Magnanimidad y bien común

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 26o durante el año [29 de septiembre de 2024]

Somos conscientes de la grave necesidad de que en nuestro tiempo haya cristianos comprometidos, gente de recta conciencia, sobre todo laicos que comprendan que la santidad en su propia vocación está ligada especialmente a la transformación de las realidades temporales, apostando por opciones que impliquen la evangelización y humanización de la cultura.

Hace algunos domingos hemos tomado la figura ejemplar de un argentino, José Manuel Estrada, laico católico, educador, político, periodista que comprendió su rol y momento histórico que le tocó vivir. En este sentido sigue vigente la necesidad de figuras ejemplares, sobre todo en nuestros días en donde vivimos una crisis profunda, en la incertidumbre, marcados por un contexto de individualismo y pobreza.

Será clave el estilo de liderazgo que necesitamos hoy de servicio y honestidad que pueda servir para revisar y tener una medida desde donde evaluar a nuestra dirigencia política y social en nuestra Patria y en nuestra provincia, sobre todo en un contexto donde a veces podemos tener la tentación de la desesperanza cuando aparece más como horizonte el pragmatismo y las estrategias coyunturales, que la necesidad de la magnanimidad y la referencia al bien común. Reiteramos que en nuestros días necesitamos la multiplicación de líderes justos que con el testimonio público de sus vidas sean signos de esperanza para nuestra gente.

Como cristianos no debemos olvidar que estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos. Para nosotros, este es el verdadero fundamento de todo poder y de toda autoridad: servir a Cristo, sirviendo a nuestros hermanos.

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En un cambio de época, caracterizado por la carencia de nuevos estilos de liderazgo, tanto sociales y políticos, como religiosos y culturales, es bueno tener presente esta concepción del poder como servicio. Como Iglesia, este déficit nos cuestiona. En un continente de bautizados, advertimos la notable ausencia, en el ámbito político, comunicacional y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos, con fuerte personalidad y abnegada vocación, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas.

Aparecida nos señala la necesidad de laicos creíbles: «Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los ‘mass media’, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento. Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta». (DA 210)

San Agustín, en uno de sus escritos reflexiona con profundidad y dureza contra los pastores que buscan servirse a sí mismos y no sirven a las ovejas, que se valen de su ministerio para engordar su poder y riqueza, y no ayudan, ni buscan a las ovejas que se desvían o se alejan. También podemos extender esto que San Agustín señala a los pastores, a nuestros dirigentes políticos y sociales, fundamentalmente a los que se confiesan católicos. El Evangelio de este domingo (Mc 9, 38-43.45.47-48), es especialmente categórico cuando señala: «Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la gehena, al fuego inextinguible» (Mc 9,43). O bien el texto de Santiago que también leemos en la Misa de este domingo, en sintonía con las expresiones de San Agustín: «Ustedes llevaron en este mundo una vida de lujo, y de placer, y se han cebado a sí mismos para el día de la matanza… Han condenado y han matado al Justo, sin que él les opusiera resistencia». (Sant 5,5-6).

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El mejor aporte a la esperanza en nuestro contexto será la magnanimidad en nuestra sociedad procurando salir de nuestras mezquindades que siempre nos dañan. Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

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