En estos días volvió a aparecer una publicación de la revista Forbes, adjudicándole al ex presidente paraguayo, Fernando Lugo, una fortuna de 100 millones de dólares.
El link corrió como reguero de pólvora en redes sociales, abonando por supuesto todo tipo de comentarios, entre especulaciones sobre la supuesta vida sibarita del hoy senador del Frente Guasú, incluso con adjetivos de tinte sexista, y argumentos sobre la naturaleza de las publicaciones de Forbes, carentes de rigor investigativo, y casi siempre oportunas y proclives a operaciones mediáticas.
Forbes, también adjudicó al líder cubano, Fidel Castro, una fortuna de 900 millones de dólares repartidos en una telaraña de cuentas numeradas en paraísos fiscales, sin que nunca la revista, ni nadie, aportaran una sola prueba física de la existencia de todo ese dinero.
En medio del revuelo mediático por la noticia que Fidel era más rico que la Reina de Inglaterra, llegó el Comandante y mandó a parar, como reza aquella recordada canción de Carlos Puebla.
“Que abandonen ya sus planes de invasión, de transición; que dejen todo. Si prueban que yo tengo una cuenta de 900 millones, una sola cuenta de un dólar en el exterior; si lo prueban, yo renuncio al cargo que estoy desempeñando”, los desafió un Fidel vestido con su tradicional uniforme verdeolivo por la televisión pública cubana, y Forbes se quedó mudo.
Fidel, se apartó del cargo pocos años más tarde, pero no porque Forbes hubiera podido arrimar un sólo comprobante de sus publicaciones, que todavía hoy siguen en la parrilla de refritos periodísticos antológicos.
La nota sobre la supuesta fortuna de Lugo, también es un refrito de otra, del año 2013. Y tampoco ofrece respaldo alguno. Al parecer, Lugo no respondió a las publicaciones. El ex presidente tampoco enfrenta cargos ni denuncias por corrupción.
Más que preguntarse sobre la veracidad de la publicación de Forbes, cabe hacerlo sobre la oportunidad en que este refrito reaparece en los medios paraguayos, que citan como fuente a la revista del multimillonario estadounidense como si fuera la Santa Biblia.
El tema bien podría ubicarse en el escenario regional, con una Venezuela acorralada, y líderes populares como los ex presidentes Lula Da Silva y Cristina Fernández, que enfrentan la persecución de un aparato judicial armado a la medida de las corporaciones.
Lugo está afuera de la carrera presidencial, al no prosperar la enmienda para la relección, pero el ex obispo goza de una alta popularidad, y es indudable que cualquier concertación opositora que se pretenda debe contar con su bendición. Algo parecido a lo que pasa con Lula y CFK.
Hasta hace pocos meses, todas las encuestas de intención de voto lo ubicaban, lejos, en la cima de la preferencia. Su imagen alcanza hoy ribetes similares en sondeos recientes. Es un actor político indiscutido.
Por otra parte, decir que Lugo se “embolsilló 100 millones de dólares”, como publicaron los medios cartistas y sus blogueros, es un chiste comparado con el patrimonio que acumularon “respetables” hombres de la galería de líderes colorados, como Andrés Rodríguez, “el general de la democracia”; el ingeniero Juan Carlos Wasmosy, “Barón de Itaipú”; el general Lino Oviedo, que dejó una fortuna de más de 1500 millones de dólares, imposibles de reunir con su salario de militar.
Son fortunas, por otra parte, sobradamente comprobadas e incontrastables con el pasado de cada uno de sus propietarios.
Son fortunas que, además, ostentan sus monumentos, como la casa de Rodríguez en el coqueto barrio de Carmelitas, una réplica a escala del Palacio de Versalles. O la sede partidaria oviedista, de ribetes faraónicos. O la residencia del ex presidente Nicanor Duarte Frutos, que saltó de reportero a ministro, y después a jefe de Estado, sin más escalas, y cuyo meteórico ascenso patrimonial se contrapone con la prédica “progresista” de su movimiento político.
Antes de Itaipú, Wasmosy no era nadie, sólo un joven ingeniero con ambiciones, y para su suerte, agraciado amigo del hijo del dictador. La mega represa, hasta hace poco la más grande del mundo, le redundó una fortuna en negocios con el Estado nunca del todo claros. Con la presidencia, Wasmosy blanqueó su pasado y su futuro, y hoy hasta da conferencias.
Nada de esto publicó nunca Forbes.
La espina campesina
La noticia sobre la supuesta fortuna de Lugo reaparece después que el ex obispo, hoy Presidente del Congreso, respaldara públicamente una protesta campesina que se prolonga más de la cuenta, y que el gobierno de Horacio Cartes busca desacreditar a toda costa, y por todos sus medios, que son casi la mitad de todos los medios.
El luguismo, además, impulsó un proyecto de ley haciendo lugar a los reclamos de los miles de campesinos que se manifiestan en Asunción desde hace diez días, que fue rechazado por el oficialismo.
Son miles de familias de pequeños agricultores que piden al gobierno la condonación de sus deudas, que suman un total de 34 millones de dólares. La negativa de Horacio Cartes a acceder al beneficio y ni siquiera a hablar de subsidios, se contrapone con la resistencia a gravar la exportación de soja de los grandes productores agrícolas, que dejaría al Estado un ingreso de unos 350 millones de dólares.
La protesta campesina es, sin embargo, coyuntural en la dinámica política paraguaya, que parece transcurrir en un universo paralelo, y donde el cartismo está empeñado en minar y destruir la imagen de sus potenciales adversarios para las elecciones generales de abril del próximo año, donde Lugo es un actor protagónico.
La estrategia de Cartes, parece jugar en dos frentes. Mostrarlo como aliado, desacreditándolo entre quienes odian a Cartes y tenían a Lugo en un altar, y minando su figura con operaciones mediáticas, como la de “resucitar” la vieja publicación de Forbes.
Es más de lo mismo. El uso de los medios como punta de lanza de la avanzada neoliberal es, prácticamente, una jugada de pizarrón en la región. No hay país del continente donde el modelo no se repita con increíble precisión.
En estos días, la estrategia volvió a hacerse visible. No con la publicación de Forbes, que es una más, aunque efectiva por su protagonista y el mito de la reputación de la revista. Sino con el despliegue mediático que desde un comienzo, y a esta altura de la historia paraguaya suena ya como un cliché, fogoneó lo peor del odio hacia “los pobres y la diferencia” que suele caracterizar a la sociedad paraguaya, todavía muy conservadora, en una abierta campaña para descalificar la protesta campesina y sus justos reclamos, en un país donde la propiedad de la tierra es una eterna disputa sembrada de mártires y despojos, de los que nunca habló, ni hablará Forbes.