Investigadora del Conicet es reconocida en París con el “L’oreal-Unesco, por las mujeres en la ciencia”

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La investigadora del Conicet Amy Austin fue distinguida en París con el “L’oreal-Unesco Por las mujeres en la ciencia”. Es estadounidense, pero se enamoró de la Patagonia hace 20 años y se nacionalizó argentina. El premio Para Mujeres en la Ciencia se entrega para iluminar las inequidades que todavía persisten en la comunidad científica global, apoyar a las mujeres científicas y formar a jóvenes maestras.
Este 2018 se llevó a cabo por vigésima vez la entrega del Premio L’Oréal-Unesco para Mujeres en la Ciencia . Entre la selección de 5 mujeres, se encuentra la argentina Amy Austin, investigadora superior del Conicet en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas vinculadas con la Agricultura (Ifeva). Austin estudia el ciclo del carbono en la naturaleza, un conocimiento esencial para controlar o mitigar los efectos de este gas de efecto invernadero y uno de los principales protagonistas del calentamiento global.
Nacida en el estado de Washington, USA, Austin pasó su infancia en el estado de Florida porque su padre, ingeniero aeronáutico, participaba en el Programa Apolo de la NASA, que llevaría al ser humano por 1ra vez a la Luna. Pero en lugar de elevar su mirada hacia el espacio, la dirigió hacia los organismos que pueblan la Tierra y quiso entender los complejos mecanismos de la naturaleza.
Graduada de bióloga en la Universidad de Stanford, se presentó a becas de la National Science Foundation para que estudiantes norteamericanos viajaran al exterior. El 90% las usaba para ir a Europa y trabajar en biología molecular, pero Amy se decidió por la Patagonia. “Tenía la idea de que aquí estaba el futuro de la ecología, porque había muchos lugares que no habían sido afectados por los seres humanos”, recuerda.
A lo largo de 20 años, Austin reveló aspectos insospechados del ciclo del carbono en ambientes áridos. Cómo las plantas lo sacan del aire, fabrican carbohidratos y, al morir, lo liberan. “Una cosa que encontramos es que la radiación solar tiene un efecto directo y acelera la liberación del carbono hacia la atmósfera. No son solo los microbios, como se pensaba -explica-. Es más, en ciertas condiciones es preponderantemente la radiación solar. Nuestros experimentos muestran que, al contrario de lo que se creía, la biota del suelo [el conjunto de microorganismos y fauna] parece tener un papel poco importante. En contraste, el Sol sí estaría regulando el ciclo del carbono al afectar la descomposición de materia senescente.”
Este mecanismo tiene una importancia fundamental en la descomposición de la «broza» que cae de las plantas. Manipulando la luz interceptada por estos deshechos y la actividad de microorganismos del suelo pudieron constatar que la luz (y en particular la radiación ultravioleta-B) rompe los enlaces de la materia orgánica y, entre otras co sas, produce dióxido de carbono. Y que en lugar de entrar en el suelo y llegar a la biota, el carbono vuelve directamente a la atmósfera en un 50%.
Esto sugiere que los sistemas naturales en realidad pueden secuestrar mucho menos carbono de lo que se pensaba. “El carbono es la ‘comida’ de los organismos del suelo, no solo de los microbios, sino también de bichos más grandes que son descomponedores -explica Austin-. Ellos lo comen como nosotros comemos asado, es su fuente de energía”.
Este hallazgo también tiene una importancia especial en las predicciones sobre calentamiento climático. En un experimento realizado con su marido, Carlos Ballaré, otro multipremiado investigador del Conicet, analizaron la fotodegradación de la lignina (un polímero de las paredes de las células vegetales que se consideraba “recalcitrante”; es decir, muy resistente a la acción degradante de los microbios del suelo) se vio que los pastizales secos podrían emitir más dióxido de carbono [el principal gas de efecto invernadero] a la atmósfera de lo que se calculaba.
Para probarlo, los investigadores fabricaron hojas sintéticas (con papeles de filtro) a las que les agregaron distintas cantidades de lignina. Cuando las pusieron al sol, pudieron ver que cuanta más lignina tenían más rápido se degradaban. “Era justamente al revés de lo que uno hubiera esperado”, destaca Austin.
Entre otras cosas, estos descubrimientos sugieren que, en el futuro, si aumentan las condiciones de aridez y disminuye la nubosidad, crecería la importancia cuantitativa del proceso de degradación.
Este 2018, además, se pone en marcha una iniciativa para que hombres con liderazgo dentro de la comunidad científica se comprometan a expandir el acceso a subsidios, y promuevan iguales oportunidades de empleo, promociones, publicación y premios a científicas talentosas. “Respaldaremos a estos hombres que se comprometan a estimular la igualdad entre los géneros en la ciencia. En nuestras frágiles sociedades presionadas más allá de sus límites, tenemos que canalizar la capacidad intelectual tanto de hombres como de mujeres en la ciencia para un mundo mejor”, afirma Jean-Paul Agon, director de la Fundación L’Oréal en la presentación del premio de este 2018.
El jurado que eligió a las 5o laureadas de este 2018 fue presidido por Elizabeth Blackburn, premio Nobel de Me dicina o Fisiología 2009 por haber descubierto la telomerasa, una enzima que forma los telómeros (extremos de los cromosomas) durante la duplicación del ADN. Entre los 10 eminentes científicos que tuvieron a su cargo la tarea de elegir a las laureadas entre 51 finalistas y 267 nominaciones de 62 países, cada nominación revisada por dos o tres científicos destacados, figura la argentina Ana Belén Elgoyhen, del Instituto de Ingeniería Genética y Biología Molecular del Conicet (Ingebi) y ella misma laureada L’Oréal-Unesco 2008.
Austin afirma que nunca se sintió limitada para hacer ciencia por su condición de mujer, pero considera que se necesita avanzar más en términos de equidad. “Todavía hay elementos sociales que ejercen mucha presión y que generan obstáculos indirectos en relación a los hombres. Y la mayoría de las mujeres siguen sin llegar a lugares jerárquic os. Las cosas van cambiando, pero no tan rápido como a una le gustaría ver”.
Actualmente la premiada vive en el barrio de Devoto, pero su paisaje favorito es el del Parque Nacional Lanín, en Neuquén. Simpatizante de Boca y admiradora de Juan Martín Del Potro, no tiene planeado volver a USA. “Toda mi vida está en Argentina”, confiesa. En la costa oeste de su país natal quedaron su familia y muchos amigos, a los que visita cada vez que puede. Su papá, el hombre fascinado con la Luna, está orgulloso de los logros de su hija. “Ese es el premio más grande. Mi impresión es que cree que voy a salvar el mundo –suelta y ríe-. Y no voy a lograrlo, pero estoy haciendo una contribución.”
Entre el resto de las mujeres seleccionada s se encuentran: Las otras laureadas.

Mee-mann Chang (China): por su trabajo pionero en el registro fósil que ayuda a entender cómo los vertebrados acuáticos se adaptaron a vivir en la tierra.
Dame Caroline Dean (Gran Bretaña): por sus estudios en cómo las plantas saben cuándo deben producir flores tras el invierno.
Janet Rossant (Canadá): por sus sobresalientes investigaciones que exploran cómo se forman los tejidos en los primeros días del embrión y cuál es la implicancia de la edición genética en esa etapa.
Heather Zar (Sudáfrica): por establecer un programa para investigar la neumonía infantil, que permite prevenirla, diagnosticarla y tratarla, y evitar sus complicaciones en el asma y la tuberculosis.

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