Macri pasó de la «lluvia de inversiones» a la catarata de importaciones

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La quita de aranceles a los productos de la Unión Europea provocará una catarata de importaciones, justificada por el gobierno de Mauricio Macri bajo la perimida excusa de fomentar la «competitividad». Del Pacto Roca-Runciman al acuerdo Mercosur-UE se repite el esquema más antiguo sobre el modelo productivo nacional, que otra vez se vuelve más primario y agrega menos valor.

Foto: Presidencia

“No exportemos cuero exportemos zapatos” 

                                                                         Manuel Belgrano (1802)

El acuerdo de libre comercio entre lo que queda del Mercosur y la Unión Europea, que el gobierno de Mauricio Macri anunció como si se tratara de una gran noticia para los argentinos y cuya letra fina aún se desconoce, reafirma una vez más el rol de economía subordinada que las elites económicas criollas vienen proyectando desde los inicios mismos de la historia argentina. 

Ante las alarmas y las críticas que despertó la noticia, el ministro Dante Sica dio el mismo argumento que se utilizó durante la última dictadura militar y luego durante la década menemista: “para competir con el mundo deberemos mejorar la productividad y la eficiencia”. El acuerdo le pone fin al 91% de los aranceles que el Mercosur le imponía a los productos europeos, es decir que lejos de la lluvia de inversiones prometida en 2015, lo que va a llegar es una catarata de importaciones de productos que tendrán una consecuencia ruinosa sobre la industria argentina. Además el cinismo radica en que sin créditos y en una prolongada crisis, la única y verdadera reconversión posible es cerrar las persianas. Lo más llamativo es que el contexto mundial no es de apertura y libre comercio, sino de proteccionismo y competencia cerrada. 

También se le permitirá a las empresas europeas competir en las licitaciones para las obras públicas, sin ventajas para las nacionales. Cuando se encuentran en el mercado mundial un poderoso y un débil, el libre comercio es la garantía de una injusticia. 

Es la confrontación más vieja y la discusión más perimida con la que contamos, y sin embargo, otra vez nos la presentan como panacea, aquellos que pensaron que este gobierno encarnaba una derecha moderna por el solo hecho de su uso eficiente de los medios de comunicación y de las tecnologías de las redes sociales, tal vez entiendan el sentido profundamente anticuado de las políticas que pregona Cambiemos con un breve vistazo por la historia. 

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Luego de la profunda crisis mundial desatada desde el desplome de la Bolsa de Nueva York en 1929, las grandes potencias económicas del mundo cerraron sus economías, el discurso proteccionista barrió casi por completo las ideas de libre comercio y se cerraron sobre si mismas. Las elites argentinas entraron en desesperación al comprobar que su principal comprador, la Corona Británica, se reunió en Ottawa con los integrantes de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth), el conjunto de países vinculados por lazos históricos y culturales con Gran Bretaña, casi todas sus ex colonias. Estas le reclamaron un trato preferencial frente a la crisis: querían prioridad para venderle materias primas. El principal perjudicado era Argentina. Así es que en 1933, en Londres, se firmó un acuerdo entre el vicepresidente argentino Juliuo Argentino Roca (h) y el encargado de negocios inglés Walter Runciman. En su alegría desbordante ante la firma del tratado, el vicepresidente argentino no dudó en decir: “La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos imponer sus límites territoriales a la actividad de la economía de las naciones. Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”. La famosa integración al mundo desde esta particular visión.

Las condiciones que impuso este pacto fueron entre otras: a cambio de que Inglaterra no disminuya sus compras la Argentina se comprometía a que la carne se compre en un 85%  exclusivamente vía frigoríficos ingleses el 15% restante con frigoríficos argentinos que no persigan fines de lucro. EN su momento el senador Lisandro de la Torre denunció “En estas condiciones no podrá decirse que Argentina se haya convertido en un dominio británico, porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer en sus dominios semejantes humillaciones”. Además se le quitaban los impuestos al carbón inglés perjudicando al petrólea argentino y la recaudación impositiva. Se le debió dar trato privilegiado a las inversiones inglesas incluso por sobre las argentinas. Y se debían contratar préstamos con instituciones bancarias de la Corona. Pero aún más humillante fue que se realizaron clausulas secretas. Una estuvo vinculada con el transporte público: los ingleses tenían en Argentina taxis y subterráneos, pero les había surgido la competencia de un invento criollo “el colectivo”, el tratado le otorgó a los ingleses el monopolio del transporte por 56 años. El escándalo fue tan descomunal que esta ley casi no se aplicó. La otra clausula secreta fue la creación del Banco Central, donde se le otorgó a la banca inglesa el control financiero del país. Se le impusieron obligaciones al Estado argentino como poner la mitad del capital, pero no tenía derecho a tener la mayoría del directorio. Se favoreció en impulsó el endeudamiento externo. 

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Es decir que en función de los intereses de los sectores exportadores se sacrificó a la insipiente industria argentina y las arcas del estado. Las consecuencias para la economía nacional fueron ruinosas, el contexto político era el de la llamada “década infame”, y fue la salida predilecta, una y otra vez, que los exportadores quisieron imponer como proyecto de país.

Cada encuentro internacional deja en claro que las potencias no están abriendo sus economías, por el contrario, las cierran. Las condiciones del acuerdo que se conocen hasta ahora muestran que el compromiso alcanzado tiende a destruir los mercados internos de Argentina y Brasil. Con la misma astucia de siempre se denomina integración a lo que en los hechos es una subordinación. El emocionado ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Jorge Faurie, dijo que hace veinte años que nuestro país quería firmar un acuerdo con Europa y no lo había conseguido “Nosotros supimos hacerlo”. Tiene razón, las condiciones que exigían los europeos eran demenciales y nadie estaba dispuesto a concederlas. Macri si estuvo dispuesto desde el primer día pero el resto del Mercosur, sobre todo Brasil, no quería aceptar. La llegada de Bolsonaro a la presidencia y su política de apertura hiperneoliberal generaron las condiciones para que el acuerdo se haga posible. No se mide por la habilidad, sino por la disponibilidad a la entrega.

Son tantas y alevosas las coincidencias históricas: antes decían que éramos el granero del mundo, ahora el presidente Macri dijo que somos el supermercado del mundo. Generar trabajo y desarrollo argentino sigue siendo una asignatura pendiente.

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