¿Qué tienen en la cabeza? ¿Por dónde se informan? ¿En quién creen? Radiografía de los jóvenes misioneros
¿Qué tienen en la cabeza? Pregunta recurrente de padres y docentes. Inquietud para partidos políticos. ¿Cómo seducirlos? ¿Cómo entenderlos? Las respuestas, claro está, no son únicas ni uniformes. Cada joven es un mundo -el suyo- en sí mismo y es imposible tratar sus demandas y sueños bajo un solo paraguas uniforme.
Sin embargo, un estudio reciente permite realizar algunas aproximaciones sobre lo que pasa por la cabeza de los jóvenes de Misiones. Una radiografía sobre sus inquietudes, su mirada económica y política y sus sueños por cumplir. A tomar nota.
El trabajo fue realizado por el Observatorio de la Universidad de la Integración Sudamericana (Unisud), liderado por la licenciada Carla Chini y es mucho más que una encuesta: el estudio de mercado incluyó preguntas presenciales a 750 estudiantes y 22 focus group en Posadas, con entre 10 y 14 jóvenes de Eldorado, Oberá y San Vicente, lo que permitió escuchar, sin filtros y con una claridad sorprendente, qué tienen en la cabeza los adolescentes de entre 16 y 19 años que hoy habitan las aulas de la secundaria misionera.
El hallazgo principal es inequívoco: estudiar no es una opción, es casi una obligación emocional, social y familiar. La gran mayoría quiere seguir formándose después de terminar la secundaria, aun cuando no todos tengan claro qué estudiar o cómo financiarlo.
| Indicador | Resultado |
|---|---|
| Intención de continuar estudios superiores | Mayoría abrumadora (más del 80%) |
| Percepción de situación económica personal/familiar | Regular: 42,1% · Buena: 36,9% |
| Preocupaciones económicas principales | Inflación · Falta de oportunidades · Ingresos familiares insuficientes |
| Interés en cursos rápidos (3–6 meses) | Muy alto: estética, barbería, marketing digital, oficios |
| Carreras más elegidas | Salud (medicina, psicología, enfermería, odontología) y áreas administrativas |
| Confianza en medios tradicionales | Muy baja |
| Fuentes principales de información | Youtubers, streamers, influencers, canales alternativos (Vorterix, Olga) |
| Actitud frente al futuro | Optimismo moderado pese al contexto |
La vocación no siempre coincide con la posibilidad, y el mapa económico del hogar pesa más que el entusiasmo. Muchos admiten que podrían elegir carreras distintas si contaran con recursos económicos o si vivieran en ciudades con más oferta educativa.
Otros contemplan ingresar primero a las fuerzas de seguridad para obtener un salario estable y recién después dedicarse a aquello que realmente les interesa.
En los grupos focales realizados se observó una creciente tensión entre las expectativas de la escuela secundaria y las experiencias cotidianas de las nuevas generaciones.
Estudiantes de los últimos años frecuentemente reportaron desmotivación y una percepción de baja relevancia de los contenidos escolares frente a sus intereses y necesidades vitales. Este desencuentro puede asociarse a condiciones materiales (brecha digital, recursos escolares limitados), a metodologías docentes mayormente tradicionales y a representaciones sociales que devalúan el esfuerzo académico como ruta de mejora.
Las frases que emergen de las charlas son reveladoras: “Pensar en el futuro da miedo, pero también es una manera de renovarse”, “No queremos defraudar a nuestros padres”, “Quiero ser alguien en mi ciudad”. Estudiar es, para ellos, una declaración de identidad. También es un camino de movilidad ascendente, aunque condicionado por el bolsillo familiar.
En cuanto a los “proyectos de futuro”, una parte importante de la juventud no ve un futuro laboral viable o próspero en su lugar de origen, lo que sugiere una alta propensión a la migración interna en busca de mercados laborales más dinámicos.
Las carreras más mencionadas corresponden al área de la salud –medicina, odontología, psicología, enfermería, veterinaria– y, en segundo lugar, administración, economía, contador público, comercio internacional e incluso ciencia política. El interés por la salud y la administración revela una mezcla de vocación social y búsqueda de estabilidad.
En paralelo, crece el número de jóvenes que prevé estudiar y trabajar a la vez, señal de que la economía del hogar ya no soporta las expectativas sin un aporte inmediato.
Un dato sobresaliente del estudio es la centralidad de la economía en sus conversaciones cotidianas. No solo la sufren: la consumen. Hablan de inflación, de precios, de políticas públicas y de oportunidades laborales. Siguen a youtubers, influencers y comunicadores alternativos que explican el rumbo económico nacional. Mencionan canales de streaming como Vorterix u Olga y rechazan abiertamente a los medios tradicionales: “Los canales no cuentan la verdad”. Su consumo informativo es digital, fragmentado, horizontal y profundamente desconfiado. No creen en las instituciones como fuentes de autoridad; confían en quienes les hablan “en su idioma”, aunque no siempre provengan de entornos técnicos o periodísticos.
