piden, porque se saben necesitados.

Es necesario que los laicos tengan algún rato de oración personal o de adoración eucarística, retiro espiritual o participación en los momentos comunitarios y litúrgicos, pero es también indispensable que oren desde las situaciones que les toca vivir a diario, que sean de algún modo, «contemplativos en la acción». Siempre nos encontramos con alegrías, tristezas, desengaños, sufrimientos propios y ajenos. Todo esto podemos elevarlo a Dios como agradecimiento, alabanza o petición. Por eso en el Evangelio de este domingo, el Señor nos propone la parábola del «amigo insistente», en el contexto del tema de la oración. Nos promete que a quien pide con insistencia «le dará todo lo necesario». (Lc 11,8)

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Es cierto que no es fácil reflexionar sobre la oración en un tiempo en que se olvida a Dios. Quizás por eso mismo tenemos que recordar que el hombre o la mujer que oran, no solo alimentan su vida espiritual, sino que sobre todo, se humanizan.

Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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