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Del legado al futuro: Iguazú Jungle, el primer hotel resort de Iguazú
Su abuelo fue el último gerente del histórico hotel Cataratas. Su padre, un emblema para el turismo de Iguazú. Alejandro Arrabal mantiene vivo el legado. El Iguazú Jungle, uno de los primeros en concepto lodge a orillas del río Iguazú, pero en medio de la ciudad de las Cataratas, está a punto de convertirse en el primer resort all inclusive, una oferta inédita en el principal destino turístico de Misiones.
El tradicional hotel Iguazú Jungle encara su mayor transformación desde su apertura: sumará 150 habitaciones, servicios de spa, coworking, gastronomía, actividades náuticas y un parque de agua accesible también al público local. La obra, que ya lleva más de una década de desarrollo, es impulsada por Alejandro, tercera generación de una familia ligada al turismo en Puerto Iguazú. La apuesta es firme: posicionar al destino con infraestructura de primer nivel sin perder el alma del monte misionero.


Aunque está rodeado por la ciudad, al entrar al hotel Iguazú Jungle, se pierde el punto de referencia. Los ruidos son aplacados por el sonido latente del arroyo bautizado Ramón Ayala, en honor al mítico cantautor que supo engalanar las noches del hotel con guitarreadas que se escucharon en el corazón de la Triple Frontera. El monte que crece con un plan de reforestación, permite desconectarse del exterior. La vista del río agrega el ingrediente perfecto para un descanso reparador.
Arrabal lidera esa transformación silenciosa pero profunda: convertir el tradicional hotel Iguazú Jungle en el primer resort all inclusive de la ciudad. No se trata sólo de una inversión ambiciosa, sino de una apuesta emocional, cultural y familiar.
“Mi abuelo fue el último gerente del viejo Hotel Cataratas. Llegó cuando mi padre era un niño. Mi papá se crió en Iguazú, yo nací acá y mis hijas también. Ya somos la cuarta generación”, cuenta Alejandro, con una mezcla de orgullo y convicción. En ese linaje está la raíz de su proyecto. Su padre fue el que soñó con un lugar distinto, y él, que heredó no solo el hotel sino la pasión, decidió redoblar la apuesta.
La historia del Iguazú Jungle no se escribe solamente con números o metros cuadrados construidos. “Ese arroyo es mágico, te transporta. Y todo ese monte que lo rodea, ahora lo estamos reforestando para que quede como un pulmón verde de ocho hectáreas”, explica.




El proyecto ambiental no es accesorio. En colaboración con una comunidad mbya guaraní y el Ministerio de Ecología, se construyó un vivero nativo que hoy abastece las especies que restauran el predio. Es una forma concreta de mitigar el impacto de la obra y, al mismo tiempo, de generar empleo y conocimiento local.
Tras casi dos décadas de crecimiento paulatino y obras por administración propia -“ladrillito por ladrillito”, como dice Alejandro- el Iguazú Jungle avanza hacia su mayor transformación: un hotel de 150 habitaciones con todos los servicios de un resort de categoría internacional. A los 45 cuartos operativos actuales se sumarán núcleos nuevos con gimnasio, spa, sala de juegos, cowork, salones de eventos y varios restaurantes.
Pero la joya del proyecto es un puerto propio sobre el río, que permitirá actividades náuticas como canotaje, banana boat, jetboats de aventura, y hasta una pequeña playa con bar. En una segunda etapa, también se prevé un parque de agua con toboganes y piletas, que podrá ser utilizado por huéspedes y visitantes externos.
Un modelo que apuesta al corazón más que al Excel
“Uno arma un plan de negocios, calcula el retorno… pero si sólo lo ves desde lo financiero, no lo hacés”, admite Alejandro. “Esto va con el corazón, con la fe en Iguazú”. Es que la inversión, iniciada en 2010 tras el fallecimiento de su padre, responde a una visión a largo plazo. “Ya llevamos 12 años construyendo. Hoy tenemos cerca de 10 mil metros cuadrados terminados, pero todavía falta. Lo importante es que lo estamos haciendo sin perder el alma del lugar”.
Para cuando esté terminada esta primera etapa, el resort dará empleo directo a más de 200 personas. Y si el puerto recreativo y el parque de agua se concretan como se espera, el impacto económico será aún mayor.
Alejandro no se queda solo en su predio. Cree que Iguazú debe consolidarse como un destino integral, más allá de las Cataratas. “Sumar atractivos satélites le da sentido al destino”, afirma. Por eso también participa de la Asociación de Atractivos Turísticos, una figura poco común en el país pero vital para articular esfuerzos privados y públicos.

A futuro, sueña con una conexión náutica entre Iguazú y Posadas, uniendo atractivos naturales y culturales a través del río Paraná. “La provincia tiene un potencial impresionante. Hay que mostrarnos al mundo como una región con contenido, con historia, con folclore”.
No todo es sencillo. La coyuntura económica afecta. “Hemos perdido competitividad frente a Foz de Iguazú. El tipo de cambio no nos favorece y se siente en las tarifas”, reconoce. Pero confía en que una mayor estabilidad permitirá recuperar el ritmo de crecimiento que traía el destino desde la pandemia.
“El extranjero sigue representando entre el 40 y 50% de nuestros visitantes, dependiendo del año. Iguazú tiene que tener tracción propia, más allá de las asimetrías. Y eso se logra con productos sólidos, con calidad”, sostiene.
A los 52 años, Alejandro Arrabal está haciendo algo más que levantar un hotel. Está proyectando una visión. Una que viene de su abuelo, que maduró con su padre, que se consolida en sus hijas, y que se riega con las aguas del arroyo Ramón Ayala.
“Esto no se hace solo con números. Se hace con historia, con raíces, con amor por la tierra”, dice. Y quizás esa sea la mejor definición de su apuesta: Iguazú Jungle no es sólo un resort. Es una herencia viva.