Al mismo tiempo afirman “militar políticamente” en el mundo digital a través de diferentes plataformas como X, Instagram, Discord y Facebook, aunque algunos lo hacen de forma presencial en su entorno cercano también. Esa militancia digital tiene un referente directo, que es el presidente Javier Milei, quien navega a sus anchas en las redes. En ese universo, no encuentran otras referencias locales, incluso entre los propios libertarios.
Las redes sociales son el principal medio a través del cual se informan o mediante las cuales se “enteran” de temas de su interés. Eligen consumir microcontenidos, especialmente en TikTok y reels de Instagram. YouTube y Google son los espacios donde buscan y profundizan información sobre diversos temas, desde las propuestas académicas hasta las noticias de economía.
Lo más significativo es que piden educación financiera. Perciben que la escuela los prepara para aprobar materias, pero no para administrar dinero, proyectar gastos, ahorrar, independizarse o evitar endeudarse. Entienden que la autonomía económica exige herramientas que hoy no poseen. La economía no es para ellos un contenido teórico: es un problema real que marca sus posibilidades futuras.
Si bien en las conversaciones de los grupos focales surgen las preocupaciones sobre la economía familiar, reconocen que el dinero no les alcanza, que sus padres no pueden cubrir las necesidades actuales, los resultados de la encuesta indican que su situación económica personal y familiar se presenta como regular con un 42,1% y buena con un 36,9%. Pese a la situación actual y/o relatos difíciles, se muestran esperanzados hacia el futuro, considerando que la economía del país estará mejor.
Este enfoque económico se combina con una mentalidad pragmática que atraviesa toda la investigación. Los jóvenes asumen que el esfuerzo académico ya no garantiza un buen trabajo ni movilidad social ascendente. Viven en un entorno donde la estabilidad es una rareza y donde la precariedad laboral es la norma. Por eso, toman decisiones menos idealistas y más funcionales: cursos cortos de peluquería, barbería, estética, marketing digital o programación que les permitan “salir a trabajar rápido” y generar ingresos propios para estudiar o independizarse. La planificación del futuro no es una apuesta romántica, sino una estrategia para reducir riesgos.
El pesimismo cotidiano convive con un optimismo estructural. Aunque ven un contexto complicado, creen que su vida será mejor en los próximos años. Esta paradoja coincide con estudios nacionales que muestran que los jóvenes argentinos, aún viviendo en precariedad, sostienen expectativas positivas sobre su propio futuro.
El empleo aparece como su principal preocupación, junto con la continuidad educativa. Están atentos a la falta de oportunidades, al estancamiento del mercado local y a la posibilidad de tener que migrar a ciudades más grandes para conseguir trabajo. Mencionan la reforma laboral sin verla como amenaza ni como solución, sencillamente porque no la comprenden con claridad. El horizonte laboral que imaginan está marcado por la incertidumbre, por la necesidad de flexibilidad y por una búsqueda constante de espacios donde puedan crecer sin quedar atrapados en trabajos mal pagos o sin proyección.
En materia informativa, la ruptura con el mundo adulto es completa. No confían en medios tradicionales, no creen en discursos institucionales y ya no reconocen autoridades comunicacionales verticales. La credibilidad se define por cercanía, espontaneidad y autenticidad. Se informan en redes sociales, en videos cortos, en transmisiones en vivo y en referencias que circulan entre pares. No existe un relato común sobre el país o la provincia: hay pequeñas burbujas informativas que conviven y se contradicen.
Sin embargo, detrás de todo, aparece un dato clave: los jóvenes no quieren irse de Misiones por ambición cosmopolita. Quieren quedarse, construir futuro en sus ciudades, ser parte de su entorno. “Quiero ser alguien en mi ciudad” no es un eslogan; es un llamado a que las oportunidades no estén siempre lejos.
Lo que esta generación está diciendo, con una claridad que los adultos tal vez no quieran escuchar, es que necesita herramientas concretas, horizontes posibles y una narrativa que los incluya. Necesita educación financiera, ofertas laborales reales, carreras accesibles, políticas que entiendan su lenguaje y líderes que construyan confianza desde la autenticidad. No esperan salvadores. Esperan un camino.
La juventud misionera no es apática ni desinteresada. Es una generación alerta, informada a su manera, ambiciosa en silencio, pragmática por necesidad y esperanzada por convicción. Tal vez la verdadera pregunta no sea qué quieren los jóvenes, sino si Misiones está dispuesta a responder a esa radiografía con políticas que estén a la altura del futuro que ellos todavía creen posible.



